domingo, 20 de noviembre de 2011

VOLVER




















VOLVER 
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

Volví
Aún no sé por qué

Ni para qué
Si ya no soy de aquí
O quizá nunca fui


Volví
Buscando, tal vez, la certeza de no haber sido
O la afirmación de ya no ser

De no pertenecer
(Uno nunca sabe)

Y sin embargo; volví

Esperaba el carro y los gritos
De Farolito, el verdulero
Y vino en cambio
Un camión de Carrefour
(Economía de escala, que le dicen)


Volví
Buscando el potrero aquel
Donde un flaco larguía era el centrojás
Del Social y Deportivo Barrio Parque
Aquel lungo de los chapes nocturnos
En el nocturno porche
De María Angélica
La de nocturnas botas blancas

Y más nocturno minishort
Sacerdotisa de nocturnas fantasías
De solitarios placeres febriles y secretos

También nocturnos

Inútil, estéril, triunfador y vencido
Volví
Pero sin poder volver
Porque (ahora lo sé)
Nunca, nunca
Del todo me fui


-Juan Carlos Serqueiros-

LUCES Y SOMBRAS DE FRANCIA







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Dios me libre de querer absolver al doctor Francia; digo solamente que su dictadura fue un resultado, no una causa, y que la causa que creó esa dictadura es la misma que engendró la del general Rosas, a saber: la congestión morbosa o enfermiza de la vitalidad de vastos países en una provincia, en una ciudad, en una mano. (Juan Bautista Alberdi)

La figura histórica del doctor Francia, tan polémica, enigmática y controversial en tanto admirada y odiada alternativamente, y de tan fundamental relevancia en la República del Paraguay, siempre me ha resultado especialmente atrayente para hacer de ella un análisis honesto, desapasionado y desprejuiciado.
En nuestro país, la misma ha tenido “mala prensa”, lo cual creo debe atribuirse en buena proporción a la influencia del libro Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos. Si bien me parece un texto excelente; también considero que así como no puede analizarse históricamente a Rosas a partir del Facundo de Sarmiento; tampoco es lícito tratar de comprender el período de gobierno del doctor Francia desde la obra de Roa Bastos, por magistral que ésta sea (y lo es, sin dudas) en lo literario.
Como sujeto histórico, su importancia radica en que fue, desde los postulados suaristas, el artífice de la independencia de su país y quien cimentó y consolidó la nacionalidad paraguaya desde un peculiar gobierno en el cual conjugó la institución romana de la dictadura, con la aplicación de las premisas rousseaunianas, caso único -por lo menos, hasta donde alcanzan mis conocimientos- en nuestra América. Y no sé si también en el mundo; creo que sí…
José Gaspar Rodríguez de Francia y Velazco (en realidad, José Gaspar de Francia y Velazco; luego se le agregaría el “Rodríguez” como producto de anteponer a su apellido el nombre de su padre: Rodrigues, castellanizado en Rodríguez, y  trocándose el apellido -de origen portugués- França, por Francia), nació en Asunción del Paraguay en fecha no precisada documentalmente (al presente, su fe de bautismo no ha sido hallada). Usualmente se acepta el 6 de enero de 1766; pero hay quienes sostienen que fue en 1755. Particularmente, me inclino por la primera hipótesis, ya que se conserva la carta dirigida en agosto de 1809 por el Cabildo de Asunción al virrey Cisneros, en la cual se informa a éste el nombramiento como diputado del “doctor José Gaspar Rodríguez de Francia… de cuarenta y tres años…” (sic). Era hijo del matrimonio integrado por Garcia Engracia Rodrigues França, capitán de artillería portugués (luso-brasilero nacido en la ciudad de Mariana del distrito del virreinato del Janeiro) al servicio de España y alcalde del Cabildo de Asunción; y la paraguaya María Josefa de Velazco, proveniente de familia de antiguo linaje. Cursó sus estudios elementales en Asunción, en el Colegio San Francisco, y luego, en 1781, fue enviado por su padre a completar sus estudios superiores al Colegio de Montserrat, de la Universidad de Córdoba del Tucumán, de donde egresaría en 1785 como Maestro de Filosofía y Doctor en Teología. Fue durante ese período de su vida que resultaría marcado para siempre por la influencia que en él tuvieron las lecturas de las obras de Santo Tomás de Aquino,  del filósofo ginebrino Jean-Jacques Rousseau y del estudio del derecho romano antiguo.
Regresado a Asunción el flamante doctor Francia, tuvo una seria disputa con su padre al comunicarle a éste que su intención era la de dedicarse al derecho y no la de ordenarse sacerdote como se pretendía de él. La intransigencia del padre motivaría que el doctor Francia le requiriese su parte de la herencia familiar -que legítimamente le correspondía, por haber fallecido su madre- y se marchase de su casa a vivir solo y dedicado a la profesión que tenía pensado abrazar: la de abogado. Cursó una solicitud para ingresar como docente al Real Colegio de San Carlos, de Asunción, luego de lo cual le fueron otorgadas dos cátedras ganadas por concurso: la de Latín y la de Teología.
Paralelamente a ello, su bufete de abogado iba creciendo en fama como consecuencia de su habilidad como jurista y de su intachable honestidad. Cobraba elevadísimos honorarios a quienes podían pagarlos y atendía gratis a los pobres; pero sin hacer entre su numerosa clientela más distingo que ese. Todos sus clientes, fuesen ricos y pobres, pagasen o no sus honorarios, podían confiar ciegamente en que el doctor Francia pondría el concurso de lo mejor de sí en la defensa de sus intereses, y jamás vieron defraudadas sus expectativas.
Por esos tiempos aconteció en su vida una circunstancia que tendría en él consecuencias irreversibles: había decidido que le era llegada la hora de pensar en casarse, y para ello solicitó la mano de una dama asuncena llamada Clara Petrona de Zavala. Tal parece que los padres de ésta (que en rigor de verdad estaba enamorada de otro hombre que sería luego su esposo: Juan José Machain), rechazaron el pedido de mano en términos muy descomedidos, ofensivos y hasta ultrajantes, tildando al despreciado pretendiente de mameluco paulista, es decir, mulato brasilero. El odio que se originaría en el doctor Francia hacia la familia Zavala (y por añadidura hacia toda la aristocracia paraguaya) perduraría durante el resto de su vida y lo conduciría a una irreductible misoginia, llevándolo además (después, cuando ya ejercía la suma del poder público) a incurrir en deplorables y condenables atrocidades, entre las cuales no es la menor el haber tenido preso como reo de estado a Juan José Machain durante catorce años en una tenebrosa mazmorra, para terminar fusilándolo el 27 de mayo de 1835 luego de haberlo puesto en capilla durante seis meses, anunciándole cada día que al siguiente sería ejecutado.
Es de estricta justicia aclarar que, en efecto, Juan José Machain había estado involucrado activamente en una conspiración para derrocarlo y asesinarlo -además de haber participado, en 1811, en una conjura tendiente a reponer en el gobierno a Velazco-; pero ello de ninguna manera atenúa la monstruosidad del doctor Francia de haberlo mantenido en prisión catorce años antes de ejecutarlo. Según el historiador Julio César Chaves, el Dictador había dispuesto la prisión de Machain durante tantos años como hubiese durado su matrimonio con Petrona de Zavala, antes de ser detenido. Terrible.
Diversos factores concurrían para que al momento de estallar en Buenos Aires la Revolución de Mayo, la provincia del Paraguay estuviese en condiciones de proclamar su propia independencia respecto a cualquier otro poder, sea éste español, luso-brasilero o... porteño. Su particular situación geográfica, que la hacía proclive al aislamiento, la especial identificación de sus pobladores con el terruño, la influencia de las misiones jesuíticas y el antecedente de la revolución de los comuneros, eran los principales. Así las cosas, no era de extrañar que el Paraguay viera a la expedición militar mandada por la Junta de Buenos Aires con Manuel Belgrano a su frente, como un intento de avasallar su autonomía. De allí la convocatoria en Asunción al congreso del 24 de julio de 1810. Luego, rechazada la fuerza comandada por Belgrano, los paraguayos, de resultas de un movimiento encabezado por Vicente Iturbe y Pedro Caballero, conformaron una junta de gobierno integrada por el propio gobernador Bernardo de Velazco, Juan Zeballos y Gaspar Rodríguez de Francia.
Se iniciaba de ese modo la carrera política del doctor Francia (que ya había tenido algunos otros preliminares, los cuales, por necesarias limitaciones de espacio en el presente artículo me veo precisado a obviar), la cual ya no se detendría.
Muy pronto, se alejó del gobierno a Velazco, sospechado de españolismo y de connivencia con los portugueses, y se eligió la Junta Gubernativa presidida por Fulgencio Yegros e integrada además por Pedro Caballero, fray Francisco Bogarin, el doctor Francia y Fernando de la Mora. Se dispuso también que hasta tanto se reuniese un congreso general de todas las provincias del virreinato, el Paraguay se gobernaría a sí mismo con absoluta prescindencia de Buenos Aires; a la par que se designaba al doctor Francia como diputado representante del Paraguay ante el gobierno de ésta. Por escrito (con mucho del suarismo) pensado y redactado por el propio doctor Francia, fechado el 20 de julio de 1811, el Paraguay comunicaba a Buenos Aires que se constituía en provincia libre y en pleno goce de sus derechos. El gobierno de Buenos Aires destacó entonces hacia Asunción a Manuel Belgrano y Vicente Anastasio Echevarría, a fin de acordar con los paraguayos que “la provincia del Paraguay debe quedar sujeta al gobierno de Buenos Aires, al igual que lo están las demás Provincias Unidas, por exigirlo así el interés común de todas”. A la opinión de Belgrano se opuso tenazmente el doctor Francia, quien sostuvo la autonomía paraguaya, acordándose finalmente, el 12 de octubre de 1811, que mientras no se verificase un pacto federal entre todas las Provincias del Río de la Plata; la provincia del Paraguay se manejaría independientemente.
Luego, los sucesivos cambios de gobierno (Triunviratos, Asamblea, Directorios), llevaron a que el Paraguay fuera aislándose cada vez más, de modo de sustraerse a la anarquía; hasta que un Congreso celebrado en Asunción en julio de 1813, decidió, el 12 de octubre del mismo año, la proclamación de la República del Paraguay.
Ya eran Fulgencio Yegros y Francia los hombres fuertes e influyentes en el Paraguay, y así, se estipuló como forma de gobierno un Consulado, figura por la cual Yegros y Francia se alternarían en el cargo por períodos de cuatro meses. La labor desplegada por el doctor Francia fue verdaderamente ciclópea: moralizó la administración pública, terminó con los abusos y prebendas, organizó el ejército y redujo al clero a su función específica: la eclesiástica; impidiéndole participar en adelante de las cuestiones políticas y gubernamentales. En síntesis, puso en planta las ideas rousseaunianas, y en lo que respecta a la iglesia, se demostró como un discípulo de Maquiavelo al subordinar lo espiritual a los intereses del Estado.
Corresponde señalar que el gran peso de la tarea del Consulado recayó casi exclusivamente en el doctor Francia; ya que Yegros era hombre poco proclive al trabajo y más bien inclinado a las exterioridades del poder, antes que al ejercicio efectivo del gobierno y a la administración en sí (para todo lo cual, dicho sea de paso, carecía de instrucción, atributos e inteligencia). En razón de ello, y llegando a su fin el mandato conferido, se resolvió la convocatoria a un nuevo congreso, fijándose ésta para el 3 de octubre de 1814.
Hábilmente, el doctor Francia se había asegurado una mayoría favorable entre los congresales, e inaugurado el evento pidió derechamente la concentración del poder en una sola persona (persona esta que, descontaba, no sería otra que él mismo, obviamente). Luego de algunos cabildeos y discusiones, el cuerpo de mil congresales decidió la creación del cargo de Dictador del Paraguay, por el término de cinco años, nombrando para ocuparlo al doctor Francia, con un sueldo de 9.000 pesos anuales (que éste rechazaría, manifestando que con un tercio de dicha suma bastaba y sobraba para atender a sus necesidades). Posteriormente, el 1 de junio de 1816, otro congreso (cuyos componentes fueron cuidadosamente escogidos por él mismo, por supuesto que sólo entre sus partidarios y obviando a quienes se le oponían), lo designó Dictador Perpetuo, con un sueldo de 12.000 pesos anuales, que el doctor Francia hizo reducir a 7.000.
La legitimación de su poder quiso también hacerla, además del sufragio de sus compatriotas que lo habían erigido en Dictador; a través de la iglesia: claramente suarista era el catecismo que se impartía a los niños paraguayos durante el francismo:

Pregunta: ¿Cuál es el gobierno de tu país?
Respuesta: El patrio reformado.
P: ¿Qué se entiende por patrio reformado?
R: El regulado por principios sabios y justos, fundados en la naturaleza y necesidades de los hombres y en las condiciones de la sociedad.
P:¿Puede ser aplicado a nuestro pueblo?
R: Sí, porque aunque el hombre, por muy buenos sentimientos y educación que tenga, propende para el despotismo, nuestro actual primer Magistrado acreditó, con la experiencia, que sólo se ocupa de nuestra prosperidad y bienestar.
P: ¿Quiénes son los que declaman contra su sistema?
R: Los antiguos mandatarios, que propendían entregarnos a Bonaparte y los ambiciosos de mando.
P:¿Cómo se prueba que es bueno nuestro sistema?
R: Con hechos positivos.
P: ¿Cuales son esos hechos positivos?
R: El haber abolido la esclavitud, sin perjuicio de los propietarios, y reputar como carga común los empleos públicos, con la total supresión de los tributos.
P: ¿Puede un estado vivir sin rentas?
R: No, pero pueden ser reducidos los tributos, de manera que nadie sienta pagarlos.
P: ¿Cómo puede hacerse eso en el Paraguay?
R:Trabajando todos en comunidad, cultivando las posesiones municipales como destinadas al bien público, y reduciendo nuestras necesidades, según la ley de nuestro divino maestro Jesucristo.
P: ¿Cuáles serán los resultados de este sistema?
R: Ser felices, lo que conseguiremos manteniéndonos vigilantes contra las empresas de los malos.

P: ¿Durará mucho este sistema?
R: Dios lo conservará en cuanto sea útil. Amén.

A principios de 1820, el doctor Francia tomó conocimiento a través de los numerosos espías que tenía destacados en todos los ámbitos, de una conjura en su contra, al frente de la cual se encontraba su primo Fulgencio Yegros. El Dictador intentó disuadir a éste, no obstante lo cual la conspiración continuó avanzando en sus planes y preparativos. Los complotados siguieron sus reuniones, sin percatarse de que el doctor Francia, que los tenía bajo una estricta vigilancia, estaba enterado de todo. A comienzos de la Semana Santa de 1820 fueron detenidos algunos de los más notoriamente implicados, y uno de ellos (que aún no había sido apresado), Juan Bogarín, no tuvo mejor idea que confesarse con un sacerdote al cual le contó que el plan era asesinar al doctor Francia ese Jueves Santo; para suplantarlo en la conducción del país por Fulgencio Yegros. El cura le sugirió a Bogarín que fuera a anoticiar de todo al doctor Francia y Bogarín se hizo eco del consejo del sacerdote. Fue el desastre para los conjurados. En un mes fueron apresados 178 implicados entre los cuales se contaban Fulgencio Yegros, Pedro Caballero, Marcos Baldovinos, Pedro Montiel, el citado Juan Bogarín y muchos otros.
En un principio el doctor Francia, en tanto hombre de leyes y estricto observante de las mismas, estuvo inclinado a la moderación y ordenó la instrucción de un sumario a los detenidos a fin de obtener las pruebas de su participación en la conspiración. Seguramente, se habría limitado a ejecutar a los principales cabecillas y la cosa no hubiera pasado de allí; pero para desgracia de los complotados, un suceso cambiaría radicalmente la situación: en setiembre de 1820, el general José Artigas, derrotado y perseguido por el caudillo entrerriano Francisco Pancho Ramírez, se vio obligado a pedir en el Paraguay al doctor Francia, concediéndoselo éste. Ante esto, Ramírez solicitó al Dictador paraguayo la extradición de Artigas, a lo cual se negó el doctor Francia; entonces Ramírez comunicó a los otros firmantes del Tratado del Pilar (Manuel de Sarratea por la provincia de Buenos Aires y Estanislao López por la provincia de Santa Fe), que se disponía a invadir el Paraguay. Una carta suya dirigida a Yegros en Asunción, en la cual le prometía que iría pronto a liberarlo, fue interceptada por soldados paraguayos y fue a parar al Dictador, quien tuvo acceso de esa manera a las pruebas del complot que hasta ese momento estaba empeñado en obtener por medio del sumario que había instruido.
A partir de esos hechos, el doctor Francia perdió toda ponderación y desató una implacable y crudelísima represión contra los conjurados, ordenando el empleo de la tortura para arrancarles la confesión. Fue un baño de sangre: algunos murieron en medio de tormentos, y en julio de 1821, fueron ejecutados 68 de los participantes de la conspiración, entre ellos Fulgencio Yegros y Marcos Baldovinos, en tanto Pedro Caballero se ahorcó en su celda. El proceso continuó hasta 1824, sucediéndose las detenciones y condenas a prisión en condiciones infrahumanas, aún hasta 1835, en que fue fusilado -entre otros- Juan José Machain, a quien mencioné precedentemente. Algunos, incluso, enloquecieron en la cárcel, pese a lo cual fueron pasados por las armas de todas formas.
Durante el gobierno del doctor Francia la propiedad de la mayoría de las tierras del Paraguay pasó a detentarla el Estado, creándose las llamadas estancias de la patria; se les impuso penas confiscatorias y contribuciones forzosas a los españoles (que por dedicarse principalmente al comercio interior -resentido hasta casi su virtual desaparición-, eran acérrimos -aunque aterrorizados- opositores), e incluso se condenó a muerte a algunos de ellos; se estableció la obligatoriedad de la escolaridad primaria (y se controló su efectivo cumplimiento), pero al mismo tiempo se cerraron los únicos dos establecimientos de enseñanza secundaria y superior que había en el Paraguay: el Real Colegio de San Carlos y el del Seminario, por considerar el doctor Francia que la que en ellos se impartía era extremadamente ineficaz y deficiente. Se fomentó la agricultura, diversificándose los cultivos, y la ganadería, como asimismo se alentó mucho el comercio de exportación (que debido a las características geográficas del país era en extremo problemático, dificultoso y de alto riesgo). Al mismo tiempo, se prohibió la salida de oro y plata del Paraguay; salvo para el exclusivo objeto del tráfico de armas, necesario para equipar al ejército. Los cuantiosos excedentes económicos logrados en base al impulso exportador y la casi nula importación, permitieron al doctor Francia mantener un ejército permanente de 5.000 efectivos perfectamente armados y pertrechados, y una reserva que superaba los 20.000 hombres. La oficialidad (toda de bajo rango, ya que el Dictador suprimió los grados superiores a capitán) era elegida por la propia tropa.
El ingreso de libros y periódicos estaba absolutamente prohibido; salvo los encargados por el doctor Francia para sí mismo.
Durante su gobierno, el aislamiento del Paraguay, concebido inicialmente como medida protectora ante la anarquía reinante en las provincias argentinas; se convirtió luego en total y absoluto. Nada ni nadie entraba al, ni salía del, Paraguay, sin el expreso consentimiento del Dictador (y si no, que lo diga Amado Bonpland).
En 1830, el doctor Francia ordenó la realización de un censo poblacional, a través del cual pudo determinarse al año siguiente merced a los datos obtenidos, que el Paraguay contaba con una población total de alrededor de 380.000 habitantes, de los cuales 20.000 vivían en la capital, Asunción; y el resto distribuidos en la campaña y pequeñas ciudades y villas del interior.
El Dictador impuso a sus conciudadanos la vida austera y de trabajo que él mismo llevaba y persiguió el ocio con severos castigos a la vagancia. Los acusados de vagos, comprobada su condición de tales, eran condenados a trabajos forzados en las obras públicas.
En lo que respecta a su vida personal, la misma era metódica, ordenada y rutinaria, siguiendo el precepto de los buenos hábitos enunciado por Benjamín Franklin, a quien admiraba. Antes relaté el episodio que originó su misoginia (luego de un período de disipación y afición al juego). A partir del mismo, su trato con mujeres se limitó a tres: su hermana, su cocinera y Mercedes, una mulata que le cebaba mate. Desdeñaba los placeres de la buena mesa y bebía sólo agua. Misántropo, no poseía amigos, y la existencia no había tenido para con él halagos materiales (los cuales, por otra parte, jamás buscó). Era una persona de pésimo carácter y trato áspero, altanero y despótico (son numerosas las anécdotas de las frecuentes vejaciones de que hacía objeto a sus colaboradores, a los cuales a menudo acusaba, desde su superioridad intelectual, de brutos, ignorantes y otros calificativos aún peores). 
Sin embargo, invariablemente se ponía de parte de las causas justas, sobre todo si estas eran sostenidas por gente de humilde condición. Por ejemplo, es muy famosa la anécdota de la viuda que, habiendo fallecido su marido solicitó al párroco el entierro del cadáver, negándole el cura el derecho al mismo por "haber el fallecido estado en situación irregular de amancebamiento con la solicitante". La mujer recurrió al obispo, el cual avaló lo actuado por el cura, y fue aún más allá, diciéndole a la viuda que "el alma del fallecido estaría en el infierno". Ante ese cuadro de situación, la atribulada mujer solicitó una audiencia con el doctor Francia, y concedida la misma, le planteó el problema. El Dictador se expidió manifestando que "se ordene al párroco presentar las pruebas que certifiquen que el alma del fallecido estuviese en el infierno, y que si así no lo hiciere; procediese de inmediato a enterrar al muerto en lugar sagrado".
El doctor Francia se sintió enfermo el 18 de setiembre de 1840, y se vio precisado a guardar cama. Murió en la madrugada del 20, luego de una breve agonía.
En fin, ese fue, en apretada síntesis, el hombre, y esa fue su acción de gobierno, con sus virtudes y sus defectos, sus aciertos y errores, y sus grandezas y miserias.
En cada uno de nosotros estará el discernir si fue un gran estadista a quien sus compatriotas le deben reconocimiento, o un execrable tirano merecedor del oprobio y el rechazo del género humano.

-Juan Carlos Serqueiros-