… Y el cohecho no es un descubrimiento nuevo en la política… el partido de los atorrantes va tomando un carácter bien distinto... (Roque Sáenz Peña)
En el año 1884, Roque Sáenz Peña, quien se había desilusionado de la política tras su paso por las filas del republicanismo de Aristóbulo del Valle y Leandro Alem, pero ya renovadas por entonces sus ideas e inquietudes; militaba en el Partido Autonomista Nacional, en cuyo seno se debatía la sucesión presidencial, es decir, quién habría de resultar el candidato por el oficialismo en las elecciones de 1886, que se realizarían previamente al término del período de gobierno de Julio A. Roca, por lo cual pugnaban Bernardo de Irigoyen, Dardo Rocha y Miguel Juárez Celman (este último, concuñado de Roca, ex gobernador de Córdoba y desde el año anterior, senador nacional por dicha provincia).
Sáenz Peña, desafecto a la candidatura de Irigoyen, a quien consideraba —pese a haber sido en 1880 su subsecretario en el ministerio de Relaciones Exteriores— uno de los hombres más atrasados (sic), y asimismo opositor decidido a la de Rocha; por esa época apoyaba activamente las aspiraciones de Juárez Celman.
En ese contexto fue que mantuvo con este último una nutrida correspondencia (la cual se conserva en el AGN), y en una de las cartas que le dirigía, fechada el 14 de julio de aquel año, consignaba lo de “partido de los atorrantes” en referencia al sector que impulsaba la candidatura de Rocha, achacándole la figuración en él de hombres de moral laxa, saltimbanquis, sinvergüenzas, desfachatados, que medraban con la obra pública y sirviéndose del Banco de la Provincia de Buenos Aires.
Tengo para mí que se trataba más de un chusmerío politiquero destinado tanto a halagar la vanidad de Juárez Celman, como a realzar la importancia que en su concepto éste debería de asignarle a Sud-América (el diario que Sáenz Peña había fundado junto a Carlos Pellegrini, Ezequiel Ramos Mexía, Delfín Gallo y Paul Groussac para enfrentar a Rocha, y al que por entonces procuraban —él, Pellegrini y Ramos Mexía; que no Groussac y mucho menos Gallo en tanto partidarios y firmes sostenedores de la candidatura de Irigoyen— constituir en el principal órgano propagandístico del juarismo porteño), y asimismo la del propio Sáenz Peña; que de una pintura que fuese fielmente representativa de la realidad: ni Rocha era el jefe de una caterva de atorrantes y coimeros, ni el juarismo era precisamente un convento de carmelitas descalzas. De hecho, puesto Sáenz Peña al frente de la dirección del diario, tardó sólo un mes en renunciar a la misma, e incluso; renunció también a la presidencia del comité Capital del juarismo.
Por otra parte, mi querido lector, le cuento que el empleo del vocablo “atorrantes” por parte de Roque Sáenz Peña, viene a dar por tierra con la desgraciadamente tan difundida versión de que fue creado para adjetivar personas que se metían a vivir en los grandes caños destinados a las obras públicas de desagües y cloacas, que —dicen, mentirosamente— estarían fabricados por una empresa "A. Torrent”. Lo cual es un completo delirio, porque jamás existió ni en Cataluña ni en Inglaterra ni en Francia ni en sitio alguno del mundo, una firma fabricante de caños que girara bajo la razón social o usara como marca "A. Torrent”.
Lo cierto —y documentalmente comprobado hasta aquí y ahora— es que el primero en citar el término “atorra” (de atorrar, esto es, dormir) fue Benigno Baldomero Lugones en un artículo titulado (con marcada ironía, por supuesto) “Los caballeros de industria”, el cual fuera publicado en folletín por el diario La Nación en su edición del 6 de abril de 1879. Lugones (n. Buenos Aires, 13.02.1857 – m. París, 27.10.1884) fue un periodista (fallecido a causa de la tuberculosis cuando contaba tan sólo 27 años) que circunstancialmente ofició de escribiente de policía, lo cual le dio acceso al argot usual en el mundillo del delito y la marginalidad, o sea, el lunfardo.
En síntesis, “atorrante” es el que “atorra” o “torra”, es decir, el que duerme u holgazanea, y proviene de “atorrar” o "torrar", un argentinismo para designar eso y cuyo origen se presume derivado de “torrado” (del latín torrere), o sea, el tostado de los granos de café: a quienes se empleaba en los almacenes de ramos generales para dicha tarea, se les permitía pernoctar en los depósitos, y consecuentemente dormían sobre las bolsas de café.
Seguramente en razón de que Lugones en su artículo cita lo de atorra para referirse a “duerme”, pero concatenada, entremezclada, con la mención y aun la descripción en detalle de robos, estafas y otras actividades non sanctas como por ejemplo, la falsificación de billetes (que por obvios motivos era perseguida con especial celo por los directores del Banco de la Provincia de Buenos Aires), más temprano que tarde se asoció al atorrante con el delincuente, surgiendo así otra acepción del vocablo, usada para adjetivar a alguien de dudosa moral, desvergonzado (que era, precisamente, a lo que aludía Sáenz Peña mencionando al de Rocha como “el partido de los atorrantes”).
Por último, muy adelantada la segunda mitad del siglo XX, comenzó a usarse “atorrante” dándole una significación ya no tan peyorativa e insultante, sino más bien tolerante y aun con cierto grado de simpatía, aplicándola a quien evidencia astucia, es “piola” y posee la habilidad de seducir y hacerse perdonar sus faltas. Y justamente, una arista… digamos precursora, anticipatoria, de esta última clase de atorrantes, había en la índole de aquel Sáenz Peña de 1884, joven de 33 años, cultísimo, elegante, de linaje y fortuna, soltero codiciado por mujeres de la más alta sociedad, portador legítimo del aura que le otorgaba su condición de héroe de la guerra del Pacífico, y en fin, hombre más que corrido en materia de francachelas, quilombos y putas.
Ya ve usted, apreciado lector, que atorrantes, lo que se dice atorrantes... hay muchos y de todo pelo y señal.
¡Hasta la próxima!
-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS
AGN. Fondo Juárez Celman. Correspondencia Roque Sáenz Peña - Miguel Juárez Celman, 1884.
BNMM. Lugones, Benigno. Crónicas, folletines y otros escritos: 1879-1884 / Benigno Lugones; con prólogo de Diego Galeano (col. “Los raros” n° 36). Buenos Aires, 2011.
Diario La Nación, ed. del 06.04.1879.
Giorlandini, Eduardo. Cosas del tango y del lunfardo. Editorial Raigambre, Bahía Blanca, 2000.
Gobello, José. Vieja y nueva lunfardía. Editorial Freeland, Buenos Aires, 1963.
Sáenz Quesada, María. Roque Sáenz Peña: el presidente que forjó la democracia moderna. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2014.