domingo, 15 de febrero de 2015

RESPONSO



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El bandoneón es un alma que tomó forma de gusano a fuerza de arrastrarse detrás de un amor imposible. (Homero Manzi)

Con Homero se murió la mitad de mi corazón. (Aníbal Troilo)

Homero Manzi y Aníbal Troilo no eran amigos; eran más que eso: eran hermanos. 
Todo el mundo cree que la relación entre ellos nació por el tango. Y no fue así; esa era la excusa de Cronos para juntarlos en el cabaret Marabú una noche de 1941, pero lo que los unió indisolublemente en una hermandad que trascendió la muerte misma, fue el amor por el teatro (recordar que Homero fue, además de poeta, político, periodista, docente y gremialista; guionista de teatro y cine). A partir de esa afición común a ambos se forja (y nunca mejor aplicado el término) una de las sociedades humanas más relevantemente artísticas de nuestra cultura popular.
Se hicieron inseparables. Fanáticos del fútbol ambos, de Huracán el uno y de River el otro, la barbada, desfachatada, insistencia de Homero invariablemente arrastraba a la resignada, amable, bohomía de Aníbal hasta el Parque de los Patricios: "-Gordo, ¿vamos el domingo a la cancha a ver al Globo?". "-Ufa, Barbeta, bueno; pero el próximo vamos a ver a River, eh". "-¡Claro, seguro!", mentía el primero su jamás cumplida promesa. Y es que ¿sabe usted, estimado lector?, la amistad entrañable y viril que no entiende de divisas ni mezquindades, es tan argentina como Dios mismo.
Sabido es que las musas de Pichuco fueron siempre las poesías que le arrimaran. A Troilo le brotaban las melodías después de leer y sentir los versos de una letra. Así surgieron Sur, Barrio de tango, Che, bandoneón y Romance de barrio, entre otros engendrados por la genial inspiración de Manzi aunada con la inefable creatividad del Bandoneón mayor de Buenos Aires (Julián Centeya dixit). 
A punto tal esto era así, que una mañana de marzo de 1951, cuando el veredicto inapelable de los malditos jueces del destino ya lo había condenado a una cruel y dolorosa agonía en una habitación del Instituto Costa Buero, el Barba le trasmitió al Gordo por el teléfono que los doctores Ramón Carrillo y Raúl Matera le habían hecho instalar, los versos de un tango homenaje destinado a ser antológico: Discepolín
Casi tres meses más tarde, apenas pasadas las ocho de la mañana del 3 de mayo, en la casa de Pichuco el teléfono volvió a sonar, esta vez, como un heraldo de la parca para avisar que Homero se nos fue al mundo de la noche (Arturo Jauretche dixit). Y entonces, un Troilo devastado por el dolor, lloró desconsoladamente su pena sobre el ataúd que contenía los despojos de Manzi hasta pasadas las cuatro de la tarde del día siguiente, en que serían inhumados. 
Aquella noche del 4 de mayo, unos amigos del Gordo se llegaron hasta su domicilio con la excusa de jugar al bacarat (en realidad y más allá del escolaso, para acompañarlo y tratar de hacerle un poquito más soportable el drama que vivía). A las cuatro de la madrugada, entre risas forzadas, sordos rumores de fichas nacaradas, cirrus densos de incontables cigarrillos, gramos mentirosamente reparadores y vahos de whisky engañosamente consoladores, Pichuco se encerró en su habitación para concebir las notas doloridas de su magistral Responso




Enlace a Responso en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=ip8ppIK_4RE

Era abstraerse para parir en soledad, desde los entresijos de una psiquis transida por el dolor, la más desgarradoramente triste y sublime de las melodías. Era, a la vez, un réquiem para su hermano y un intento catártico de alejar una depresión que, obstinada, porfiada, tardaría más de un año en resignarse por fin a abandonarlo. 
Justo dos décadas más tarde, en 1971, el mismo Pichuco era convocado para evocar a Homero e inaugurar una plaza con su nombre. Y por entonces un programa de Canal 11, Telenoche, lo registraba así: 

Enlace a Homenaje a Homero Manzi: https://www.youtube.com/watch?v=oP2cyh8GoYc

Quizá sea la reminiscencia de una fría noche de 1974 en Caño 14, adonde habíamos ido con mi viejo a escuchar el fueye mágico del Gordo, o tal vez el recuerdo de alguna tarde en su escritorio-santuario, donde él desgranaba para mis oídos ansiosos historias como esta, lo que trajo a mi memoria una viñeta que me condujo a cavilar sobre lo absurdo de la vida y la certeza de la muerte. No lo sé... 
Ni me importa mucho saberlo, si quiere que le diga.

-Juan Carlos Serqueiros- 

Imagen de portada: Caricaturas de Homero Manzi y Aníbal Troilo por Waalter Toscano, contemporáneo.