lunes, 14 de diciembre de 2015

¿DÓNDE ESTÁ ANDRESITO?
























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Andrés Guacurarí  y Artigas, conocido popularmente en nuestro país y en el Uruguay como Andresito, y como Artiginhas en el Brasil, nació en San Borja, uno de los treinta pueblos de la Gran Provincia de las Misiones (el que por entonces pertenecía al Virreinato del Río de la Plata y que hoy día es la ciudad que corresponde al estado de Río Grande do Sul de la República Federativa del Brasil), el 30 de noviembre de 1778 (día, mes y año estos que son comúnmente aceptados; a pesar de la carencia de documentación respaldatoria que los certifique como indubitables).
El apellido es así: Guacurarí, tal como él mismo lo escribía; y no “Guazurary” o “Guaçurary”, como se empeñan en llamarlo con engreída y grandilocuente sapiencia quienes se arrogan como desde un pedestal la condición de “expertos” en el idioma guaraní bajo el argumento de que la grafía correcta es esa y que la “máxima concesión” que puede hacerse es la del empleo de la cedilla en lugar de la “z” castellana. Parafraseando a Julio Verne en su genial Veinte mil leguas de viaje submarino, aclaro que siento un profundo respeto hacia los sabios que de verdad saben, pero a la vez; me inspiran un soberano desprecio los “sabios” que en realidad no saben nada; porque uno podría contestarles que, aún considerando que lo de la “grafía correcta” fuera cierto y el resto del bla bla bla; así como Juan Manuel Ortiz de Rozas eligió llamarse Rosas y Manuel Do Rego eligió llamarse Dorrego, con idéntico derecho; Andrés eligió llamarse Guacurarí, ergo, así debe escribírselo).
Su filiación es incierta, pero hay aquiescencia generalizada en convenir en que era hijo de padre desconocido, europeo o criollo; y de una india guaraní (quien, según algunos que así lo afirman pese a la carencia de sustento probatorio, era Taboirá, una hija de Antonio Lazo —el Pay Miní Antoñito—, hijo, a su vez, de la guaraní Maymboré —la llamada Guazú Virá— y de Lucas Marton —el muy mentado Pay Guazú o Pay Tayú, un irlandés ex jesuita, historiador, maestro, lingüista y botánico que fundara en plena selva el mítico pueblo de Nazareno).
No puede afirmarse con certeza que efectivamente sea ese el linaje de Andresito, pero por el momento y a falta de pruebas concluyentes en contrario; aceptémoslo como posible.
Ante un ataque de los bandeirantes (delincuentes lusitanos que armaban bandeiras, es decir, gavillas que tenían por objeto saquear los pueblos misioneros y apresar guaraníes para venderlos como esclavos en el Brasil), él, en compañía de su madre y del resto de los pobladores de San Borja que escaparon a la matanza, se vio obligado a cruzar el río Uruguay para refugiarse en Santo Tomé, del lado occidental de las Misiones, donde sería educado por el cura del lugar, el padre Céspedes.
A partir de allí, esa cerrazón densa y pertinaz que frecuentemente cubre a la historia con un velo en forma de ausencia de documentación y referencias; nos impide saber qué fue de Andresito hasta 1811, ya producida en Buenos Aires la Revolución de Mayo el año anterior. Tiene cierta lógica, dadas sus propias y abundantes citas respecto a “mi padre” y al “responsable de mi educación” (como Andresito llamaba a Artigas); el inferir que ya sea en su adolescencia o en su temprana juventud,  haya conocido a don José Gervasio. 
El escritor Jorge Luis Lavalle sitúa el encuentro entre Andresito y Artigas cuando el primero contaba -según dicho autor- 14 años, en el escenario constituido por la enorme extensión geográfica abarcada por la zona ubicada al norte del río Negro en la Banda Oriental, las Misiones Orientales y Santa Catarina; y en el cual Artigas y los suyos actuaban como arreadores de ganado cimarrón o reyuno, para contrabandear sus cueros en el Brasil.
En ese marco, Lavalle nos describe la llegada al sitio de la noticia del indulto, es decir, una suerte de amnistía dictada desde Montevideo para quienes “no tuviesen delitos de sangre”, a fin de invitarlos a enrolarse en el cuerpo de Blandengues que se creaba con el objetivo de “proteger las fronteras”.

La frase era un eufemismo utilizado por el Cabildo para no estipular directamente que los que se buscaban eran hombres rudos, habituados a la vida en la campaña oriental, conocedores profundos de la misma (o sea, los contrabandistas, precisamente); a fin de luchar contra los intentos expansionistas y esclavistas de los portugueses.

Pero hay un problema: según nos relata Lavalle, Andresito tendría en ese momento 14 años; mientras que el indulto y la creación del cuerpo de Blandengues está probado y documentado que se produjeron a principios de 1797, más precisamente el 7 de enero, por disposición del virrey Pedro Melo de Portugal. Y para esa fecha, ya tenía 18 años, no 14 (si tomamos a 1778 como el año de su nacimiento). Por supuesto que nada de esto que escribí, debe entenderse como tendiente a invalidar o criticar el libro de Lavalle Andresito y la Melchora. La historia de un amor en guerra, obra a la que considero excelente, de gran mérito literario y que he leído y releído en reiteradas oportunidades, y en cada una de ellas con mayor placer aún que en la anterior; es sólo que el libro, al ser una especie de crónica novelada, no persigue, obviamente, el rigor histórico como meta (y por otra parte; no tiene por qué hacerlo). 
Particularmente, me hallo inclinado a inferir como probable que Andresito haya conocido a Artigas en 1797 o 1798, actuando a su lado en el cuerpo de Blandengues, y después se hayan reencontrado en 1811 o tal vez en 1812 en el campamento del Ayuí. Sea como haya sido, la cuestión principal es que el afecto que mutuamente se profesaban, llevó a que Artigas adoptara a Andresito como su hijo y en consecuencia éste usara en adelante el apellido del Jefe de los Orientales. De allí en más, pasaría a firmar simplemente como Andrés Artigas.
El contexto general era el siguiente: el gobierno de Buenos Aires había concertado un armisticio con el virrey de Montevideo,  Javier de Elío. Disgustado por tal medida, tomada a contramano del proceso revolucionario independentista, de los intereses y de la voluntad del pueblo oriental; Artigas, por entonces teniente gobernador de Yapeyú, produjo la epopeya conocida como Éxodo Oriental (que la gente llamaba la redota, corrupción oral cometida al querer pronunciar la palabra “derrota”). Andresito, que a esa altura ya era una figura destacada entre el pueblo guaraní, se sumó a Artigas. 
Ya tenemos, entonces, indisolublemente unidos los destinos de ambos y prefigurados los bandos en pugna: por un lado, la revolución popular, independentista y federalista encarnada en Artigas y los suyos; y por el otro, el realismo español, representado por Javier de Elío, aliado provisoria y circunstancialmente al expansionismo imperial luso - brasilero, ambos alentados y apoyados más o menos desembozadamente por el centralismo porteño que fluctuaba entre el independentismo y la sujeción a los dictados de las potencias de ultramar.
En 1813, las Misiones occidentales eran gobernadas por quien actuaba como delegado del poder de Buenos Aires, Bernardo Pérez Planes. Las milicias de Yapeyú, apoyadas desde Mandisoví por el artiguista guaraní Domingo Manduré y por la entusiasta adhesión popular de La Cruz, se rebelaron contra Pérez Planes, quien se ganaría la repulsa y el odio generalizados por la acción represiva que intentó. 
Terminaría derrotado en La Cruz por las fuerzas artiguistas el 19 de marzo de 1814 y fusilado en Belén el 30. Los pueblos de las Misiones se pronunciaron por el artiguismo, y lo mismo ocurriría con Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes (en esta última, un levantamiento de las milicias iniciado por Juan Bautista Méndez concluiría en su proclamación como gobernador y en la declaración de la autonomía provincial).
En apretada síntesis, así se constituyó la llamada Liga de los Pueblos Libres, que tendría a Artigas como Protector. 
La cabal comprensión de ese statu quo es fundamental para distinguir lo que representó Andresito. No puede interpretarse su figura histórica si no se entiende clara e inequívocamente el cuadro de situación en que se desenvolvió su accionar.
En 1815 Artigas, en tanto Protector de los Pueblos Libres, designó Comandante General de las Misiones a su hijo adoptivo Andrés, quien debía, además de recuperar para las Misiones el control sobre los pueblos al este del Paraná invadidos por el Paraguay aislacionista del doctor Francia (ver mi nota Luces y sombras de Francia); asegurar la región frente al expansionismo portugués, ya que de otro modo; si aquel poder conseguía militarmente traspasar el río Uruguay, ello posibilitaría seguramente su avance hasta el Paraná, con el consiguiente peligro para los Pueblos Libres de caer bajo el dominio luso-brasilero.
Andresito, acompañado por su amigo y consejero espiritual fray José Leonardo Acevedo, y llevando como todo tesoro el par de pistolas que le había enviado como obsequio su padre adoptivo José Artigas, iniciaría su campaña. 
En marzo de 1815 estaba en Santo Tomé, y para abril, ya había logrado recuperar los pueblos del departamento de Concepción. Siguiendo las instrucciones de Artigas, llamó a asamblea general para elegir, por medio del voto popular libre e irrestricto, a los diputados que habrían de enviarse al Congreso de Oriente o de Arroyo de la China (la actual Concepción del Uruguay) convocado por el Protector. 
Entiendo importante destacar la conducta prudente y el espíritu conciliador de Andresito, que antes de recurrir a las armas, intentó convencer al delegado del doctor Francia en Candelaria, comandante José Isasi, de que accediera a retirarse pacíficamente de los territorios ilegítimamente ocupados por el Paraguay; pero ante la actitud dilatoria y evasiva de Isasi, en una acción fulminante; Andresito conquistó Candelaria y trascartón, Loreto, Santa Ana, San Ignacio Miní y Corpus.
Durante los preliminares de la acción de recuperación de los pueblos misioneros invadidos por los paraguayos, Andresito contraería la viruela en San Carlos, pero su fortaleza física lograría prevalecer, restableciendo su salud sin más consecuencia que las cicatrices imborrables que dejaría en su rostro la terrible (y por entonces, en la mayoría de los casos de quienes no estaban vacunados, mortal) enfermedad.
También por esa época, conoció a la mujer que sería el amor de su vida: Melchora Caburú. La “china rubia” o la “querida del cacique”, como la llamaría despectivamente la oligarquía correntina, era paisana de Andresito, nacida como él en San Borja, de padres europeos. 
Producido el ataque de los mamelucos a ese pueblo, sus padres perecerían en él, siendo salvada y adoptada a partir del infortunio, por el guaraní Felipe Caburú y su esposa, quienes se fueron con la niña a vivir a Santa Lucía. Para la época de la reconquista por parte de Andresito y sus tropas de los pueblos misioneros invadidos por el Paraguay; Melchora Caburú, ya una hermosa amazona rubia de azules ojos, acudió a sumarse a quienes consideraba sus hermanos: los indios del ejército guaraní. A partir de allí, compartiría la azarosa vida de Andrés Guacurarí y Artigas.
Llegamos a 1816. En junio se produjo la invasión portuguesa a la Banda Oriental, cuyo objetivo era concluir con los Pueblos Libres, ya que el monarca del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, Juan VI, temía —y no le faltaban razones para ello— que las ideas artiguistas prendieran en Río Grande, desbaratando el orden imperial esclavista. Artigas contestaría a los portugueses con la contraofensiva, ordenando a Andresito entrar en las Misiones Orientales. Éste los derrotó en La Cruz y emitió un manifiesto a los habitantes de los siete pueblos de las Misiones Orientales, el cual rezaba:

Siendo constante que por un favor del Cielo he sido llamado al mando de las Misiones, como para el efecto, he tenido la dicha de quitar los pueblos gobernados por Buenos Aires y rescatando los otros que se hallaban en el año anterior bajo el yugo del Paraguay, colmándome el Dios de los ejércitos de todos aquellos beneficios que son necesarios para la empeñosa empresa de rebatir todo enemigo de la justa causa que defiendo, por tanto atendiendo, inteligenciado que las mismas, o aún mayores razones concurren en mi para libertar los siete pueblos de esta banda del tiránico dominio del portugués bajo el cual han estado quince años los infelices indios gimiendo la dura esclavitud. He puesto mi ejército delante del portugués sin recelo alguno, fundado en primer lugar que Dios favorecerá mis sanos pensamientos, y en las brillantes armas auxiliadoras y libertadoras, solo con el fin de dejar a los pueblos en el pleno goce de sus derechos, esto es para que cada pueblo se gobierne por si, sin que ningún otro español, portugués o cualquiera de otra provincia se atreva gobernar, pues habrán ya experimentado los pueblos los grandes atrasos, miserias y males en el gobierno del español y portugués: ahora pues, amados hermanos míos, abrid los ojos y ved que se os acerca y alumbra ya la hermosa luz de la libertad, sacudid ese yugo que oprimía nuestros pueblos, descansad en el seno de mis armas, seguros de mi protección, sin que ningún enemigo pueda entorpecer vuestra suspirada libertad, yo vengo a ampararos, vengo a buscaros, por que sois mis semejantes y hermanos, vengo a romper las cadenas de la tiranía portuguesa, vengo por fin a que logréis vuestros trabajos, y a dar lo que los portugueses os han quitado en el año 1801 por causa de las intrigas españolas, no tengáis recelo en cosa alguna, sí, temed las fatales resultas que pueden originarse de vuestra dureza y obstinación. Acordaos de aquel famoso pasaje de la Sagrada Escritura, en que se dice que Moisés y Aarón libertaron el pueblo de Israel de la tiranía del Faraón. Así yo siguiendo este apreciable ejemplo, he tomado mis medidas para el mismo fin, de las cuales una es la de dar comisión al Capitán ciudadano Miguel Antonio Curaeté, para que como representante mío corra los mencionados pueblos haciendo os entender mis ideas, y la sagrada causas que defendemos, y por la que estoy pronto con todas mis tropas a derramar las últimas gotas de sangre si se ofrece, como también de juntar todos los Naturales, para que los portugueses no los arreen para adentro, debiendo reunirse con él todos los que penetrados de la dulce voz de la libertad que os llama, quieran seguir el pabellón de la Patria: el se entenderá conmigo. Ea pues, Compaysanos míos, levantad el sagrado grito de la libertad, destruir la tiranía y gustad el deleitable néctar que os ofrezco con las venas del corazón que lo traigo deshecho por vuestro amor.

Acto seguido, el 3 de octubre de 1816 sitió San Borja, pero aparentemente movido por la compasión y por el dolor ante tanta sangre hermana derramada, incurrió en vacilaciones y demoras innecesarias, y los sitiados —que estaban al mando del brigadier Francisco das Chagas Santos— recibieron refuerzos comandados por Abreu, con los cuales pudieron repeler el ataque de Andresito y sus tropas. Esto motivaría que Artigas, muy dolido, lo reconviniera en paternales pero duros términos (de paso, en esta carta del Protector se estipula inequívocamente que Andresito era nacido en San Borja y no en Santo Tomé):

Siendo usted alto objeto de mi estimación, con alto dolor mío dígole que usted no ha observado celosamente las repetidas y terminantes órdenes que le dirigí… Debió usted atacar y tomar San Borja sin lástima… la clemencia… debe empezar recién después del momento en que esas armas fueron rendidas y no antes… Confié a usted la recuperación de los siete pueblos misioneros para que así se allanasen mis pasos… Pero usted no lo hizo y me ha puesto con ello en grandes dificultades… No le será difícil calcular los sentimientos que arrancan de mi corazón estas expresiones y espero que en lo sucesivo sea usted más inexorable… No protesto de que usted sea particularmente el responsable de los irremediables contrastes sufridos… hago un llamado a su corazón y espero que sabrá recuperar con valentía la espada que perdió frente a su pueblo de San Borja, su amada cuna y la de sus padres.
José Artigas

Alentados por su triunfo en San Borja los portugueses atacaron los pueblos de Yapeyú, La Cruz, Santo Tomé, Mártires y Santa María, todos los cuales saquearon e incendiaron; además de Apóstoles, San José y San Carlos, a los cuales “solamente” saquearon. 
Luego reiterarían el ataque, pero Andresito conseguiría derrotarlos el 2 de julio de 1817 en Apóstoles, obligándolos a repasar el Uruguay. 
Con heroísmo ejemplar y conmovedor lucharon los misioneros y orientales, pero la magnitud de fuerzas en su contra (los lusitanos habían trasladado y concentrado en el Brasil las tropas portuguesas veteranas de las batallas contra Napoleón, y las lanzaron contra la Banda Oriental y las Misiones), resultaría imposible de vencer. Andrés Artigas estableció su cuartel general en la Tranquera de Loreto (actual Ituzaingó), y desde allí mantendría a raya a portugueses y paraguayos.
Para 1818 el Director Supremo Pueyrredón instigó, por medio de Elías Galván, una sublevación en Corrientes, la cual encabezada por el capitán José Francisco Vedoya, derrocó al gobernador artiguista Juan Bautista Méndez. Inmediatamente, Artigas ordenó a Andresito que se dirigiera a Corrientes y la recuperase para los Pueblos Libres. 
Luego de una escaramuza en Caá Catí, derrotó a los rebeldes de Vedoya en Saladas, y el 21 de agosto entró triunfalmente en Corrientes, cuya gobernación, de hecho, asumiría por un corto período con el objeto de reponer y afianzar la autoridad depuesta (Méndez). 
Lamentablemente, las limitaciones propias de un artículo me obligan a sintetizar, con la consiguiente necesidad de omitir detalles y obviar la descripción acabada de la importantísima participación de personajes históricos tales como -por citar sólo un par de ejemplos- Peter Campbell, un marino irlandés que había llegado al Río de la Plata con la Primera Invasión Inglesa y que se afincaría en Corrientes, desde la cual serviría fielmente a la causa de los Pueblos Libres; y la familia inglesa integrada por John Postlethwaite y sus hijas Jane y Anne.
Pero sí entiendo importante destacar un detalle: en los dos siglos transcurridos desde la Revolución de Mayo hasta nuestros días, Andrés Guacurarí y Artigas sería el único hombre perteneciente a alguna de las etnias que habitaban América antes de la llegada de los españoles, que llegaría a gobernar no ya una, sino dos provincias: Misiones y Corrientes.
En la campaña emprendida en pos de la recuperación de Corrientes para los Pueblos Libres, Andresito, a su paso por Caá Catí, anduvo enredado en una relación amorosa con María Mercedes Esquivel (cuyos hermanos habían estado involucrados en un intento por deponer a Méndez), fruto de la cual nacería un niño bautizado como José Mariano Esquivel. 
Sostuvieron algunos que a través de la descendencia de Esquivel, la estirpe de Andresito se prolongaría hasta la actualidad. Lo cual se demostraría como inexacto.
Durante el período de su gobierno en Corrientes, Andresito aplicaría a rajatabla los postulados igualitarios del artiguismo ("sistema exagerado de libertad popular", lo llamaría Manuel José García, ministro destacado por las Provincias Unidas ante la corte portuguesa), liberando de la servidumbre y la esclavitud en que la clase alta correntina los había sumido, a los guaraníes y negros, repartiendo tierras entre ellos, favoreciendo a los humildes y desposeídos y rigoreando a los señorones y copetudas de la oligarquía lugareña. 
A los primeros, además de cobrarles compulsivamente los impuestos que adeudaban; los haría cortar los yuyos y barrer la plaza, y a las damas de la “alta sociedad”; las obligaría a bailar con los soldados guaraníes, molesto por el desprecio que éstas habían evidenciado al no concurrir a las representaciones teatrales en que actuaban niños guaraníes, ni a las celebraciones por él dispuestas.
Y voy a decirlo sin ambages y con todas las letras: a Andresito le gustaba empinar el codo, sí. ¿Y qué? ¿Tan terriblemente escandaloso puede considerarse eso de tomarse unos tragos de caña en quien estaba sometido a enormes tensiones, en constante peligro y en pelea continua con mortales enemigos externos e internos? Pavadas, voceo de otarios, como sin duda los llamaría Carlos de la Púa de haberse enterado de las durísimas descalificaciones y peores dicterios lanzados contra el “atroz cacique” por la oligarquía correntina de la historiografía sectaria.
La ciudad de Corrientes y la pesada carga del ejercicio diario del gobierno estaban asfixiando a Andresito,  habituado a la existencia al aire libre. El consumo de alcohol, que durante la dura y austera vida de las campañas militares mantenía controlado; se le había exacerbado hasta el punto de convertir en frecuentes sus borracheras. 
Todo eso, más los chismes aldeanos, las intrigas, etc., le provocó no pocos roces con Melchora Caburú, (a quien María Mercedes Esquivel había visitado cuando ya era evidente su avanzada preñez, avisándola de que esperaba un hijo de él), los cuales acabarían en ruptura, ordenando Andresito que la Melchora fuese llevada a casa de sus padres en Santa Lucía.
Así las cosas, no es de extrañar la malquerencia de la élite correntina hacia él, expresada profusamente por Manuel Florencio Mantilla a partir de las Memorias del abuelo de su esposa, Fermín Félix Pampín; por Pedro Ferré y también por los británicos hermanos Robertson. Pero como para muestra basta un botón, veamos lo que decía Pampín en sus memorias, y a continuación, lo que opinaba Mantilla sobre el ejército guaraní:


… se le harían familiares el asesinato, el robo con descaro, la tiranía y la despotiquez, la desdeñosa y soberbia altivez, la embriaguez consumada, la vida disoluta y escandalosa… Se puede decir sin exageración que sumisión más absoluta que la que se le tributó en Corrientes, jamás se dio a hombre alguno, ni jamás hombre alguno la mereció menos que el indecente indio Andresito Artigas.
Era un conjunto aterrador y repugnante, una indiada poco menos que desnuda, sucia, fea y de aspecto feroz; unos llevaban harapos, otros, raídos chiripaes tan sólo, y otros se cubrían con pedazos de cuero.

Queda así, pues, ilustrado cuál era el parecer de la oligarquía correntina con respecto a Andresito.
En marzo de 1819, éste se despojó del gobierno efectivo de Corrientes, reponiendo en ese cargo a Juan Bautista Méndez, y marchó a ocuparse nuevamente de la campaña contra los portugueses. En Santo Tomé se le reunió Melchora Caburú, que le había perdonado los agravios que él le había inferido, su poco caballeresca conducta para con ella y hasta su “desliz” con María Mercedes Esquivel ¡Y qué no le perdonaría la rubia amazona guaranítica al hombre amado, a ese hombre extraordinario que guiaba a su pueblo hacia la redención y el desquite! Andresito dejó a Melchora en la relativa seguridad de Santo Tomé, y cruzó el Uruguay a enfrentar una vez más a los portugueses.
Pero su estrella declinaba: sería derrotado en  Itacurubí el 6 de junio de 1819 y tomado prisionero el 24 del mismo mes. Atado con cuero fresco, que se iba endureciendo en el trayecto produciéndole indecibles tormentos, fue llevado hasta Porto Alegre, desde donde el 30 de setiembre sería conducido a Río de Janeiro y encarcelado en la lóbrega prisión de la Lage, frente a la bahía de Guanabara.


En tan terrible sitio, Andresito se encontraría con los jefes artiguistas Antonio Lavalleja, Fernando Otorgués, Bernabé Rivera, Leonardo Olivera, y hasta el mismísimo hermano del general José Artigas: Manuel Francisco, tan prisioneros como él, quienes le refirieron el triste final de los Pueblos Libres: nada de estos existía ya, la Banda Oriental estaba ocupada por los portugueses y bajo control absoluto de los mismos, la mayoría de los tenientes artiguistas (Fructuoso Rivera, Estanislao López, Francisco Pancho Ramírez y hasta el guaraní Sití) había defeccionado, pasándose a los invasores lusitanos o transando con los directoriales de Buenos Aires, los demás jefes —es decir, ellos mismos— estaban presos de los portugueses, y el Protector se hallaba asilado en el Paraguay del doctor Francia.
Y de allí en más, el misterio... ¿Qué pasó con Andresito?
Dos autores franceses, naturalistas ambos: el reverendo padre Jean-Pierre Gay, y Martín de Moussy, afirmarían a su tiempo que murió en prisión, ya sea a consecuencia de la abusiva ingesta de alcohol o por haberlo envenenado los portugueses. 
Promediando el siglo XIX, las hermanas Anne y Jane Postlethwaite, escribirían: “Cayó prisionero y llevado a Río de Janeiro. No permaneció mucho tiempo en prisión, pero Andresito murió tiempo después".
En razón de todo esto, durante muchos años se creyó que había sido un desaparecido político, tesis esta que se afirmó y perduró hasta nuestros días (y por extraño que parezca, todavía muchos creen eso); pese a que ya en 1936, el investigador oriental Enrique Patiño publicó que Andresito, junto con los demás jefes artiguistas, había sido liberado merced a las gestiones de don Francisco de Borja y Magariños, un oriental-español radicado en Brasil, y del ministro español ante la corte portuguesa, el conde de Casa Flórez, y devuelto a Montevideo en fecha 3 de julio de 1821, todo en función del hallazgo de la lista de pasajeros del barco Francis, en la cual estaba incluido su nombre.
Asimismo, en 1955, otro historiador uruguayo, Flavio García, encontró una carta de dicho conde de Casa Flórez al ministro de guerra portugués datada el 23 de junio de 1821, por medio de la cual requería la liberación de Andresito, involucrado en una trifulca con marineros ingleses. Así, pudo saberse entonces que, liberado conjuntamente con el resto de los jefes artiguistas; no había podido embarcarse en el Francis a raíz de una pelea callejera de resultas de la cual fue encarcelado nuevamente. 
Posteriormente, la prolija investigación y la recopilación efectuadas por los historiadores misioneros Jorge Francisco Machón y Oscar Daniel Cantero, permitieron determinar que Andresito había caído prisionero en compañía de su consejero espiritual fray Acevedo, que había sido puesto en libertad, que había solicitado con fecha 11 de mayo de 1821 su pasaporte en una nota en la cual consignaba que su destino sería el pueblo de Arroyo de la China,  y lo más importante: el hallazgo de un documento oficial de capital importancia, del 6 de julio de 1821, en el cual se estipula claramente que al producirse la riña con los marineros ingleses, Andresito se hallaba en compañía de un paraguayo de nombre José Domingo Palacios, que los dos fueron recluidos nuevamente y que la investigación judicial demostró la inocencia de ambos por lo cual se ordenaba su liberación. El documento dice en su conclusión:

O mesmo Augusto Señor ordena que sejão postos em plena libertade os Hespanhoes Artigas e Palaços mandados reter na Ilha das Cobras, por iso que pelo sumario de testemunhas a que procedeo o Auditor Geral das tropas se conhece não estarem criminosos.

Como se puede apreciar, se avanzó muchísimo en la tarea de esclarecer la suerte corrida por Andresito luego de su liberación; pero falta aún establecer las circunstancias de su fallecimiento, la fecha del mismo y el sitio en que fueron inhumados sus restos; para proceder a su repatriación. 

-Juan Carlos Serqueiros-

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REFERENCIAS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRÁFICAS

AEX (Archivo Histórico del Ejército de Brasil). Corte, t. 17 y 18.
AGPC (Archivo General de la Provincia de Corrientes). Actas Capitulares vol. 49.
AHN (Archivo Histórico Nacional, Madrid, España). Legajo nros. 3768 y 3769.
Cambas, Aníbal. Historia Política e Institucional de Misiones. SADEM, Buenos Aires, 1945.
CNAA (Comisión Nacional Archivo Artigas). Archivo Artigas t. 36. Tarma, Montevideo, 2006.
Deniri, Jorge E. La invención de Andresito. Moglia Ediciones, Corrientes, 2009.
Gay, João Pedro. História da República Jesuítica do Paraguay. Imprensa Nacional, Río de Janeiro, 1942.
Lavalle, Jorge. Andresito y la Melchora. La historia de un amor en guerra. Creativa, Posadas, 2008.
Machón, Jorge F. José Artigas Gobernador de Misiones. Edición del autor, Jardín América, 1998.
Machón, Jorge F. y Cantero, Oscar D. Andrés Guacurarí y Artigas. El líder guaraní-misionero del artiguismo. Tierradentro Ediciones, Montevideo, 2013.
Mantilla, Diego. Memorias de Fermín Félix Pampín. Moglia Ediciones, Corrientes, 2004.
Mantilla, Manuel Florencio. Crónica histórica de la provincia de Corrientes t.1. Espiasse y Cía., Buenos Aires, 1928.
Martin de Moussy, Jean Antoine. Memoria histórica sobre la decadencia y ruina de las Misiones Jesuíticas en el seno del Plata, Paraná, 1857.
Parish Robertson, John y William. Cartas de Sudamérica. Emecé, Buenos Aires, 2000. 
Revista do Instituto Histórico, Geográfico e Etnográfico do Brasil, t. 42, parte I: Documentos, Río de Janeiro, 1879.

sábado, 21 de noviembre de 2015

EL MEDIO PELO VERSIÓN 2015







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Uno admira muchísimo a don Arturo Jauretche y lo relee constantemente. Pero por desgracia, se ve obligado, por fuerza de las circunstancias, a releerlo como fuente, a seguir abrevando en ese manantial inagotable de su infinita sabiduría; y no como debiera hacerlo: como un disfrute, como sucedería si -felizmente- sus perspicaces enunciados hubiesen perdido actualidad.
Reitero: lastimosamente no es así, y Jauretche está tan vigente como lo estaba... ¡hace más de medio siglo!
Tener que leer a Jauretche así, en este contexto oprobioso, es sufrirlo; porque aprendizaje y dolor son sinónimos. Y uno quisiera regalarse el goce de leer a ese maestro con el respeto profundo de los grandes cariños (Miguel Cané dixit) y con la paz anidada en el alma; no de tener que recurrir a él una y otra vez. Y otra, y otra, y otra... Que lo parió.
Es que el medio pelo sigue, deplorablemente, gozando de buena salud. Vastos sectores de las clases medias, que siempre fueron la víctima propiciatoria, el "cliente" predilecto, de la colonización cultural de la que somos objeto, lo son hoy más que nunca antes. Infección esta que ahora parece haberse extendido, por desgracia, a algunos segmentos más bajos de la sociedad argentina, que otrora eran inmunes a esa peste y que constituyeron el subsuelo de la patria sublevado (Scalabrini Ortiz dixit) y el basamento y razón de ser del movimiento que fue a la vez su redención: el peronismo.
Que la oprobiosa tilinguería vernácula no sólo tolere, sino que además; aplauda y celebre a una despatriada en tanto renegada de su país, inmunda y desfachatada, a una escoria bancada por el sionismo, empleaducha a su servicio y obediente a sus negros designios, a una mentirosa, cínica e hipócrita como esa laucha repugnante que lleva por iniciales Pilar Rahola; es el indicativo certero e inconfundible de que el medio pelo argentino se ha expandido hasta niveles inéditos.
Que semejante bazofia ose venir, con el beneplácito de la genuflexa intelligentzia, a este nuestro país -por supuesto, contratada y pagada por el establishment que en mala hora ha conseguido encaramar como candidato presidencial al hijo de Griesa, el cipayo Mauricio Macri- a darnos lecciones tratando de convertir en héroe a un traidor y corrupto como Nisman que estaba al servicio de la CIA y el Mossad, y se atreva a hacer juicios de valor sobre nuestra política interna, es una afrenta que el medio pelo, complacido... ¡festeja alborozado!
Mire usted en este ENLACE, si no.
Don Arturo Jauretche descansaría por fin en paz, si el medio pelo fuera nada más que un vergonzante recuerdo, pero así las cosas; el pobre se debe estar revolviendo en su tumba.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 14 de noviembre de 2015

JORGE NEWBERY A BORDO DE SU ANASAGASTI CON SU PERRO KING, c.1911



















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La foto -que según cuenta la tradición familiar de los Newbery, estaría tomada desde la casa de Carlos Delcasse en Belgrano- es probablemente, de 1911, a lo sumo 1912. En ella aparecen Jorge Newbery sentado en su automóvil Anasagasti, y a su lado, su perro King, un bull dog inglés al que adoraba.
El ingeniero Jorge Alejandro Newbery fue un argentino que prestigió a nuestro país en el mundo entero. Patriota y emprendedor incansable, funcionario público eficiente y ejemplar, deportista cabal y destacado en múltiples disciplinas, mecenas y presidente honorario del club Huracán, personalidad principalísima de su época, y hombre de mundo, de ciencia y de progreso. 
Valiente y arrojado, podría decirse de él que se bebió la vida como suelen hacerlo los héroes que nos dejan temprano: apurándola a grandes tragos. Se lo llamaba "el poeta de la energía", por la voluntad que ponía en todo lo que acometía; para él, una vez adoptada una decisión, no había paz ni descanso hasta planear y ejecutar lo que se había propuesto. 
En 1908 concretó un matrimonio poco feliz con la bellísima Sarah Escalante (separándose los cónyuges en 1912), del cual nació, en 1909, un hijo: Jorge Wenceslao Newbery, que falleció antes de cumplir los diez años al caerse de un caballo. 
Decidido partidario de la gestión estatal para los servicios y de la propiedad estatal de los recursos naturales, escribió y publicó un libro relativo al petróleo de Comodoro Rivadavia, que fue para la época una obra de consulta y referencia. 
Jamás quiso saber nada con la politiquería partidista y electorera; sus desvelos eran para la patria que amaba y no para ninguna divisa. Su obsesión era que no nos ganaran de mano los chilenos en el cruce de los Andes en avión, y en ese cometido murió trágicamente, el 1 de marzo de 1914. Sus exequias fueron imponentes y todo el país lo lloró. 
¡Gloria a Jorge Newbery!

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 12 de noviembre de 2015

EL LOBBY DE LA NECEDAD


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El 3 de noviembre de 1902, Zenón Gonsales desde Santa Fe; les enviaba a Atanasio Rodríguez y Vicente Suárez que estaban en La Plata, acerca del objetivo de nacionalizar la Facultad de Derecho que perseguían, esta carta de su puño y letra:

Santa Fé, Noviembre 3 de 1902
Sres. Atanasio Rodriguez y Vicente A Suárez
La Plata

Estimados compañeros:
De acuerdo a lo indicado por Uds. en telegrama del 29 del mes pasado, fuimos en corporación a ver al General Roca con el objeto de pedirle incluyera entre los asuntos a tratarse en las sesiones de prórroga, el referente a la nacionalización de nuestras facultades. Desde el principio se mostró enemigo de la nacionalización, diciendo que él no creía que fuera una necesidad para nuestro país: que había un exceso enorme de abogados sobre las demás profesiones, y que él desearía que la juventud se dedicara a profesiones más prácticas, tales como el comercio, industria, etc.
Le manifestamos que si bien es cierto que existe un exceso de abogados sobre las demás profesiones, no lo era menos que esto constituyera un peligro, como él parecía dar a entender; que había que tener en cuenta que estos últimos tiempos las industrias y los progresos materiales habían recibido un impulso poderoso y que había que equilibrar dichos adelantos con los progresos morales e intelectuales, promoviendo la cultura superior y creando las clases dirigentes por medio de las universidades. Abundamos en otra serie de consideraciones para fundar nuestro pedido y demostrar la justicia del mismo pero fue inútil; insistió el Gral. Roca hasta el último que no era una necesidad la nacionalización de nuestras universidades.
Como se ve, hay que perder toda esperanza de parte del PE para que consigamos nuestros deseos, solo nos queda el recurso de acudir al Congreso; pero para ello sería bueno que Uds. desde esa y nosotros desde acá, veamos al mayor número de diputados y comprometamos su voto a favor de nuestro asunto.
Sin más y aprovechando la oportunidad de ponerme a sus órdenes, se despide su compañero.
Zenón Gonsales
Facultad de Derecho Sta. Fé.
P.D. Voy a permitirme solicitar de Ud un servicio, del que le estaré muy agradecido. Como esta facultad ha adoptado el programa de derecho civil de la facultad de Bs. Aires, le ruego tenga a bien enviarme el correspondiente al primer libro.




Uno no puede menos que asombrarse ante la imprevisión, la impertinencia, la necedad y la carencia de tacto, de sentido de la oportunidad y de sentido de las proporciones en las que incurrió Zenón Gonsales en ocasión de reunirse con Julio A. Roca. 
Mientras que el presidente de la Nación tuvo la deferencia de atenderlo personalmente -porque convengamos en que podría haber derivado la cuestión a un ministro, a un secretario o a un funcionario de segundo orden, y sin embargo; lo recibió en persona- (quizá haya sido un pedido del gobernador de Santa Fe, Rodolfo Freyre, porque desde los tiempos de Simón de Iriondo, esa provincia era un baluarte del autonomismo y lo seguía siendo: el antecesor de Freyre en el cargo, José Bernardo Iturraspe, había estado entre los primeros en adherir en 1898 a la candidatura presidencial del Zorro); él -Gonsales, quiero decir- ni siquiera tomó la más elemental precaución de interiorizarse, antes de la reunión, acerca de cuál era el pensamiento del presidente con respecto al asunto que iba a exponerle, y cuáles podrían ser los argumentos más efectivos a utilizar ante él, conducentes al objetivo que se proponía. Es decir, prepararse para la entrevista. Se nota que Gonsales no sabía ni siquiera servir a su propia conveniencia. 
Además; se mostró como un impertinente y un mal educado, porque nótese que ante la categórica afirmación de Roca en el sentido de que no consideraba el asunto como de interés nacional; Gonsales, en lugar de apelar al "sí, pero (y a continuación, la consideración sobre la que se quiera llamar la atención del interlocutor)", se puso a discutirle. 
Y como lo que empieza mal, termina mal, culminó la sucesión de barrabasadas evidenciando su soberbia, ya que escribía: “pero fue inútil; insistió el Gral. Roca hasta el último que no era una necesidad la nacionalización de nuestras universidades". O sea, quien fue a ver al presidente de la República, le planteó el asunto y se puso a discutirle, había sido él; y después resulta que para Gonsales... ¡el que “insistió hasta el último” fue Roca! En fin, el hombre aquel fue allí la vívida expresión de la fatuidad y el engreimiento
Y la cereza del postre la ponía cuando se manifestaba dispuesto a iniciar un lobby en el Congreso, para lo cual recababa el concurso de los otros, esos a quienes escribía la carta. Pensemos, Gonsales, intentando hacer un lobby contra el Zorro Roca, nada menos… ¿cómo cree usted que le podría haber ido? Si hasta provoca risa hoy, ciento trece años después, el sólo imaginarlo.
Hay que decir que era absolutamente coherente la postura asumida por el presidente Roca ante el despropósito del planteo y la forma de encararlo, y que era impolítico e inoportuno el pedido que se le hacía, sencillamente porque obviaba la consideración de tiempo y circunstancias y más aún; les importaba tres belines las necesidades de la nación en su conjunto. Veamos.
El año anterior, el Congreso (la oposición mitrista e incluso algunos roquistas) había impedido la concreción en ley de la iniciativa de 1899 del ministro de Justicia e Instrucción Pública, Osvaldo Magnasco, con su Proyecto de Ley de Enseñanza General y Universitaria, el cual combinaba elementos del positivismo en boga con otros del utilitarismo, con el objeto de "imprimir a la enseñanza las direcciones prácticas que el problema de la educación y la índole de nuestro país exigen", poniendo a los argentinos "en aptitud de enfrentar la realidad con sentido práctico" y estipulando "desechar del plan todo conocimiento abstracto cuyas virtudes de aplicación no sean una necesidad bien comprobada". El rechazo del proyecto, y un enfrentamiento personal entre el ministro y Bartolomé Mitre, desencadenaron la renuncia de Magnasco.
Por otra parte, el presidente Roca y su ministro Joaquín V. González (que era una especie de comodín dentro del gabinete), venían observando con preocupación el hecho incontrastable de que cada vez mayor cantidad de jóvenes abogados recién recibidos llegaba desde el interior a Buenos Aires para engrosar la creciente burocracia estatal medrando en empleos públicos, como antesala de los cargos a los que se creían de antemano con derecho a aspirar, convirtiéndose así en parásitos que mamaban de la teta del Estado; mientras que en las provincias faltaban ingenieros, técnicos y peritos formados con programas que se ajustaran a las características geoeconómicas de cada una de ellas.
Entonces, ir a pedirle la nacionalización de una facultad de derecho a Roca, que había visto frustrarse una iniciativa que consideraba de fundamental importancia y que además, eso le había costado nada menos que tener que prescindir de un ministro que reputaba como de lujo (y Magnasco lo era, sin dudas), encima esgrimiendo argumentos que desde el vamos debería haber sabido Gonsales como fuertemente objetados por el presidente; era no solamente impolítico e inoportuno, sino que además reflejaba una falta de comprensión de las problemáticas nacionales rayana en el desinterés y la imbecilidad.

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 1 de noviembre de 2015

MIS ÚNICOS HÉROES EN ESTE LÍO






















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Hay hermosas, loables y dignas de imitar actitudes individuales que no van a cambiar el mundo; pero que seguramente sí van a cambiar el mundo de aquellas personas que se beneficien con ser los destinatarios de ellas. 
El niño al que el centro de los All Blacks, Sonny Bill Williams, le regaló su medalla de oro; y el joven rugbier con síndrome de Down con quien el head coach de los Pumas, Daniel Hourcade, se sacó una foto, jamás en sus vidas olvidarán esas muestras de amor en forma de distinciones que recibieron de parte de quienes son sus héroes deportivos.




Mientras haya rugby, habrá esperanza. ¡Salud, Campeones de la Vida!

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 23 de octubre de 2015

CHAU MOHICANO







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Cuando Uncás siga mis huellas, ya no quedará quien lleve nuestra sangre, porque mi hijo será el último de los mohicanos. (James Fenimore Cooper, “El último mohicano”)

Hacía rato que había resuelto no continuar con mis interpretaciones de la lírica solariana (son tantos los cocineros que joden la sopa, viste); pero como Google, a raíz de las denuncias de unos mamarrachescos personajes, obsecuentes, arrastrados, genuflexos y alcahuetes vinculados al gobierno de turno que les da chapa en “calidad” de funcionarios, había aplicado a Esa Vieja Cultura Frita sanciones consistentes en quitar del buscador la visualización de los enlaces a mis artículos y publicaciones, y en la aparición, cada vez que alguien quería visitar la página, de un cartelito anaranjado "alertando" sobre su supuesto "contenido ofensivo" (?) (sanciones esas las cuales, felizmente, luego de comprendida por parte de Google la injusticia que conllevaban, fueron levantadas), resolví, para sacarme la mufa y mitigar el amargor que me dejó lo sucedido; festejar el regreso al normal funcionamiento de mi website, metiéndome con una poesía que se las trae: la de Chau Mohicano.
Tomalo, entonces, como una catarsis a la cual yo también tengo legítimo derecho, qué joder. Veremos cuánto tiempo me insume la catarsis y por ende, cuánto me dura la decisión de retomar eso de las interpretaciones; porque es archisabido que… esta es la primera y la última noche.
Así, pues, estoy intentando que los versos de Chau Mohicano me traspasen, mientras desde el equipo de música me llegan la voz de Beth Hart y la viola de Joe Bonamassa sumiéndome en el placer de oír, virtuosa y magistralmente interpretada, I'll take care of you.
Qué cosa rara… a la hora de querer comprender una letra del Indio en su etapa redonda, se me hacía más fácil la cuestión si al tiempo que la leía; la escuchaba en el disco hecha canción, de manera de sentirla simultáneamente en el cerebro y el corazón. Oír y leer, pensar y sentir; ésa era la clave.
Pero desde la disolución de la banda, con la poesía de Monsieur Sandoz me ocurre que, si quiero comprenderla, entender lo que quiso transmitir; no hallo otro modo de hacerlo que no sea a través de la empatía que (a veces; no siempre corona el éxito el procurarlo) pueda establecer con Solari. Y para ello, se hace imperativo que me abstraiga de cualquier otra cosa (incluso de escuchar la melodía que le haya puesto el mismísimo Indio) que no sea leerla y dejarme envolver en la musicalidad de las palabras hiladas en frases; tratando paralelamente de ubicarme en la situación que (para mí) describe.
¿Por qué me ocurre eso? ¿Cambió el Indio? ¿Cambié yo? ¿Cambiamos los dos (lo cual a priori, me parece lo más probable)? Chi lo sa… tendría que preguntarle a Gabriela y que ella me lo explique desde la psicología, pero la jabru está ocupada escribiendo un sesudo artículo referido a su profesión; así que mi interrogante no llega a plantearse y tendrá nomás que esperar mejor oportunidad… quelevachache.
Consecuentemente, y como las cosas, si se encaran, han de hacerse seria y responsablemente; mejor levanto el culo de la silla, apago el equipo y me aboco a lo que me proponía:

Chau Mohicano
(Solari)

Un par de horas en un bar para olvidar
después el día no podrá con mi sopor.
Dejo a mis ojos ver allí y nada atrapa mi atención.
Se me hizo piedra el corazón, (respiro igual)
Mi furia antigua se licuó y me silenció.
Media sonrisa y poco más… ningún secreto que cuidar.
La cacería terminó, presas no hay.
Hay pajaritos…
¡Bravos muchachitos!
¡Me convencí de que es mejor y me hizo bien!
¡Estoy curado! ¡Ya sané! (me oigo chillar)
y tengo sueños de ratón
y de terraza de Hospital.
Qué deliciosa sensación… sofocación.
Sin desafíos a cumplir… ya sin temor
dejé mi hocico más feroz
sin mi aliento más bestial.
Y con más tiempo que perder, calmé mi sed.

Chau Mohicano, track N° 6 de Pajaritos, bravos muchachitos, es una viñeta nítidamente autorreferencial del Fisgón Ciego; la evocación de una circunstancia puntual: el momento en que decidió decirle adiós a ciertas sustancias non sanctas.
De movida, esta canción es -en el ranking legitimado por Solari, al menos- si no la más; sí con seguridad una de las más importantes de su último disco, pues (“pequeño” detalle) en ella está contenida la frase que le da nombre al mismo. Casi nada, ¿no?
Una regla‘e fierro a la hora de interpretar una letra de Solarium (como lo llamaba Marcelo Furtivo, mi amigo y coequiper en eso de andar por la ruta redonda), es elucidar la significación -enorme, siempre- del título. “Mohicano”, se autoaplica el Indio, ¿y por qué? Sencillamente porque como hombre ilustrado que es y tal como hizo en otras oportunidades, apela a alguna obra literaria de trascendencia mundial, en este caso, la célebre novela de James Fenimore Cooper que seguramente como tantos de nosotros, leyó durante su adolescencia o su juventud, ya sea en aquella muchas veces por él mentada biblioteca familiar, o bien en esos comics de los cuales era (o sigue siendo, no sé) feroz e implacable caníbal: The Last of the Mohicans, El último mohicano (o, si alguno prefiere la traducción menos apropiada, pero eso sí; literal: El último de los mohicanos). “Viejo lobo de mar” y “Último mohicano” eran muletillas que con harta frecuencia usábamos en los años 70 y 80 para designar, con cierta admiración, a alguien (que por lo general era de la barra o del círculo en el que nos movíamos) a quien reputábamos como el guerrero, el líder arquetípico, el referente, el mejor en alguno de esos tan importantes métiers como por ejemplo: minas, escabio, música o deportes.
Así lo tenemos, entonces, al amigo sumido no en la reminiscencia, porque el recuerdo de la situación no es en modo alguno vago ni impreciso; sino en el detallado revival de aquella coyuntura.
Todo resurge, nítido, de su memoria: “un par de horas en un bar (no tiene relevancia cuál era el bar, qué nombre tenía; por eso es simplemente un bar) para olvidar”; donde olvidar está utilizado metafóricamente para referirse al tiempo que demorará en irse el estado en que lo colocó el consumo de la droga con la que se haya fajado. Y trascartón, lo implícito se torna explícito con eso de “después el día no podrá con mi sopor”, como clarísima descripción de estar falopeado hasta los bujes. Es decir; cuando lo agarre la salida del sol, ni siquiera la claridad diurna y el diario fárrago citadino lograrán que se le vaya ese sopor. Indicativo a priori, por otra parte, de que pueda haberse dado con un opiáceo (posiblemente heroína) y no con cocaína, porque esta última no causa somnolencia, sino al contrario; provoca un estado de euforia y vigilia pertinaz, que viene acompañado de un efecto de contractura (estar duro). A menos que haya aspirado papusa y después contrarrestado la vigilia con un psicofármaco (clonazepan, por ejemplo), y de allí el sopor que ahora experimenta; ese sopor con el que “el día no podrá”.
Y posiblemente haya sido nomás esto último, porque a continuación hay dos frases que ilustran un estado producido por el consumo de cocaína: “Dejo a mis ojos ver allí y nada atrapa mi atención”. Es decir que por la acción del estupefaciente, sus ojos están abiertos, pero miran sin distinguir. O sea, una expresión en el mismo sentido de aquella de Ji ji ji, “ojos ciegos bien abiertos”, ¿te acordás? Bueno, esta de ahora va también en esa dirección. Y la otra, “se me hizo piedra el corazón, (respiro igual)”, es aún más elocuente, si cabe; pues sabido es que el consumo de cocaína provoca taquicardia, palpitaciones y trastornos en la respiración. Está tan duro, que siente que hasta el corazón se le hizo piedra, pero a pesar de las dificultades que experimenta para respirar; puede hacerlo igual.
Y se viene por fin la toma de consciencia, es llegado el momento de mandar a cagar definitivamente la droga. “Mi furia antigua se licuó y me silenció”, dice. Pero ¿cuál furia y contra qué o quién está dirigida? Contra nada ni nadie en especial, porque no se trata de furia enfilada hacia el ataque a algo, a alguien o a sí mismo; sino furia empleada en el sentido de empeño en la consecución de estupefacientes y de compulsión a consumirlos, una búsqueda furiosa, digamos. Empezó como una experiencia a curtir, tanto como para ver qué onda da, pero se ha tornado en algo que, de persistir en ello; amenaza con convertirse en una adicción. Y que además, hizo que se pegue un soberano cagazo: esa taquicardia, esas palpitaciones, esas dificultades para respirar… Y para colmo, es algo que obligatoriamente ha de mantener oculto, por supuesto. No, ya es demasiado… el capricorniano Solari, con “media sonrisa y poco más”, se despide de la frula; de ahora en más, no habrá “ningún secreto que cuidar”. El último mohicano hace mutis por el foro.
Se acabaron las visitas al dealer (“la cacería terminó”), donde el término cacería está aplicado en su acepción lunfarda, esto es, ir en busca de droga; y “presas no hay”, es decir, no habrán más papeles, bolsitas ni tizas.
Dicho sea de paso, ¿te fijaste en la cantidad de “análisis” de las letras del Indio (y ésta en particular no es la excepción) que andan dando vueltas? Como si la poesía –sea la de Solari o la de Magoya- fuera pasible de analizarse… La poesía impacta en los sentidos o no, traspasa el alma o no, conmueve o no, está bien escrita o no; pero ¿analizarse? Ni en pedo. Además ¿quiénes van a analizarla? ¿Los “críticos de arte”, esos ñatos escribas que en general no son más que artistas frustrados? Por favor… En medio del rencor incurable que sienten debido a su propia carencia de arenilla dorada y condenados a quemarse en los fuegos de la mediocridad eterna con el sinsabor de su fracaso, sólo saben descargar los resabios de esa inquina en forma de crítica, o –en el caso de ser “favorables”- vender su complacencia y su aplauso por unos morlacos. Y si tratan de interpretarla o “descifrarla” (como si la poesía fuera arcana, cifrada o críptica), no atinan a hacerlo porque no tienen ni la más p…álida idea de qué significado otorgarle a términos como (por ejemplo) cacería. ¡Qué mierda van a interpretar así! Mirá, por enésima vez: hay pocos que merecen el crédito de que los leas, que manyan de verdad y te van a batir la justa. Ellos son: Claudio Kleiman, Alfredo Rosso y Tom Lupo. Si hay otros, no he tenido el gusto de conocerlos.
En fin… antes de calentarme más; mejor retomo la ilación: decía que no hubo para Solari más cacería ni presas. ¿Y qué hubo entonces? Pues… "pajaritos… ¡bravos muchachitos!", entre los cuales, como en cualquier otro ámbito, habrá de todo: los que lucharán contra las perversiones de un orden sistémico y también los que nunca saldrán del estado de boluditos de la luna o de tipas porno-nazi look, e incluso habrán esos pavotes en cuyas manos todo el sueño quedó...
Seguidamente el Indio, desde el presente, mira en retrospectiva aquel momento y saluda -quizá con un dejo entre irónico, burlón y resignado- (o al menos, a mí me suena a que es así) aquella decisión (“¡Me convencí de que es mejor y me hizo bien!”).
Sin embargo, no presume de que la cosa haya sido fácil, pues a pesar de una primera afirmación que pareciera dictada desde un tremendo ego: “¡Estoy curado! ¡Ya sané! (me oigo chillar)”, refiriéndose a que una vez que tomó la decisión; se mantendrá su voluntad de que así sea; no deja por eso de rememorar también el mono, el síndrome de abstinencia que hubo de superar: “y tengo sueños de ratón y de terraza de Hospital”, aludiendo a que en ocasiones –es onírico, lo remarco por si alguno no se fijó en “sueños”- se sintió como un cobayo, y que otras veces hasta soñó que se amasijaba tirándose desde la terraza de un hospital. Y una particularidad solariana que extrañamente, ha pasado desapercibida: Hospital, pone, evitando con el uso de la mayúscula inicial, precisar con cuál de ellos soñó. O quizá, hasta en sueños y en algo tan íntimo como el momento de decirle chau a la frula, se sitúe en esa Nueva York que tanto le gusta, y entonces en lugar de hospital Carrillo u hospital Penna, como decimos y escribimos los argentinos; puso Hospital pensando en… qué sé yo… el Memorial o el Presbyterian, por ejemplo, escrito en gringo, con las iniciales en mayúscula. Vaya uno a saber…
Disfruta, entonces, de su victoria: “Qué deliciosa sensación… sofocación”, escribe, complacido de sí mismo por ahogar, dominar y en fin; sofocar, la tentación de darse algún que otro nariguetazo, que seguramente le habrá acometido de vez en cuando. Llegó al fin el momento en que no hubo ya más metas que alcanzar en cuanto a días sin fajarse (“sin desafíos a cumplir”) ni miedo a reincidir en el consumo que lo atenacee (“ya sin temor”), y puede jactarse así de aquel triunfo que logró sobre la droga (“dejé mi hocico más feroz sin mi aliento más bestial”).
Por eso afirma -en otra muestra, una más, por si hiciera falta, de su genialidad para escribir poesía-: “Y con más tiempo que perder, calmé mi sed”, refiriéndose, bajo la "excusa" de describir esa reacción orgánica de sed acuciante que subsigue al consumo intenso de cocaína; a la sed de probarlo y explorarlo todo, todo… todo. Lejos ya de esas noches que de creativas; habían degenerado en no hay más bohemia, todo es chusmear ¿te acordás? Y sobre todo… ya sin mandanga.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado; eso es to-to-todo, amigos! Chau, Mohicano!

ENLACE a Chau Mohicano en YouTube

-Juan Carlos Serqueiros-

lunes, 19 de octubre de 2015

SE HIZO JUSTICIA







































Finalmente, Google, comprendiendo las razones que nos asistían, quitó las restricciones que había impuesto a este website Esa Vieja Cultura Frita, consistentes en suprimir en su buscador los enlaces a nuestros artículos y publicaciones, y poner un cartelito naranja "alertando" a quienes visitaban la página sobre su supuesto "contenido ofensivo" (?), que fueran aplicadas a raíz de las denuncias que habían hecho unos mamarrachos impresentables con la chapa que les da ser funcionarios (y alcahuetes) del gobierno. 
Por lo tanto, cuando quieran acceder a Esa Vieja Cultura Frita, ya no les aparecerá la advertencia de "contenido ofensivo", y al utilizar el buscador de Google, en él aparecerán todos nuestros trabajos.  
Este website nació por y para ustedes, y esperamos seguir contándolos entre quienes lo visitan y favorecen a diario con su preferencia.

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 27 de septiembre de 2015

LAS VOCES DE HUAYRA Y LOS CANTORES DEL ALBA: FUNDADORES Y PADRINO ARTÍSTICO EN COMÚN





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Llevó por nombre Las Voces de Huayra un conjunto folclórico creado en Salta en 1956, conformado por Luis Alberto Valdez (voz y bombo), Jorge Cafrune, Tomás Campos y Gilberto Vaca (los tres en voz y guitarra) por iniciativa de los dos primeros (e incluso el nombre fue idea de una tía de Cafrune: Amelia Murillo de Cafrune). A poco, incorporaron a un quinto integrante (que era el único de ellos con estudios académicos de música): José Sauad, y así el cuarteto original se transformó en quinteto. El grupo tuvo tanta aceptación, que logró celebrar un convenio con el sello Columbia para grabar veinte temas, y además; Ariel Ramírez lo contrató para agregarlo a su famosa Compañía de Arte Folclórico en una gira por distintas provincias:



Valdez y Cafrune ya habían sido convocados para la conscripción, pero una vez incorporados, no tuvieron mayores inconvenientes a la hora de conseguir permisos especiales en el ejército para grabar (principalmente Valdez, al que incluso le permitían salir de gira con el grupo; mientras que con Cafrune fueron un poco menos permisivos y sólo lo dejaron viajar para las grabaciones y no para actuaciones). Y dado que Gilberto Vaca, que hacía la voz más baja, se alejó del conjunto; ingresó Luis Adolfo Rodríguez en su lugar. Esta foto de 1957 tiene la particularidad de que podemos apreciar en ella a un joven (contaba por entonces 20 años) Turco Cafrune sin su característica barba, ya próximo a cumplir con el servicio militar obligatorio:


El disco que grabaron para el sello Columbia, un larga duración en vinilo que incluyó doce temas de los veinte documentadamente comprometidos, salió con el título Las Voces de Huayra y se masterizó con esta formación: Luis Alberto Valdez, Jorge Cafrune, Tomás Campos (en la contratapa del disco, por error, se consignó "Alberto" como su segundo nombre; en lugar del verdadero: Estanislao), José Eduardo Sauad y Luis Adolfo Rodríguez:



Y en la segunda edición del mismo disco, Columbia incurrió en la gaffe de mencionar a Sauad y Rodríguez entre "sus primeros integrantes"; pero ya vimos, querido lector que la cosa no fue así:


Una vez que hubo cumplido con el servicio militar, Cafrune se dejó crecer la barba (que usaría hasta su muerte) y albergó el propósito de reintegrarse a Las Voces de Huayra, sobre todo, para participar de la grabación de los temas que por contrato habían quedado pendientes. Pero aconteció que Sauad y Valdez, que tenían trabajos estables y bien remunerados en la banca y el comercio respectivamente, manifestaron que no estaban dispuestos a arriesgar sus empleos en aras de la actividad artístico musical y en consecuencia, no viajarían. Esa circunstancia y las diferencias que mantenía con Rodríguez, motivaron que Cafrune resolviera abandonar el conjunto y que Campos hiciera lo propio. Y entonces el grupo Las Voces de Huayra, del que sólo quedaba Rodríguez, de hecho se disolvió.
Paralelamente a todo eso, Ariel Ramírez volvió a convocar a Cafrune y Campos, pero como éstos ya no tenían conjunto, se abocaron a la tarea de componer otro, para lo cual llamaron a Gilberto Vaca (que como vimos, había integrado por poco tiempo la primera formación de Las Voces de Huayra) y a Javier Pantaleón. Así, en 1958, en la casa (hoy museo) del mítico Guillermo Pajarito Velarde, padrino artístico y mecenas del grupo, nacieron Los Cantores del Alba. El nombre emanaba de una copla popular que circulaba por entonces en Salta: “Las aves cantan al alba, / yo canto al atardecer. / Ellas cantan porque saben, / yo canto para aprender”, y fue sugerido por una turista norteamericana que se hallaba circunstancialmente allí.
El paso de Cafrune por el conjunto Los Cantores del Alba fue breve, brevísimo; se limitó a una gira por las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, integrando la Compañía de Arte Folclórico de Ariel Ramírez:


Por diferencias con Gilberto Vaca (y sin que eso pusiera fin a la relación amistosa que había entre ellos), Cafrune se alejó del grupo y en su reemplazo ingresó Alberto González Lobo:


Con esa formación entonces (Javier Pantaleón, Tomás Campos, Gilberto Vaca y Alberto González Lobo), los Cantores del Alba grabarían en 1959 su primer disco para el sello Music-Hall:


A todo esto, Luis Adolfo Rodríguez, único “sobreviviente” de Las Voces de Huayra, intentaba rearmar el conjunto, también con el padrinazgo de Pajarito Velarde; lo cual consiguió: el grupo, luego de un fugaz paso por el mismo de José Miguel Berríos (que después integraría Los de Salta), Baby Acosta y Cacho Isella; quedó conformado por el propio Rodríguez, Juan Frank, Roberto Juri y Desiderio Arce Cano (que usaba el pseudónimo artístico Antonio Arce). En lugar de Las Voces de Huayra; le pusieron por nombre Las Voces del Huayra, y aprovechando aquella vinculación con Columbia precedentemente mencionada, grabaron para dicho sello con esa formación, dos discos; uno en 1958 y otro en 1959, titulados Entre valles y quebradas y Vienen llegando respectivamente:




En el arte de tapa del primero, los ejecutivos de la compañía no citaron los nombres y apellidos de los integrantes, de modo de aprovechar el éxito que habían cosechado Las Voces de Huayra, procurando instalar en el imaginario colectivo que ese nuevo conjunto Las Voces del Huayra; era el mismo que había grabado en 1957 aquel disco que tan buen suceso causó entre el público. La artimaña marketinera fue tan eficaz en la confusión que provocó, que aún hoy, cuarenta y siete años después; la misma se mantiene. Por supuesto, voces tan particulares como la del recordado Turco Cafune y la de Tutú Campos, son imposibles de suplantar y basta con que usted, estimado lector, se tome el trabajo de entrar a YouTube y escuchar algún tema interpretado por uno y otro grupo, para percibir la diferencia. Mire, le ahorro la molestia y pongo a continuación un ENLACE a “Villa de Villares” interpretado por Las Voces de Huayra, y otro ENLACE a “Vamos mulita” en la versión de Las Voces del Huayra:
Pero sin perjuicio de lo antedicho, debe reconocerse que Las Voces del Huayra, especialmente en los casos de Juan Frank y el boliviano Desiderio Arce Cano, también tenía lo suyo y fue un excelente conjunto folclórico, ¿no le parece?
La cuestión no terminó ahí. Recordemos que el nombre Las Voces de Huayra había sido una idea de la tía de Cafrune, Amelia Murillo de Cafrune, y ésta, al enterarse de que Luis Adolfo Rodríguez lo usaba con la sola y ligera variación de reemplazar la preposición de por la contracción del; lo demandó ante los tribunales de Salta. La causa judicial no prosperó, ya sea porque la habitual exasperante lentitud de la “justicia” argentina condujo a que el expediente durmiera el sueño eterno, porque se haya retirado la denuncia,  porque algún magistrado la desestimara o por los motivos que fueren; pero lo concreto y evidente es que Las Voces del Huayra perduraron como conjunto por lo menos hasta mediados de los 70, y aún después de haberse retirado Rodríguez del grupo en 1978 aproximadamente; e incluso grabaron en esa década otros dos larga duración; uno para el sello Odeon, que llevó por título Somos… Las Voces del Huayra, y otro para Microfon, Vuelven Las Voces del Huayra:




Pero independientemente de grafías similares, denuncias y juzgados, ¿incurrió Rodríguez en apropiación indebida del nombre del conjunto? 
Más allá de tecnicismos leguleyos (no califico como opinión autorizada porque no soy abogado, y además; desconozco algo que el sentido común me indica como un punto de capital importancia: si la señora Murillo había registrado formalmente a su favor la marca Las Voces de Huayra o no); mi impresión particular es que Luis Adolfo Rodríguez no cometió ilícito alguno, sino que en todo caso se limitó a emplear un nombre que sonara fonéticamente parecido a otro ya impuesto en las preferencias del público, pero al cual quienes detentaban supuestamente el derecho a su uso exclusivo, habían renunciado, de hecho, expresamente al mismo. Veamos: como consigné al principio, Las Voces de Huayra se conformó por iniciativa de Cafrune y Valdez, y fue el segundo quien integró a Vaca, quien a su vez llevó a Campos; pero el penúltimo se alejó incluso antes de la grabación del primer y único disco del conjunto, mientras que Valdez prefirió seguir con su trabajo estable; antes que dedicarse a incursionar profesionalmente en una actividad artística que reputaba como de incierto, problemático y aún improbable rédito económico. En cuanto a Cafrune, si se hubiera considerado a sí mismo como poseedor legal del nombre del grupo al momento de surgir las diferencias que tuvo con Rodríguez, hubiera echado a éste y retenido en su poder la marca, de haberlo querido; pero lejos de hacerlo así, optó por irse. Y lo mismo hizo Campos.
Por otra parte, es más que evidente que no hay similitud (fuera de la común inscripción de ambos conjuntos en el género folclórico argentino), ni en el estilo general ni en el repertorio interpretado y registrado en las discográficas, como así tampoco la hay en los arreglos musicales, entre Las Voces de Huayra y Las Voces del Huayra.
En función de lo hasta aquí enunciado, ¿a quién perjudicó entonces el Gallego Rodríguez (hombre muy apreciado por todos quienes le conocieron y trataron, entre los que invariablemente gozó de excelentes concepto y reputación, dicho sea de paso) adoptando para el conjunto que creó, un nombre casi idéntico al de uno que preexistió y se disolvió? En mi humildísimo parecer, a nadie.
En fin, estimado lector, son sólo anécdotas de nuestro folclore, las cuales espero y deseo le haya complacido leer. Felizmente, nada ni nadie nos impide disfrutar del arte de Las Voces de Huayra, Los Cantores del Alba y Jorge Cafrune, y también ¿por qué no?... del de Las Voces del Huayra. Todos los protagonistas de las historias narradas ha mucho ya que han abandonado este mundo para partir a alguna dimensión en la cual, seguramente, estarán guitarreando y cantando juntos por toda la eternidad.
Y al fin de cuentas, como sabiamente afirma el dicho popular: el gusto está en la variedad.
¡Hasta la próxima!

-Juan Carlos Serqueiros-