jueves, 17 de noviembre de 2011

SCARAMANZIA



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Un tema emblemático de Último bondi a Finisterre es Scaramanzia, cuya letra dice:

Scaramanzia
(Beilinson - Solari)

Un nuevo juego ligué
donde sos la heroína
Scaramanzia, cábala de amor virtual
Scaramanzia para un Sony samurai
Y voy a comer del pastel
que llamas "la vampira"
Scaramanzia, cábala de amor virtual
Scaramanzia para un Sony samurai
Yo solo espero vivir tus juegos
y luego no quiero que vuelvas a ser
como eras antes, no!
Me voy a ir junto a vos
bien lejos de este mundo
Scaramanzia, cábala de amor virtual
Scaramanzia para un Sony samurai
La buena felicidad dicen que no se nota
Scaramanzia, cábala de amor virtual
Scaramanzia para un Sony samurai
Hoy todos somos gente del pasado
y la alucineta es que nadie
quiere volver a ser como antes, no!
Scaramanzia, cábala de amor virtual
Scaramanzia para un Sony samurai 

En Solari la alusión a lo esotérico es frecuente: gualichos, buzios, chamanismo, etc. El título nos remite a la scaramanzia (vocablo italiano), que es una las tantas mancias, una antigua ciencia oculta derivada de la interpretación de la Qaballah (o Kaballah, o Cábala) hebrea y aplicada a la adivinanza del futuro y de la suerte. En este caso, el Indio vincula a la scaramanzia con un videogame donde aparece ese elemento. 
“Un nuevo juego ligué / donde sos la heroína / Scaramanzia, cábala de amor virtual / Scaramanzia para un Sony samurai”: Pintó un novedoso juego virtual, un videogame donde luchan entre sí todas las divinidades que se convocan a través de la scaramanzia mediante ritos y sortilegios; las divinidades del Bien y del Mal. La "heroína" a la que se refiere es la protagonista del juego, que es la Suerte (que puede ser buena o mala, ahí es donde entra la scaramanzia; si son afortunados, triunfó la buena suerte, y viceversa). Lo de "Sony" es una referencia a esa marca emblemáticamente japonesa, mencionada específicamente, pero con el adicional de “samurai”, de manera de poner aún más de relieve, tanto la procedencia tecnológica del joystick o de la PC en la que está jugando, como a la vez, la virtualidad del juego. Y es ese par de frases lo que repite como estribillo en todas las estrofas.
“Y voy a comer del pastel / que llamas ‘la vampira’ / Scaramanzia, cábala de amor virtual / Scaramanzia para un Sony samurai”: En el juego, hay sacerdotes, sacerdotisas, demonios menores, gárgolas, dragones, ángeles de las tinieblas, etc.; así que supongo que “la vampira” se referirá a alguno de los personajes en ese contexto. Pero también, con lo de “vampira”, hay una velada alusión a la adicción que provoca un juego virtual; comparándola con una compulsión a drogarse, representada como una “vampira”, es decir, algo que nos consume, que nos “chupa la sangre”.
“Yo solo espero vivir tus juegos / y luego no quiero que vuelvas a ser / como eras antes, no!”: Invoca a la Suerte así en abstracto. Espera disfrutar intensamente de ese juego virtual, y espera que la Suerte le sea propicia, espera ganar. Y quiere que esa buena suerte que espera en el juego, se le traslade a todos los órdenes de su vida. Ya no "quiere ser como antes", no quiere seguir teniendo la mala suerte que hasta allí le tocó.
“Me voy a ir junto a vos / bien lejos de este mundo / Scaramanzia, cábala de amor virtual / Scaramanzia para un Sony samurai”: Imaginariamente, se va con la Suerte, "bien lejos de este mundo", es decir: se traslada del mundo real a un mundo virtual y de fantasía (que es de lo que trata el juego).
“La buena felicidad dicen que no se nota / Scaramanzia, cábala de amor virtual / Scaramanzia para un Sony samurai”: Alusión a que sólo se valora la buena suerte, cuando nos ocurre algo malo, pero si no se da eso de que nos acontezca algo adverso; la felicidad pasa desapercibida ("no se nota").
"Hoy todos somos gente del pasado / y la alucineta es que nadie / quiere volver a ser como antes, no! / Scaramanzia, cábala de amor virtual / Scaramanzia para un Sony samurai": La tecnología de los juegos virtuales lo transportó a otro mundo: al de una antigua ciencia ya olvidada (“hoy todos somos gente del pasado”); y de la fantasía. Entonces alucina, divaga (“alucineta”, aludiendo al divague de una afición al esoterismo, pero como moda) con no volver al mundo real. Quiere quedarse en el mundo virtual y vivir la fantasía de manejar, a través de los secretos de la scaramanzia, a los hados de la Suerte y del Destino.

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-Juan Carlos Serqueiros-

LA HIJA DEL FLETERO


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

LA HIJA DEL FLETERO
(Beilinson-Solari)

La hija del fletero, linda infinita
volvió a Madrid, donde parece que es feliz
ese día me mandó al descenso
recuerdo como su mirada me volteó.
Pero dos que se quieren se dicen cualquier cosa
Ay! si pudieras recordar sin rencor.
En mi buzón hay un par de cartas tuyas
fueron juntándose, y no tengo el valor...
Todavía su amor me da descargas
(nunca tuvo el higo seco junto a mí).
Pero a los ciegos no le gustan los sordos
y un corazón no se endurece porque sí.
No calentás la misma cama por dos noches
me reclamaba y no la quise oír
hice de todo por impresionarla
y dejé huérfano todo su penar.
No me gustó como nos despedimos
daban sus labios rocío y no bebí.
Sopa de almejas es todo lo que como
(siempre fui menos que mi reputación).

Bueno, una letra armada por el Indio a partir de algunas anécdotas y vivencias, tanto propias como ajenas.
Los Redondos encargaban el transporte de los equipos hasta el lugar donde ensayaban, siempre al mismo taxi-flet, del cual eran clientes habituales. Un día, el fletero se presentó en el lugar acompañado de su hija, y al parecer, la chica era un minón infernal, de una belleza que sorprendió a Solari.  A partir de allí, vincular ese suceso casual con ciertas situaciones por las que atravesó su ex amigo Enrique Symns, fue coser y cantar para el Indio, quien ideó esta letra combinando todo.
En la primera estrofa, mezcla el impacto que le causó la gran belleza de la hija del fletero (“linda infinita”, la ve); con un amor circunstancial (y trunco) que tuvo Enrique Syms en su periplo por Europa: había vivido un romance con una mina que después lo abandonó y se volvió a Madrid, de donde provenía (“ese día me mandó al descenso, recuerdo como su mirada me volteó”, dice aludiendo al momento en que la mina lo deja).
Seguidamente, trata de reflexionar sobre los factores que provocaron que la mina le dé el espiante: “pero dos que se quieren se dicen cualquier cosa”, consigna, aludiendo a la etapa inicial de un romance (en algunas personas es habitual que se hagan promesas sin fundamento sólido y sin pensar demasiado). Y trascartón, espera que a ella no le haya quedado una imagen demasiado pobre de él y no le guarde resquemor (“Ay! Si pudieras recordar sin rencor”).
Después, se refiere a las demandas y advertencias que la mina le hacía y a las que él no les dio pelota (“en mi buzón, hay un par de cartas suyas, fueron juntándose y no tengo el valor...”, rememora, reconociendo su “culpa”). Y admite también que aún la recuerda (“todavía su amor me da descargas”), e intenta revalorizarse a sí mismo, aludiendo a que por lo menos durante un tiempo y en algún aspecto la satisfizo (“nunca tuvo el higo seco junto a mí”, dice, en referencia -bastante poco caballeresca, dicho sea de paso- a su pasión).
Luego, con resignación, explica lo ocurrido para que el romance terminara: “pero a los ciegos no les gustan los sordos, y un corazón no se endurece porque sí”, anota, aludiendo a que la mina era como un ciego que no percibía como era él en realidad; y a su vez, él era un sordo que no oía los reclamos de la mina. Así dadas las cosas, era lógico que el breve idilio se rompiera.
Seguidamente, rememora los planteos que le hacía la mina respecto a sus infidelidades (“no calentás la misma cama por dos noches, me reclamaba y no la quise oír”), y a continuación, se acuerda de que a su modo, él intentó suplir esas falencias poniendo el acento en los aspectos en los cuales era hábil (“hice de todo por impresionarla”). Pero todo fue inútil; él era incapaz de darle a la mina lo que ella buscaba, de estar a su lado cuando ella lo necesitaba (“y dejé huérfano todo su penar”).
Luego se lamenta de que la relación haya terminado en malos términos (“no me gustó como nos despedimos”). Él hubiera querido que las cosas finalizaran mejor, pero bueno… no fue así.
Y cierra la letra con un recuerdo poco feliz: “sopa de almejas es todo lo que como (siempre fui menos que mi reputación)”, dice, aludiendo a la circunstancial impotencia sexual que aquejaba a Symns de resultas del abuso que hacía del consumo de cocaína. Ante eso, se veía obligado, por la imposibilidad de tener erecciones, a tratar de satisfacerla recurriendo al cunnilingus. O sea, y para ser gráfico: sólo le chupaba la concha, bah (en España se le dice "almeja" al órgano sexual femenino), convirtiendo así al sexo oral, que habitualmente es un preliminar o un complemento; en práctica única de su actividad sexual.

Y concluye con un lapidario “siempre fui menos que mi reputación”, significando que, pese a la fama de mujeriego que tenía Symns; en la realidad efectiva no era tan así, ya que sufría de impotencia por su adicción a las drogas.

Enlace a la canción en You Tube: http://www.youtube.com/wat​ch?v=-Z_vVVAg3Pg

-Juan Carlos Serqueiros-

RATO MOLHADO



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Rato molhado 
(Beilinson - Solari)

Tumberito... jamón y porrón
(mirá vos, que tan lejos llegó!).
Va por un golpe más de bourbón
y a la Plaza Irlanda a guapear...
Rociado con Kenzo Jungle
moldeado por INTER-NOVA.
Desayuno en la cama con Dios
para el chino chipero que es!
Juega siempre a que mata de amor
(gargantilla de sangre veloz!).
Su cara es tan expresiva
como el par de sus botas nuevas.
Con sus curdas de Goliath
y sus poros brotando hormonas
con bebas impalas que lo acarician ¡es feliz!
Los tiros no duelen mucho
(él sabe que sólo arden...)
Meta conga, risa y cascabel
con la manga seca su nariz.
Mandinga lo pone así
siniestro pero gentil.
Una sombra chinesca
que encandila a su muerte
y se va...


"Rato molhado" es "ratón mojado" en portugués. Una visión descarnada, realista, pero a la vez casi tierna, con algo de disculpa o de simpatía digamos; del Indio hacia la figura, el habitat y el modo de vida de un joven, hijo de presidiario, que lleva una vida azarosa, delictiva, probablemente destinado a ser carne perforada por las balas policiales, pero que por el momento va eludiendo esa muerte a la que pareciera estar a priori condenado.
“Tumberito... jamón y porrón / (mirá vos, que tan lejos llegó!)”: El tipo es un "tumberito", es decir, un nacido como resultado de una visita higiénica de su mujer a un preso, a un "tumbero". Pero también "tumberito" es en la jerga carcelaria el preso que se ve obligado a comer siempre la "tumba" (la por lo general asquerosa, vomitiva comida hecha en las cárceles), a raíz de que no tiene familiares o amigos que le lleven algún morfi más o menos decente (lo cual de paso está indicando que el hijo de un tumbero ya ha sido también tumbero él mismo, ya estuvo en prisión). En este caso el Indio usa ambas acepciones del término "tumberito" para especificar el origen del personaje, y también el hecho inusual de que un "tumberito" esté disfrutando de algo impensado para su condición: comer jamón y tomarse un porrón de cerveza, en alusión a la “buena vida” que se está dando (“mirá vos que tan lejos llegó”), quizá como consecuencia de un robo, o algún hecho delictivo por él perpetrado: el “tumberito” cazó guita grosa y se está dando la gran vida.
“Va por un golpe más de bourbón”: El tipito se castiga con whisky; pero no cualquier whisky, sino específicamente de la variedad bourbon, que se hace a partir de maíz. No es casual que el Indio haya elegido justamente esa bebida, sino que tiene un significado simbólico el hecho de que haga aparecer al personaje escabiando bourbon, que es el whisky por excelencia en las novelas policiales negras; en los thrillers, el autor siempre hace aparecer a los protagonistas tomando ese tipo de whisky. Está pintando un contexto el Indio con esa frase: la vida marginal, delictiva, del “tumberito”
“y a la Plaza Irlanda a guapear...”: Estimulado por el whisky, el chabón va a la Plaza Irlanda (que está en el barrio de Caballito, en Buenos Aires) a hacerse el pulenta, el poronga.
“Rociado con Kenzo Jungle / moldeado por INTER-NOVA”: Otra vez el Indio hace aparecer al personaje usando o consumiendo algo que va justo con su target: el tipito usa un perfume francés que según la propia publicidad oficial de Kenzo para su variedad Jungle homme, es "una fragancia para hombres latinos, mestizos, urbanos y activos" (sic). Lo de "moldeado por Inter-Nova" puede referirse a que el chabón es como un personaje salido (“moldeado”) de "InterNova" (la revista de ciencia ficción más famosa); o a que es una persona que navega por la "nueva" (Nova) Internet (Inter) y en función de eso adopta modismos determinados; o por ahí (creo que es lo más probable) esté aludiendo a la pilcha que usa el “tumberito”, pilcha de onda, de buena marca, adquirida en una boutique para hombres, en algún shopping de los caros. 
“Desayuno en la cama con Dios / para el chino chipero que es!”: Referencia irónica a que un chabón de tan "oscuro origen social" (un "tumberito"), se dé el lujo de desayunar en la cama y goce de la buena vida. Lo de "chino chipero" es una alusión mordaz del Indio a través de un neologismo de esos a los que tan afecto es Solari ("chipero" deriva de la castellanización de cheap ("barato", en inglés) para mofarse de una expresión muy peyorativa que suelen hacer los boluditos/as de las clases medias-altas argentinas: referirse a alguien como "negro barato" o "chino barato", aludiendo despectivamente al color moreno de la piel o al origen social humilde de alguien; la tristemente célebre y odiosa frase peyorativa "negro de mierda", digamos.
“Juega siempre a que mata de amor / (gargantilla de sangre veloz!)”: El tipito la va de langa, de latin lover, pero además; está aludiendo a que bajo su apariencia inofensiva, galante, gentil; también puede, en un arranque de furia (“sangre veloz”), ser capaz de matar a alguien degollándolo (“gargantilla”).
“Su cara es tan expresiva / como el par de sus botas nuevas”: Alta ironía. El tipito es inexpresivo, inescrutable; no permite que su rostro deje traslucir sus sentimientos ni sus estados de ánimo.
“Con sus curdas de Goliath”: Las gigantescas (por el gigante Goliath) borracheras que se agarra.
“Y sus poros brotando hormonas”: El “tumberito” es un chabón joven, vital; exuda vida y tiene, lógicamente, ansias de sexo.
“Con bebas impalas que lo acarician ¡es feliz!”: "bebas impalas": minitas ligeras, digamos, de las "rápidas", de las bravas, que lo satisfacen sexualmente.
“Los tiros no duelen mucho / (él sabe que sólo arden...): Su origen de “tumberito”, de marginal, lo hace inmune al temor a la muerte a manos de la yuta. Es una alusión a su mentalidad fatalista: si tiene que morir baleado por la cana, y bueno... Prefiere eso, a una vida en la cárcel; la vida en la cárcel "duele"; en cambio, los tiros “no duelen mucho”, sólo provocan ardor al entrar las balas en la carne y después chau, la muerte…
“Meta conga, risa y cascabel / con la manga seca su nariz: Para el chabón, la vida es una joda; hay que pasarla lo mejor posible, vive a mil (“meta conga, risa y cascabel”); y la joda incluye aspirar cocaína (“con la manga seca su nariz”)
“Mandinga lo pone así / siniestro pero gentil”: Otra alusión fatalista. Es el diablo (Mandinga) "el que lo pone así". No es culpa del chabón, él no tiene la culpa de su origen de “tumberito”, él estaba predestinado por su cuna, a llevar la vida delictiva que lleva; pero también “mandinga” suena sospechosamente similar a “mandanga” (la cocaína, la merca), que vendría a ser el “diablo” que “lo pone así”.
“Una sombra chinesca / que encandila a su muerte / y se va...”: Las sombras chinescas son un espectáculo creado por los chinos antiguos y que luego se popularizó en el mundo. Consiste en unas figuras que se forman con las manos y se mueven detrás de una pantalla de papel o tela blancos, iluminada por la parte opuesta a los espectadores que miran de frente. Aquí el Indio usa esa metáfora con varias acepciones: la de aludir al constante evitar a la muerte del chaboncito, (hasta ahora sus delitos no lo han llevado a la muerte a manos de la cana); el “tumberito” es como una sombra chinesca que elude a la muerte encandilándola (si durante un espectáculo de sombras chinescas, se esparce un haz de luz intensa sobre quienes lo presencian, éstos ya no pueden verlas, porque se arruinó el contraste entre luz y sombra que lo posibilita).

Enlace a la canción en You Tube: http://www.youtube.com/watch?v=fH1kJJR-lVs

-Juan Carlos Serqueiros-
 

JUAN EL PREGUNTÓN QUIERE SABER: ¿CÓMO, CUÁNDO Y DÓNDE MURIÓ SOLÍS?
















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

¿Se acuerdan cuando en la primaria, allá por quinto o sexto grado, la maestra nos “enseñaba” quién “descubrió” el río de la Plata, y cómo murió? Bueno, yo como buen jovato, sí me acuerdo: “aprendíamos” historia según algunos manuales homologados para la sacrosanta escuela pública sarmientina en la cual supuestamente todos éramos “iguales”; porque el “gran maestro sanjuanino” así lo había dispuesto con ese corazón tan noble de “padre del aula Sarmiento inmortal” que tenía.
Pero claro, eso sí: algunos eran más “iguales” que otros… Por ejemplo, mi compañerito de banco, el Angelito Pelusso (flor de hijo de puta, dicho sea de paso... cómo sería de turro el muy guacho, que un día, tanto me hinchó las guindas, que en la clase de Trabajo Manual le pasé papel de lija por la cara… le quedó la trompa hecha un primor je je je), era más “igual” que yo, sencillamente porque él tenía —entre otras muchas cosas que yo no— el consabido (y caro) Manual del Alumno Santafesino: un libraco de tapas duras color rosa pálido e ilustrado con unos dibujos que daban envidia, mire vea. Mientras que yo tenía que andar peludeando con el popular, barato y democrático Manual Graf, un mamotreto de tapas blandas, con páginas encuadernadas como el orto que se desprendían ni bien las dabas vuelta, ilustradas con dibujos y fotos en colores... una berretada total.
Pero me estoy yendo por las ramas; mejor vayamos a los bifes: con esos textos, la seño nos daba Historia, y así nos metían en la marota que el ilustrísimo y arrojado marino Juan Díaz de Solís llegó a las costas del “Mar Dulce”, que en una isla enterró a un marinero que se llamaba Martín García, que pobre, se le ocurrió morirse (qué tipo inoportuno ese García, che, mirá que venir a morirse justo en ese momento tan trascendental), y que dado que Solís era tan valiente como caritativo; bautizó a esa isla pedorra con el nombre del tipo que había palmado.
Y la completaba informándonos que después de eso, el Juancito Díaz de Solís desembarcó en algún lugar (que por más preguntas que le hicimos a la seño, nunca pudimos saber dónde carajo quedaba), y que allí los indios charrúas (que parece ser que eran una gente de lo peor, che; atendían como el culo a visitantes tan distinguidos), los cagaron a flechazos y después, pa’ terminar la función, se los lastraron, dejando vivo a uno solo (qué sé yo… sería pa’ usarlo de muestra, ¿no?).
Claro, uno terminaba de aprender todo eso, salía de ese templo del saber que era la escuela, y después del paso obligado por el campito pa’ jugar un rato a la pelota; llegaba a su casa, donde nos esperaba nuestra abnegada madre quien, después de cagarnos convenientemente a cintazos por venir con el guardapolvo hecho un desastre; nos mandaba a bañar (ufa, mamá, si ayer me bañé) como preliminar de la consabida cena familiar. Y mientras comía, uno pensaba en la suerte que tenía, al contar con ese morfi tan rico que nos había hecho la vieja; mientras que los charrúas, se ve que no tenían mamás que les cocinaran, porque si se los habían morfado a Solís y sus muchachos, seguramente sería porque tenían hambre, qué joder…
Y uno se dormía pensando en el chabón que había quedado vivo entre los charrúas, pobre... Y encima, sin siquiera tener al vigilante de la esquina como pa’ preguntarle qué bondi había que tomar para ir hasta el barrio La Guardia, pasaje Turín al 46, diga (los rosarinos no decimos "al cuatro mil seiscientos", ni en pedo; decimos “al cuarenta y seis”, como debe ser).
Después, uno ya se iba haciendo más grande, y si por esas putas casualidades de la vida descubría que después de todo, la historia le gustaba; aprendía que si era cierto que los indios se habían comido a Solís y sus compinches, no debían haber sido los charrúas, porque hete aquí que no eran antropófagos, entonces entrabas a buscar brolis y más brolis, y así te enterabas por el Pepe Rosa, por ejemplo, que los guachos que se habían manducado a Solís no eran los charrúas; sino los guaraníes, que también eran terribles y que practicaban la antropofagia ritual, pero que después, educados por los jesuitas, aprendieron modales, dejaron de morfar yoyegas y se volvieron tan buenitos, que hasta ayudaron a San Martín, Belgrano y Artigas a sacarnos de encima a los realistas (que a esas alturas, ya no eran más valientes y emprendedores como sus antepasados conquistadores; sino que se habían vuelto unos redomados hijos de puta de la mano de un reyezuelo cretino y medio maricón que no había caso que quisiera entender que nosotros ya éramos lo suficientemente creciditos como para valernos por nuestros propios medios).
Todo liso entonces, ya podíamos dormir tranquilos y ser felices por siempre jamás. Estaba clarísimo: a Solís no lo habían matado los charrúas, sino los guaraníes, y se lo habían morfado ritualmente “para apropiarse de su fuerza e inteligencia”.
El lugar preciso donde había desembarcado el valiente marino seguía sin saberse dónde mierda quedaba; pero bueno, después de todo, kilómetro más, kilómetro menos ¿a quién le importa?
—Una última cosita, don Pepe: el marinero que dejaron vivo los guaraníes, ¿qué pasó con ese? —Ah, bueno, sí, se llamaba Francisco del Puerto el hombre, y vivió entre los indios, que lo habían adoptado, hasta que once años después, llegó Sebastián Gaboto y lo rescató. —¡Qué bueno, qué suerte tuvo el hombre! Y dígame, don Pepe, ¿por qué fue que los guaraníes lo dejaron vivo? ¿No era que practicaban la antropofagia ritual “para apropiarse de la fuerza e inteligencia” de los enemigos? Y que yo sepa, el Francisco del Puerto ese, era enemigo (y mal agradecido, además; porque en cuanto pudo, los dejó de garpe a los indios, se fue con Gaboto y le alcahueteó todo), y también se mandó unas cuantas cagadas, ¿no? —¡Ufa, Juanca! Dejate de joder ¿Qué sos, Juan el Preguntón? ¡Qué plomazo viejo, qué plomazo! Y se levantó y se tomó el espiante. Pero no hay drama, don Pepe, después de todo, como bien decía el General, para un peronista no hay nada mejor que otro peronista; así que vaya nomás, que los fecas y los ginebrones los garpo yo.
En eso, cayó el inefable Georgie ¿Eh? ¿Cómo “qué Georgie”? El único Georgie que tenemos por estos pagos de Dios: el Georgie Borges, ¿qué otro Georgie va a ser? Hay gente que pregunta cada huevada, mirá (no Georgie, lo de “mirá” no lo dije por vos; como buen peroncho, soy mersún y grasa, pero no tanto como para llegar a ser maleducado burlándome de tu ceguera). Se sentó parsimoniosamente, colocó el bastón entre las gambas, apoyó ambas manos en la empuñadura, y mientras la Kodama pedía un agua sin gas para él y un té chino con scons para ella; el Georgie, impertérrito, me recitó su Fundación mítica de Buenos Aires:

Pensando bien la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces como oriundo del cielo
con su estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron

—Bárbaro Georgie, una lírica sublime. Ahora, vos que sabés de todo, ¿dónde joraca queda el sitio en que “ayunó” Solís, y cuáles eran los indios que “comieron”? Sin perder su británica flema, como con lástima, me dijo: “—Usted es peronista, ergo, es incorregible. Vamos, María”. Y se rajaron también... ‘ta que lo tiró ‘e las patas.
Y bueno, como don Pepe se chivó conmigo y perdió la paciencia, y el Georgie y la ponja no me dieron ni la hora; recurrí a don Jorgito Caldas, que me dijo: “—Mirá Juanca, a Solís y los suyos los mataron los guaraníes, pero no es cierto que después se los comieron. Disiento con los que afirman eso, porque ya establecí fehacientemente que los guaraníes no eran antropófagos”. —OK, don Jorge, pero ¿y los cómpli… digo, los otros que venían con Solís y que vieron todo desde el barco y afirmaron unánimemente que sí se los comieron, ¿qué pasó con esos; sufrieron una alucinación colectiva, que todos dijeron lo mismo? —Esteee… Juanca, no es que yo sea materialista, viste, pero la hora de sesión de hoy, ya se terminó; te doy un turno para la semana que viene y charlamos, ¿sí?
Y se piró por la tangente don Jorgito también, de modo que no me quedó otra que rumbear para la zona guaranítica, pa’l litoral que le dicen: Misiones, Corrientes y el Chaco; a ver cómo había había venido la mano con el asunto de la antropofagia ritual, Solís y todo eso.
En Resistencia, me junté a tomar un feca en La Biela con el Ertivio Acosta, que de cultura guaranítica la sabe lunga, y que cuando le saqué el tema de la antropofagia me miró entre espantado y horrorizado, y que luego de darme una sesuda charla sobre el Payé, el Pombero, San la Muerte y la receta para hacer chipá; me despachó, quedando yo más en bolas todavía que antes.
Pero como siempre fui un tipo de múltiples recursos, se me prendió la lamparita y me dije: “Ah, ya sé, me pego una vuelta por El Fogón de los Arrieros, que ahí, en la biblioteca, seguro tienen info sobre el tema". Llegué, y resulta que era Jueves de Tango en el Fogón, así que me agarraron unos amigotes que me dijeron “¿Eh, cuál Solís, el que cantaba boleros? Dejate de joder, boludo, vení tomate unos vinos con nosotros y cantate unos tanguitos”. Conclusión: salí de allí a las 2 de la matina, con un pedo cósmico y sin poder recordar muy bien a qué cuernos había ido.
Me crucé a Corrientes y me tragué todo el plomazo de Crónica histórica de la Provincia de Corrientes, de Manuel Florencio Mantilla, que como buen mitrista, cada vez que en sus páginas mencionaba a un guaraní, su elitista prosapia correntina lo llevaba a tener que andar buscando en el diccionario términos insultantes nuevos para endilgarles a los pobres indios, porque los que sabía de memoria, se ve que los había agotado. En fin…
Llegué a Posadas y ahí me enteré de que los rituales que implicaban antropofagia, no eran práctica habitual entre los guaraníes; pero que algunos historiadores, allá por el siglo XVII, habían mencionado algo al respecto, consignando que habían presenciado hechos de esa naturaleza y que la cosa era así: durante cierto tiempo, engordaban con ricos manjares al que iban a sacrificar, le daban doncellas para que el tipo se solazara, y por último, lo despachaban y se lo manducaban. Como puede apreciarse, nada que ver con el caso de Solís, al que inmediatamente después de haberlo cosido a flechazos, se lo lastraron sin más; nada de tiempo, nada de engorde y nada de doncellas para que se las garchara.
En eso estaba, leyendo el tomo Nº 25 de las Obras Completas de Félix de Azara, cuando de pronto aparecieron cuatro paraguayos que me espetaron: “—Che, curepí, ¿qué ta é lo que te pasa a vos con los guaraníes? Te manda a decir el general Stroessner que si seguís jodiendo, vas a aparecer flotando en el río. Coiná”, y que como primer aviso nomás, me dejaron mormoso a palos.
Y como nunca falta un roto para un descosido, encima, para agrandarme el bolonqui que tenía en el balero; se agregó el irlandés. Sí, el irlandés... ya saben: un tipo de esos colorados como huevo 'e ciclista, de ojos celestes y que se chupan hasta el agua de los floreros, bueno, uno de esos. Lucas Marton se llamaba el ñato, que era un jesuita que había aparecido por los pueblos de las Misiones allá por mediados del siglo XVIII y que la sabía lunga de todo: era historiador, políglota, arquitecto, botánico, geólogo, geógrafo, médico, astrónomo, filósofo y no sé cuántos títulos y maestrías más tenía encima… Aparentemente, por lo que pude enterarme, el tipo se había acollarado con una guaraní que se llamaba Maymboré, con la cual había tenido un hijo, que le decían el Antoñito (sic) Lazo; y en 1751, se declaró en rebeldía contra la Compañía de Jesús, largó los hábitos de jesuita, se internó en la selva con un puñado de guaraníes que lo idolatraban y lo llamaban Pay Guazú, y fundó un pueblo al que denominó Nazareno donde vivió unos años. Siendo ya de muy avanzada edad, se fue a vivir a Paso de las Toscas, junto al arroyo Solís Chico, en la Banda Oriental, donde falleció.
Pero resulta que el tipo guardaba celosamente una punta de documentos y un par de códices a los cuales parece que quería más que a su propia vida; así que les había encargado a sus guaraníes la fabricación de un arca primorosamente labrada, en la cual guardó todo eso, y que no ha podido ser encontrada. Pero sí se halló un libro de su autoría, titulado Yumaranei, en el cual sostiene una muy peculiar versión de lo que pasó con Solís: según Marton, Solís llegó a una isla, pero no desembarcó porque estaba enfermo, y en su lugar; lo hizo Martín García con otros seis marineros. Como en esa isla no encontraron alimentos, Solís les ordenó que se dirigieran a la tierra firme que se avistaba desde la isla (que era la costa de Colonia). Llegaron en un bote a tierra, y los guaraníes los recibieron amablemente y los agasajaron, pero Martín García y los otros mataron al grupo de guaraníes y violaron a sus mujeres, ante lo cual llegaron más guaraníes y los hicieron percha a todos, alcanzando sólo Martín García, malherido, a llegar al bote y remar hasta la isla donde esperaba Solís, muriendo a las pocas horas. Solís lo hizo sepultar allí y llamó a la isla con el nombre del muerto, y decidió volver a España. Pero Solís había estafado a la corona española en favor de la corona portuguesa, de la cual era informante, y en una borrachera, su cuñado, Francisco de Torres, se fue de boca y le contó eso a la tripulación, de resultas de lo cual hubo un motín a bordo, que Solís consiguió sofocar, cediendo todo lo que había ganado a sus marineros (mirá vos de dónde viene la coima, che). Éstos lo dejaron en la costa y volvieron a España, donde inventaron la historieta esa de que Solís había sido muerto y devorado por los indios. Y terminaba Marton afirmando que Solís, que estaba en connivencia con Portugal y que por eso había traicionado a España, vivió treinta y cinco años más, durante los cuales se casó con una charrúa y tuvo un hijo, falleciendo de muerte natural en 1552, con más de ochenta años, cerca del cerro Cono. ¿Qué tal te queda el moño? Pavadita de historia se mandó Lucas Marton, ¿no?
Conocí en Uruguay el arroyo Solís Chico, el cerro Cono, el Paso de las Toscas y la fortaleza de Santa Teresa; pero nada más pude averiguar acerca de la muerte de Solís y las circunstancias de la misma.
Por supuesto, todo lo que escribí sobre los encuentros con Pepe Rosa, Borges y Caldas Villar es joda; sí es cierto que leí y releí hasta el cansancio todo lo que pude encontrar sobre el asunto de Solís, y sí es cierto también que investigué, hurgando y rebuscando en todo lo que había en Misiones, en Corrientes, en el Chaco y en el Uruguay.
Y como da la casualidad de que estoy preparando un material sobre Andrés Guacurarí (que —dicen— era bisnieto de Lucas Marton), pintó el recuerdo de la duda que en aquel momento (hace ya más de treinta años) me surgió respecto de la suerte que habían corrido Solís y sus hombres. Duda esa que aún tengo.
Por eso, pregunto: ¿alguien sabe, en verdad, cómo, dónde y cuándo murió Solís?

-Juan Carlos Serqueiros-