¿Sabés qué? Estoy harto, re podrido, hastiado y asqueado de escuchar a encumbrados dirigentes peronistas que se la pasan boqueando irresponsablemente y a gran estrépito eso de "buscar consensos con el radicalismo" y "hay que sumar a los radicales". Pavadas, “voceo de otarios” (Carlos de la Púa dixit). Y la otra muletilla insoportable, reiterada hasta la exasperación, es la zoncera esa de "el radicalismo es parte del movimiento nacional y popular". No es verdad. Y no sólo no lo es ahora, sino que no lo fue nunca; y afirmarlo equivale a partir desde un sofisma miserable. Basta de mentirnos a nosotros mismos y de creer en semejantes quimeras.
Te aviso, mi querido cumpa lector, en procura de ahorrarte un esfuerzo que de sobra conozco estéril: por más que bucees en la historia, incluso en la más reciente, la de hace escasos tres, cuatro o cinco añitos, y te quemes las pestañas buscando en libros y en internet; no vas a encontrar dirigentes (y mucho menos votantes) radicales que se hayan sumado al peronismo, más allá de Hortensio Quijano, Armando Antille, Juan Isaac Cooke, Homero Manzi, Arturo Jauretche, Leopoldo Moreau, Leandro Santoro y quizá un par más cuyos nombres se me estén escapando ahora. Y los sectores radicales que votaron por Perón a instancias de Hortensio Quijano, no provenían del peludismo, en tanto Quijano era anti yrigoyenista.
Pero mejor empecemos por donde se debe: el principio. Uno de los dos personajes emblemáticos del radicalismo, esto es, Leandro Alem, a quien tanto los historiadores situados en la vereda de la historia antes erigida en “oficial” como así también los que abrevan en el ”revisionismo” se empeñan en pintar lleno de virtudes y en exaltarlo hasta el paroxismo como un egregio tribuno; en la realidad tangible fue un fracaso rotundo como revolucionario, un borrachín maníaco depresivo que vivía acosado por sus fantasmas e inmerso en un mundo atemporal, y un deudor incobrable del Banco de la Provincia de Buenos Aires. En cuanto al otro ícono colocado en el altar radical: Hipólito Yrigoyen, basta con decir simplemente que se veía a sí mismo como un enigmático apóstol del misterio y el silencio convocado a una misión trascendental y “reparadora” a la que llamaba “causa”, y se había creado un molino de viento propio contra el cual luchar: eso que él reputaba de “régimen falaz y descreído”.
El radicalismo es represión y matanza de obreros en el Chaco "santafesino", en Santa Cruz y en Buenos Aires, y es masacre de indios en Napalpí. El radicalismo es el negociado de la CHADE y el de las tierras de El Palomar, es la resignación de los intereses nacionales a cambio de una coima percibida en forma del edificio de su sede partidaria en Buenos Aires. El radicalismo es Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear disponiendo caprichosamente y a mansalva intervenciones federales a las provincias. El radicalismo es el patético Amadeo Sabattini (una pésima imitación de Yrigoyen más mala aún que el original) despreciando el acuerdo con Perón para intentar, en cambio; hacerse presidente de la Nación vía los milicos de Campo de Mayo vinculados a Eduardo Ávalos. El radicalismo es la Unión Democrática de la mano de Braden. El radicalismo es "revoluciones" (fragotes, en realidad) invariablemente vencidas y fracasadas, desorden, caos y corrupción. El radicalismo es los bombardeos a la plaza de Mayo, la revolución fusiladora del 55 y las subsiguientes pseudo democracias de Frondizi, Guido e Illia. El radicalismo es todos los "funcionarios" suministrados a la tiranía cívico-militar 1976-1983. El radicalismo es Alfonsín dividiendo, justo después de emerger al fin de la trágica y larga noche de esa tiranía, a la sociedad en dos con su terco empeño de "reforma sindical" y haciéndole el campo orégano al cipayo Carlos Menem para la reforma constitucional que tres décadas después aún seguimos sufriendo. El radicalismo es Fernando de la Rúa, el estallido y el helicóptero. El radicalismo es el miserable Cleto Cobos votando en contra de las retenciones al mal llamado "campo". El radicalismo es Alfredo Cornejo, Martín Lousteau (que la va de buenito y es más peligroso que una yarará), Gerardo Morales, Rodrigo de Loredo y demás etcéteras aberrantes. Todo eso es el radicalismo, una película de terror cuyo guión se extiende desde 1891 hasta nuestros días.
Los pocos, escasísimos radicales que alguna vez se sintieron consustanciados con los intereses nacionales y populares se hicieron peronistas; y los que siguen en las mermadas filas del cuasi extinto partido centenario, son gorilas irredimibles. Basta de revolver en el tarro del gorilaje radical buscando dulce de leche; no hay dulce de leche ahí; sólo mierda porque es una cloaca de la cual emanan gases mefíticos y miasmas asfixiantes.
El surgimiento de la UCR en 1891 constituye el suceso mil veces maldito de la política argentina y lo sigue siendo en la actualidad (la historia no es otra cosa que la política del pasado), e incluso hasta diría que se ha exacerbado en su nocividad.
Detrás de cada tragedia argentina, de cada hecho oprobioso y funesto, siempre hay un radical, desde un golpe de estado hasta la desaparición de una criatura de cinco años en una provincia que en rigor de verdad es un feudo, pasando por represiones, traiciones, escándalos, corrupciones, integración de tiranías cívico-militares, catástrofes sociales, abismos políticos, debacles económicas y cuanta peste nos haya atacado a los argentinos, porque el radicalismo es la Caja de Pandora que una vez abierta, abatió sobre nosotros todas las desgracias. Y la única que quedó encerrada en el fondo: la esperanza; es asimismo letal en tanto nos inmoviliza aguardando en vano el milagro de que recapaciten, porque de sobra está demostrado que es alpedamente llamarlos a la unidad y a la reflexión. Persistir en esa pretensión absurda es, además de inconducente; gravoso. Es como tratar de convencer al escorpión de que no pique a la rana porque si lo hace, también él se va a hundir.
Lo hasta aquí enunciado (y desafío a que alguien encuentre aunque más no sea una sola inexactitud en lo que consigné) no es para denostar al radicalismo, eh; eso sería caer en la redundancia, porque es algo de lo cual ya se ha ocupado la historia, y porque el radicalismo hoy por hoy se reduce a una caterva espantable expresada en un sello de goma; sino que es poner blanco sobre negro para que abandonen el torpe intento de obnubilarnos con cantos de sirena. Los radicales se van a regenerar y van a votar peronismo... el día que las vacas vuelen.
Analizá el presente, posá tu mirada sobre el pretérito tanto mediato como inmediato, y podrás percibir claramente que desde 1891 hasta nuestros días, calamidad y radicalismo van de la mano. La trayectoria de la UCR es la crónica de la infamia.
-Juan Carlos Serqueiros-