viernes, 8 de junio de 2012

EL PRÍNCIPE VESTÍA DE BLANCO








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


El primer Candioti llegado a América, en 1716, fue Theodoro, de origen veneciano, apellidado originalmente Campini y “castellanizado” en España como Candioti (derivado de Candia, nombre con el cual los conquistadores venecianos llamaban a Creta), que se radicó en Lima con su esposa Leonor Múxica y Roxas, ejerciendo las funciones de mayordomo del virrey del Perú. La Inquisición limeña persiguió a Thedoro por sospechársele origen judío y lo encarceló en 1722, hasta su fallecimiento en las mazmorras el 19 de mayo de 1726, durante una epidemia de cólera. Es probable que el proceso incoado contra Theodoro Candioti, estuviera vinculado a intereses económicos o a intrigas palaciegas, y que la acusación de “estar circuncidado”, “no observar un ayuno” y “santificar a Moisés”, fuera un pretexto bajo el cual se escondían otras motivaciones; porque el sacerdote jesuita que lo confesó antes de morir, atestiguó el 14 de mayo de 1726 que Theodoro no estaba circuncidado y que lo había hallado “muy tierno y contrito”; entonces ¿por qué no se lo liberó inmediatamente, de modo que pudiese morir en su casa y no en la cárcel? Dos años más tarde, la Inquisición, obedeciendo a un mandato real, reconocería su “error” y reivindicaría a Theodoro Candioti. "Justicia" tardía, que le dicen…
Uno de los hijos de Theodoro Candioti y Leonor Múxica y Roxas; Antonio Esteban Candioti Múxica, fijó su residencia en Santa Fe circa 1740 y en 1742 se casó con María Andrea de Zeballos Isea y Araníbar. De ese matrimonio, nació en Santa Fe, el 23 de agosto de 1743, Francisco Antonio Candioti. 
Enviado a estudiar a Buenos Aires y después a Lima, un muy joven Candioti con una veintena de años, pronto se percató de que no quería doctorarse en derecho canónico ni ser sacerdote como eran los deseos de su madre, y se volvió a Santa Fe con la intención de dedicarse al comercio. Su visión para los negocios, la decisión para encararlos y llevarlos adelante y una escrupulosa honestidad jamás desmentida, condujeron a Candioti a la erección de un gigantesco emporio pecuario, industrial y comercial, con unidades productivas radicadas fundamentalmente en Santa Fe y Entre Ríos, y cuyos intereses se extendían a Salta, la Banda Oriental, Chile, Perú y el Brasil. La capacidad de trabajo que evidenciaba y su resistencia física eran asombrosas: Candioti era perfectamente capaz de pasarse días enteros cabalgando, comiendo y hasta escribiendo sobre el caballo. Los salarios que pagaba a sus trabajadores eran notoriamente más altos que los habituales en todo el resto del territorio, y concertado un trato de negocios; su palabra empeñada era para él ley inexorable y los compromisos que asumía eran respetados puntillosamente, tanto para honrar sus deudas, como a la hora de reclamar sus acreencias. Tenía una gaucha desconfianza hacia los doctorcitos pedantes, camanduleros y enredadores, y prefería administrar personalmente sus empresas, llevando él mismo prolijamente las cuentas, uno de cuyos libros, de su puño y letra podemos apreciar en esta imagen:

Así las cosas, no es extraño que haya acumulado relaciones con las personas más diversas en todos los ámbitos y se forjase un prestigio cuyas mentas llegaban a los confines del virreinato y se extendían al del Perú, la capitanía general de Chile y hasta el Brasil. Personalidad de semejante relevancia, necesariamente debía ser seleccionada para desempeñar funciones para la corona española (que por otra parte, revestían carácter de obligatoriedad), y en efecto así fue: Candioti fue Guarda de la Real Renta, Maestro de Postas, oficial de las milicias, alcalde de primer voto del Cabildo santafecino y diputado por Santa Fe al Real Consulado, organismo este en el cual se relacionaría con Manuel Belgrano, entablándose entre ambos hombres una amistad que perduraría siempre. 
Producida la Revolución de Mayo, Santa Fe adhirió inmediatamente a la misma y el Cabildo santafesino remitió a la Junta de Buenos Aires una nota en la cual le solicitaba se nombrase teniente gobernador a Candioti (Santa Fe era sufragánea de Buenos Aires desde la división política establecida por Felipe III en 1617; de allí que sus gobernantes ejerciesen el cargo detentando dicho título de teniente gobernador). La Junta respondió, a través del oficio que puede verse en la imagen, que ya había designado en ese carácter al coronel Manuel Ruiz quien, efectivamente, se hizo cargo de tal función.



Fue un error de la Junta: los santafesinos  se habían declarado por la Revolución, pero querían ser gobernados por un comprovinciano suyo que entendiese su problemática y no por alguien que nombraran a su antojo desde Buenos Aires. No obstante ello, cuando Belgrano inició la campaña al Paraguay, a la primera persona que buscó ni bien entró en Santa Fe, fue a su amigo Candioti, quien lo ayudó de todas las maneras a su alcance, con dinero, caballos, vacas y carretas. No sería esta la única colaboración de Candioti para con la causa de la Independencia, por lo contrario; siguió prestando dinero (préstamos esos que sólo le serían devueltos en parte) y dando caballos, vacas y mulas al ejército.

Y va siendo hora de que conozcamos cómo era Candioti. Aparte del retrato suyo que puede apreciarse en la imagen; tenemos la detalladísima descripción que de él nos dejó John Parish Robertson en el libro en coautoría con su hermano William: Letters on Paraguay. Robertson conoció a Candioti a fines de 1811 o principios de 1812, es decir, cuando don Francisco tenía 68 años. Nos lo presenta como un hombre de extraordinaria apostura física, elevada estatura, tez blanquísima, ojos azules y largo cabello plateado en la vejez que había sido rubio en la mocedad, de trato amable y llano, sin afectación alguna; y alguien de cuya imponente personalidad emanaba un aura de señorío y franqueza. “Príncipe de los gauchos” lo llamó Robertson, y así perduraría en el recuerdo colectivo. La tradición oral y escrita afirma que Candioti invariablemente vestía de blanco y jineteaba caballos asimismo de ese color, y es llamativo que ni sus biógrafos ni Robertson hayan reparado en el detalle de que, como consigné al principio, el apellido Candioti deriva de Candia, nombre este con el cual los venecianos que la conquistaron, llamaron a Creta; pero hete aquí que Candia proviene del latín candidus, que significa precisamente, blanco. De allí que Candioti usara siempre prendas de ese color, exquisitamente bordadas para él en el Paraguay; porque era una forma más de realzar su apellido. Una excentricidad, si quieren, pero al fin de cuentas, convengamos en que semejante hombre bien podía permitirse alguna, ¿no? 

El conflicto entre Buenos Aires y Santa Fe tenía que desatarse, y se desató nomás. Desde 1662, la corona española había otorgado a Santa Fe la condición de puerto preciso. En virtud de esa prerrogativa, todos los barcos que navegasen por el Paraná entre Asunción y Buenos Aires, debían obligatoriamente hacer escala en Santa Fe, con el consiguiente beneficio fiscal y comercial para ésta; que de esa manera comenzó a experimentar un notable desarrollo. Sin embargo, se vería envuelta en la competencia que había entre Buenos Aires y Asunción, y entre la primera y Lima. En 1780 el virrey Juan José de Vértiz quitó a Santa Fe el privilegio de puerto preciso, y la hasta allí floreciente ciudad empezó a decaer. Con el inicio del proceso independentista, Santa Fe, que aportaba tropas a los ejércitos, soportaba las cargas impositivas que le imponía Buenos Aires y se veía obligada a tolerar encima a los gobernantes que ésta le mandaba (Ruiz, Pereyra, Beruti, Montes de Oca, Alvarez Thomas y Díaz Vélez); se vio aún más perjudicada al desguarnecerse sus fronteras con los indios. Ante ese statu quo, los santafesinos volvieron la mirada hacia quien aparecía como principal opositor a los directoriales: el general José Artigas. 
Éste y Candioti se conocían desde mucho antes de estos sucesos y eran amigos. Candioti no era un político, ni era artiguista (tampoco era directorial) ni tenía la ambición de gobernar su provincia; fueron las circunstancias las que lo llevaron a involucrarse en las disputas internas. Era para los santafesinos un patriarca, y tuvo que ponerse al frente de ellos impelido por la fuerza de los sucesos. Por otra parte, debido a la relevancia de su figura y la extensión de sus relaciones, era tenido en cuenta, y mucho, por los directoriales, a punto tal, que cuando el Director Supremo Gervasio Posadas tuvo que procurar enmendar la desatinada ocurrencia que había tenido de declarar traidor a Artigas y poner precio a su cabeza; debió recurrir a la mediación de Candioti. En la inteligencia de que el Directorio significaba para la provincia de Santa Fe penurias y exacciones; Candioti procuró la ayuda de Artigas. 
Para marzo de 1815, la situación del Directorio era tambaleante: dos meses antes, la Logia había reemplazado al renunciante Posadas por su sobrino, el general Carlos de Alvear, el artiguismo se consolidaba en la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones; y Santa Fe, Córdoba y Mendoza estaban en franca ebullición. Animado por su febril ambición y fogoneado por el influyente Bernardo de Monteagudo; Alvear, como recurso desesperado, intentó establecer una dictadura. Vana ilusión divagante: caería el 17 de abril. 
A todo esto, en Santa Fe, entre el 10 y el 20 de marzo los blandengues que protegían la frontera con los indios, se sublevaron en conjunto con éstos (que estaban instigados por Manuel Francisco Artigas, hermano de José) contra el gobierno y emprendieron la marcha hacia la ciudad, en la cual también entre los vecinos del centro y las orillas había gran animosidad contra el teniente de gobernador designado por el Directorio: el general Eustoquio Díaz Vélez. Paralelamente a ello, José Artigas se dirigía a la Bajada (la actual Paraná, en Entre Ríos), a reunirse con Hereñú para marchar sobre Santa Fe, y por el río se venía también el francés Louis Lanché. Díaz Vélez, que había delegado el gobierno en el Cabildo, viéndose imposibilitado de resistir semejante ofensiva, capituló el 24 de marzo, embarcándose el 28 para Buenos Aires con toda su tropa desarmada. El Cabildo santafesino, el 2 de abril elegiría gobernador a Candioti, siendo este acto refrendado en Asamblea Popular el 26 del mismo mes. El 3 de abril en Santa Fe fue una apoteosis: flameó la bandera tricolor del federalismo en la plaza, se decretaron tres días de fuegos artificiales y luminarias, y en medio del delirio popular, el 13 de abril entró a la ciudad el general José Artigas, quien permaneció unos días en ella. 
Recibido del gobierno, don Francisco Candioti no perdió un minuto de tiempo, tal como lo hacía en su vida particular. Llamó en su auxilio a una Junta Representativa conformada por los vecinos más capaces y renombrados, e inmediatamente puso manos a la obra. No era hombre de libros ni teorías; Candioti era un hacedor, y en efecto, hizo. Su aguda percepción y su profundo conocimiento acerca de por dónde pasaban las necesidades y conveniencias de su provincia, lo llevaron a comprender el enorme potencial de la por entonces villa del Rosario, la capital importancia estratégica que ésta revestía y el venturoso porvenir a que estaba llamada; y entonces en carácter de diputado por la misma, integró a la Junta Representativa a José Tiburcio Benegas (en cuya estancia, situada a orillas del Arroyo del Medio, se celebraría cinco años después –ya fallecido don José Tiburcio- el llamado Tratado de Benegas entre los gobernadores Martín Rodríguez, de Buenos Aires; y Estanislao López, de Santa Fe, con la mediación de Juan Bautista Bustos, de Córdoba, y con la garantía para Santa Fe -que desconfiaba, y con razón, de Rodríguez- de Juan Manuel de Rosas). A instancias de Candioti se elaboró un ambicioso plan de desarrollo para Rosario, el que se solventaría con impuestos que gravaban a los que más tenían: los terratenientes y vecinos poderosos, en pro de los más humildes, a quienes el gobierno de Candioti buscaba integrar a las fuerzas productivas de la provincia. Persiguió a la delincuencia y la vagancia -¡y cómo no habría de hacerlo!, justo a Candioti, la honestidad personificada, que jamás permitió que la hierba creciese bajo sus botas y que tenía vergüenza de que los demás supiesen que a veces, dormía: tres o cuatro horas, nunca más de eso, le iban a venir con delincuencia y vagancia… ¡por favor!-. Engrosados los Pueblos Libres -la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones- con la incorporación de Santa Fe y Córdoba, Artigas efectuó la convocatoria al Congreso de Oriente, a realizarse en la villa del Arroyo de la China. Resultaría electo diputado por Santa Fe a dicho Congreso, el doctor Pascual Diez de Andino, que el 12 de junio se dirigiría en compañía del diputado por Córdoba, José Antonio Cabrera, a integrarse al mismo. 
“Mas lo bueno dura poco”, escribió Luis Landriscina en uno de sus más bellos poemas: Tiempo adentro de la siembra, y tengo para mí que debe ser cierto; porque Candioti cayó enfermo el 25 de junio e inmediatamente delegó sus funciones gubernativas en el Cabildo y la Junta Representativa, designando éstos interinamente a Pedro José Larrechea en su lugar, hasta que don Francisco se restableciera. Lamentablemente, tal cosa no ocurriría: Candioti falleció poco después, el 27 de agosto de 1815. Hombre universalmente apreciado y respetado, todo Santa Fe lloró su muerte: las clases más humildes del pueblo y los caracterizados señorones vecinos, y hasta el general Juan José Viamonte, enviado desde Buenos Aires con una crecida tropa a tratar de recuperar la provincia para los directoriales, obligó a sus soldados y oficiales a rendir homenaje al insigne finado. No tardaría quien lo sucediera en el gobierno, Juan Francisco Tarragona ("designado" con el “apoyo” del ejército del susodicho Viamonte), en restituir a Santa Fe a la dependencia del centralismo porteño. 
El más ilustre de los argentinos, el ínclito general Manuel Belgrano, se enteraría recién al año siguiente de la muerte de su muy apreciado amigo Candioti, y así le escribiría a su viuda, la señora Ramona Larramendi:

Muy Señora mía: he sentido infinito la pérdida de mi amigo: siento ahora mismo tener que renovar el dolor de V. con recordárselo después de tanto tiempo que sucedió; pero V. tendrá la bondad de hacerse cargo de la gran distancia que nos ha separado, y querrá disculparme. 
Deseo tener ocasiones de manifestar a V. cuánto aprecio hago de la amistad que debí a su señor finado, y no menos la gratitud en que estoy a V.; a quien me tomo la libertad de suplicarle dé mis abrazos a sus hijos, y expresiones a toda su digna familia.
Manuel Belgrano
Buenos Aires, 10 de febrero de 1816 

Tan inmaculada era la honestidad del "Príncipe de los Gauchos", como inmaculada era su blanca vestimenta. Don Francisco Antonio Candioti, un extraordinario argentino.

-Juan Carlos Serqueiros-