jueves, 15 de septiembre de 2016

DESATANDO NUDOS





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El 2 de julio de 1893, el gobierno del presidente Luis Sáenz Peña se vio sacudido por una crisis ministerial (una de las tantas que acaecieron durante su mandato), al renunciar el ministro del Interior, Miguel Cané -que era quien había formado el gabinete- por haberle negado en público (a través de un reportaje del diario Tribuna) Julio A. Roca su apoyo, luego de habérselo prometido en privado (eso según Cané; aunque por su parte, el Zorro siempre negó haberle dicho tal cosa). 
De resultas de ello, el presidente expresó su intención de renunciar también él; pero Cané le aconsejó que antes de precipitar su dimisión, convocara a reunión a Mitre, Roca y Pellegrini. Sáenz Peña aceptó la sugerencia. Al fin y al cabo, habían sido ellos quienes lo instaron a embretarse en una candidatura que no ambicionaba (sobre todo, Pellegrini, mal que les pese a los historiadores que tendenciosamente cargan toda la "culpa" de aquello sobre el Zorro, "olvidando" que si bien la idea de matar la postulación modernista de Roque Sáenz Peña levantando la de su padre, en efecto había sido de Roca; quien se prestó para esa transa politiquera fue el Gringo (quien a la sazón, era nada menos que presidente de la República), usando a Mitre de emisario "proponente". Pues entonces, qué embromar, ahora que lo ayudaran los tres a salir del embrollo en el que ellos mismos lo habían metido.
La reunión no estuvo a la altura de lo que cabía esperar dados los participantes. Mitre le sugirió al presidente que formara un gabinete "homogéneo", es decir, integrado por hombres que pertenecieran todos a un mismo signo político; pero Roca lo objetó, afirmando que un solo partido no estaba en condiciones de garantizar la gobernabilidad y que en su opinión, había que persistir en el camino del acuerdo. Dado que no coincidían ni le ofrecían soluciones; Sáenz Peña insistía con lo de su renuncia; hasta que intervino Pellegrini con un seco: "ya que ustedes no pueden gobernar, dejen al menos que lo haga el presidente". Y trascartón, aconsejó a éste que llamara a formar gabinete a Aristóbulo del Valle. El estupor de Roca -y de Mitre, pero sobre todo del primero- al oír aquello fue mayúsculo; pues en la práctica, significaba entregar en bandeja de plata el gobierno a los radicales.
Finalmente, Sáenz Peña siguió el consejo de Pellegrini y convocó a Aristóbulo del Valle a la tarea de formar gabinete (este último y el Gringo eran íntimos amigos; pero a la vez, decididos adversarios políticos). Ni bien Aristóbulo se abocó a sus funciones; Pellegrini viajó a las termas de Rosario de la Frontera buscando alivio para su quebrantada salud.
Como sabemos, la cosa empezó y terminó mal (click en este enlace para acceder a mi artículo Los espadachines de la elocuencia). La intransigencia de Alem (quien no sólo se negó a apoyar a Del Valle; sino que además lo obstaculizó en todo lo que pudo) hizo fracasar aquello que se dio en llamar "revolución desde arriba", y fue al propio Pellegrini -vuelto a toda prisa desde Rosario de la Frontera- a quien le cupo el tener que desplazar del ministerio a quien era su amigo ("voy a sacar a ese zonzo de Aristóbulo", fueron sus palabras al subirse al tren).
Pellegrini se enteró (por interpósita persona, porque no era habitual en el Zorro criticar en público) que Roca había vertido duros conceptos referidos a la sugerencia que él le había hecho al presidente Sáenz Peña de convocar a Del Valle; pero el Gringo nada dijo respecto a las vituperaciones de su socio político, limitándose a voltear el gabinete de Aristóbulo, "solucionando" así -según su criterio- la gaffe que se reprochaba -también según su criterio- haber cometido aconsejándole a don Luis un "remedio" que en los hechos -y por los motivos que fueren, no importa- resultó un fracaso.
Transcurrieron ocho años desde todo aquello y en 1901 se produjo la ruptura -que habría de ser definitiva- del tándem Roca-Pellegrini (click en este enlace para acceder a mi artículo Una mitad del país contra la otra. Cuarta parte: La deuda externa). El Zorro y el Gringo (que nunca habían sido amigos, lo cual probablemente fuera la razón de que la sociedad política que conformaron durase nada menos que veinte años) se dijeron de todo y se tiraron los platos por la cabeza como matrimonio mal avenido; aunque fieles cada uno de ellos a su índole: en público y a los gritos Pellegrini; y en privado, por conducto de terceras personas o en papelitos que escribía en soledad y sólo para sí, arrojándolos luego al cesto, Roca. Una de las apreciaciones de este último, fue que el Gringo era una "fuerza loca y explosiva" y que "no sabía deshacer nudos si no era cortándolos".
En 1899 Pellegrini había fundado el diario El País, en cuya redacción entró a trabajar de periodista un joven tucumano que habíale parecido muy promisorio (y el tiempo le daría la razón): Ricardo Rojas. Cuenta éste en su libro Pellegrini (Editorial Coni, Buenos Aires, 1921):

Yo era un adolescente sin fortuna, que vagaba soñando con la gloria por los limbos de esta ciudad –recién llegado de aquel pueblo mío donde dejé la tumba de mi padre- cuando Pellegrini me llevó a la redacción de "El País", iniciándose así mi vida de publicista en Buenos Aires. Había transcurrido más de un año sin que volviese a hablar con Pellegrini, cuando una noche, en momentos de gran revuelo político, me enviaron a consultarlo en su casa de la calle Maipú, sobre cosas que habrían de comentarse al día siguiente. Salió de su escritorio a recibirme, y una vez enterado de mis preguntas, calóse las gafas en la punta de la ancha nariz carnosa, y sentóse a concretar por escrito ciertas graves cuestiones. Quedó silencioso el aposento: no se oía sino el rasguido de su pluma ligera, mientras yo, sentado al frente en un sofá, me distraía mirando los tejuelos de una biblioteca giratoria cercana a mi asiento. Yo tenía entonces (y no importa saber si ha variado) una muy baja idea de la cultura literaria de nuestros políticos, y grande fué mi asombro al ver allí un tomito de sonetos de Shakespeare y otro de poesías de Swinburne, ambos en inglés, junto a un libro de Bryce, entre varios sobre la democracia en los Estados Unidos. Confieso que me llené de juvenil asombro, y me puse a pensar con acrecida admiración en el político singular que tenía delante. De pronto se oyó el golpe de su lapicera tirada sobre la mesa, y al alzar mi vista me encontré con la de Pellegrini, que en aquel momento me dirigió esta inesperada pregunta: “¿Usted es el del poema?” – Yo era “el del poema”, en efecto; pero no entendí la pregunta porque el poema en cuestión era mi primer libro, recién entregado al impresor, y no conocido sino por muy pocas personas. Le averigüé de dónde sacaba tan peregrinas noticias sobre autor tan inédito y Pellegrini me respondió: “Lo he sabido por Joaquín González. Anoche nos han sentado juntos en el banquete de Concha Subercasseaux, y, para no hablar de política, hemos hablado de literatura. Él me ha dado noticias de su poema con mucho elogio. Tráigamelo, porque me ha despertado curiosidad.” - Lleno de turbación bien explicable, le respondí que la obra estaba en prensa; que él no tendría tiempo de atender aquella cosa tan nimia; y que lo demás eran bondades de González. “Tráigamelo mañana a las diez, aunque sea en los originales o en las pruebas: vamos a leerlo juntos.” – Salí de aquella casa transfigurado; pasó la noche, llegó el siguiente día, corrí a la imprenta, recogí el manuscrito, lo empaqueté prolijamente, y volví a la casa de la calle Maipú, donde Pellegrini esperaba. Me instaló a su lado en el sofá de la noche anterior; puso el paquete sobre sus rodillas, y empezó a trabajar con la cuerda del envoltorio, que se había apretado en nudo ciego. Yo, nervioso, de impaciencia, quise tomar el paquete; él me apartó las manos: “Tenga paciencia, joven señor poeta.” - Le propuse que rompiera la cuerda: “No, señor –me contestó- los nudos hay que desanudarlos.” – Entonces, estimulado por aquella afectuosa familiaridad, me atreví a responderle: “Como la gente dice que usted no sabe desatar nudos, sino cortarlos...” Sonrióse paternalmente; aguzó las uñas, empecinóse de nuevo, separó al fin las cuerdas, diciéndome con aire de triunfo: “Ya podrá usted alguna vez decir que Pellegrini sabe cortar nudos; pero también, cuando se lo propone, sabe desanudarlos".

La intervención del Gringo y todo lo atinente a su consejo al presidente Sáenz Peña de llamar a Aristóbulo del Valle, se sabría recién trece años después y por testimonio directo del propio Pellegrini, quien lo contó el 11 de junio de 1906 en su discurso en la Cámara de Diputados de la Nación, tal como consta en el Diario de Sesiones de esos día, mes y año. 
Y con respecto a la anécdota narrada por Ricardo Rojas, lo que refiere ocurrió; la primera parte, el 19 de setiembre de 1902; y la segunda, al día siguiente, el 20. Y admito que el estimado lector podría, perfectamente y con todo derecho, preguntarme: "¿Y cómo cuernos sabe usted cuándo sucedió, si Pellegrini no dijo nunca nada sobre ello y Rojas en su libro no lo especifica? ¿Tiene, por acaso, la máquina del tiempo o es adivino?". 
Responderé que ni lo uno ni lo otro, y que en efecto, el escritor no aclara cuándo pasó; pero sí nos da otros datos que me han permitido elucidarlo. Le cuento: en la narración de Rojas; Pellegrini, con eso de "en el banquete de Concha Subercasseaux", se refiere a Carlos, un político y diplomático chileno así apellidado, que fue designado por el gobierno de su país ministro plenipotenciario ante el nuestro desde 1900 hasta 1903. Supe, entonces, que la acción se daba en ese período. Asimismo, Rojas refiere que Pellegrini le dijo que lo habían sentado "junto a Joaquín González", aludiendo, por supuesto, a Joaquín V. González, político, jurista, escritor, filósofo, educador e historiador; con el cual "por no hablar de política, hemos hablado de literatura" (y dicho sea de paso, en esta nuestra Argentina, nadie -salvo, quizá, Borges- leyó en su vida tantos libros como González; tengo para mí que los leyó todos, incluso uno inédito de poemas de un hasta allí ignoto autor como lo era por entonces Ricardo Rojas). Perdón por la digresión, sigo: Y, ¿por qué Pellegrini no querría hablar de política con González, con quien al fin y al cabo eran amigos y correligionarios en el PAN? Pues claro está que era porque ya se había producido la ruptura con Roca, de quien González era ministro; con lo cual acoté entonces el lapso al trienio 1901-1903. Además, constaté que Pellegrini estuvo con Concha Subercasseaux en tres banquetes: uno de ellos se dio en 1902, y los restantes en 1903; supe entonces que debía ceñirme a esos dos años. Por último, descarté 1903, ya que en uno de los banquetes, que tuvo lugar en la Casa Rosada el 24 de mayo de ese año, Pellegrini no estuvo sentado al lado de González, tal como puede apreciarse (con esfuerzo, dada la mala calidad de la imagen) en esta fotografía de la revista Caras y Caretas de por entonces, y como puede leerse en el texto de la nota en el cual se detalla cómo estaban distribuidos ante las mesas los asistentes: "A la derecha del general Roca tomaron asiento el ministro de Chile, doctor Drago, general Vergara, monseñor Sabatucci, ministro Avellaneda; á su izquierda el vice almirante Montt, teniente general Mitre, ministro González, contralmirante Muñoz Hurtado y ministro Fernández, alternándose a un lado y otro por orden de precedencia, los miembros del cuerpo diplomático con los secretarios de estado, los delegados chilenos funcionarios, miembros de la comisión de festejos, jefes del ejército y armada, delegados uruguayos, comandantes y oficiales de buques de guerra extranjeros, secretarios de la presidencia y edecanes, notándose con satisfacción la presencia del doctor Pellegrini":


El otro banquete, celebrado en julio de 1903 y que tuvo lugar en el Prince George's Hall, fue con motivo del retiro del país de Carlos Concha Subercasseaux, quien retornaba al suyo y fue despedido por Pellegrini en un emotivo discurso que pronunció esa noche. Y tampoco en esa oportunidad, estuvo el Gringo sentado junto a González, como puede apreciarse en la imagen publicada en Caras y Caretas en su edición del 11 de julio de ese año:


El banquete al que se refería Pellegrini era, pues, el de 1902, que se realizó en la legación chilena el 18 de setiembre y en el cual, efectivamente, el protocolo lo había ubicado junto a González. Ergo, si Rojas consigna en su libro que el Gringo le dijo "anoche"; eso sitúa el encuentro entre ambos el 19, y lo de "tráigamelo mañana a las diez"; nos ubica en el día siguiente, esto es, el 20. Y de paso, ignoro si los biógrafos de Rojas tendrán o no el dato del año de su ingreso como periodista al diario El País; pero por si no lo tenían, ahí está: fue en 1901, ya que escribe: "pasó más de un año sin que volviese a hablar con Pellegrini".
Tenemos entonces que efectivamente, el Gringo sí sabía desatar nudos y no sólo cortarlos, como había afirmado el Zorro. Aunque claro, como le dijo a Rojas, eso "cuando se lo propone"; con lo cual uno podría lamentar que no se lo haya propuesto cuando, por ejemplo, apeló a cortar el nudo, declarando "rotos todos mis vínculos con el gobierno del general Roca", provocando así la fractura de una de las sociedades políticas más exitosas que hayamos tenido por estas tierras. O cuando tampoco se propuso deshacer el nudo con el que había atado a su íntimo amigo y socio, Roque Sáenz Peña, frustrando en 1892 el acceso de éste a la presidencia y atrasando el reloj de la historia argentina en 18 años.
Pero eso sí: con sus aciertos y errores, virtudes y defectos, méritos y deméritos, grandezas y miserias, eran otros políticos, eran otros hombres más hombres los nuestros. Y se me antojan ellos tan, pero tan lejos de los fantoches de este nefasto y oprobioso presente; que el sólo pensarlo me remite a la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
En fin...

-Juan Carlos Serqueiros-