domingo, 2 de febrero de 2014

CUANDO EL CHUBUT QUISO SER BRITÁNICO. PRIMERA PARTE





Escribe: Juan Carlos Serqueiros

He buscado llevar a aquellos confines de la República, en momentos en que esperamos trazar las líneas definitivas de fronteras internacionales tan discutidas, la demostración más clara de que la distancia no los aleja de las garantías y de la protección del gobierno general. (Julio A. Roca, Mensaje Presidencial al Congreso, mayo de 1899)


Al asumir el 12 de octubre de 1898 la presidencia de la Nación por segunda vez, Julio A. Roca debía atender con premura un asunto que no admitía dilaciones: el conflicto limítrofe con Chile (otro, una vez más y van...). Con una eficaz e inteligente política exterior, prudente y a la vez no exenta de firmeza, sorteó el escollo.
El Zorro no era solamente un extraordinario militar -de los mejores de entre los nuestros-; era un astuto político con unas notables amplitud de miras y cabal comprensión de la realidad mundial. Perspicazmente había dicho: "Se quiere iniciar para la América el sistema de la paz armada, que consume a las naciones europeas las cuales, como los caballeros de la Edad Media, no pueden moverse casi bajo el peso de sus armas". El milico dejaba  paso al estadista y la metáfora que había empleado era por demás ilustrativa: él era consciente del poder disuasorio de un buen ejército y una importante armada; pero también se daba perfecta cuenta de los desastrosos efectos que tenía la carrera armamentista en la economía de las naciones. La situación financiera de nuestro país era asfixiante (ver en este ENLACE mi artículo Una mitad del país contra la otra. Cuarta parte: la deuda externa). Había que asegurar la paz; ya sea en lo inmediato por medio de la diplomacia o ya sea en el futuro una vez concluída (y ganada) la guerra que parecía avecinarse. No en vano había declarado por junio de 1898 antes de ser proclamado presidente: "Soy partidario de la paz, pero siempre que se haga decorosamente. Si contra nuestra voluntad y propósitos la guerra viniese, no nos tomará desprevenidos". Y después, cuando a mediados de 1900 las cosas se pusieron bravas y el conflicto parecía inminente, le enrostró al ministro chileno Carlos Concha Subercaseaux: "Si Chile construye un acorazado; nosotros construiremos dos". 
Alcanzada prácticamente la paridad en cuanto a poderío naval con el vecino país merced al equipamiento realizado durante el gobierno de Uriburu, ni bien recibido del cargo Roca inició con su par chileno Federico Errázuriz Echaurren un intercambio epistolar que culminó en el acuerdo de someter el asunto a una comisión bilateral integrada por cinco delegados por cada país (que después fracasaría en su -escasa, por cierto- voluntad de entenderse; y entonces se recurrió al arbitraje norteamericano), tras lo cual el Zorro invitó al chileno a sellar la paz con un encuentro a realizarse en Punta Arenas, convite que el mandatario trasandino aceptó.
Roca había dejado trascender en su diario Tribuna que se proponía encarar su proyectado viaje al sur. Inmediatamente La Nación, de Mitre (que como de costumbre, divorciada de los intereses argentinos, no entendía -ni quería entender- nada), en su edición del 2 de enero de 1899 expresó su disconformidad minimizando la importancia de la Patagonia y argumentando que era bueno propender al progreso y desarrollo de su territorio “mientras no se los haga gravitar excesivamente sobre el erario público”. Por su parte, el diario La Prensa lo acusaba de planear el viaje "como si se tratara de una excursión íntima a sus estancias". Es que se le criticaba que mientras el presidente chileno había formado una "brillante" y numerosa comitiva para la ocasión; la suya estaría integrada por tres diputados: Benito Carrasco, Eleazar Garzón y Mariano de Vedia; dos edecanes: por supuesto, el coronel Artemio Gramajo, amigo inseparable, leal y consecuente de Roca, y el mayor Constantino Raybaud; el ministro de Marina (cartera flamante creada en la última reforma constitucional del año anterior, en la cual el Zorro había sido convencional), comodoro Martín Rivadavia; y el ministro de Relaciones Exteriores, Amancio Alcorta (que viajaría por cuerda separada en otro barco). "Cuatro gatos", consignó Caras y Caretas que se había sumado al coro de reproches y dibujaba al presidente chileno de frac, galera en mano, a bordo de un imponente buque de guerra y acompañado de un nutrido séquito todos vestidos con sus mejores galas; y a Roca, de traje y sombrero comunes, en un barquito junto a cuatro gatos. Y al pie la leyenda: "Mientras el uno estiva / cien personas o más, según los datos, / fleta el otro, por toda comitiva, / tan sólo cuatro gatos":
   
La crítica era injusta y además exagerada hasta rozar la mendacidad: Roca no viajó en un barquito cualunque sino en el acorazado Belgrano de 6.840 toneladas adquirido dos años antes durante el gobierno de Uriburu. Y la cortedad de la comitiva que había designado tenía más que justificados motivos:
1) El Zorro no quería darle a la ocasión un carácter excesivamente protocolar, antes bien, quería que en la Argentina la ciudadanía lo considerara como un asunto cuasi secreto de extrema relevancia y le otorgara a su participación la condición de clave (lo cual es lógico en cualquier político que se precie de tal), pero a la vez; que en Chile se lo percibiera como una reunión informal de dos mandatarios que amistosamente ponían todo de sí en pro de la paz entre sus países (y de paso, evidenciar ante los chilenos la importancia relativa que le adjudicaba al hecho, algo así como cuando una persona de alta posición y fortuna visita a otra de inferior condición social y no sobrada de recursos económicos: va con cierta informalidad, mientras que el dueño de casa se pone encima lo mejor que tiene y exhibe un boato que quizá después deba lamentar por lo inútilmente dispendioso).
2) Viajó en el Belgrano pues quería ostentar ante la comitiva trasandina el poderoso acorazado recientemente adquirido, pero además, lo hizo pilotar por el mismísimo ministro de Marina, comodoro Martín Rivadavia, navegando por el llamado camino del sudoeste, a través de los inextricables canales fueguinos, ruta peligrosísima y apenas esbozada en las cartas marinas. Era un tiro por elevación a los chilenos, como diciéndoles: "¿Vieron? En nuestra Argentina el ministro de Marina no es un burócrata de escritorio; es un consumado marino capaz de conducir personalmente con gran pericia y arrojo un buque de guerra a través de aguas cuasi desconocidas. Y yo, presidente de los argentinos, que soy un general de su ejército y no luzco los entorchados por haberlos obtenido en algún pasillo sino que gané cada uno de mis ascensos en los campos de batalla; confío en la profesionalidad y eficacia de mi ministro al punto de viajar yo mismo en el buque pilotado por él". La Nación criticó mucho ese aspecto y puso que "(el viaje presidencial) resulta así una exploración por tierras lejanas, desconocidas y aisladas del mundo", y que "han ocurrido sucesos de toda magnitud que podían haber reclamado la presencia o la comunicación con el primer mandatario, y sin embargo éste andaba extraviado en los desiertos del sur de la república". No era cierto; nada había pasado y además no había habido acefalía alguna pues había quedado  a cargo del Ejecutivo el vicepresidente Norberto Quirno Costa  (que era mitrista y a quien no debe haberle gustado nada el ninguneo). Por su parte,  Félix Luna sostuvo la opinión de que se trató de una "compadrada". Un yerro del autor de Soy Roca, que con eso no hizo más que evidenciar el no haber sido capaz de interpretar ni comprender la índole del Zorro, quien estaba lejísimos de incurrir en "compadradas"; ese suyo de llegar a Punta Arenas navegando por los canales, fue un acto de fría intencionalidad y estudiado cálculo, como todos los que producía. 
3) Lo escaso de la comitiva era porque no quería exponer a ministros ni legisladores a riesgos que él sí estaba dispuesto a afrontar como presidente de la Nación (otro mensaje que no fue comprendido por la prensa, pero bueno, era como pedirle a un nene de primer grado que desarrolle el teorema de Pitágoras).
También viajaron con el presidente corresponsales de los diarios, entre ellos Roberto Payró por La Nación, que sería a la postre el que más interesantes crónicas haría.
Roca pidió al Congreso la autorización para el viaje, y delegó el mando en Quirno Costa. Caras y Caretas lo ilustraba así:


 

El 20 de enero Roca, después de clausurar las sesiones extraordinarias del Congreso, viajó por tren a Bahía Blanca, abordando allí el acorazado Belgrano para dirigirse a Punta Arenas. Por su parte, Errázuriz lo hizo en el O'Higgins. Se encontraron el 15 de febrero de 1899 en lo que se dio en llamar el "Abrazo del Estrecho", que se muestra en la fotografía que oficia de portada de este artículo.
Con su proverbial astucia, Roca no descansó sólo en el pacifismo (evidente, por otra parte) de su colega chileno; también se preocupó por estrechar vínculos con el presidente uruguayo Juan Cuestas, y muy especialmente con el brasilero: Manuel Ferraz de Campos Salles. Los belicistas de Chile (contrarios a Errázuriz y que no eran pocos, dicho sea de paso) se toparon así con la evidencia de que en una eventual guerra con la Argentina, no podrían contar con la ayuda de Brasil ni de Uruguay.
Pero no había sido, o por lo menos, no había sido solamente para confraternizar con Errázuriz y resolver el conflicto con nuestro expansionista vecino que el Zorro había emprendido tan largo y peligroso viaje; había cuestiones internas tanto o más graves aún que las externas, que reclamaban su urgente atención.
Por ejemplo, el Times de Londres publicó una nota periodística en la cual afirmaba que los colonos galeses que habitaban el Chubut argentino habían solicitado a la corona británica el protectorado sobre esa región, o bien la ayuda para erigirla en nación independiente; tal como veremos en la segunda parte de este artículo.

(Continuará)