domingo, 17 de junio de 2012

CARTAS DE QUIROGA A ROSAS Y LAS RESPUESTAS DE ÉSTE


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Enero de 1832. El general Juan Facundo Quiroga acaba de deshacer el 4 de noviembre de 1831 en la batalla de La Ciudadela (Tucumán), al ejército de la Liga Unitaria creada por José María Paz (que meses antes había caído prisionero de Estanislao López) comandado por Gregorio Aráoz de Lamadrid. Desde allí, el 12 de ese mes, le escribe a Juan Manuel de Rosas dos cartas que a continuación transcribo:

Tucumán, enero 12 de 1832

Señor Don Juan Manuel de Rosas

Amigo de todo mi aprecio: contestando a su favorecida del 14 de diciembre digo a usted: que el no haberle dicho nada del parecer que me pedía en su apreciable de 4 de octubre con respecto a la formación de la Comisión Representativa y de la oportunidad para la reunión del Congreso, fue creyendo que mi silencio mismo le debía hacer entender el motivo; pero ya que no lo ha comprendido se lo explicaré claro y terminante. Usted sabe, porque se lo he dicho varias veces, que yo no soy federal, soy unitario por convencimiento; pero sí con la diferencia de que mi opinión es muy humilde y que yo respeto demasiado la de los pueblos constantemente pronunciada por el sistema Federal; por cuya causa he combatido con constancia contra los que han querido hacer prevalecer por las bayonetas la opinión a que yo pertenezco, sofocando la general de la República; y siendo esto así, como efectivamente lo es, ¿cómo podré yo darle mi parecer en un asunto en que por las razones que llevo expuestas necesito explorar a fondo la opinión de las provincias, de las que jamás me he separado, sin embargo, de ser opuesta a la de mi individuo? Aguarde pues un momento, me informaré y sabré cuál es el sentimiento o parecer de los pueblos y entonces se lo comunicaré, puesto que es justo que ellos obren con plena libertad, porque todo lo que se quiera, o pretenda en contrario, será violentarlos, y aun cuando se consiguiese por el momento lo que se quiera, no tendría consistencia, porque nadie duda de todo lo que se hace por la fuerza o arrastrado de un influjo no puede tener duración siempre que sea contra el sentimiento general de los pueblos.
Saluda a usted con la consideración que acostumbra, su amigo afectísimo que besa su mano.
Juan Facundo Quiroga
(sic) Nota: Resaltados y subrayados míos.



Tucumán, enero 12 de 1832.



Señor Don Juan Manuel de Rosas

Muy señor mío y amigo: tengo a la vista su favorecida de 13 del pasado que voy a contestar en cuatro palabras diciendo a usted que en balde se ha mortificado en explanar sus ideas y razones para convencerme que debo retrogradar en mi resolución, así que usted ha tenido bastante motivo para conocer, que no sé volver atrás en mis propósitos. Usted me dice que no pertenezco a mí mismo; pero yo quisiera que usted me diga a quién pertenecía Don Juan Manuel Rosas, y Don Estanislao López, cuando hicieron la guerra al Ejército sublevado a consecuencia de orden de la Convención Nacional y cuál la causa porqué dejaron las armas de la mano estando existente el motivo porque las empuñaron, y cuál la razón porque se me abandonó, y se me dejó solo en el campo del compromiso, y si era o no honroso a la República que si bien se ponen en la balanza de la justicia, nadie es responsable sino ustedes de cuanta sangre se ha vertido, y de tantas fortunas arruinadas; pero como nadie ve la paja en su ojo, no advierten que se contentaban con tranquilizar las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, dejando al resto de las demás bajo el yugo de la opresión, y ahora sólo yo debo ser quien voy a causar perjuicios a la República con mi separación del mando, bien que no dejan de tener razón en parte, pues que por sí solos no arribarían al objeto que se proponen, si yo separado del mando quisiera desentenderme enteramente de trabajar por el bien del país, en que no cesaré, puesto que para ello ya no es preciso tener la lanza enristrada, y puede ser, sin ser milagro, que recién me haya colocado en una posición en que pueda ser útil al país en general como pronto lo veremos, explorada que sea a fondo la voluntad de las provincias en orden a la constitución de la República.
Páselo usted bien y mande a su afectísimo servidor y amigo que besa su mano.
Juan Facundo Quiroga

(sic) Nota: Resaltados y subrayados míos.

Del tenor de esas cartas, escritas en términos fuertes, se desprende la evidente molestia de Quiroga hacia Rosas y sobre todo, hacia López; por ciertas cuestiones que más adelante analizo.
Estas misivas han sido utilizadas por la historiografía liberal para denostar simultáneamente a Rosas, presentándolo como un tirano que se oponía a todo trance a constituir el país; y a Quiroga, a quien se muestra como un sanguinario ícono de la barbarie que, "impulsado por los remordimientos" enfrentaba a Rosas en pos de dictar una constitución.
Pero también han sido abundantemente aprovechadas por ciertos "revisionistas" (¿?), empeñados en inventar (si fuese para "consumo propio" de ellos, no sería nada; el problema es que ese guisote pretenden hacérselo tragar a todos los argentinos) un ficticio "federalismo sin Rosas". La fértil imaginación de esos "revisionistas" ha engendrado una peculiar y antojadiza interpretación de la historia, según la cual Rosas sigue siendo el mismo monstruo que presentan sus colegas liberales, pero agravado por el hecho de que su federalismo sería sólo una pantalla tras la cual se esconderían sus negras intenciones de oprimir y expoliar a las provincias; y los "verdaderos federales" vendrían a ser Dorrego (que peleó contra Artigas del lado de los directoriales); o el Chacho Peñaloza (que supo andar entreverado activamente en la unitaria Coalición del Norte); y así... Quieren mostrar a Artigas como "seguidor de las ideas" de Moreno (que en el Plano de Operaciones llamó a aquél "sujeto famoso por lo conocido de sus vicios") y del "democrático" Monteagudo (gestor e inspirador de la dictadura que pretendió establecer Alvear). Así, en su firmamento, los ángeles celestes "unitarios" de la historiografía liberal, son reemplazados por ángeles rosados "federales", pero que al igual que los otros; integran los ejércitos celestiales que nos librarían de un mismo demonio execrable: Rosas.
La historiografía liberal, nacida de una concepción de país oligárquica y extranjerizante, y la historiografía marxista, tan anti popular y elitista como la anterior, son -con escasas, puntuales y honorables excepciones, por supuesto- dos caras de una misma moneda. A unos y otros, intereses sectarios y prejuicios dogmáticos les impiden comprender el hecho Rosas, así como también, y por carácter transitivo, les es vedado entender el hecho Artigas. Asimismo, unos y otros fallan, ora en la heurística, ora en la hermenéutica, y sea por comisión u omisión, su falta de comprensión radica en el desamor; porque sabido es que sólo se comprende aquello que se ama.
En el caso puntual de la correspondencia intercambiada entre Quiroga y Rosas, la historiografía liberal-marxista "ve" a un Rosas mezquino, astuto y maquiavélico sometiendo canallescamente a sus designios, con sus cantos de sirena; a un Quiroga que es pura pasión desbordada y escasa o nula inteligencia. Y van aún más allá, porque algunos afirman y otros insinúan, miserablemente y con doblez, que Rosas tuvo que ver en el magnicidio de Quiroga. Todas sandeces, voceo de otarios, giladas, como decimos en el barrio...
Ni Rosas era el siniestro personaje sibilino que con helado cálculo y falsas muestras de afecto llevaba del cabestro a Quiroga; ni éste era un tipo influenciable y poco despierto que se dejara conducir de la nariz por alguien, sea quien fuere ese alguien.
La verdad es que Quiroga y Rosas eran complementarios y había entre ellos una perfecta inteligencia y una sólida amistad que trascendió inclusive a la muerte del primero, lo cual surge del estudio de la correspondencia que se intercambiaron; y también de los hechos mismos, ¿o acaso no son hechos la estrechísima relación entre ambas familias; o que un hijo de Quiroga fue oficial de Rosas; o que su viuda, doña Dolores Fernández, no sólo acompañó invariablemente la política de Rosas, sino que además fue uno de los consecuentes sostenes económicos de éste en su exilio?
Con Plutarco aprendimos (aunque por lo visto, no todos, deplorablemente) la incidencia del factor índole personal en la vida y obra de los protagonistas de la Historia. Rosas era un político extraordinariamente hábil -habría que esperar hasta Alsina; luego hasta Roca y por último hasta Perón, para asistir a niveles parecidos de destreza política (y aclaro aquí: simplemente me estoy limitando a señalar una característica común a esos hombres; no estableciendo entre los mismos continuismo alguno ni más similitud que la citada; ni haciendo un juicio de valores positivo o negativo sobre ellos en tanto personajes históricos)-, poseedor de una despejada inteligencia, de una genial percepción y de una notable firmeza a la hora de llevar adelante sus propósitos. Quiroga, en cambio, era por entonces la primera figura militar del país -y la más influyente-; evidenciaba una agudísima inteligencia y un férreo apego a un inexorable principio de respeto a la voluntad popular que lo conducía incluso a defender la causa contraria a su propias preferencias políticas. Paciente y prudente uno (Rosas); impetuoso y temerario el otro (Quiroga); ambos brillantes, despojados de intereses espurios y decididos patriotas, se amalgamaron a la perfección.
Y si los señores que hacen la historiografía se hubiesen detenido a analizar toda la correspondencia cursada entre esos dos héroes; en lugar de aferrarse caprichosamente a sólo un par de notas para hacerlas coincidir con su delirante interpretación de las cosas; habrían notado que existía una total y absoluta coincidencia entre Quiroga y Rosas.

Y entonces, se me preguntará, ¿por qué expresaba Quiroga la molestia que se evidencia en sus cartas del 12 de enero de 1832? Sencillo: el hombre es siempre él y sus circunstancias; y las de Quiroga en esos momentos eran: a) Estaba en Tucumán, justo en el tórrido y húmedo verano tucumano, con lo cual los dolores provocados por el reuma que lo afectaba, debían de haber llegado al paroxismo; b) Se hallaba por entonces empeñado en instalar allí un gobierno federal, el que sería ejercido por Alejandro Heredia; pero Quiroga profesaba hacia Heredia una entrañable amistad, y en función de ello y en beneficio de su amigo; debía resignar en mucho sus pretensiones de cobrar a dicha provincia la indemnización a que era justo acreedor por la guerra que le habían hecho, con la considerable pérdida económica que ello le significaba; c) En el contexto del triángulo de poder que integraba junto a Rosas y López; Quiroga sentía celos -masculinos, viriles; pero celos al fin- de la buena inteligencia que el porteño se veía obligado a guardar con el santafecino. Quiroga desconfiaba de López (y por cierto, tenía fundados motivos para ello; porque éste le había escrito el 22 de noviembre de 1831 invitándolo a aliarse con él para entre ambos, anular a Rosas; y el riojano, que no sabía de dobleces ni los toleraba, inmediatamente le mandó el 26 de diciembre al porteño copia de la carta del santafecino) y le molestaba en alto grado que su amigo Rosas, tan franco y leal como él mismo; no rompiera estruendosamente con López, al que acertadamente el Tigre de los Llanos reputaba como ladino, falso y taimado.
¿Cómo, entonces, no entender la molestia de Quiroga? Rosas, que lo apreciaba sinceramente y comprendía a la perfección lo que le pasaba y las razones que le asistían; "la tuvo re-clara", como dicen hoy los pibes: aguantó mansamente la queja amarga y los reproches del riojano, y fue aún más allá; porque hasta le escribió el 28 de febrero de 1832 agradeciéndole el cachetazo: "... su apreciable del 12 de enero anterior, la cual tiene un mérito muy recomendable. La franca expresión que contiene su contexto, es la que cada vez debe unirnos estrechamente más y más", le contesta. Y en un alarde de alta política, subordinando todo a los supremos intereses del país, el estadista que había en Rosas intenta disculpar a López ante Quiroga, achacándole a Cullen la culpa de la carta insidiosa y pérfida que el santafesino había enviado al riojano; y así, el 6 de marzo de 1832 le escribe:

“… He leído la carta en copia que usted adjunta…, y su lectura al paso que me ha llenado de asombro, es para mí el documento de la muy grande confianza que a usted merezco, y que jamás olvidaré. La ingratitud y la infidencia son las verdaderas muestras del espíritu que contiene el contexto de esa miserable carta, que no sé cómo haya habido atrevimiento para escribirla o aconsejarla. Mi conciencia está tranquila, y puede sin encogimiento asegurar que la relación que contiene… es tan contraria a la verdad como ofensiva a la amistad. No poco tendrá que padecer el que la dictó cuando vea que ella no ha producido los efectos de desunirnos que tal vez se propondría… quién sabe si el que la firmó no ha sido sorprendido por el intrigante que la escribió, cuyo dictado y estilo conozco claro.
Hay males necesarios y que es preciso marchar por sobre ellos buscando el remedio en las oportunidades. Algún día nuestras explicaciones podrán hacerse hablando, y entonces nos entenderemos, sin tener por qué recurrir al uso de la pluma. Entre tanto yo puedo gloriarme de que soy un buen amigo, así como lo soy del país, y que siempre fiel y consecuente jamás desmentiré que para todo soy honrado
Remito ese poncho por creerlo prenda de usted, y que le será grato que vuelva a su poder. Tuve noticias de él y recomendé al cura de San Nicolás de los Arroyos su diligencia. La carta adjunta le impondrá cómo fué adquirido y cómo me ha sido mandado.
… de usted su afectísimo compatriota.
Juan Manuel de Rosas

(sic) Nota: Resaltados y subrayados míos.

Nótese la exquisita diplomacia que exhibe Rosas, y la sutileza con la que le marca a Quiroga inequívocamente ("inequívocamente" para alguien que posea la percepción de éste, quiero decir), al mencionar el poncho de su propiedad que le remite y que el riojano dejó olvidado en San Nicolás, que nada escapa a su conocimiento; ni siquiera una prenda que a su dueño le pasó inadvertida. Y es un mensaje que el no menos perspicaz Quiroga descifra perfectamente; un algo así como: “Vea amigo, yo sé bien a qué atenerme respecto a López; porque nada hay que me pase desapercibido”.
Es un placer inenarrable asistir a un intercambio epistolar en el que uno -el riojano- escribe con una “honestidad brutal” (Calamaro dixit) no exenta de cortesía y sin faltar lo más mínimo a la educación y el respeto; y el otro –Rosas- se expresa con calculada intención, acertando a hacer comprender lo que entre líneas quiere significar.
Y no es para nada difícil inferir lo que después, reunidos en Buenos Aires, habrán conversado ambos, despojados ya de las limitaciones que conlleva la comunicación efectuada a través de cartas.
Y digo, si no pudieron las intrigas unitarias desunir en aquel entonces (después sí lo lograrían, por desgracia) al bloque federal; quiero creer que menos debieran poder ahora unos cuantos chantapufis inducirnos a engaño en lo que hace a entender nuestra propia historia ¿no?