viernes, 19 de mayo de 2023

FELICIDAD Y TRISTEZA





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Cada vez que me invade LA felicidad, esa felicidad plena, extática; en paralelo siento que llega a mí acompañada por una extraña tristeza.
Y no es una tristeza originada en melancolía ni en abatimiento ni en pesar ni en dolor, y mucho menos una tristeza motivada por alguna carencia, es decir, la falta de algo o de alguien; sino una tristeza íntima, profunda, inefable, metafísica, y hasta si se quiere, dulce. Y probablemente —o mejor expresado: seguramente, se trate de una tristeza... desesperada, digamos, amnióticamente adquirida para siempre.
No sé... debe ser, tal vez, el balance cósmico, que como es arriba es abajo... Reitero: no lo sé; pero es como el matrimonio indisoluble entre una sonrisa de plenitud lograda y una lágrima de certeza de finitud. Algo así...
Como saber que uno está junto a la persona amada, esa a quien le abrió el alma de par en par, sin guardar un solo secreto, sin dejar una sola ventana con el visillo corrido, ni una sola puerta entornada, ni un solo pasillo a oscuras o a medio iluminar, y a la vez; la consciencia de que a esta edad (voy a cumplir 67 años), uno ya entró en la última curva, y de que la línea de llegada (o de partida, para quienes creen que hay vida más allá de la muerte —que no es, lamentablemente, mi caso, ya que no me fue concedido el don de la fe—), está ahí nomás, al toque...
La felicidad es el goce de llegar a la meta; y la tristeza es la pena de saber que al alcanzarla, la carrera habrá terminado. 
Por eso, cierta vez escribí en un poema que la cosa no estriba en haber arribado ¡por fin! a Ítaca (lo cual, en definitiva, es nada más que un logro efímero, porque después de todo; no debería perder de vista que hasta el pobre Argos se murió, y Penélope terminó poniéndole los cuernos a Odiseo —que la mató, según algunos; o la repudió y devolvió a su padre, según otros—), sino que lo entretenido es el viaje.
La tristeza es una oquedad y la felicidad es el contenido que la llena, pero nunca del todo; porque cuando está por verterse la última gota, esa, sí, justo esa que la va a rebalsar... ¡alguien o algo cierra la canilla!

-Juan Carlos Serqueiros-