domingo, 19 de mayo de 2013

UNA MITAD DEL PAÍS CONTRA LA OTRA. SEGUNDA PARTE: 50 A 48


Escribe: Juan Carlos Serqueiros
 
"Los jacobinos de sotana pretenden gobernar a los pueblos con el hisopo y la hoguera en plena luz del siglo XIX. ¡Bárbaros!" (Julio A. Roca, carta a Enrique Moreno de junio de 1884)

"Le hablo a esta sociedad realmente adormecida; que no parece vinculada al pensamiento del mundo por el telégrafo, el diario, la revista y el libro." (Carlos Olivera, discurso en el Congreso de la Nación, 20 de agosto de 1902)

"Si hay algo que debe escapar a la consideración de una asamblea política, es lo que se refiere a la legitimidad y al fundamento de las creencias de sus miembros." (Ernesto Padilla, discurso en el Congreso de la Nación, 23 de agosto de 1902)

"¡Usted lo ha mamado!" (Julio A. Roca a Ernesto Padilla, 23 de agosto de 1902)
 
Una de las tres veces en las que siendo presidente de la Nación Julio A. Roca la opinión de la ciudadanía argentina se dividió en dos porciones que sustentaban criterios diametralmente opuestos, fue en 1902, en oportunidad de tratarse en el Congreso el proyecto de ley de divorcio que en 1901 había presentado el legislador Carlos Olivera.
Éste había accedido a una banca de diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, emergente de la lista presentada por el partido del gobierno en las elecciones legislativas del 11 de marzo de 1900, en las cuales el oficialismo había resultado triunfador por amplio margen derrotando a los "cívicos radicales" nucleados en la Unión Cívica Radical; y a los "cívicos nacionales", o sea, el mitrismo, bastante raleado y trabajosamente rejuntado en la Unión Cívica Nacional (o "unión cívica nació-mal" como jocosa e irónicamente se le decía por esa época al partido de los mitristas).
A Carlos Olivera (n. 1858)  lo precedían las mentas que sobre él corrían acerca de sus condiciones de brillante intelectual. Como periodista, se había formado y fogueado al lado de Láinez y de Sarmiento en El Diario, del primero; y en El Nacional, dirigido por el segundo. Políglota, había traducido a Poe del inglés para el diario La Nación; y fue en nuestro país uno de los precursores del género policial, con relatos como "Fantasmas" y "El hombre de la levita gris". Publicó dos libros: En la brecha, que fue editado en Buenos Aires en 1880 y en París en 1886; y La cuestión del divorcio, publicado en Buenos Aires en 1900. 
En lo político, Olivera formaba en el PAN roquista, pero ya antes había estado entre los intelectuales del círculo aúlico del burrito cordobés Juárez Celman; y muy especialmente cerca de los adherentes (y de hecho, él era uno de ellos, y de los más entusiastas) a la candidatura presidencial del mono Ramón José Cárcano. Tan de hecho era carcanista Olivera, que no sólo se contó entre los organizadores y concurrentes al banquete del 20 de agosto de 1889 en el que se proclamó a aquél; sino que también fue designado por el propio Cárcano como director del diario La Argentina, creado precisamente para apoyar por medio de la prensa su postulación a la jefatura del Estado.
Y a propósito de Cárcano, en algún momento deberé escribir algo acerca de esa figura histórica que los argentinos hemos soslayado, y que en 1926 fue nada menos que hombre de consulta de un joven e inquieto oficial llamado Juan Domingo Perón, quien lo consideraba un consumado estadista. Y en 1946, Cárcano fue uno de los primeros políticos en adherir a la postulación de Perón, todo tal cual el mismísimo Perón le contó a Enrique Pavón Pereyra, y tal como éste consignara en su célebre Conversaciones con Juan Domingo Perón (libro que dicho sea así como al pasar, muchos de los que se auto definen como peronistas pero evidencian un peronismo más que dudoso, harían muy bien en leer; por ahí, quién te dice, aprenden algo). Y se me ocurre que ya va siendo hora de que nos despojemos de esas malditas manías que tenemos de preconceptuar en función de los rótulos y de generalizar; porque son ambas muy malas costumbres y especialmente nocivas a la hora de tratar sobre nuestra historia. Digo, qué sé yo...
Bueno, disculpas por la digresión, pero me pareció importante mencionar todo eso; ya vuelvo a Olivera, no se impacienten. Era éste ardorosamente liberal, positivista, descreído, anticlerical y masón, esto último a punto tal, que fue la masonería la impulsora principal de su candidatura a diputado.
Algunos han afirmado que presentó su proyecto de ley de divorcio ni bien accedió a la Cámara en 1900, y que urgió con insistencia su tratamiento, reiterando el mismo en 1901. Eso es erróneo y no coincide con lo que está asentado en el Catálogo de expedientes legislativos del Archivo Histórico por la Subdirección de Archivo Parlamentario de la Cámara de Diputados, donde inequívocamente figura ingresado en 1901 el expediente 00006-D-1901 que consta de 20 folios, titulado Proyecto de Ley de Divorcio, autoría de Carlos Olivera y como comisión asesora, la de Legislación General. ¿Por qué, entonces, incurren en un "error" de detalle en algo que en definitiva no reviste mayor importancia (porque al fin de cuentas, si lo presentó en 1900 o en 1901, y si hubo de insistir o no; pareciera, a priori, carecer de relevancia)? ¡Ah!, no..., es que el "error" no es tan inocente ni la cuestión tan intrascendente. Con la ficción de un Olivera "rebelde" a los supuestos obstáculos que le habría opuesto el mandamás político (v. gr.: Roca), los simpatizantes de ciertas corrientes de pensamiento, esos que se han erigido en dueños de un progresismo que estiman les corresponde en propiedad exclusiva, logran "resolver la contradicción" que en sus mentes calenturientas les plantea la militancia de alguien a quien admiran y a quien ven como el summum del progreso (Olivera); junto a alguien a quien denostan y a quien ven solamente como a un réprobo (Roca). "Quieren el picho pero no las pulgas" (Indio Solari dixit). Pobres..., creen haber inventado la pólvora y se sienten muy ufanos con esas manipulaciones de que hacen objeto a la historia a fin de hacerla servir a sus propósitos. Mal que les pese, y para espanto de esa gente que busca barrer debajo de la alfombra aquello que reputa como basura; lo real y concreto es que Olivera era roquista, y para colmo, encima ("¡horror!", exclamarán), con antecedentes juaristas
El proyecto obtendría despacho en comisión el 2 de julio del año siguiente, pasando al recinto para su tratamiento, el cual comenzó en agosto.
Se barruntaba que se transformaría en ley, pues era notorio que existía en el seno del Congreso un amplio consenso para la aprobación del mismo. Habían sido públicas las opiniones en favor de la iniciativa por parte de la flor y nata del parlamentarismo vernáculo, y sin que influyeran en ello distinciones e intereses partidarios; porque los había de todos los colores políticos. Se manifestaron en favor, por ejemplo y entre otros: Nicasio Oroño, de antigua cercanía al mitrismo (ver en este ENLACE mi artículo al respecto); Belisario Roldán, también mitrista; Gregorio de Laferrere, autonomista independiente; Francisco Barroetaveña, radical bernardista; etc. Y hasta el mismísimo Carlos Pellegrini (que tiempo después cambiaría de opinión) había adelantado que cuando el proyecto llegase al Senado, votaría por la afirmativa.
Por otra parte, se oponían al proyecto la iglesia católica (desde luego); el diario La Nación (¡cuándo no!); las damas de la high society porteña (y las de los estratos más altos de las pacatas sociedades provincianas); y no pocos diputados de lo más variopinto en cuanto a pertenencia partidaria como por ejemplo: Damián Torino, Benjamín Victorica, Manuel J. Campos, Marco Avellaneda, Alberto Capdevila, etc.
Entretanto, el presidente Roca no exteriorizaba su parecer al respecto. Se lo sabía divorcista; pero fiel a su estilo, evitaba cuidadosamente expresar públicamente su adhesión o rechazo al proyecto (que al fin de cuentas, había sido presentado por uno de los suyos y que era alentado por muchos de sus partidarios; aunque también debe decirse que otros muchos que eran adherentes a su política, se contaban entre quienes se oponían al mismo); y se esperaba alguna de esas famosas medias palabras a las que tan afecto se mostró siempre el Zorro, y que bajo el disfraz de la ambigüedad, encerraban siempre una tajante definición; ora destinada a todo el mundo; ora circunscripta al círculo de la política.
Y la media palabra presidencial, al fin llegó..., no verbalizada; sino en la forma de un hecho que no le pasó desapercibido a nadie: Ni bien iniciado el 6 de agosto el tratamiento en el recinto, el diputado por Entre Ríos Pedro Coronado, propuso postergar para mejor oportunidad ("hasta que esa oportunidad se presente", dijo) un debate que según su criterio, resultaría inconducente ("una situación que a nada conduce", fueron las palabras que pronunció). Cuando saltó a cruzarlo Mariano de Vedia (que era como la voz de Roca en la Cámara de Diputados) habilitando la discusión, les quedó clara a todos la línea que bajaba el presidente: auspiciaba el tratamiento del asunto y propiciaba la aprobación del proyecto -porque Coronado (y los demás también) sabía que Roca sabía que los pro estaban en ese momento en posición de ventaja con respecto a los anti-; y al mismo tiempo, dejaba sentada su prescindencia en relación al debate. No estaba dispuesto a jugarse entero; si los divorcistas ganaban la votación (como todo lo hacía presagiar), mejor para ellos (y para él, que estaba a favor, obviamente); pero si la perdían, él aparecía como no teniendo nada que ver en la cuestión. El corto plazo demostraría lo atinado ("atinado" en cuanto a lo que era conveniente para la tranquilidad de su gobierno, quiero decir; no "atinado" en el sentido de emitir por mi parte juicio de valor sobre algo que ni comparto ni rechazo) de tan prudente actitud.
Una semana más tarde, el 13 de agosto, comenzó el debate. El espectáculo estuvo para alquilar balcones, tanto en el Congreso, como en la calle; porque las manifestaciones multitudinarias a favor y en contra se sucedieron.
En obsequio a la brevedad, no voy a abrumarles con detalles acerca de los discursos. Me limitaré a señalar entre los más relevantes, a los del diputado Francisco Borroetaveña, por la afirmativa; y del diputado monseñor Gregorio Ignacio Romero, por la negativa:




Y los que concitaron toda la expectativa, toda la atención, los que se constituyeron en el eje del debate, que fueron dos: el del autor del proyecto, diputado Carlos Olivera, por supuesto, a favor; y el del diputado por Tucumán Ernesto Padilla, en contra.
Ah, y una extraña paradoja, que inexplicablemente les ha pasado inadvertida (por lo menos, hasta donde alcanzan mis conocimientos) a quienes se ocuparon de historiar estos sucesos: el 20 de agosto de 1889, Olivera pronunciaba un encendido discurso en adhesión a la candidatura de Cárcano, incubada desde la voluntad del por entonces presidente Juárez Celman; y ese mismo día, Barroetaveña publicaba en el diario La Nación un artículo que lo haría famoso y al cual había titulado "¡Tu quoque, juventud! ¡En tropel al éxito!", en sentido totalmente opositor a Juárez Celman y a todo lo que él representaba. Trece años más tarde, las vueltas de la política reunían en defensa de un mismo proyecto legislativo, a quienes habían sustentado antaño posturas absolutamente antagónicas. Jugarretas del destino, que les dicen...
El discurso de Olivera apoyando su propio proyecto fue una pieza brillante de la oratoria, la declamación y la elocuencia. Con frases perfectamente cortadas y finísima retórica de lujo, se floreó exhibiendo una riqueza tal de conocimientos, que parecía abrevada en la fuente misma de la sabiduría; y un bagaje argumentativo que se mostraba como inagotable. Peroró con afectada erudición acerca del analfabetismo que le atribuía a Cristo, del oscurantismo eclesiástico, del poderío vaticano que pretendía perpetuar su tiranía retrógrada en nuestras tierras, de la tenebrosa Inquisición, del dios progreso; y hasta citó en su auxilio a Ibsen y su psicología del matrimonio. Fue largamente aplaudido y felicitado, pero a pesar de ello; no logró sumar una sola adhesión a las que de antemano tenía.
En cambio, el del bisoño diputado Padilla, su correligionario político y a la vez su oponente en esa emergencia, careció de efectismos e ironías, no apeló a las citas clásicas y eludió referirse a cualquier consideración de tipo religiosa; prefirió centrarse en lo objetivo y habló largamente de tradición, carácter nacional, patria y de cuidar la familia; palabras todas que invariablemente usan quienes desean sumar; que era precisamente lo que necesitaba Padilla en ese momento: captar voluntades.
Quienes estaban indecisos y fluctuaban entre las dos posturas, puestos a elegir entre escuchar horas y más horas a un Olivera que los abrumaba con consideraciones de orden filosófico y metafísico y que enamorado de su propio discurso como Narciso de su hermosura reflejada en el espejo de agua; u oir las frases rotundas, llanas, simples de Padilla; prefirieron lo segundo; lo cual se reflejó en sus gestos de asentimiento y en la cerrada ovación que coronó la exposición del tucumano.
Y llegó otra media palabra de Roca; otra vez, no verbalizada pero harto demostrativa: esa misma tardecita del 23 de agosto, al regresar Padilla desde el Congreso,  se encontró en su casa con un mensajero que portaba una esquela del presidente (comprovinciano suyo), invitándolo a reunirse con él en su despacho para expresarle sus felicitaciones y beneplácito. El Zorro lo recibió con un estentóreo "¡Usted lo ha mamado!", referido a la percepción evidenciada por Padilla, que había acertado a interpretar eficazmente lo que las circunstancias demandaban. 
El 4 de setiembre se votó el proyecto. Ganó la negativa por 50 a 48. Por dos votos de diferencia, la iniciativa había sido desechada.

 
Olivera quiso buscar culpas en una súbita aparición de gripe, la cual les habría impedido concurrir a la Cámara a varios diputados que cayeron en cama y que según él, hubiesen votado por la afirmativa. Por mi parte, me inclino a suponer que de no haber existido esa última media palabra presidencial, quizá muchos de los que no fueron a votar por "estar en cama"; no se habrían "enfermado" tan inoportunamente.
Al año siguiente, Olivera volvería a presentar su proyecto, que no corrió mejor suerte. Y es que nunca segundas partes fueron buenas; la oportunidad dorada, ya había pasado.
Aquel 4 de setiembre de 1902, Ernesto Padilla y otros 49 diputados atrasaron el tren de la historia más de medio siglo; pero ello les fue posible porque el maquinista que conducía la locomotora, falló. Y ese, era Olivera. No es que ganó Padilla; sino que perdió Olivera. Y Roca siempre, siempre, jugó a ganador.
Habría que esperar 52 años, hasta 1954, en que Perón sancionaría la ley N° 14.394 que en su artículo 31 autorizaba el divorcio por primera vez en nuestro país (y que la estulticia del gorilismo de derecha y de izquierda, ridículamente atribuye al "enfrentamiento de Perón con la iglesia"). Ley esta que después sería derogada por el golpe militar de 1955, y entonces hubo que volver a armarse de paciencia hasta la promulgación,  en 1987, de la ley N° 23.515 que rige en la actualidad.

(Continuará esta serie UNA MITAD DEL PAÍS CONTRA LA OTRA)