sábado, 21 de septiembre de 2024

CONSECUENCIAS DE DESCONOCER EL ENOJO




















Escribe: Gabriela Borraccetti *

Puedo ser desmesurada a la hora del enojo al punto de no medir distancias, extender un brazo, tirar un jarrón, meter una uña o rasgar una hoja de papel. Puedo gritar del dolor y de la desesperación si me siento herida, y de golpe; parar y no volver a hablarte jamás. Podría ser bruta, atropellada, impulsiva; pero sé que no podría salirme de cauce sin motivo.
De seguro, la sensibilidad ayuda mucho a percibir en todo más causas e implicancias que las que percibe quien está frente a mí o en contra de mí. Y por desgracia, el tiempo suele demostrar que estaba en lo cierto; aunque eso no me beneficie ni me deje en un sitio de mayor sabiduría ni nada que se le parezca.
Puedo ser y hacer cosas de las que muchos se esconderían antes de tener que confesarlas, pero la vergüenza sólo invade a quien es hipócrita y se ve compelido a guardar una imagen que lo deja habitar en la mentira de una calma aparente y un orgullo tonto que se vanagloria al dárselas de "pacífico y racional" a la hora del conflicto. Quien se enoja de verdad, no puede esconder que la sangre le hierve; salvo que esté totalmente desconectado de su ira, caso en el cual, también abruptamente, veremos cómo la rabia le llega desde el exterior, cosa que pueda enfrentarse como en espejo a su verdadera, completa y dual naturaleza. Enojarse debería ser algo más que como caminar o comer, y sólo a partir de reconocernos irascibles podemos comenzar a observar otras formas de manejar el impulso.
No obstante (y por desgracia); la asertividad, la furia y la cólera son la parte denostada de nuestra unicidad que extirpamos por ser motivo de escarnio, apareciendo luego por esta causa desde el exterior.
Por supuesto, puede parecer exagerado lo que digo, sin embargo; deberíamos comenzar por admitir que vivimos en extremos emocionales: o reprimimos el enojo totalmente o le damos un cauce mortal, sin remedio y sin retorno. Nos reconocemos una sociedad muy agresiva, pero no sabemos de dónde proviene ese impulso tan destructivo y devastador. Aún así, a nadie se le ocurriría pensar que todas las veces que debió encolerizarse y no lo hizo, ese nudo de ira se guardó en un sitio en el cual se acumula la memoria que alimenta al colectivo en el que vivimos, y aunque queramos declararnos inocentes de culpa y cargo; somos tan culpables como quien lanzó el primer tiro o asestó la primera puñalada que vimos en el noticiero.
Es preferible un gran enojo a tiempo, aunque nos llamen locos o nos señalen; antes que seguir empachados de esa violencia indirecta, pasiva, anodina y traicionera a espaldas de todos que lleva en el murmullo de oreja a oreja el veneno de no poder estar envenenados, a la vez que siembra día a día una bomba que al explotar, no puede ser menor que la arrojada sobre Hiroshima.
Respeta a tu enojo tanto como respetas a tu bondad, a tu humanidad, y a tu paciencia. No existe ningún dios que no se cobre represalia cuando no se le rinden los debidos honores. Y esos dioses viven contigo y en ti; no fuera del mundo que has decidido crear para vivir.
Lo que no aceptamos como parte de nuestro ser, aparecerá como destino dándonos una bofetada desde el exterior.

Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.

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