lunes, 17 de junio de 2013

DE CUANDO LA RIVALIDAD NO ERA SÓLO DEPORTIVA



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Nostalgia de las cosas que han pasado, / arena que la vida se llevó / pesadumbre de barrios que han cambiado / y amargura del sueño que murió. (Homero Manzi)

José Arturo Severino fue, sin dudas ni quizás, uno de los innovadores del tango. 
Si su notoriedad no corre pareja con sus innegables méritos musicales y si su trascendencia se circunscribe a los cultores del género; ello se debe sólo a que no quiso cambiar de querencia. Severino era de su barrio y a él pertenecía, con él estaba identificado y se erigía así en ícono principalísimo del mismo y de su gente. Y luego... lo sería también de su club.
Había nacido en fecha y mes no precisados de 1893, en los arrabales de Buenos Aires, en los Corrales o Barrio de las Latas, como se llamaba por entonces y como se le decía popularmente a lo que después, a partir de 1902, sería el Parque de los Patricios.
Apodado "la Vieja" (algunos dicen que porque sus facciones recordaban a la Vieja del juego del sapo, y otros sostienen que era porque siendo muy jovencito, andaba en amoríos con una mujer casada, mucho mayor que él -que se refería a ella como "la vieja"-, y que un día en que el marido de esta señora llegó antes de lo previsto; el pibe tuvo que salir corriendo desnudo por los fondos de la casa y que al saltar un alambrado de púas, se lastimó un testículo), Severino no era un compositor y ejecutante intuitivo, de esos llamados de oído o autodidactas; sino que había tenido una esmerada formación músical. Comenzó tocando la guitarra, hasta que cierto día de 1907, yirando con ese su primer instrumento por las llamadas casas de baile (en realidad, prostíbulos, quilombos) y por los cafés de extramuros (peringudines), conoció al Pardo Sebastián Ramos Mejía (que no era, como podría inferirse, un integrante de esa linajuda familia; sino un descendiente de esclavos africanos que habían servido en esa casa, y que como era usual en épocas del virreinato, habían adoptado el apellido de sus amos), un mayoral del tranway, es decir, del tranvía (que por entonces, era aún tirado por caballos) que oficiaba también de músico y a quien se sindica como uno de los primeros -sino el primero- ejecutantes de bandoneón por estas tierras. Fue el Pardo quien convenció a la Vieja de trocar viola por fueye.
El 1 de noviembre de 1908, siendo todavía un adolescente de 15 años, Severino asistió a lo que representaría un hito en la historia de su barrio: la reorganización de aquel club que el 25 de Mayo de 1903, en Nueva Pompeya, había fundado un grupo de alumnos del Colegio Luppi: el glorioso Huracán.


 

Ese mismo año marcaría su debut como músico profesional, y así formó junto al guitarrista Marino García, un dúo que a poco se haría cuarteto con la adición de otra guitarra: la de Félix Camarano, y de un violín: el de Luis Adesso, y que más pronto que tarde se constituiría en la atracción principal del mítico Café de Benigno, ubicado en la calle La Rioja 2177.
Por 1911, ya con 18 años, Severino se fue del hogar paterno, pero no del barrio, de su barrio; porque en él permaneció, alquilando una casita en Pavón entre Jujuy y Alberti, en la cual instaló su academia musical.
Como casi todos los compositores de esa época, hizo tangos que en principio no llevaban título, a la espera de dedicárselo a alguien de generosa billetera que contribuyese con algunos pesos a sus flacos grilos de esforzado músico o a que, si tal circunstancia no se daba; terminasen siendo "bautizados" con algún rótulo picaresco, como por ejemplo, ese sugestivo Metéle bomba al p...rimus. El artefacto en cuestión, era un calentador de bronce, de la marca Primus, de los del tipo alimentado a kerosén, al cual había que bombear, de modo que el combustible subiese desde el depósito hasta el mechero previamente encendido con alcohol de quemar (y de allí la más que obvia alusión al bombeo del acto sexual):

 

Como todo hincha de Huracán, Severino experimentaba una admiración rayana en la devoción hacia la arquetípica figura de ese hombre extraordinario que fue el ingeniero Jorge Newbery, gran mecenas del Club, Presidente Honorario del mismo y cuyo globo aerostático se constituyó, a partir de 1911, en su insignia. Luego de la trágica muerte de Newbery en 1914, la Vieja lo homenajeó en la forma de un tango al que tituló, precisamente, Un recuerdo á Newbery:


 

La rivalidad entre Parque Patricios y Boedo no se limitaba a lo deportivo (ámbito este reservado en principio a los players de Huracán y de San Lorenzo, que eran quienes en el field disputaban los partidos, pero que indefectiblemente se trasladaba a las parcialidades que constituían los vecinos de uno y otro barrio alentando a sus respectivos clubes), no; también se extendía a lo musical. Así como Parque Patricios tenía a su José Arturo "la Vieja" Severino; Boedo tenía a su Francisco "el Tano" Famiglietti. Quemero uno y cuervo el otro, ambos músicos y bandoneonistas excelentes, tenían entablada entre sí una sana competencia que iba desde las camisetas de los clubes de sus amores hasta lo artístico, sin dejar por ello de dispensarse mutuamente una sincera y consecuente amistad que ninguno de los dos desmintió ni ofendió nunca.
La Vieja acababa de componer un tangazo de aquellos, Trompito N° 2, que provocó enorme repercusión:

 

Dice Oscar Zucchi que Vicente Demarco (que en 1928 fue pianista de Severino) le contó que era tal el duelo artístico que sostenían, que al enterarse del tango que había creado la Vieja, su amigo y archirrival el Tano, no quiso quedarse atrás; así que le "contestó" con uno que se le había inspirado mientras cruzaba el charco de regreso a Buenos Aires desde Montevideo, ciudad a la cual había ido a actuar, en un viaje en barco que resultó muy movidito, de resultas de lo picado que estaba el río, y al cual tituló Mar revuelto. La pieza musical tenía la particularidad de requerir una especial destreza a la hora de ejecutarla en el bandoneón, dada la cantidad de seisillos para mano izquierda que contenía en una de sus partes, y como sobre Severino corrían mentas (ciertas) de que era el creador de los arabescos y firuletes para mano izquierda en el fueye; Famiglietti demostró a su vez que él de manco no tenía nada. El Tano también compuso un tango milonga llamado a tener gran suceso: Un bohemio.


 

Famiglietti era una gran persona, profundamente solidaria y que hacía de la amistad un culto. Obstinadamente remiso a grabar sus obras y a integrar grupos u orquestas dirigidas por otro, vivía de dar clases de música en su casa y de sus actuaciones en los cafés de Boedo, en los cuales era el ídolo, el crédito local. Cierta vez, en uno de ellos contrataron a su trío, en el que había un músico negro: el violinista uruguayo Modesto Ocampo. El desempeño del grupo gustó mucho al dueño del sitio, quien le ofreció a Famiglietti ponerlo como número estable, pero a condición de que reemplazara al violinista, porque según le dijo, "era muy negro, y eso allí, no pegaba". El Tano le respondió al tipejo: "Sí, es muy negro... pero también es un músico muy talentoso y tiene un corazón muy grande. Por eso, usted quédese con el trabajo que me ofrece; que yo me quedo con el negro, que es muy amigo mío".
Por su parte, Severino, siempre innovador y a la vanguardia de todo, armó una formación inédita para la época, que consistía en una orquesta de diez integrantes: un flautista, tres guitarristas, tres violinistas y tres bandoneonistas. 
Decididamente, la Vieja era un precursor, pero también, al igual que su amigo y rival Famiglietti; era muy reacio a la hora de tocar en orquestas dirigidas por otro, y debido a eso fue lo fugaz de su paso por la de Francisco Canaro, al cual enseguida dejó, para formar otro grupo encabezado por él mismo, cuyas actuaciones serían la sensación en el café El Caburé, que quedaba en Entre Ríos 1253. El éxito sería tan resonante, que la compañía Víctor quiso que grabara para su sello; pero Severino era tan renuente para esas cosas, que sólo llegó a grabar ocho tangos. Y... lo de siempre... era que la Vieja no quería salir del barrio, y por eso, formó yunta con otro quemero ilustre, también gran músico y compositor, que tres años después sería nada menos que guitarrista de Carlos Gardel hasta aquel trágico 24 de junio de 1935: Guillermo Desiderio Barbieri.
Severino falleció el 30 de enero de 1934, día este en que todo Parque de los Patricios lo lloró. Tanto, como lloraría todo Boedo a Famiglietti aquel 9 de julio de 1937 en que murió.
Por alguna dimensión andarán, junto al Tigre Arolas, el Gordo Troilo y el Gato Piazzolla, tal vez sacándose chispas con sus bandoneones, quizá sufriendo el uno por el quemero y el otro por el santo; pero de seguro... compartiendo el mate y el faso de la buena y criolla amistad.

-Juan Carlos Serqueiros-