lunes, 11 de diciembre de 2017

MARIPOSA PONTIAC - ROCK DEL PAÍS




Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Mariposa Pontiac - Rock del País
(Beilinson-Solari)

Ven a mi casa suburbana
me obsesiona tu prisión.
Ay! mariposa Pontiac que va a ser de mí-uh!
Sin tus caricias, nena
que va a ser de mí.

**********
Me vine a ver un recital de rocanrol del país
y míren toda la cacona que juntaron aquí
será que pueden calentarnos el pavito nomás
para gastarlo!
Verte felíz no es nada
es sólo un rocanrol del país
verte felíz no es nada
es todo lo que hacemos por tí.
Tuve temprano entre mis manos mi boleto y oí
que en el ensayo ya chingaban nuestra onda y pensé
con la lechuza que circula ya no se puede más
para gastarla!
Verte felíz no es nada
es sólo un rocanrol del país
verte felíz no es nada
es todo lo que hacemos por ti.


Este tema (en realidad, originalmente eran dos canciones que después el Indio compactó en una), si bien los Redo recién se decidieron a editarlo en el disco Luzbelito; es de los más viejos de la banda y lo tocaban siempre en los primeros recitales.
La “primera parte” es una especie de anécdota sobre una minita que según la mitología redonda, caía siempre a los shows (y que según afirman algunos chantapufis que presumen de "saber", habría venido por el lado de Enrique Symns; lo cual es puro blableta porque allá por 1978, Quiquito no había aparecido todavía en la historia redonda; lo haría recién años después). Se trataba de una típica tilinga, de clase media-alta, que vivía en un barrio de gente biam, digamos y asistía a los recitales de los Redo cuando estos aún eran una banda que no tenía las trascendencia y convocatoria popular que tuvo después, y cuando todavía, por ese tiempo, su público estaba compuesto mayoritariamente por personajes de la noche y la bohemia, intelectuales, artistas, etc.; aunque luego eso cambiaría, e iría in crescendo la cantidad de gente que llegaba desde zonas humildes y estratos sociales más bajos (de los barrios desangelados, como los llama Solari). 
A la chica esa le decían Mariposa Pontiac porque siempre andaba “mariposeando” y se movilizaba en un glamoroso automóvil de esa marca norteamericana. Los hay también quienes afirman que lo de “Pontiac” era en alusión al culo espectacular que tenía, o sea, comparaban el orto de la mina con la cola distintiva de ciertos modelos de Pontiac. En aquellas épocas, quienes supuestamente la conocían, me la "marcaron"; pero el problema fue que me señalaron, cada uno de quienes (según ellos) la junaban... ¡a tres minas distintas! Eso sí: las tres tenían un culo divino, debo decir... el problema es que me quedé sin saber si alguna de ellas era la "famosa" Mariposa Pontiac.
Y después, el Indio decidió compactar ambas canciones transformándolas en una, porque la “segunda parte” está referida a alguien que va a ver un recital de “rocanrol del país” (como por ejemplo, uno de los Redo), esperando encontrarse con un ambiente copado principalmente por gente de clase media-alta; y en lugar de eso se encuentra con que el público mayoritariamente proviene de sectores sociales menos favorecidos, más humildes (de ahí lo de frases tales como “miren toda la cacona que juntaron aquí”, que es un referencia peyorativa, despectiva, la óptica de algún tilingo / tilinga de clase media-alta -como por ejemplo, la mina esa a la que apodaban “Mariposa Pontiac”- respecto de la gente que no pertenece a su clase social).

Enlace a la canción en You Tube

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 9 de diciembre de 2017

EL CACIQUE BLANCO. TERCERA PARTE


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Viene de partes Primera y Segunda

“El Territorio del Chaco es actualmente una agencia electoral de las provincias vecinas.” (Revista Estampa Chaqueña)

El inicio de la década del veinte marcó un clivaje en la historia del Chaco en tanto representó el pasaje desde el denominado ciclo forestal, subsiguiente a la conquista y poblamiento; al que se ha dado en llamar ciclo algodonero. Esto trajo aparejada otra ola inmigratoria -que duraría hasta bien entrados los años cuarenta-, volcada al centro-norte y al centro-oeste chaqueños, sin que todavía se hubiese logrado más que parcialmente la argentinización de la que la había precedido cuando la colonización. 
Si los españoles (no así los italianos) habían sido huesos duros de roer a la hora de hacerlos argentinos, imagine usted, apreciado lector, la tarea ímproba que representaría lograrlo con la masa famélica, sufrida y esforzada de yugoslavos, búlgaros, ucranianos, polacos y demás etcéteras componentes del gringaje del Este europeo trasplantado al Chaco. Máxime, cuando de las dos herramientas con las cuales se contaba en tiempos de la etapa colonizadora, esto es, la escuela pública y el ejército nacional; sólo quedaba disponible la primera, porque algunos años antes, se había dispuesto retirar del territorio al segundo.
En lo atinente a la escuela pública, la escasez de establecimientos era notoria. Y encima -las pulgas del perro flaco-, a hombres que tuvieran la doble condición de apóstol y titán (como Raúl B. Díaz, por ejemplo) no se los encontraba a la vuelta de una esquina, precisamente). En cuanto al ejército, en 1917 Yrigoyen ordenó evacuar del Chaco los pocos regimientos que aún quedaban en él luego de la conquista. Así, el territorio quedó limitado a la (relativa) seguridad que pudieran brindarle sus propios organismos. 
La homogeneización identitaria de aquella Babel no fue, ciertamente, un proceso sencillo y exento de conflictos.
Con respecto a los indios, la reducción de Napalpí, que constituía la cristalización de la prédica de Lynch Arribálzaga, albergaba una población más o menos estable de entre 700 y 800 individuos pertenecientes en su mayoría a las etnias toba y mocoví. En ella había una escuela en la que se impartía instrucción primaria a los niños indígenas, la cual constituía una de sus dos claves, siendo la restante el trabajo -que se realizaba a destajo y en modalidades lindantes con la explotación lisa y llana (lo cual no difería de las condiciones en que laboraban en obrajes y chacras los hacheros y braceros correntinos, santiagueños y paraguayos que componían, conjuntamente con los aborígenes, la totalidad de mano de obra disponible en el territorio)-.
El advenimiento del radicalismo al gobierno nacional, significó para el territorio que el poder central instalara en el sillón de Obligado a políticos provenientes de las provincias de Santa Fe y Corrientes, quienes evidenciaban tener poca o ninguna empatía con el territorio y sus habitantes, desconocían en absoluto sus problemáticas y usaron al Chaco como base de operaciones encaminadas a la intervención activa en la política partidario-electoralista de sus lugares de origen. El norte de quienes eran designados gobernadores, lo constituían, pues, sus intereses políticos en las provincias de las cuales procedían y su propio beneficio económico, lo que provocaba que dedicaran su tiempo a esos fines y que sus prolongadas ausencias del territorio, lejos de ser excepcionales; fueran lo habitual.
Así las cosas, el Chaco se convirtió, ora en un reducto donde se planeaban transas y camándulas para mantener la “situación” si ésta era favorable, o conspiraciones y revueltas para tornarla propicia si era adversa; ora en un sitio donde “asilar” a los amigos en caso de que resultaran perdidosos en aquellas feroces contiendas a las que pomposamente se llamaba comicios.
En cuanto a la policía brava, era una herramienta al servicio del gobernador de turno, que éste utilizaba a discreción para confiscar libretas de enrolamiento y arrear hasta las provincias limítrofes como si de ganado se tratara, a gente a la que se hacía figurar como inscripta en los padrones correntino o santafesino.
El 12 de octubre de 1922, Marcelo T. de Alvear asumió la primera magistratura de la República. El gobierno paralelo que Yrigoyen intentó establecer, valiéndose para ello del vicepresidente Elpidio González, y el hecho de que Alvear formara su gabinete sin requerir en absoluto la opinión del Peludo, además de otros factores que omitiré citar en obsequio a la brevedad; fueron indicios claros de que las diferencias en el seno del partido gobernante eran mucho más profundas que una mera cuestión de estilos. En ese contexto, Alvear se tomó un pequeño plazo de ¡ocho meses! para designar gobernador del Chaco al político santafesino Fernando E. Centeno.
Nacido el 27 de setiembre de 1876, Fernando Enrique Centeno provenía de una familia rosarina de origen español (era nieto del coronel Dámaso Centeno, muerto en la batalla de Cepeda; e hijo de Fernando S. Centeno, gestor e impulsor del pueblo que lleva ese nombre). Opositor a Yrigoyen, desde principios de la segunda década del siglo XX recaló en el radicalismo antipersonalista, fue diputado a la legislatura provincial por el departamento Constitución en 1914 y 1917, y convencional constituyente por el departamento Gral. López en 1920. Estaba casado con Lily Baraldi, una dama perteneciente a una familia italiana exiliada en España y posteriormente “trasplantada” desde allí a América.
Centeno llegó al Chaco con el definido propósito de enriquecerse en la gobernación a como diese lugar. Para eso, llevó consigo a dos de sus cuñados: Enrique Jorge Pedro Baraldi, en carácter de secretario; y Fernando Restituto Guido Baraldi, como contador.
Organizó las cosas de modo que las tareas burocráticas (confección de planillas, rendición de fondos, redacción de informes al ministerio del Interior, etc.) fueran desempeñadas por sus parientes; mientras él se quedaba en la provincia de Santa Fe, limitándose a viajar al Chaco un par de veces al año, como mucho, para cumplir alguna que otra formalidad protocolar, firmar los papeles y, por supuesto; percibir la “renta”, es decir, el canon pactado con sus cuñados por “alquilarles” la gobernación efectiva (30.000 pesos mensuales, según se decía), astillita esa la cual provenía de ilícitos tales como defraudación al Estado mediante el ardid de engrosar las planillas de sueldos incluyendo en ellas empleos inexistentes (policías, principalmente), coimas a prostíbulos, casas de juego y ladrones de ganado, y otras lindezas por el estilo.
La persecución a quienes se atrevían a oponerse a sus designios, a criticar su nepotismo descarado y a denunciar sus delitos, fue otra de las constantes en su gobernación. Decididamente, el radicalismo no lograba prender del todo en el Chaco, lo cual no tenía nada de extraño, al contrario; era la reacción esperable a la odiosa presencia de sujetos como Cáceres y el propio Centeno, impuesta desde el poder central).
No parecen haber existido móviles partidistas en el acoso ejercido sobre adversarios políticos y periodistas; sino el propósito de presionarlos, intimidarlos y hacerlos desistir, por medio de la coacción y el temor, de revelar y manifestar las irregularidades y abusos en que incurrían él y sus esbirros (y por otra parte, un individuo como Centeno, de moral laxa, carente de virtud política y que no procuraba más fin que la obtención del beneficio económico propio; no iba a favorecer al radicalismo del Chaco ni tampoco al de la vecina Corrientes, de cuyas expresiones -escasas, por cierto- emanaba un indisimulable tufillo yrigoyenista por demás ofensivo a su  oligárquico olfato).
Con todo, de no ser por un suceso funesto que tuvo a Centeno como actor principal y que se precipitó al derivar las circunstancias en espantosa tragedia debido a la concurrencia de varios factores; Chronos habría tendido sobre su venalidad y su ominoso gobierno el manto del tiempo; no quedando de él en la historia más registro que la borrosa referencia de un par de fechas seguidas del nombre de aquel oscuro politicastro de actuación limitada al ámbito regional y corrupto como otros muchos que hubieron.   
La crisis del algodón, iniciada en los Estados Unidos en 1921 y que se profundizó y eclosionó en 1923, provocada por la plaga del picudo que pasó desde México a Texas y se expandió a todo el sur norteamericano, llevó a que los grandes industriales hilanderos y tejedores del mundo, ávidos del textil y desesperados por su escasez; posaran la vista sobre Argentina, y que los fabricantes estadounidenses de maquinaria hicieran lo propio.
El ministro de Agricultura del presidente Alvear, Tomás Le Breton -una especie de súper ministro que pocos años antes había impulsado, como diputado nacional, una ley propiciando la formación de cooperativas, y que después fue designado embajador en EE.UU., donde tomó contacto con grupos de poder político y económico que se comprometieron a establecer y apoyar por todos los medios a su alcance una complementación argentino-estadounidense destinada a hacer de nuestro país uno de los grandes productores y procesadores mundiales de algodón-; fue quien trazó la política que signó el tránsito del Chaco desde una economía extractiva (quebracho-tanino), a otra productiva (algodón), que debía pivotear sobre el eje reparto de la tierra pública - optimización del proceso de cultivo, comercialización e industrialización.
Mas, había un problema (o mejor dicho; varios, pero me ocuparé sólo del que hace específicamente a la cuestión enfocada, esto es, la tragedia acontecida en el Chaco durante la gobernación de Centeno): la producción algodonera requería, según los expertos americanos traídos al país y contratados por el gobierno; de mano de obra barata, especialmente, en el primer eslabón de la cadena, o sea, los braceros. Esa condición sólo podía cumplirse manteniéndolos en el oprobioso régimen de laboreo a destajo y en las condiciones infrahumanas que enuncié precedentemente.
Para agravar aún más las cosas, la administración de la reducción de Napalpí (a cuyo frente ya no estaba Lynch Arribálzaga) no se le ocurrió nada mejor que disponer una quita forzosa del 15% en el algodón que cosecharan los indios, so pretexto de destinarlo a “costear los valores de las herramientas de labranza, el funcionamiento de las escuelas y los arreglos dentro de la Reducción”. Y para no ser menos, Centeno decretó para los aborígenes la prohibición de desplazarse a Salta y Jujuy -como venían haciendo desde algunos años antes-, donde podían percibir mejores salarios en los ingenios. Los indios respondieron con la huelga.
El Chaco era una caldera a presión. La aguja del manómetro subía y subía, pero nadie le prestó atención. Y la caldera estallaría, nomás, en la forma más oprobiosa y trágica que imaginarse pueda: la masacre de Napalpí.

Continuará

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 12 de noviembre de 2017

EL CACIQUE BLANCO. SEGUNDA PARTE






































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


(Los habitantes de los territorios nacionales son) parias sometidos al destino que les deparan los funcionarios que les mandan desde esta capital, (así, esos territorios constituyen) verdaderos refugios de pecadores y de vagos donde encuentran fácil acomodo los peores elementos de comité, como los favoritos que venían de la metrópoli en tiempos de la colonia, a enriquecerse en un medio sin vinculación, sin nada que los ligara, con amor a la tierra a donde van sin ánimo de trabajar, pero ávidos por enriquecerse. (Benjamín Villafañe, diputado por Jujuy, discurso en el Congreso de la Nación, setiembre de 1921)

En 1912, el presidente Roque Sáez Peña dispuso la creación en el Chaco de la Reducción de Indios de Napalpí, a cuyo frente se designó, en 1913, al naturalista Enrique Lynch Arribálzaga (quien seis años antes había fundado la Sociedad Protectora del Indio).
La solución al problema indígena que proponía Lynch Arribálzaga estaba basada en la erección de escuelas en las cuales se impartiría a los niños indios una educación tal, que además de sustraerlos al analfabetismo; estuviera orientada al aprendizaje de oficios (es decir, la que llamaríamos hoy “con salida laboral”), inculcándoles, además; hábitos que los condujeran gradualmente al abandono de la superstición, el animismo y la organización clánica, y los convenciera de adherir al concepto de propiedad de la tierra y de los medios de producción; renunciando al que tenían adoptado, el cual se caracterizaba -consignó- por “el nomadismo, la posesión y el usufructo más o menos comunista de la propiedad” (sic). Confiaba en que una nueva generación indígena, educada con esos métodos y herramientas que recomendaba, podía ser llevada a estadios sociales superiores, previo paso por reducciones aborígenes que se autofinanciarían mediante la agricultura y la explotación forestal.  
Desde un indigenismo declamatorio, trasnochado, disgregador y con veleidades academicistas más propias de esos intelectualoides ensoberbecidos que se pavonean muy orondos presumiendo del dudoso privilegio de pertenecer a la vanguardia; que de auténticos inteligentes, a menudo se ningunea la figura histórica de Lynch Arribálzaga so pretexto de sus postulados paternalistas (¿qué pretenderán que fuera, a principios del siglo XX?), apelando para ello al anacronismo y a la reproducción descontextualizada de frases suyas, las cuales son citadas peyorativamente y con sorna.
El indigenismo sustentador de la tesis de un “Estado nacional de origen genocida”, al cual propugna reemplazar por otro que sea “plurinacional”; así como su antítesis, esto es, la visión sesgada, esclerosada y obstinadamente acrítica parapetada tras un absurdo negacionismo recalcitrante y obtuso, son las dos caras de una misma vil moneda.
Si afligente era la dramática situación de los indios, ya irremisiblemente quebrados su modo de vida y sus medios tradicionales de subsistencia; en modo alguno constituía una problemática menor y más sencilla de resolver la representada por los inmigrantes que arribados al Chaco, le conferían su característica de tierra con población aluvional, ora con su melancólica indiferencia, ora con su franca cuando no cerril oposición a las reglas que se habían estipulado previamente para regir el proceso de su argentinización. No era aquel un panorama precisamente halagüeño, por cierto.
En 1914 (postrimerías del orden conservador 1904-1916), Alejandro Gancedo fue designado gobernador del Chaco.
Tucumano por nacimiento y crianza, porteño por formación y educación y santiagueño-chaqueño por adopción, Gancedo era un científico en toda la línea: ingeniero y docente de profesión; y geógrafo, astrónomo, cartógrafo y botánico amateur. Su nombramiento estaba motivado en el propósito de llevar a la gobernación a un técnico y hombre de ciencia que fuese, a la vez, conocedor profundo del territorio y con las aptitud y capacidad imprescindibles como para trascender las funciones meramente administrativas; consagrándose también a las cuestiones sociales y étnicas, y a los problemas operativos y de infraestructura que afectaban al Chaco.
El presidente Roque Sáez Peña y su ministro del Interior Indalecio Gómez encontraron en el ingeniero Gancedo al hombre ideal para el cargo.
Su gobernación fue excelente. Se interesó muy especialmente por la situación de los indios, apoyando decidida y eficazmente a la reducción de Napalpí. En procura de evitar los abusos patronales, implantó la obligatoriedad de la libreta de trabajo en los obrajes. Jerarquizó la policía y mejoró su servicio, a través de una esmerada selección del personal que la componía, aumentando el número de comisarías y dotando de destacamentos a los rincones del territorio que carecían de ellos (lo cual, de paso, representó un notorio incremento en la lucha contra el flagelo del cuatrerismo).
Mas lo bueno dura poco (Landriscina dixit) y a la meritoria, luminosa gestión de Gancedo, subseguirían las tinieblas de una larga noche radical signada por la arbitrariedad, la corrupción y el peculado, que ominosa e implacable vendría a cernirse sobre aquel Chaco que contaba por entonces 46.000 almas que lo habitaban. Señor Hipólito Yrigoyen, su turno.
Habiéndose recibido de la presidencia el 12 de octubre de 1916, Yrigoyen, con su exasperante  lentitud y su inveterado personalismo, se tomó un tiempo excesivo para elegir a quien pondría al frente de la gobernación del Chaco, lo cual recién hizo seis meses después de asumir, ya pasado el primer trimestre de 1917, más precisamente el 20 de abril, resolviéndose (es una manera de expresarlo) por Enrique Cáceres.
Dada la catadura moral del designado, es inevitable que surja en uno el deseo de que las cosas hubiesen ocurrido de modo que aquella morosidad en llenar el cargo se prolongara in aetérnum; porque como perspicazmente solía sentenciar mi abuelo: “pa’ semejante bombilla, mejor es tomar el mate a tragos”. A poco de llegar al territorio, el hasta allí ignoto y oscuro politicastro Cáceres se evidenciaría como lo que en efecto era: un sujeto de avería.
Extraño al medio, venal y arbitrario, no perseguía más propósito que medrar en un cargo que le posibilitaba operar negocios ilícitos. Era vox populi que actuaba en escandalosa connivencia con tenebrosas organizaciones dedicadas al abigeato y al proxenetismo, a las que protegía y amparaba. Y eran esas actividades delictivas las que constituían sus principales fuentes de financiamiento y enriquecimiento personales: hacía la diaria coimeando a los propietarios de casas de tolerancia y redondeaba su fortuna con los cuantiosos ingresos que le producían los arreos de cientos de vacunos robados hasta las provincias de Santa Fe y Santiago del Estero, a las cuales se extendían ramificaciones de las bandas que ejercían el cuatrerismo en el Chaco con la impunidad que él les garantizaba.
Las trapisondas de Cáceres llegaron a su fin en 1920, cuando ordenó a sus esbirros meter preso al director del diario La Voz del Chaco, Angel D’Ambra, achacándole el estar incurso en el “imperdonable delito” de criticarlo, disponiendo, asimismo. la clausura del periódico. En la población, harta ya de soportar sus abusos, se propagó rápidamente el rumor de que D’Ambra había sufrido apremios ilegales y torturas, y Resistencia se convirtió en un polvorín. Se esperaba que de un momento a otro estallara una pueblada contra Cáceres, ante lo cual éste, escoltado y custodiado fuertemente por la policía (adicta a él y cómplice en los latrocinios que perpetraba), hizo mutis por el foro el 14 de setiembre en que abordó el tren que lo llevaría a Buenos Aires, abandonando para siempre aquel territorio (o más apropiadamente expresado, huyendo del mismo).
¿Qué motivos llevaron a Yrigoyen -que era de una estricta y jamás desmentida honradez- a colocar en la gobernación del Chaco a un deleznable cachafaz como Cáceres, y encima; prefiriéndolo antes que a otros correligionarios suyos de mayor prestigio y con más méritos como, por ejemplo, Oreste Arbó y Blanco, quien también aspiraba al cargo, era un fiel y consecuente amigo suyo, había demostrado una lealtad inquebrantable hacia el partido radical y era hombre de incorruptible honestidad? Nunca los explicó, empecinándose en mantener sobre el particular un hermético silencio; con lo cual la cuestión pasó a engrosar la interminable lista de secretos que el enigmático Peludo, cuyos designios eran las más de las veces inescrutables, llevaría consigo al descender a la tumba.
Precipitados aquellos sucesos, Yrigoyen, con una celeridad inusual en él (y que sorprendió a propios y extraños), se apresuraría, el 30 de setiembre, a designar en su reemplazo a Oreste Arbó y Blanco. El nombrado tenía la ventaja de estar, en esos momentos apremiantes, muy cerca del lugar de los hechos (era el intendente de Corrientes, pues Yrigoyen, el 23 de julio de 1918, lo había hecho designar en tal cargo, quizá en compensación y desagravio por su anterior preferencia en favor de Cáceres para la gobernación del Chaco); así que le bastaba con cruzar el río para asumir el gobierno en Resistencia. Lo cual efectivamente hizo, el 1 de octubre. 
Una de sus primeras medidas fue la de ordenar, el 11, la inmediata liberación de D’Ambra. La gestión de Arbó y Blanco fue muy destacable y de puertas abiertas, distinguiéndose por una evidente moralización en las cuestiones administrativas y burocráticas, en el llenado de los cargos y empleos, en la depuración de la policía y en la lucha contra el cuatrerismo. Evidenció un puntilloso respeto por  el derecho vecinal, mejoró caminos y la infraestructura del puerto de Barranqueras, creó escuelas, juzgados de paz, organizó nuevas colonias y, sobre todo; hizo hincapié en la cuestión salud pública, a la cual favoreció cuanto pudo.
La prudencia, el sentido común, la probidad, la transparencia y el aplicado esfuerzo de Arbó y Blanco, iban borrando el mal recuerdo que había dejado la espantosa “administración” de Cáceres, y parecía que por fin, las cosas se encarrilaban. Pero... parecía, nomás. El gobernador enfermó gravemente y debió trasladarse, para recibir una mejor atención médica, a Buenos Aires, donde falleció el 5 de diciembre de 1922. Yrigoyen -que el 12 de octubre había traspasado la presidencia de la República a Marcelo T. de Alvear- estuvo junto a él en su lecho de muerte y lo acompañó hasta su última morada.
Si Yrigoyen se había tomado nada menos que seis meses para designar gobernador del Chaco al funesto Cáceres; Alvear lo superaría en morosidad: ocho meses tardó, para terminar nombrando en dicho cargo a un personaje tan abyecto, siniestro y repulsivo, que su sola mención continúa, aún hoy en día, provocando horror y repudio.
En las próximas entregas llegaremos, estimado lector, a una de las páginas más negras de la historia chaqueña. Pero también arribaremos a otra en la cual veremos cómo el empuje y el tesón proverbiales en uno de los hombres más notables que actuaran en esa tierra, abrirían nuevamente la senda a un futuro mejor.

Continuará

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 20 de octubre de 2017

EL CACIQUE BLANCO. PRIMERA PARTE







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Los gobiernos de Territorio son apenas de gestión ante los poderes públicos nacionales. (Juan S. Mac Lean)

El 16 de junio de 1931, Juan Samuel Mac Lean asumía la gobernación del Chaco, que por entonces era aún territorio nacional.
De ascendencia escocesa, nacido en Buenos Aires el 5 de julio de 1852, su infancia transcurrió en Entre Ríos. Siendo aún adolescente, sus padres lo enviaron a estudiar a Escocia, desde donde regresó al país en 1880 para, c. 1887, dirigirse al Chaco, donde se afincó.
Atrapado por el Desierto verde, quedó cautivo de esa tierra que era por entonces “rugir de tigres y hachas”, de “selvas tupidas y también de extensas pampas” (Luis Landriscina dixit).
Atinó a comprender -y comprender es amar- tanto aquel suelo como las gentes que lo habitaban. Y muy pronto le destacaron entre ellas su despierta inteligencia, su clara percepción, sus inquietudes progresistas y sus constancia y tenacidad en todo lo que acometía. Fundó empresas propias y fue, además; liquidador de una compañía colonizadora, asesor de consorcios ferroviarios y consejero de sociedades ganaderas y forestales. Los gobiernos nacionales fueron encargándole distintas misiones y responsabilidades, las cuales aceptó siempre de buen grado, aplicándose a ellas esforzada, honrada y eficazmente.
Así, al concebirse el proyecto de una ruta que vinculara al puerto de Barranqueras con Santa Cruz de la Sierra, y siendo designado en 1907 al frente de la Comisión Exploradora que definiría el trazado de la misma; Mac Lean hizo el recorrido entre ambos puntos a lomo de caballo y de mula, y en el curso del mismo tomó contacto con los pueblos indios del Gran Chaco. Eso marcaría en su vida un clivaje.
Recién a partir de la década de 1880 el Estado argentino pudo ejercer efectivamente su soberanía sobre todo el territorio nacional e imponer sus leyes, sus regulaciones sobre la actividad económica, impartir instrucción pública y transmitir al imaginario colectivo el relato histórico que se había adoptado para el país post Pavón. La consolidación de todo ese proceso no se produjo en el Chaco sino hasta bien entrada la segunda década del siglo XX.
La colonización subsiguiente a la expedición militar de conquista u ocupación definitiva, con la explotación forestal y la actividad agropecuaria, quebró tanto el modo de vida como los medios tradicionales de subsistencia de los indios chaqueños. Y provocó que éstos fuesen incorporados por la fuerza y/o el hambre al nuevo orden económico de la región como mano de obra barata (o a menudo, esclava).
Se cumplía a rajatabla -con las variantes que lo empírico obligaba a adoptar por sobre lo dogmático- con el postulado alberdiano (del primer Alberdi, el de Bases, quiero decir; que no del segundo, el de Peregrinación de Luz del Día, ya evolucionado de mero intelectual a inteligente) de “necesitamos cambiar nuestras gentes incapaces de la libertad, por otras gentes hábiles para ella”, instalando el modelo pretendido de ciudadano argentino: un individuo masculino, blanco y alfabetizado.
Significaba, en la realidad efectiva, el rechazo a la otredad, la exclusión del cuerpo social del país de las etnias que lo habitaban desde antes de la llegada de los europeos.
La constitución sancionada y promulgada en 1853 estipulaba en su artículo 67°: “conservar el trato pacífico con los indios”. Pero claro, no había -no ya sólo en dicha carta; sino en ningún otro cuadernito (Rosas dixit)- prescripción alguna que indicara la manera de compatibilizar esa tan cacareada voluntad de paz y concordia, con la actitud asumida -y evidenciada en lo tangible- de expulsarlos de su hábitat, negarles obstinadamente la condición de ciudadanos y volverlos heterónomos forzándolos a suplantar su cultura ancestral por los usos, costumbres e ideas de aquel individuo masculino, blanco y alfabetizado que se imponía como gálibo (el cual, para colmo, encerraba una contradicción en sí mismo; porque era variopinto en tanto provenía de las hordas pauperizadas y famélicas que las guerras y hambrunas expulsaban de Europa y Asia).
Entretanto, se debatía qué hacer con el problema indígena. Había dos posiciones: la adoptada por quienes propugnaban lisa y llanamente el exterminio de aquellos pueblos; mientras que el otro sector de opinión postulaba que debía integrárselos a la civilización.
Mac Lean tomó campo decididamente por la segunda. Consideraba que era imprescindible propender a la elevación del nivel de vida de los aborígenes, de modo de rescatarlos de la barbarie, y vio en la reducción de indios, la escuela pública, el servicio militar, las vacunas, los hábitos de higiene y las condiciones dignas de trabajo, las herramientas para lograr ese objetivo. 
Consignó inequívocamente: “La civilización no ha hecho nada por el pueblo indígena. Al contrario, lo explota y corrompe convirtiéndolo en elemento peligroso”, poniendo la cuestión sobre el tapete y anticipándose en ello tres años a la famosa controversia suscitada en 1910 entre los etnógrafos Juan Bautista Ambrosetti y Robert Lehmann-Nitsche.
Como cité precedentemente, en aquella prospección a Bolivia, Mac Lean se relacionó con los tobas y matacos (parafraseando a Landriscina, ese “ramillete de indios fuertes de melancólicas razas”) y aprendió sus usos, costumbres, tradiciones y lenguas. Fue para él una epifanía, quizá transportada inadvertidamente en su sangre caledonia de generación en generación, para revelársele cual chamán picto surgido desde el fondo de los siglos. Se vinculó con los indios hermanándose con ellos desde el desprejuicio y la empatía, y se propuso hacer cuanto pudiera en su favor. Y ellos le correspondieron llamándolo Cacique blanco.
Los indios fueron relocalizados en reducciones o misiones con el objeto de reformarlos, es decir, “adaptarlos a la civilización”. Con ese objeto se dispusieron concesiones de tierras fiscales y se destinaron recursos presupuestarios. Pero a pesar de los loables propósitos declamados harto frecuentemente a gran estrépito; la implementación del criterio adoptado se tradujo en un fracaso que no tardó mucho en patentizarse. Las partidas asignadas resultaron insuficientes y las tierras otorgadas a las reducciones distaban mucho de estar entre las mejores, por lo contrario; no eran aptas para desarrollar eficazmente la agricultura.
Por otra parte, en el Chaco de la etapa territoriana, el valor supremo era el dinero. Y fue esa su principal característica distintiva con respecto a las provincias y a la capital del país, porque en aquellas y esta última el linaje, la alcurnia, y en fin, la portación de un apellido de prosapia, eran lo que confería el derecho a la preeminencia social que reclamaban para sí -y de hecho, obtenían- aquellas familias que conformaban la clase dirigente; por más que en muchos casos no tuvieran un centavo. El éxito económico era lo que marcaba en el Chaco el grado de figuración social de quienes llegaban a alcanzarlo. 
Así, pues, en modo alguno era casual que se evidenciasen en la población el desdén por la participación política, el desapego y aún el descuido hacia y de los intereses comunitarios, y el desprecio por las actividades espirituales, intelectuales y culturales.
La ley 1532 llamada de Organización de Territorios Nacionales sancionada en 1884 estipulaba que el gobernador fuese designado por el Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado, ejerciendo sus funciones por un período de tres años al cabo de los cuales podía ser renombrado. Las facultades y atribuciones que se le otorgaban estaban muy acotadas, debido a lo cual era percibido por los habitantes del territorio, esto es, sus gobernados, como poco más que un simple delegado del ministerio del Interior -y convengamos que en la práctica, efectivamente lo era-; alguien que ni remotamente tenía el poder de decisión imprescindible para resolver las problemáticas que los afectaban ni mucho menos para arbitrar los medios conducentes a la defensa de sus intereses.
Para peor, los gobiernos nacionales a partir de 1916 y hasta la provincialización dispuesta por el presidente Juan Domingo Perón, ayudaron poco y nada para modificar aquel statu quo, cuando no directamente contribuyeron a agravarlo.
Durante las presidencias de Sarmiento, Avellaneda y Roca -en sus dos períodos- (y exceptuando expresamente la calamitosa administración de Juárez Celman, durante la cual el Chaco perdió sus mejores colonias, que se entregaron a la provincia de Santa Fe), los gobernadores designados fueron militares en su totalidad y estuvieron consagrados a la exploración, conquista y ocupación efectiva del territorio; a la fundación, apoyo, protección y consolidación de las colonias, al desarrollo de las comunicaciones (caminos, ferrocarril, telégrafo y teléfono) y a la continua expansión de la “frontera interior”, esto es, la frontera… con los indios.
También durante el llamado orden conservador 1904 - 1916 se designaron gobernadores eficaces y que cumplieron, en general, aceptables administraciones. Y algunas de ellas, incluso muy encomiables. 
Entre éstas últimas, merece destacarse la de Martín Goitía, el primer gobernador civil del territorio, quien en 1905 informaba al presidente de la República acerca de la tala indiscriminada e irresponsable que se hacía ("explotación arrasadora de los bosques", la llamaba) en los latifundios ("tierras acaparadas entre pocos dueños", escribió), alertaba sobre el riesgo de extinción, sugería la adopción de "medidas simples como la prohibición absoluta del corte de árboles inferiores a determinado diámetro" y solicitaba recursos para poner más inspectores y arbitrar más medios de vigilancia para impedir los abusos.
Durante la presidencia de José Figueroa Alcorta se lanzó un ambicioso Plan de Fomento de los Territorios Nacionales. Y en 1912 el presidente Roque Sáenz Peña dispuso, a través de su ministro del Interior, Indalecio Gómez,  la creación de la Dirección General de Territorios Nacionales, al frente de la cual se nombró a Isidoro Ruiz Moreno.
Al año siguiente se celebró en Buenos Aires la Primera Conferencia de Gobernadores de Territorios Nacionales, lo cual significó nada menos que la apertura de un ámbito de deliberación y participación (aunque todavía, no de debate amplio). Cierto es que hubo también una clara diferenciación entre discurso y praxis a posteriori del cónclave, que el temario abordado en el mismo fue decidido unilateralmente por el ministro del Interior (que concurrió con diecisiete funcionarios suyos; mientras que los gobernadores eran solamente diez) y que se soslayó el tratamiento de temas fundamentales como, por ej., la cuestión aborigen, la conformación de legislaturas en los territorios que ya hubiesen alcanzado el número de habitantes prescripto por la ley (como era el caso del Chaco, precisamente) y la creación de un ministerio en el que se concentrase lo atinente a los territorios nacionales; pero con todo, aquella Conferencia fue un acontecimiento muy importante y representó un cambio de paradigma en la relación Estado nacional-gobiernos territorianos.
En 1916 se produciría el advenimiento del radicalismo al gobierno nacional. A partir de allí, todo cambiaría en el Chaco. Y no precisamente para mejor, como veremos, apreciado lector, en la próxima entrega.

Continuará

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 19 de octubre de 2017

LA CAÍDA






















LA CAÍDA
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

Un año más…
Tu espejo devuelve, implacable y sobrador
Una imagen que se ha tornado odiosa
Un año más…
Hora de balances, mi viejo, ¡horror!

¿Qué has de hacerle? 
Si sólo resulta gananciosa
La de siempre, esa antigua y oprobiosa
Comedia del vivir
Un año más…

Tu abdomen, otrora plano; hoy redondeado
Se te voló otra chapa… una menos a cubrir
Tanto pretérito pecado
Miedo de esbozar tu sonrisa canchera
(que Ella definió: “degenerada”)
Y denunciar ese teclado amarillento
Impiadoso cancerbero de notas desgarradas
Un año más…

Harto de tu piel, ya no te gustás
“-¿A qué le sabrá a ella?” –te preguntás
Esa piel que antaño prepotente
Exhaló viriles sudores deportivos
Y de la que ahora, ¡triste presente!
Emanan aromas rancios de vejez y muerte
(tu Aramis ya no ejerce de postigo)
Un año más…

¿Qué empezará a pudrirse primero?
¿El hígado, los pulmones, el cerebro
O será tu corazón el que te haga prisionero?
¿Hasta dónde sostendrás (de verdad, digo)
La compulsión pretenciosa de tu carne
Cuando oponga pétreo muro a tu libido
Tu colgajo en mudo y patético desaire?

Se ha hecho tarde ya… 
Vestirás tu traje de Arlequín
Y buscarás a Colombina, tu partenaire
Es hora de salir al escenario y encarnar tu rol
Ese, sí, el de vivir
Que después de todo (dicen), nada es mejor
Aún cuando ciego en sombras
Igual vislumbres tu nadir

Un año más...
¿O un año menos?
Todo declina, querido, todo…
Hasta vos

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 6 de octubre de 2017

UN SORETE PSEUDO PERIODISTA "DEPORTIVO"















Escribe: Juan Carlos Serqueiros


El Perú es un país hermano en tanto tiene con el nuestro (además de los vínculos naturales que derivan de nuestra condición de hispanoamericanos) un Padre y una Historia en común.
De modo que si jamás hice ni voy a hacer de una competencia deportiva, sea cual fuere, una cuestión de nacionalidad, y mucho menos con un pueblo profundamente enraizado en mi corazón como lo es el peruano; necesariamente tiene que exasperarme e indignarme que un subnormal, un despreciable borderline como ese tal martín arévalo (así, en minúsculas, como corresponde a su enanismo intelectual y moral), ningunee, denigre e insulte a un integrante de la selección de fútbol de ese país hermano; máxime en oportunidad de tener nosotros los argentinos las insoslayables obligaciones que emanan de nuestra condición de anfitriones circunstanciales (hasta los beduinos en el desierto consideraban sagrada e inviolable la hospitalidad).
Ese abyecto tipejo es tan infame y ruin como casi todos los (mal) llamados "periodistas deportivos" (?) quienes, salvo puntuales y honrosas excepciones; no son sino mierdas parlantes, cagatintas diplomados en vileza, y además; ineptos, brutos, imbéciles, arrastrados y corruptos. 
Hubo una época -feliz y añorada- en la cual no existía, en la noble actividad del periodismo, esa supuesta y declamada especialización en lo "deportivo" (una estafa lisa y llana); simplemente habían grandes periodistas que poseían, evidenciaban -y hacían gala y aún se jactaban de ello- una amplia, extraordinaria cultura, que les posibilitaba escribir o hablar opinando con autoridad y buen criterio sobre cualquier temática o aspecto.
Por ejemplo, un Dante Panzeri, un Osvaldo Ardizzone, un Horacio García Blanco, un Carlos Juvenal, un Guillermo Oscar Tipito o un Diego Bonadeo -por nombrar sólo algunos de una muy extensa lista- eran profesionales que podían escribir tanto una excelente nota sobre fútbol, rugby, automovilismo o lo que fuere; como así también eran perfectamente capaces de hacerles un magistral entrevista a Marechal o a Borges, o de realizar un concienzudo y fundamentado análisis de una obra artística. Y por añadidura tenían, en grado sumo, dos cosas fundamentales: calle, mucha calle, y eran, en lo sustancial, buena gente. 
En cambio, los actuales (pseudo) periodistas y en especial la mayoría de esos que presumen de “deportivos”; son una pura mierda, como ese aborto de ameba apellidado arévalo.
martín arévalo hijo de tres millones de putas sifilíticas: me gustaría tenerte al alcance de la mano sólo dos minutos, con eso me conformo. 
Pero eso sí, después de abollarte la trompa y bajarte el comedor a piñas, me voy a revisar los grilos, porque siempre hay que tener cuidado con los soretes ladrones como vos; no sea cosa que mientras te cago a trompadas, me chorees la treinta y única chirola que me queda en ellos.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 23 de septiembre de 2017

ESO


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Niños, la ficción es la verdad que se encuentra dentro de la mentira y la verdad de esta ficción es muy sencilla: la magia existe. (Stephen King)

Eso (It, en el original en inglés) es la vigésima cuarta novela de Stephen King (n. 21.09.1947, Portland, Maine, Estados Unidos), la cual fue publicada en 1986.

Ese libraco (mil y pico de páginas, para que tenga usted una idea) me voló la cabeza, me atrapó al punto de literalmente devorarlo en un fin de semana, después de lo cual; debo de haberlo releído no menos de cinco veces.
La verdad sea dicha, hasta Eso, yo había decretado, en cuanto se refiriese a mis preferencias de lector con respecto a la producción -ya por entonces muy nutrida- del prolífico amigo King, una suerte de empate. No me habían parecido gran cosa su opera prima, Carrie (sí, OK, ya me lo dijeron millares de veces; no es necesario que usted me lo reitere: “¿En serio no te gustó Carrie? Tendrías que hacer terapia psicoanalítica”) ni La danza de la muerte. Tampoco me sedujeron mucho La zona muerta, Ojos de fuego y Danza macabra. Y me resultó directamente soporífero El talismán -escrito en sociedad con Peter Straub-, que leí en la edición en portugués (y que todavía conservo, no sé por qué ni para qué) durante unas vacaciones que pasé en el Brasil. Pero en cambio; me habían encantado El misterio de Salem’s Lot (que se me antoja sublime), El resplandor, Cujo, Christine, Cementerio -que estimo debería haberse editado como Sementerio, si se hubiera respetado en la traducción lo que quiso significar el autor en el original en inglés- de animales y Maleficio.


Y cuando ya estaba a punto de estipular definitivamente tablas, nomás; oh sorpresa: apareció Eso y me explotó la marota.
La acción se desarrolla en Derry -una ciudad ficticia que la imaginación de King sitúa en el estado de Maine- y la trama gira en torno al horror, la destrucción y la muerte que en ella esparce desde hace casi tres siglos el payaso Centavito (Pennywise, en el original en inglés). Centavito no es simplemente cuestión de coulrofobia; es algo infinitamente más terrible: es El  Mal. Se alimenta de los miedos más recónditos y espantables que cada quien tenga anidados en la psique, y puede adoptar -aparte de la más frecuente: la de payaso con el nombre Bob Gray que se adjudica a sí mismo- cualquier otra forma que se le ocurra, manifestándose en aquello que sea más claramente representativo de dichos miedos y fobias. Y por tal motivo, al desconocerse su real naturaleza; se lo denomina como… Eso.
Hay en la novela reminiscencias de King a lo sostenido por los antiguos gnósticos, pues Eso se trata -como asimismo su contracara, la significante de El Bien (La Tortuga)- de una entidad primordial que estaba ya en los Fuegos Fatuos y precedía a la mismísima formación del universo -del universo engañoso, material, el de mentirita, digamos, que produjo La Tortuga vomitándolo; en tanto el Universo, el verdadero, fue creado por la Divinidad Suprema (El Otro)-. Eso llegó a la Tierra durante la prehistoria en la forma de un asteroide impactando sobre ella en el sitio donde se fundaría, millones de años después, la ciudad de Derry, y allí permaneció hibernando hasta que lo despertó la actividad humana en 1715. Desde entonces, y a intervalos de veintisiete años, Eso, que habita bajo la tierra en un nivel inconsciente para la población, nuevamente despierta, sembrando violencia, calamidad y muerte hasta que vuelve a dormir. El poder de Eso, con el cual domina a la gente de Derry, reside en la facilidad con que ésta olvida las tragedias; porque nadie en la ciudad parece recordar la ola de violencia del ciclo anterior del monstruo.
Pero en 1957, una gran tormenta azota a Derry y Eso resurge de las alcantarillas; sólo que esta vez, tendrá que habérselas con siete pre adolescentes: Ben Hanscom, Beverly Marsh, Bill Denbrough, Eddie Kaspbrak, Mike Hanlon, Richie Tozier y Stan Uris, quienes tienen tan poca popularidad y aceptación entre sus coetáneos, que para preservarse y sobrevivir; anudan entre ellos una férrea amistad, constituyéndose en el Club de los Perdedores. Ellos se enfrentarán a Eso con armas tan “letales” como… un inhalador, una bicicleta o unas balas de plata, a las que sus portentosas imaginaciones les confieren poderes infalibles. ¡Y lograrán derrotarlo!
Sin embargo; no pudieron matar al monstruo. En 1985, el horror retornará, y entonces los otrora Perdedores, ya adultos y exitosos, convocados por Mike Hanlon -el único de ellos que permaneció afincado  en Derry-; deberán volver allí para dar cumplimiento a lo que juraron siendo apenas adolescentes.
Uf, llevado por el entusiasmo, incurrí en el exceso de contarle demasiado del libro; ahora sólo le queda leerlo. Esta novela Eso es la obra cumbre de Stephen King; no se prive de regalarles a su espíritu y a su intelecto el placer y la enseñanza que emanan de sus páginas. Al fin de cuentas, como dijo el propio Maestro del Terror: “Los libros son el entretenimiento perfecto: sin avisos comerciales, sin baterías; te brindan horas de diversión por cada centavo que hayas gastado en ellos. Me pregunto por qué no llevarán todos un libro consigo para esos momentos muertos inevitables en la vida”.
Ah, y si usted, como yo, es un sufrido argentino integrante de esta distópica sociedad flagelada por Mugricio Lacri y sus esbirros, es decir, un monstruo que otra que Eso, y no tiene dinero para comprarse la novela; simplemente pídamela por eMail y se la mandaré en formato electrónico.

-Juan Carlos Serqueiros-

miércoles, 20 de septiembre de 2017

UN DÍA COMO HOY...







































... 20 de setiembre, pero de 1901, nacía Tomás Adolfo Ducó. Fueron sus padres Enrique Augusto Ducó y Elena Blanco.
Fervoroso, apasionado hincha del Club Atlético Huracán, se asoció a la entidad el 23 de abril de 1916, integrando la Quinta División que se consagró campeona derrotando a Independiente 3 a 1.
Abandonó la práctica del fútbol tres años después, para ingresar al Colegio Militar de la Nación. En 1927 se casó en Mendoza con María Esther Cuervo Montenegro. Destinado en La Plata, en 1931 descubrió, en un modesto club de Ensenada, el enorme talento de uno de los más grandes goleadores que ha tenido el balompié argentino: Herminio Masantonio, a quien llevó al Quemero de sus amores.
En 1938 asumió por primera vez como presidente de Huracán y se abocó a sus grandes proyectos, los cuales fructificaron en la construcción de la Sede Social de la avenida Caseros y de uno de los estadios arquitectónicamente más bellos del mundo: el Palacio que desde el 23 de setiembre de 1967 lleva su nombre.
Ascendió a teniente coronel en 1942 y seguidamente fue puesto al frente del Regimiento 3 de Infantería con cuarteles en Parque de los Patricios. 
Fue uno de los fundadores del GOU (Grupo Obra de Unificación, según algunos historiadores, o Grupo de Oficiales Unidos según otros) y tuvo una crucial y decisiva participación en la Revolución del 4 de Junio de 1943 que derrocó al gobierno que presidía Ramón A. Castillo. Su incorruptible honestidad jamás desmentida y sus condiciones extraordinarias de emprendedor infatigable y celoso y eficaz administrador, motivaron que fuera nombrado interventor de la Lotería Nacional. Fue también presidente de la Liga Argentina de Básquetbol, vicepresidente de la Asociación del Fútbol Argentino y cronista deportivo del diario La Nación.
Era puro fuego y pasión, y a menudo impulsivo. Había anudado con Juan Domingo Perón una íntima amistad que los llevó a la decisión conjunta y juramentada de resistir ambos a los tiros y hasta la muerte, en el departamento de Perón donde se habían atrincherado, la orden de detención que Castillo había impartido contra éste. Poco después, en otro arrebato, el 29 de febrero de 1944 Ducó sacó su regimiento a la calle para resistir el reemplazo de Pedro Pablo Ramírez por Edelmiro Farrell, con lo cual la añeja amistad con Perón quedó rota. Nunca se reconciliaron.
Tomás Adolfo Ducó falleció en Buenos aires el 31 de enero de 1964.
Icono principalísimo del Club Atlético Huracán, su figura histórica está perenne e íntimamente ligada al progreso y a la grandeza de la institución.

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 18 de agosto de 2017

SETIEMBRE NOS ENCONTRARÁ UNIDOS O DOMINADOS






































http://www.megustaleer.com.ar/libro/escenas-del-delito-americano/AR28254

Y en lo que a mí respecta, prefiero la segunda opción: que me encuentre... dominado.
Sí, leíste bien: dominado. Pero ojo; dominado... por el placer que brinda la satisfacción de un deseo: el de tener ¡al fin! entre mis manos, Escenas del Delito Americano, escrito por el Indio e ilustrado por Pablo Guillermo Serafín.
Afectuosamente tuyo y contando los días

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 11 de agosto de 2017

LA REVISTEJA "noticias". LICENCIA PARA ENVENENAR


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Estaba yo webeando, buscando imágenes para un artículo sobre el Indio que estoy escribiendo, y -puta desgracia- me topé con esta cucharada de mierda que fuera cagada hace ya algunos meses:


En verdad, no sé qué me llama la atención ni por qué me espanto y asqueo; toda vez que nada hay de sorprendente en que una inmunda revisteja de cuarta como Noticias, orientada a y consumida por, un público medio pelo, patán, estulto, ramplón, arribista, hipócrita, banal, inconsciente, irresponsable y cipayo; “produzca” una cloaca como esa infecta “nota” escrita (o, mejor dicho; parida analmente) por un repulsivo y ruin terceto de cagatintas pseudo periodistas venales, ignorantes, alquilones, abyectos, arrastrados, lameculos y comemierdas (a los cuales mencionaré por sus iniciales: giselle leclercq - marcos teijeiro - pablo berisso, así, en minúsculas, como corresponde a sus estaturas ético-intelectuales), escorias esas quienes, si se vieran cara a cara con el destinatario de los miasmas que emanan de sus plumas berretas (nada menos que el Indio, el artista argentino de más relevancia y con mayor poder de convocatoria de los últimos treinta años), seguramente correrían a esconderse debajo de la cama.
Tal es la recua padrejona autora del abominable engendro publicado en el pedorrísimo pasquín Noticias; un inicuo grupejo de burdéganos que no pasaría ni tan siquiera aquel examen de redacción que nos tomaba la seño en la primaria con la composición sobre la vaca, ¿se acuerdan? Sólo con echar un vistazo a la "nota" de marras, ya se evidencian los groseros errores en la sintaxis y la abundancia de espantos tales como "el masivo recital... con toda la gloria -y toda la masividad posible-" (sic) y "comparte parte de su intimidad" (sic), por citar sólo un par.
Párrafo aparte para algunos de los “comentarios” emergentes de la hez social "lectora" de esa cadorcha auto denominada Noticias, como -por ejemplo- el de una subnormal que consignó que “Música para pastillas” es “apología” (supongo que en su media lengua-media neurona, habrá querido referirse a “del delito”), sin tener ni la más puta idea del significado de la letra de esa canción; o el de un borderline que tiene la osadía y el descaro de tildar de “estúpidos” a los seguidores de Solari, en tanto a él no le da el piné ni para el cutre reguetón con el cual seguramente se deleita en el marco de su onanismo compulsivo.
Nada nuevo bajo el sol; simplemente más de lo mismo: licencia para envenenar otorgada discrecionalmente a una “editorial” que es en sí misma una asociación mafiosa creada con el definido y expreso propósito de delinquir, a un detestable libelo infame y purulento, a unos asquerosos amanuenses mamarrachescos y felones pagados por tanto y productores en serie de detritos, y de unos “lectores” cuyo cociente de inteligencia promedio es notoriamente inferior aún al de las amebas.
Y, en fin, nada nuevo en un país culturalmente colonizado y reducido a una vergonzante factoría de tercer orden.
¿Sabés qué? Cachá el bufoso... y chau... ¡vamo' a dormir! (Discépolo dixit)


-Juan Carlos Serqueiros-