miércoles, 18 de septiembre de 2024

SHE'S GONE
















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

—Ella se ha ido —le cuenta a Cleo. Feliz Navidad, amigo.
Se sienta en el escritorio, se envuelve el cuello en el echarpe nuevo y bebe, con la sensación deprimente de que algo le falta. (Lawrence Sanders, "Los archivos de Timothy")

—Me acuerdo, ¡claro que me acuerdo! Y además; vívidamente –espeta evocador el tipito para sí.
Corría 1976 cuando los Black Sabbath lanzaron Technical Ecstasy. Tenía por entonces 20 años y hacía algo más de dos había dejado la casa de sus viejos para irse a vivir solo, yendo a parar a una pieza mugrosa situada en una pensión de mala muerte regentada por una vieja paraguaya que, para él, era la encarnación misma de la hijaputez. Hasta allí, ya había pasado por tres trabajos, todos de mierda, retribuidos miserablemente. Y dos de ellos en pueblitos perdidos, de esos en los que toda la diversión consistía en un rato de charla en el Club Social con el farmacéutico o con el médico o con el gerente del Banco Nación —al otro personaje (el comisario), lo esquivaba cuidadosamente, porque el tipito no la iba con la yuta—. 
Ahora andaba por el cuarto laburo y la guita continuaba sin alcanzarle (ganaba un sueldito exiguo, como peón industrial en una fábrica de ladrillos cerámicos, con turnos rotativos), y para peor; se había enroscado mal con la timba, de modo que nunca le quedaba una moneda como para morfar más o menos digna y decentemente. Comía toneladas de caramelos Media Hora para engañar al estómago, llegó a pesar 90 kilos y estaba flaco como una alfajía.
Así las cosas, en la universidad (como no podía ser de otra manera), le iba como el orto: con el asunto de los turnos rotativos en el trabajo, eran más los días que faltaba que los que asistía. Y para colmo, con la mil veces funesta y terrible tiranía militar que azotaba al país, cuando él llegaba al comedor universitario a las doce y pico de la noche después de salir de clases; ya lo único que quedaba en la olla del guiso eran unos pocos fideos o granos de arroz pegados en el fondo, los que devoraba hambriento e invariablemente trasegaba con una jarra de vino tinto Toro, Talacasto o algún otro querosén por el estilo. Ciertamente, no se lo podía acusar de bon vivant.
Y para completar el cuadro de esa etapa de su vida tan exitosa en fracasos, a pesar de que siempre las minas lo habían encontrado atractivo al punto de que se las hacía al brochette garchando con la que raye; en lo sentimental él parecía no durarle a nadie y nadie le duraba a él. Si de dramones y romances turbulentos y efímeros se trataba, él estaba hecho a medida, o más bien se diría… customizado.
También recuerda que en general, ese disco no le había parecido gran cosa, ni siquiera “Gypsy” —canción con la cual cabría inferir a priori que él debió haberse identificado un cachito, porque en ese tiempo se había encamotado con una gitana que hacía variedades en un parque de diversiones de esos bien pobretes, y alucinaba con que juntos se irían muy lejos de este mundo abandonado (Litto Nebbia dixit)—. Pero eso sí: un tema en especial, una balada, le había volado la marota: “She's Gone”, cuya temática giraba en torno a la devastación experimentada por un hombre abandonado por la mujer a la que creyó el amor de su vida.
Y claro, una canción que al tipito le caía como el consabido anillo al dedo: triste, melancólica, densa, bien darkita, depre a full, y de yapa; la magistral guitarra acústica de Tony Iommi desgranando notas desgarradoras, más la voz atormentada de Ozzy Osbourne, que tal parecía que más que cantar; lo estuvieran eviscerando arrancándole las tripas con tenazas al rojo vivo.
Ahora, ya muy lejos de todo aquello, mientras afuera bate la lluvia y arrecia el viento, se sorprende sintiendo a menudo que es feliz, por más que aún en esos breves instantes de felicidad; él perciba que subyace un dejo de tristeza que quizá —sólo quizá— sea congénita... 
Bruscamente se levanta del sillón, escancia más ron en su vaso y mueve la cabeza de arriba hacia abajo como asintiendo a sus propios pensamientos. —Fiero de atravesar el duelo por desamor... —musita de súbito y para sus adentros. 
Y de pie frente al espejo, el tipito brinda: —Por vos, dolor, porque fuiste lo que me salvó de la locura… o de la muerte.


-Juan Carlos Serqueiros-




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