sábado, 19 de diciembre de 2020

ROMPAN TODO

 
















Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Amor... sabés? / los sesenta fueron tres putos años nomás! (Carlos Solari)


Mirando “Rompan todo” por Netflix, acabo de desperdiciar miserablemente 4 horas de mi vida (lo cual a esta altura, con ya casi 65 pirulos por el lomo, es no sólo irresponsable de mi parte, sino además; imperdonable).
Y lo más triste es que no le puedo “echar la culpa” a nadie más que a mí mismo por haber incurrido en semejante estupidez. Si cualquier persona de 65 años sabe sobradamente que no existe nada que pueda ser llamado "rock latinoamericano", ¿cómo carajo, entonces, me di el lujo de despreciar la primera sensación de rechazo, la que experimenté cuando vi que lo anunciaban como algo que “documentaba” eso que yo conocía como imposible?
No estoy instando a nadie a abstenerse de mirarlo, eh; no soy quién para bajar línea. Lo que quiero significar es que YO (perdón por las mayúsculas; las uso sólo para resaltar que me refiero exclusivamente a mí mismo) no puedo perdonarme el haber caído en mirar eso, máxime, cuando soy perfectamente consciente de que el rock es mucho más que un género —por otra parte, agotado como tal hace ya medio siglo, y hoy por hoy acotado exclusivamente a versiones vintage—; es per se una cultura universalista (por eso lo de rock “latinoamericano" es un disparate) que a partir de los movimientos iniciados en las grandes urbes de Inglaterra y Estados Unidos; los beatniks; los hippies y los yippies, se nutre, crece, progresa, con el aporte de elementos musicales, poéticos, teatrales, literarios y plásticos de todas partes del mundo. En Latinoamérica, el alba de colores que representó el rompimiento de la cultura rock se dio, en y a partir de, Buenos Aires (y en menor medida —lo cual en modo alguno significa menor importancia y mucho menos inferior calidad—, Montevideo) y Rosario, y desde allí se irradió al resto de los países de la región. 
Que en un pretendido documental historiográfico sobre el rock se soslaye a dúos como Pastoral, Vivencia, Pedro y Pablo; a bandas como Soluna, Alma y Vida y La Renga; a figuras como Carlos Bisso (dicho sea de paso, raleado por “grasa”, y a quien —justo cuando tanto se cacarea acerca de la relación del rock con la política—… ¡ni siquiera se lo nombra!), Juan Carlos Baglietto y Deborah Dixon (a todos quienes cito simplemente como ejemplos extraídos de entre una larguísima lista de etcéteras), es lisa y llanamente una barbaridad.
Ah, y si a pesar de todo, igual se quiere sostener a como dé lugar esa pretensión de rock “latinoamericano" que se postula en el documental; pues entonces ignorar a figuras de enorme trascendencia como Vinicius de Moraes, Toquinho y Chico Buarque (entre otras muchas de las que constituyen el riquísimo aporte lírico-musical brasilero), es directamente demencial. Latinoamericano… sin Brasil. De locos.
Y… ¿puede concebirse un documental de rock sin considerar la concatenación entre la música, el teatro, el cine, las letras y las artes plásticas? ¿Se puede hablar de rock ignorando olímpicamente a Miguel Grinberg, Pipo Lernoud, Nacha Guevara, Batato Barea y Marta Minujín (entre otros)? Carlos Castaneda... ¿sabrán los capitostes de Netflix quién fue? ¿Lo habrán leído?
Por último, ¿de verdad creerán quienes idearon y produjeron la miniserie que los 2 minutos que dedicaron a los Redonditos se corresponden con la relevancia de la banda? Hacer un documental de rock soslayando al Indio Solari es como hacer un documental de historia soslayando a Belgrano o a San Martín, ¿no? Se notó demasiado, chicos. 
Los motivos, por otra parte, están más que claros si uno lee, en Recuerdos que mienten un poco. Memorias en conversaciones con Marcelo Figueras, lo que Solari tiene para decir con respecto a los Redo en el contexto latinoamericano:

Indio: En nuestro caso, hubo dos motivos por los cuales decidimos no aventurarnos en América Latina. Para empezar, no teníamos una oficina en cada capital: había que averiguar quién era confiable y quién no, tenías que bancarte ir a un programa tipo Susana Giménez, hacer playback y sumarte a festivales vale todo donde tocabas después de Paloma San Basilio. Muy Viña del Mar. Además el público latino no le reconoce prestigio alguno al rock, para ellos es lo mismo que la bachata o el bachoto. Y nosotros queríamos vincularnos con gente que estaba en la cultura rock.
Soda Stereo y los Enanitos Verdes tenían una corporación detrás, que primero los hacía sonar en las radios y después los vendía como representativos de un país importante. Pero a nosotros no nos pasaba más que una radio underground, con suerte. 

Marcelo Figueras: Así como los argentinos somos raros en el contexto de Latinoamérica —el tango no es el merengue—, tu música tampoco era pop con letras biodegradables. 

Indio: Si copiabas a The Cure, The Police o algo así, sonabas reconocible. En cambio nosotros… Salvo algún grupo elitista que nos conociese, no teníamos chances.
Para ir a hacer otra vez la rutina de las rutas y la combie… Ya no tenía ganas. ¡Íbamos a terminar tocando en la casa de algún narco!

"Tenían una corporación detrás"... ¿entendiste? Claro, ¿cabía esperar que tan luego las corporaciones hagan justicia a quien jamás transó con ellas? Sólo un gil como quien suscribe podía no darse cuenta de una. Mordí el anzuelo una vez más (siempre un iluso)... 
En fin… Mejor la corto acá y me voy a tomar una bolsa de medio kilo de uvasal, a ver si así puedo calmar la acidez que me dejó la bronca de haber sido tan p...oco avisado, digamos.
Al ponerme a mirar semejante engendro, caí como un nabo marca ACME. Merezco flagelarme con 240 azotes, 60 por cada una de las 4 horas perdidas en un documental marketinero.

-Juan Carlos Serqueiros-