Así como un ser humano va de renacuajo a bípedo desde su desarrollo intrauterino hasta que sale de él; evolucionan también el dibujo y su inteligencia. De hecho, es un observable que en principio, todo en el papel parece "renacuajizado", y luego las cosas van tomando una forma identificable. Eso habla de la evolución de la inteligencia, de la apreciación de luces y sombras, de la capacidad de simbolizar, de observar y de ver la vida.
Esto no quiere decir que los que aprenden a pintar y dibujar sean seres superiores. Para nada es así. De hecho, los seres totalmente individualizables son aquellos que encuentran un estilo; no un modo fantástico de dibujar.
Recuerdo que cuando yo era pibita, el mundo no me importaba lo más mínimo, puesto que lo que me afectaba a modo superficial y pasajero, era ver a alguien sin techo, pero como eso me daba miedo; la escena pasaba a ser una foto pasajera que se alejaba con un "por favor, Dios, que a mi familia nunca le pase eso" o un “ese hombre algo habrá hecho por estar ahí”.
Artísticamente estaba en la etapa de renacuajo, mi inteligencia era instintiva y reaccionaba retrayéndose ante lo desconocido.
Pasaron los años y empecé a dibujar un poco mejor. Entonces, ver a un pobre, a alguien abandonado o loco, me llevaba a pensar en el frío y el abandono. No obstante, no era mi responsabilidad. No había que acercarse simplemente porque ese era un desconocido. Seguramente, alguien que no fuera yo, podría hacer algo por él.
Años más tarde, ya se podían distinguir mejor mis trazos. Por ejemplo, en la figura humana (aunque con algunas desproporciones, como ojos muy grandes y vigilantes), ya no cabían dudas de qué era lo que pretendía retratar. Medio enclenque y más parecido a un accidente de Picasso que a un dibujo más o menos bien hecho, empecé a preguntar acerca del porqué de la situación de calle. ¿Quién era responsable? Y ¿dónde está Dios? ¿No me enseñaron que la caridad y la mar en coche? ¿Cómo la iglesia no los saca de allí y en cambio cierra sus puertas? Obviamente, terminé peleada con Dios.
Se me ensancharon las caderas, me crecieron otras partes del cuerpo y dibujé mejor. Mi arquitectura interna y mi visión de las cosas, iban también ensanchándose. Ya no me parecía que la existencia de un todopoderoso fuera a dar soluciones. Al contrario. Los responsables somos nosotros -me dije-; y fue allí donde entre otras cosas me llamaron "zurda".
Busqué “zurda” en el diccionario, porque no entendía qué era eso. Lo busqué como había buscado "temor de Dios” (para saber si a Dios había que tenerle miedo), y había buscado “amor", para entender cómo, si él era todo amor, había que tenerle miedo. Digamos que el diccionario me salvaba de creer que estaba loca o que era idiota, pero “zurda” definía cosas que no me parecían mal; el problema era que no relacionaba eso con pensar que todos debíamos hacernos cargo de la gente que no estaba bien.
Pasaron los años y empecé a solidarizarme, a tender una mano, a dejar de creer que todo lo tenía que hacer otro, y en fin; que yo algo tenía que ver en todo eso. Dibujar, dibujaba mejor y supongo que el dejar de sentir culpa por tener deseos sexuales y encuentros de esa índole sin pensar en Satanás, me dejaba más firme el lápiz y las ideas más claras. Mi cuerpo no era una caja de pecado, sino de sentidos para disfrutar. Y políticamente, me había distanciado de los pensamientos de mi familia. Los milicos no me parecieron nuca piolas, Menem tampoco. Y el hambre venía siempre del mismo lugar. Nada muy difícil de dilucidar cuando uno vio pasar por lo menos dos gobiernos con una mirada algo atenta.
Para ese entonces, ya tenía claro que Neustadt era un pelotudo, pero en mi casa lo aplaudían. Llegó la facultad, salí con que quería estudiar Psicología, y ahí todo saltó por los aires: los profesores de filosofía me habían "infectado" el mate. Me llevaban a cuestionarlo todo y terminé por ser vista como un "virus", un cuerpo extraño con ideas raras. ¿Cómo era posible que con mi edad, estuviese cuestionando a los periodistas tan informados y sabihondos de la televisión?, me decían.
Mis dibujos iban mejorando, pero no ya por lo perfectos; sino porque empezaban a tener un sello. Si alguien veía uno, no podía identificar si eran de derecha o de izquierda (con qué mano los había dibujado, quiero significar). Tampoco podían decir si eran preciosos o feos. Según quién los viera, pasaban de ser “bonitos”, a “horribles”. Así que ahí supe que eran reconocibles como míos: cuando nadie puede ubicarte en un casillero, es porque entras únicamente en el tuyo.
El tiempo siguió pasando y aún no me parecía que “lo mío" fuera algo tan genial como para una exposición, y no sólo de arte; sino también de discurso, de libros o de saberes. Hasta que un día, sin preguntarme demasiado; me decidí a colgar mis propios cuadros en las paredes de mi casa. Luego, los publiqué en internet, y también colgué en la red mis artículos, mis cuentos y mis poemas.
Ya no pienso como pensaba a los cinco años. Eso no es grandioso, pero sí es más de lo que algunos han logrado, sobre todo; cuando vemos y escuchamos a muchos dirigentes que parecen no haber buscado jamás el significado de la palabra temor, ni amor, ni Dios. Sólo se ciñeron al piso, a lo que reditúa, y eso los hizo "inteligentes". Sacaron las notas necesarias para pasar de grado repitiendo lo que les dijeron, primero en la casa, luego en la escuela y por último en los medios. No desarrollaron arte alguno, no se dirigen al otro cuando hablan y siguen viendo en el harapiento de la calle al leproso, al virus, al despojo del que hay que huir. Esos a los que nunca "les tiembla el pulso" tienen certezas. Están seguros de que hay un solo camino. Dibujan mal, muy mal, porque suelen tener problemas en la vista del alma. Y lo que no saben, es que tener certezas es el síntoma principal de aquel a quien se llama "loco".
Sólo eso quería manifestar. Y por supuesto, con perdón de los locos, esos que fueron encerrados por harapientos, posibles transmisores de alguna "infección" de las que tanto molestan y empañan el paisaje bello de los que no han podido dibujar jamás algo verdaderamente suyo, sino apenas y a lo sumo; un dinosaurio (renacuajo con cola y patas).
Y ahora me dirijo a usted y le pregunto: ¿Usted se anima? ¿Qué hace con lo que piensa? ¿Cuestiona? ¿Todavía dibuja renacuajos o ya dibuja algo reconocible como suyo?
Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814
* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.