domingo, 2 de junio de 2013

¿POLÍTICA, SEXO Y CUERNOS O AMOR AL PODER?







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

No hay nada como el amor de una mujer casada. Es algo de lo que ningún marido tiene la menor idea. (Oscar Wilde)

Ni uno ni otra  me escriben, así es que agradezco el recorte que me mandó ayer por el cual veo con gusto  que siguen siendo bien considerados por la más alta y culta sociedad. (Julio A. Roca a Ángela de Oliveira Cézar y Diana de Costa, en carta sin fecha ni mes -datada simplemente "un miércoles"- de 1904)

¿Por qué no me escribes desde hace tantos meses, nada, nada, nada? Te has resentido por el retrato que hice de ti en una carta a Guillermo Correa. Eso no está en mis libros. (Eduardo Wilde a Julio A. Roca, en carta del 11 de marzo de 1908) 

Hago un pequeño paréntesis en la serie UNA MITAD DEL PAÍS CONTRA LA OTRA que vengo publicando (y de la cual se avecina, les anuncio, en el curso de los próximos días la última parte), para narrarles una historia de las llamadas (mal llamadas) de alcoba, que a priori pareciera no tener nada que ver con el objeto de dicha serie. Pero que por lo contrario; sí tiene que ver, y mucho. Y cuando lean el final de la sucesión de artículos, van a comprobar cuánto.
Ah, y también en ese momento, van a advertir que esta interrupción, lejos de ser ociosa; tiene un motivo concreto: suministrarles una información que estimo indispensable a la hora de hacer cada cual su propia interpretación, es decir su particular hermenéutica acerca de los hechos comprobados mediante la evidencia, esto es, la heurística. ¿Vieron que en un thriller (si el autor del mismo tiene eso llamado honestidad intelectual y no incurre en hacerles trampa a sus lectores) invariablemente están narrados todos los personajes, datos, circunstancias y hechos de los cuales el protagonista principal extrae la solución final al misterio? Bueno, en este caso es lo mismo, sólo que en lugar de tratarse de novela; es historia.
En la imagen de arriba aparece la tapa de la edición N° 130, del 30 de marzo de 1901, de la revista Caras y Caretas. Como podrán observar, en la ilustración está caricaturizado el por entonces presidente de la Nación, Julio A. Roca, al cual su ministro de Relaciones Exteriores, Amancio Alcorta, le dice: "General, la prensa critica el nombramiento de Wilde para ministro en Holanda"; y el Zorro responde: "Pues confío en que ha de serle grato a Guillermina".
Se trataba de una sutil mordacidad que llevaba aparejada una buena carga de satírico humor político, pues el "Wilde ministro en Holanda" mencionado (por esa época, se les decía ministros no sólo a los que integraban el gabinete, sino también a los designados como plenipotenciarios y destacados ante los gobiernos y cortes de las naciones extranjeras), no era otro que Eduardo Wilde, íntimo amigo de Roca, que durante la primera presidencia de éste y como ministro de Justicia e Instrucción Pública había tenido una eficaz y descollante actuación en la creación de las leyes N° 1420 de Enseñanza Primaria Gratuita y Obligatoria (ver en este ENLACE mi artículo al respecto), de la Nº 1565 de Registro Civil y de la Nº 2393 de Matrimonio Civil, y que ahora ("ahora" en 1901, quiero decir, durante el segundo mandato de Roca) era a la sazón director del Departamento Nacional de Higiene. En cuanto a la citada "Guillermina", oculta y disfrazada tras la apariencia de referirse a la reina de Holanda, Guillermina de Orange; estaba la implícita alusión a Guillermina María Mercedes de Oliveira Cézar y Diana, que era la esposa de Wilde y a la vez, desde hacía unos cuantos años, la amante del presidente Roca. La ironía, hiriente como un fino estilete, estaba ahí, clarísima: en buen criollo quería decir que a Roca lo que le interesaba, era que estuviera contenta con la designación, Guillermina, pero la Guillermina "de acá", se entiende; no la "de allá", la de Holanda. Y le importaba tres belines lo que al respecto opinara la prensa. Pero... ¿era tan así como lo ponía Caras y Caretas -y otra buena porción de los medios y toda (o casi toda) la "clase política"-? Veamos:
En 1885 Wilde, que tenía por entonces 41 años (n. Tupiza, Bolivia, 15.06.1844) y que era como cité antes, ministro de Roca, se casó en Buenos Aires con Guillermina cuando ésta era una adolescente de 15 (había nacido en Montevideo, Uruguay, el 25.06.1870). Los testigos de la boda (que causó gran suceso, dada la notoriedad del novio y la pertenencia de la novia al más selecto círculo social porteño) fueron nada menos que los colegas de Wilde en el gabinete nacional: Carlos Pellegrini, Bernardo de Irigoyen, Victorino de la Plaza y Benjamín Victorica; y padrino, el mismísimo presidente de la Nación, Julio A. Roca. Wilde -cuya figura histórica, si bien de tanto en tanto es destacada; no ha alcanzado el grado de relevancia que correspondería a sus enormes méritos- era uno de los más preclaros exponentes de eso que se dio en llamar Generación del 80: prominente médico, pensador, periodista, escritor y político. En cuanto a Guillermina, que había tenido una esmerada educación en el exclusivo Colegio Americano fundado por una de las maestras norteamericanas traídas al país por Sarmiento, además de evidenciar una despierta inteligencia y una muy notable independencia de criterios; detentaba un encantador savoir faire y tenía un rostro de extraordinaria belleza y una agraciada figura no exenta de exuberancia, tanto delantera como trasera. Ustedes entienden...

 

Al término de su gestión como ministro de Roca en 1886, Wilde fue designado ministro del Interior por el presidente Juárez Celman, cargo al que renunció en 1889. Por entonces, la pareja se dedicó a viajar por el mundo, regresando a Buenos Aires recién en 1893. No se sabe si desde que se casaron, o si llegaron después a esa decisión en Europa, ni importa; lo cierto es que los cónyuges optaron por un matrimonio "abierto". De Wilde se supo que frecuentó muchas mujeres, en cambio; de Guillermina se ignora si es que, o bien fue más discreta y nada trascendió, o bien se abstuvo de mantener relaciones con otros hombres. Sea como haya sido, al poco tiempo del regreso a la Argentina de Wilde y su esposa, ella y Julio A. Roca (que había enviudado en 1890 y que largamente la doblaba en edad) se convirtieron en amantes.
La relación -que ninguno de los dos (o mejor dicho; de los tres) se preocupó por mantener en reserva, ya que si bien no andaban proclamándola a los cuatro vientos; tampoco se escondían ni se molestaban en tomar precauciones para encontrarse-, fue el chisme de todo Buenos Aires. Y por supuesto, no era en modo alguno ignorada, sino consentida por el complaciente Wilde; ya que entre él, su esposa y Roca, mantenían como siempre el más estrecho vínculo amistoso, "ampliado" ahora con un armónico ménage à trois.
Y si la cosa ya era archiconocida públicamente, al asumir Roca en 1898 otra vez la primera magistratura del país, el cotilleo por el "escándalo" llegó al paroxismo, máxime cuando el Zorro influyó para que la jefatura del regimiento de Coraceros (que tenía a su cargo la responsabilidad de la escolta presidencial) recayese en un hermano de Guillermina, con lo cual la gente empezó a llamar "guillerminos" a los coraceros, y cuando durante la visita a Brasil en 1899 -en la cual Wilde, en tanto funcionario de alta jerarquía en el gobierno, integraba la comitiva oficial (acompañado por su esposa, desde ya)- los tres andaban juntos a toda hora, y Roca llegó hasta alterar el programa protocolar del país anfitrión para que en el palacio en que iban a alojarse él, sus ministros y secretarios, quedaran libres los aposentos destinados a uno de estos últimos, al cual mandó a un hotel; de manera de ubicar en ellos a Wilde y de ese modo poder estar cerca de la hermosa Guillermina.
En el mundillo de la política, entonces, las habladurías y maledicencias en torno al asunto se exacerbaron. Y la prensa -o por lo menos, buena parte de ella-  también "aportó" lo suyo, empeñada en que la cosa adquiriese ribetes de cuestión de estado. Por su parte, Roca se limitó a designar a Wilde ministro plenipotenciario de la Argentina ante el gobierno de los Estados Unidos, y luego también ante los de México, España, Bélgica y Holanda. Y allá fueron, Wilde y también, obviamente, su esposa. Y sin embargo, los comentarios zafios se atenuaron pero no cesaron; como hemos visto en esa tapa de Caras y Caretas, que es de un tiempo en el cual Guillermina ya no estaba en el país y por ende, ya no podía ser la amante de Roca; a menos que éste la tuviera tan larga, que llegase hasta el extranjero (y disculpen la crudeza).
Y eso es todo lo que necesitan saber acerca del "escándalo" Roca-Guillermina; porque este es un artículo de historia y no los miserables engendros televisivos de Rial y/o Tinelli con sus chabacanerías farandulescas. Si a alguien le interesa ahondar en los detalles escabrosos, pues entonces vaya y lea a Félix Luna, quien en esa ficción novelesca disfrazada de historia que es su libro Soy Roca, acomete una de sus ocupaciones favoritas: el puterío soez y trivial.
Retomo: toda la historiografía (y cuando digo toda, es exactamente eso, toda), sea opuesta o favorable al Zorro, es coincidente en afirmar que Roca buscó alejar a Guillermina nombrando ministro en el extranjero a Wilde; mientras que este humilde servidor sostiene todo lo contrario: tengo el absoluto convencimiento de que a quien quiso alejar Roca no fue a Guillermina, sino a Wilde.
Se me preguntará por qué y es sencilla la respuesta: por una combinación de motivaciones suyas personales y políticas. Ambos eran inteligentísimos, pero Wilde, además de inteligente, era intelectualmente brillante; mientras que Roca no. Y en una personalidad como la del Zorro -que era perfectamente consciente de la superioridad intelectual de su amigo por sobre la suya-, eso era corrosivo. Para colmo, Wilde era el esposo de esa a la que Roca reputaba como la mujer: la hermosa, inteligente, sensual, chispeante, seductora, rica, independiente y liberal Guillermina. Cierto es que él era su amante, pero el Zorro sabía (mejor que nadie) que el amor de Guillermina era para Wilde, y eso lo carcomía; él necesitaba poseerlo todo. Roca era valiente y cada grado militar lo había ganado en una batalla, jugándose la vida; pero Wilde era capaz de evidenciar un heroísmo que trascendía el coraje físico, como lo demostró durante la epidemia de fiebre amarilla que asoló Buenos Aires en  1871, exponiendo su vida sin hesitar y cumpliendo una abnegada labor médica, mientras casi todos los gobernantes -incluyendo a quien era por entonces presidente de la Nación, Sarmiento-, en una actitud miserable, huyeron de la ciudad despavoridos en un tren especial. Y políticamente, Roca era innovador, liberal y progresista a su modo, pero también era fundamental, intrínsecamente, un oligarca; mientras que Wilde, a pesar de llevar el tren de vida de un aristócrata; siempre tuvo inquietudes sociales, de favorecer a los más humildes, a los de abajo (era muy comentado siempre el aviso que publicó en el diario La Prensa: "Dr. Eduardo Wilde, atiende gratis a los pobres por decisión propia, y también atiende gratis a los ricos; pero por decisión de ellos"). Y por último, les pido aquí -desde ya, perdón por la impertinencia y el atrevimiento- que registren este punto en sus memorias para cuando publique la última parte de la serie UNA MITAD DEL PAÍS CONTRA LA OTRA; porque el mismo tiene una especial significación, como podrán comprobarlo oportunamente):  Wilde era obstinadamente antimitrista y resumía en Mitre todo lo nefasto de la oligarquía sectaria, y por supuesto, el diario La Nación lo odiaba, y si no se atrevía a zaherirlo más; era sólo porque Wilde con la pluma constituía un enemigo formidable y sus estocadas de finísima ironía eran dirigidas hábilmente con tal precisión que resultaban letales. Pero reitero, recuerden esto porque es importante: Wilde era tenaz, ferozmente opositor a Mitre.
Roca no "alejó a Guillermina" por chimentos de la prensa, ni -como sostiene Félix Luna- porque "la situación estaba afectando su autoridad, así como dañaba la reputación de Guillermina y el prestigio de Wilde", ni por celos palaciegos como los del cortesano Enrique García Mérou, quien se escandalizaba por las "preferencias" que Roca hacía con Wilde (o sea, traducido al criollo, al tipo le molestaban las preferencias presidenciales, pero porque las mismas no se orientaban hacia él), y mencionaba que "Roca tiene una pasión senil por Guillermina y los errores de su gobierno responden a un principio de reblandecimiento"; pero se cuidaba muy bien de decir que quien pensaba eso, era él mismo, y prudentemente (el miedo no es zonzo), se lo atribuía a unos tales "todos han dado en decir" (pero claro, sin consignar quiénes eran esos todos que habían dado en decir). En fin, pavadas nomás, voceo de otarios.
Al Zorro (a quien jamás le importó nada que no fuera el país, la política y el poder) lo tenían sin cuidado los chismes, lo que se escribiera en diarios y revistas, la reputación de Guillermina y el prestigio de su amigo, y a  quien sí alejó, fue a Wilde. Y eso lo hizo por resquemor, por las prevenciones que en su psique hacían albergar sus sentimientos encontrados y por cuestiones de conveniencia política cuyos designios y entramado sólo una persona en el mundo conocía: el propio Roca. Y que en unos días nomás, también vamos a conocer nosotros; porque hay algo que los protagonistas de la historia, sean de la época que fueren, no pueden impedirnos a quienes vivimos en otra y pretendemos ahondar en dicha historia; y ese algo son las consecuencias de  los hechos que produjeron y los actos que cometieron; a través de las cuales siempre nos es posible inferir los motivos que tuvieron para hacer lo que sea que hayan hecho.
Espero les haya gustado el artículo. Gracias por la paciencia y nos estaremos reuniendo en unos días, para el final de la serie UNA MITAD DEL PAÍS CONTRA LA OTRA.
¡Hasta ese momento!

-Juan Carlos Serqueiros-