martes, 27 de febrero de 2018

LOS COLORES DE NUESTRA BANDERA


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Nuestra enseña patria fue izada por primera vez a orillas del Paraná, en la Villa del Rosario, el 27 de Febrero de 1812.
Pues bien, cada 27 de Febrero —y también cada 20 de Junio, fijado como Día de la Bandera por el paso a la inmortalidad de su creador—, se repite hasta el hartazgo la cantinela "Belgrano tomó para nuestra bandera los colores de la casa de los Borbones". Y también los hay quienes hasta llegan al delirio de proponer que sea esa una "verdad" (?) que "hay que enseñar en la escuela". ¡En la escuela, nada menos!
Es completamente temerario afirmar como verdad que el general Belgrano eligió "los colores de la casa de Borbón". Y todavía más aún lo es —aparte de irresponsable, inconveniente y pernicioso— la pretensión de que eso se enseñe en las escuelas como si se tratase de una verdad comprobable y comprobada, cuando no hay ninguna base documental para sostener tal cosa.
Es decir, se trata sólo de una presunción sin sustento alguno, la cual corre por cuenta exclusiva de quienes la inducen.
Y por supuesto, cada quien tiene derecho a elucubrar la hipótesis que se le ocurra; pero a lo que no tiene derecho nadie, es a imponer como verdad histórica indubitable algo que carece absolutamente de elementos probatorios.
En primer lugar, hay que aclarar que el azul celeste y el blanco —en ese orden— no son "los colores de la casa de Borbón" (dinastía esa cuyo escudo tiene fondo azur con flores de lis doradas) como erróneamente se cree e insensatamente se propaga; sino que son los de la Orden de Carlos III, lo cual es, claro, algo muy distinto: se trata de una orden de caballería instituida en 1771 por el rey Carlos III para condecorar a quienes hubiesen prestado señalados servicios a la corona española, y la cinta y la banda llevan esos colores por ser los de la iconografía de la Inmaculada Concepción de María, dogma del cual era ferviente devoto aquel monarca.
Lo cierto es que Belgrano, en su comunicación al Triunvirato, dice inequívocamente: "...la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional".


Hay que prestar especial atención al orden en que el prócer consigna los colores: primero cita el blanco y después el celeste. ¿Por qué primero el blanco? Sencillamente porque lo reputaba como el color principal, ya que éramos por entonces las Provincias Unidas del Río de la Plata y es el blanco el representativo de la plata en heráldica, el cual, junto al celeste (producto del desvaído por la acción de la intemperie en el campo azur original), eran los colores que tenía el escudo de Buenos Aires, donde se produjo la Revolución de Mayo que marcó el inicio de nuestro proceso independentista.


Los países jóvenes —como el nuestro, que lleva apenas dos siglos— y que no tienen aún su nacionalidad consolidada —tal como ocurre con la argentinidad—, no pueden darse el lujo de asignar (y muchísimo menos tomando como si fuera un hecho comprobado aquello que no es más que una mera presunción) a la adopción de sus colores patrios un origen atribuible precisamente al yugo que supo sacudirse de encima.
¿O de quién creen que nos independizó el ínclito general Manuel Belgrano, si no fue, precisamente, de la tiranía oprobiosa de los borbones?

-Juan Carlos Serqueiros-