jueves, 28 de junio de 2012

TIEMPOS







































TIEMPOS
(Poema de Juan Carlos Serqueiros)

Yo estoy harto
Tú no estás harto
(todavía)
Pero debieras o debieses hartarte
Él (ése) y aquél 
¿Hasta cuándo no estarán hartos?

Nosotros estamos hartos
De vosotros que no estáis hartos
Ellos no están hartos
Se ve
(Se nota mucho)

Yo estoy harto
De que me harten ellos
Esos, los que no están hartos
Yo uno
Tú desunes
Pero debieras o debieses unir


Él (ése) y aquél
¿Hasta cuánto desunirán?
Ellos desunen
Pero... ¿hasta cuándo?
Hasta que tú te hartes
De que ellos desunan


Y cuando ellos se harten 
De que estemos hartos
Tú, yo, nosotros
Ya no estaremos hartos
Tú, yo, él, nosotros
Uniremos
Y venceremos.

-Juan Carlos Serqueiros-

miércoles, 27 de junio de 2012

ANDRESITO Y LA MELCHORA. LA HISTORIA DE UN AMOR EN GUERRA
































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Andresito y la Melchora. La historia de un amor en guerra, es el título de este libro (Creativa, Posadas, 2008) de Jorge Luis Lavalle, correntino de Virasoro por nacimiento y misionero por adopción.
Es una crónica novelada que narra la vida y la epopeya del coronel guaraní Andrés Guacurarí y Artigas, el legendario Comandante Andresito, quien fuera el único indio que llegó a gobernar dos provincias: Corrientes y las Misiones, en tiempos de su padre adoptivo José Artigas y los Pueblos Libres o Liga Federal.
Su relación con Melchora Caburú, en el marco de la heroica y desigual guerra contra el invasor portugués, que corrió simultánea a la guerra civil entre federales y directoriales, constituye el núcleo de este excelente libro en el cual los personajes históricos son descritos con asombrosa fidelidad.
Hágase un favor a usted mismo: léalo. Lo va a disfrutar.

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 22 de junio de 2012

LAS (A VECES) RISIBLES HISTORIETAS DE LA HISTORIA


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego creado por el gobierno sigue dando que hablar, aunque no precisamente acerca de historia; sino de las ora desopilantes, ora deplorablemente tristes, polémicas que en torno a él y quienes lo integran se generan.
La última se suscitó a raíz de la promoción post mortem al generalato de Felipe Varela por parte del gobierno. Aprovechando la volada, ni lerdo ni perezoso, el ex alfonsinista - menemista - delarruista y ahora devenido en kirchnerista presidente del citado instituto, Mario Pacho O'Donnell batió ¡cuándo no! el parche a través de una publicación (que pueden ver en este ENLACE) del 05.06.12 en el periódico Página/12, en la cual reprodujo parcialmente una proclama de Felipe Varela, a la que se le habían "podado" las expresiones antirrosistas que el caudillo catamarqueño vertía en ella. 
Eso motivó que Norberto Galasso saliera al día siguiente a enmendarle la plana a O'Donnell (ENLACE), destacando que la transcripción de la proclama era incompleta, que había error de fecha y que se habían omitido párrafos sustanciales de la misma en los cuales se fijaba taxativamente la oposición a Rosas por parte de Varela (todo lo cual en efecto, era absolutamente cierto: O'Donnell había cortado a su gusto y paladar partes de la proclama, la misma era de fecha 6 de diciembre de 1866 y no del 10 de ese mes y año, y dichas partes "olvidadas" -tijera mediante- por O'Donnell estaban referidas a lo que Varela reputaba como "centralismo odioso vencido en Caseros").
Atrás de Galasso (y como O'Donnell no podía contestar, porque ¿qué iba a argumentar, toda vez que había quedado en evidencia que recurrió a la "avivada" -o no tanto, ya que se le hizo boomerang- de quitar de un documento lo que no le convenía citar?), el prosecretario del Instituto Dorrego, Marcelo Gullo, salió el 13.06.12 (ENLACEa tratar de arreglar la gaffe de su coequiper, pero no encontró mejor viga para apuntalar su argumentación -al principio, bien enunciada, dicho sea de paso; aunque después "se mancó en el codo"-, que tirarle por la cabeza a Galasso con Arturo Jauretche, su pensamiento acerca de Rosas, bla bla bla... 
Lo cual, a su vez; provocó que Galasso volviera por más, con una andanada contra Gullo (ENLACE). 
En toda esa ensalada, el "debate" (que no fue tal, porque lo que hubo, en realidad, fue una remake de la alleniana Robó, huyó y lo pescaron por parte de O'Donnell, y un débil intento de "operación apoyo" de Gullo -al que más le hubiera valido no meterse a redentor-, esterilizado desde el vamos por la supina estupidez de citar a Jauretche, como si el precio de la papa en el mercado de Tombuctú y la sociedad de fomento del barrio tuviesen algo que ver entre sí) lo ganó Galasso. Y por añadidura, con baile y por estrepitosa goleada. Un papelón -otro más y van...- del devaluado Instituto Nacional (¿o nació-mal?) Dorrego. Pero salgamos de la pista a respirar y volvamos a la historia y a Felipe Varela:
Más allá de que Galasso se floree y arrime hacienda a su corral -y es perfectamente lógico, legítimo y esperable que se aproveche de la circunstancia, ¡mirá si se la iba a perder!-; lo real es que el paupérrimo nivel exhibido por sus contendientes, lleva a que deba situarse la "victoria" de aquél en el rango adecuado: el de las obtenidas a expensas de un rival no calificado. Porque para Galasso, los merecimientos de Felipe Varela al generalato radican en su actuación en esa etapa en la que se convirtió en un bastión de rebeldía contra el horror de la inicua guerra del Paraguay desatada por el tiranuelo Francisco Solano López, y de lucha por la unión con los demás pueblos hispanoamericanos; y no en su juvenil oposición a Rosas, que ejerció -junto al Chacho Peñaloza, también hay que decirlo- integrado a la Coalición del Norte, en la cual claramente puede divisarse al -otra vez: para Galasso- "adalid del federalismo" Varela, de la mano de otros "federales verdaderos" tales como el zarco Brizuela, Avellaneda, Lavalle, Lamadrid, Cubas y demás. Lindos "federales"...
Lo de presentar a Varela como un "federal auténtico" oponiéndose al "unitario" Rosas, no resiste análisis serio alguno; así como tampoco lo soporta la delirante ocurrencia de mostrar a éste como un continuador del centralismo rivadaviano y un antecesor del mitrista. Con focalizarse brevemente en eso, bastaba para dar por tierra con la antojadiza y caprichosa interpretación de Galasso, pero en un rapto de imbecilidad difícilmente igualable; Gullo optó por meter a Jauretche en la cuestión. Y lo de O'Donnell fue peor aún: en la misma proclama de Varela estaban las pruebas de lo desacertado de su oposición a Rosas, pero él no las vio; prefirió hacer la gran Mitre y "olvidó" transcribir parte del mismo documento que pretendió utilizar en abono de lo que sostenía. Fue por lana y salió trasquilado.
El revisionismo debe ser ejercido puntillosa y honestamente, y no apelando a los recursos ilegítimos que fueran utilizados por la historiografía otrora oficial, porque si se incurre en sus mismas malas praxis y engaños; lo que se está haciendo es comerse al caníbal so pretexto de combatir al canibalismo. 
La mediocridad reinante en el Instituto Dorrego no es de extrañar. Ese engendro, infiero, debe de haberse dado a través de los trapicheos de un grupejo que, de algún modo y merced a la influencia de dos o tres politicastros cercanos a él colocados en puestos estratégicos de poder, lograron convencer a la presidente de la "imperiosa necesidad" de su existencia; y el haberle puesto el nombre Manuel Dorrego, obedece a la intencionalidad -vana pretensión- de nuclear en él a las distintas corrientes revisionistas: recurrieron a un "offside pasivo" como Dorrego, buscando quedar bien con tirios y troyanos, y como invariablemente ocurre cuando así se procede; quedaron mal con ambos.
Los de la vereda de enfrente, esto es, las viudas de Mitre pusieron el grito en el cielo apenas se enteraron de la creación del Instituto Dorrego por parte del gobierno: el adlátere del cipayaje, Luis Alberto Romero; la añosa Beatriz Sarlo -vívida patentización de que no siempre es cierto que los años traen aparejados el sentido común y la sabiduría-; y demás etcéteras, se desgañitaron vociferando en La Nación (¿dónde más, si no?) que "se avanza hacia la imposición del pensamiento único, una verdadera historia oficial". Y claro, su inveterada desmemoria los lleva a "olvidar" que eso y no otra cosa fue lo que hicieron Mitre, López, Ramos Mexía y en general toda la constelación de astros del celeste firmamento liberal, como así también les conviene no acordarse de que la petulante Academia Nacional de la Historia de la República Argentina "funciona" (no se sabe muy bien para qué) en dependencias del antiguo Congreso de la Nación, y que precisamente, la historia oficial son ellos mismos. Identificación proyectiva, que le dicen.
Y de nada le sirvió al saltimbanqui O'Donnell, presidente del Instituto Dorrego, salir desesperado a aclararle a esa "gente como uno" (como él, quiero decir) de La Nación, que él es "un revisionista que nunca ha hecho anti mitrismo" (lo cual es cierto: Pacho nunca hizo anti mitrismo, bah, en realidad, no podría haberlo hecho aunque quisiera; simplemente porque no es revisionista como se auto atribuye, y ni siquiera es historiador, por más que presuma de tal; es -en el mejor de los casos- divulgador y a gatas). Y quizá, el no haber hecho anti mitrismo, se deba a su mímesis con el patriarca de la calle San Martín, identificación esta la cual, a la luz de los hechos, O'Donnell lleva al extremo de emularlo en la manipulación de la heurística de modo de hacerla servir a la hermenéutica que mejor le acomode. 
Es inevitable algún grado de subjetividad en quienes nos ocupamos de la historia, porque no hay historia ni historiadores asépticos; de la misma manera en que con llamativa frecuencia los gobiernos no quieren sustraerse al pecado de emplear la historia con fines de servir a su política (después de todo ¿qué otra cosa es la historia si no la política del pasado?). Pero aún así, lo cierto es que ni este ni ningún otro gobierno debieran destinar fondos y recursos del Estado para financiar instituciones dedicadas a la actividad histórica, toda vez que para eso está el CONICET. 
Que existan, en buena hora, todos los institutos, academias, centros de estudio y fundaciones de historia que se quieran; pero que se sostengan por sí mismos. Y si bien es cierto que es de imposible alcance la objetividad en materia histórica, por lo menos -creo, me parece-; sí debiera ser una exigencia sine qua non la honestidad intelectual.
Amén.

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 17 de junio de 2012

CARTAS DE QUIROGA A ROSAS Y LAS RESPUESTAS DE ÉSTE


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Enero de 1832. El general Juan Facundo Quiroga acaba de deshacer el 4 de noviembre de 1831 en la batalla de La Ciudadela (Tucumán), al ejército de la Liga Unitaria creada por José María Paz (que meses antes había caído prisionero de Estanislao López) comandado por Gregorio Aráoz de Lamadrid. Desde allí, el 12 de ese mes, le escribe a Juan Manuel de Rosas dos cartas que a continuación transcribo:

Tucumán, enero 12 de 1832

Señor Don Juan Manuel de Rosas

Amigo de todo mi aprecio: contestando a su favorecida del 14 de diciembre digo a usted: que el no haberle dicho nada del parecer que me pedía en su apreciable de 4 de octubre con respecto a la formación de la Comisión Representativa y de la oportunidad para la reunión del Congreso, fue creyendo que mi silencio mismo le debía hacer entender el motivo; pero ya que no lo ha comprendido se lo explicaré claro y terminante. Usted sabe, porque se lo he dicho varias veces, que yo no soy federal, soy unitario por convencimiento; pero sí con la diferencia de que mi opinión es muy humilde y que yo respeto demasiado la de los pueblos constantemente pronunciada por el sistema Federal; por cuya causa he combatido con constancia contra los que han querido hacer prevalecer por las bayonetas la opinión a que yo pertenezco, sofocando la general de la República; y siendo esto así, como efectivamente lo es, ¿cómo podré yo darle mi parecer en un asunto en que por las razones que llevo expuestas necesito explorar a fondo la opinión de las provincias, de las que jamás me he separado, sin embargo, de ser opuesta a la de mi individuo? Aguarde pues un momento, me informaré y sabré cuál es el sentimiento o parecer de los pueblos y entonces se lo comunicaré, puesto que es justo que ellos obren con plena libertad, porque todo lo que se quiera, o pretenda en contrario, será violentarlos, y aun cuando se consiguiese por el momento lo que se quiera, no tendría consistencia, porque nadie duda de todo lo que se hace por la fuerza o arrastrado de un influjo no puede tener duración siempre que sea contra el sentimiento general de los pueblos.
Saluda a usted con la consideración que acostumbra, su amigo afectísimo que besa su mano.
Juan Facundo Quiroga
(sic) Nota: Resaltados y subrayados míos.



Tucumán, enero 12 de 1832.



Señor Don Juan Manuel de Rosas

Muy señor mío y amigo: tengo a la vista su favorecida de 13 del pasado que voy a contestar en cuatro palabras diciendo a usted que en balde se ha mortificado en explanar sus ideas y razones para convencerme que debo retrogradar en mi resolución, así que usted ha tenido bastante motivo para conocer, que no sé volver atrás en mis propósitos. Usted me dice que no pertenezco a mí mismo; pero yo quisiera que usted me diga a quién pertenecía Don Juan Manuel Rosas, y Don Estanislao López, cuando hicieron la guerra al Ejército sublevado a consecuencia de orden de la Convención Nacional y cuál la causa porqué dejaron las armas de la mano estando existente el motivo porque las empuñaron, y cuál la razón porque se me abandonó, y se me dejó solo en el campo del compromiso, y si era o no honroso a la República que si bien se ponen en la balanza de la justicia, nadie es responsable sino ustedes de cuanta sangre se ha vertido, y de tantas fortunas arruinadas; pero como nadie ve la paja en su ojo, no advierten que se contentaban con tranquilizar las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, dejando al resto de las demás bajo el yugo de la opresión, y ahora sólo yo debo ser quien voy a causar perjuicios a la República con mi separación del mando, bien que no dejan de tener razón en parte, pues que por sí solos no arribarían al objeto que se proponen, si yo separado del mando quisiera desentenderme enteramente de trabajar por el bien del país, en que no cesaré, puesto que para ello ya no es preciso tener la lanza enristrada, y puede ser, sin ser milagro, que recién me haya colocado en una posición en que pueda ser útil al país en general como pronto lo veremos, explorada que sea a fondo la voluntad de las provincias en orden a la constitución de la República.
Páselo usted bien y mande a su afectísimo servidor y amigo que besa su mano.
Juan Facundo Quiroga

(sic) Nota: Resaltados y subrayados míos.

Del tenor de esas cartas, escritas en términos fuertes, se desprende la evidente molestia de Quiroga hacia Rosas y sobre todo, hacia López; por ciertas cuestiones que más adelante analizo.
Estas misivas han sido utilizadas por la historiografía liberal para denostar simultáneamente a Rosas, presentándolo como un tirano que se oponía a todo trance a constituir el país; y a Quiroga, a quien se muestra como un sanguinario ícono de la barbarie que, "impulsado por los remordimientos" enfrentaba a Rosas en pos de dictar una constitución.
Pero también han sido abundantemente aprovechadas por ciertos "revisionistas" (¿?), empeñados en inventar (si fuese para "consumo propio" de ellos, no sería nada; el problema es que ese guisote pretenden hacérselo tragar a todos los argentinos) un ficticio "federalismo sin Rosas". La fértil imaginación de esos "revisionistas" ha engendrado una peculiar y antojadiza interpretación de la historia, según la cual Rosas sigue siendo el mismo monstruo que presentan sus colegas liberales, pero agravado por el hecho de que su federalismo sería sólo una pantalla tras la cual se esconderían sus negras intenciones de oprimir y expoliar a las provincias; y los "verdaderos federales" vendrían a ser Dorrego (que peleó contra Artigas del lado de los directoriales); o el Chacho Peñaloza (que supo andar entreverado activamente en la unitaria Coalición del Norte); y así... Quieren mostrar a Artigas como "seguidor de las ideas" de Moreno (que en el Plano de Operaciones llamó a aquél "sujeto famoso por lo conocido de sus vicios") y del "democrático" Monteagudo (gestor e inspirador de la dictadura que pretendió establecer Alvear). Así, en su firmamento, los ángeles celestes "unitarios" de la historiografía liberal, son reemplazados por ángeles rosados "federales", pero que al igual que los otros; integran los ejércitos celestiales que nos librarían de un mismo demonio execrable: Rosas.
La historiografía liberal, nacida de una concepción de país oligárquica y extranjerizante, y la historiografía marxista, tan anti popular y elitista como la anterior, son -con escasas, puntuales y honorables excepciones, por supuesto- dos caras de una misma moneda. A unos y otros, intereses sectarios y prejuicios dogmáticos les impiden comprender el hecho Rosas, así como también, y por carácter transitivo, les es vedado entender el hecho Artigas. Asimismo, unos y otros fallan, ora en la heurística, ora en la hermenéutica, y sea por comisión u omisión, su falta de comprensión radica en el desamor; porque sabido es que sólo se comprende aquello que se ama.
En el caso puntual de la correspondencia intercambiada entre Quiroga y Rosas, la historiografía liberal-marxista "ve" a un Rosas mezquino, astuto y maquiavélico sometiendo canallescamente a sus designios, con sus cantos de sirena; a un Quiroga que es pura pasión desbordada y escasa o nula inteligencia. Y van aún más allá, porque algunos afirman y otros insinúan, miserablemente y con doblez, que Rosas tuvo que ver en el magnicidio de Quiroga. Todas sandeces, voceo de otarios, giladas, como decimos en el barrio...
Ni Rosas era el siniestro personaje sibilino que con helado cálculo y falsas muestras de afecto llevaba del cabestro a Quiroga; ni éste era un tipo influenciable y poco despierto que se dejara conducir de la nariz por alguien, sea quien fuere ese alguien.
La verdad es que Quiroga y Rosas eran complementarios y había entre ellos una perfecta inteligencia y una sólida amistad que trascendió inclusive a la muerte del primero, lo cual surge del estudio de la correspondencia que se intercambiaron; y también de los hechos mismos, ¿o acaso no son hechos la estrechísima relación entre ambas familias; o que un hijo de Quiroga fue oficial de Rosas; o que su viuda, doña Dolores Fernández, no sólo acompañó invariablemente la política de Rosas, sino que además fue uno de los consecuentes sostenes económicos de éste en su exilio?
Con Plutarco aprendimos (aunque por lo visto, no todos, deplorablemente) la incidencia del factor índole personal en la vida y obra de los protagonistas de la Historia. Rosas era un político extraordinariamente hábil -habría que esperar hasta Alsina; luego hasta Roca y por último hasta Perón, para asistir a niveles parecidos de destreza política (y aclaro aquí: simplemente me estoy limitando a señalar una característica común a esos hombres; no estableciendo entre los mismos continuismo alguno ni más similitud que la citada; ni haciendo un juicio de valores positivo o negativo sobre ellos en tanto personajes históricos)-, poseedor de una despejada inteligencia, de una genial percepción y de una notable firmeza a la hora de llevar adelante sus propósitos. Quiroga, en cambio, era por entonces la primera figura militar del país -y la más influyente-; evidenciaba una agudísima inteligencia y un férreo apego a un inexorable principio de respeto a la voluntad popular que lo conducía incluso a defender la causa contraria a su propias preferencias políticas. Paciente y prudente uno (Rosas); impetuoso y temerario el otro (Quiroga); ambos brillantes, despojados de intereses espurios y decididos patriotas, se amalgamaron a la perfección.
Y si los señores que hacen la historiografía se hubiesen detenido a analizar toda la correspondencia cursada entre esos dos héroes; en lugar de aferrarse caprichosamente a sólo un par de notas para hacerlas coincidir con su delirante interpretación de las cosas; habrían notado que existía una total y absoluta coincidencia entre Quiroga y Rosas.

Y entonces, se me preguntará, ¿por qué expresaba Quiroga la molestia que se evidencia en sus cartas del 12 de enero de 1832? Sencillo: el hombre es siempre él y sus circunstancias; y las de Quiroga en esos momentos eran: a) Estaba en Tucumán, justo en el tórrido y húmedo verano tucumano, con lo cual los dolores provocados por el reuma que lo afectaba, debían de haber llegado al paroxismo; b) Se hallaba por entonces empeñado en instalar allí un gobierno federal, el que sería ejercido por Alejandro Heredia; pero Quiroga profesaba hacia Heredia una entrañable amistad, y en función de ello y en beneficio de su amigo; debía resignar en mucho sus pretensiones de cobrar a dicha provincia la indemnización a que era justo acreedor por la guerra que le habían hecho, con la considerable pérdida económica que ello le significaba; c) En el contexto del triángulo de poder que integraba junto a Rosas y López; Quiroga sentía celos -masculinos, viriles; pero celos al fin- de la buena inteligencia que el porteño se veía obligado a guardar con el santafecino. Quiroga desconfiaba de López (y por cierto, tenía fundados motivos para ello; porque éste le había escrito el 22 de noviembre de 1831 invitándolo a aliarse con él para entre ambos, anular a Rosas; y el riojano, que no sabía de dobleces ni los toleraba, inmediatamente le mandó el 26 de diciembre al porteño copia de la carta del santafecino) y le molestaba en alto grado que su amigo Rosas, tan franco y leal como él mismo; no rompiera estruendosamente con López, al que acertadamente el Tigre de los Llanos reputaba como ladino, falso y taimado.
¿Cómo, entonces, no entender la molestia de Quiroga? Rosas, que lo apreciaba sinceramente y comprendía a la perfección lo que le pasaba y las razones que le asistían; "la tuvo re-clara", como dicen hoy los pibes: aguantó mansamente la queja amarga y los reproches del riojano, y fue aún más allá; porque hasta le escribió el 28 de febrero de 1832 agradeciéndole el cachetazo: "... su apreciable del 12 de enero anterior, la cual tiene un mérito muy recomendable. La franca expresión que contiene su contexto, es la que cada vez debe unirnos estrechamente más y más", le contesta. Y en un alarde de alta política, subordinando todo a los supremos intereses del país, el estadista que había en Rosas intenta disculpar a López ante Quiroga, achacándole a Cullen la culpa de la carta insidiosa y pérfida que el santafesino había enviado al riojano; y así, el 6 de marzo de 1832 le escribe:

“… He leído la carta en copia que usted adjunta…, y su lectura al paso que me ha llenado de asombro, es para mí el documento de la muy grande confianza que a usted merezco, y que jamás olvidaré. La ingratitud y la infidencia son las verdaderas muestras del espíritu que contiene el contexto de esa miserable carta, que no sé cómo haya habido atrevimiento para escribirla o aconsejarla. Mi conciencia está tranquila, y puede sin encogimiento asegurar que la relación que contiene… es tan contraria a la verdad como ofensiva a la amistad. No poco tendrá que padecer el que la dictó cuando vea que ella no ha producido los efectos de desunirnos que tal vez se propondría… quién sabe si el que la firmó no ha sido sorprendido por el intrigante que la escribió, cuyo dictado y estilo conozco claro.
Hay males necesarios y que es preciso marchar por sobre ellos buscando el remedio en las oportunidades. Algún día nuestras explicaciones podrán hacerse hablando, y entonces nos entenderemos, sin tener por qué recurrir al uso de la pluma. Entre tanto yo puedo gloriarme de que soy un buen amigo, así como lo soy del país, y que siempre fiel y consecuente jamás desmentiré que para todo soy honrado
Remito ese poncho por creerlo prenda de usted, y que le será grato que vuelva a su poder. Tuve noticias de él y recomendé al cura de San Nicolás de los Arroyos su diligencia. La carta adjunta le impondrá cómo fué adquirido y cómo me ha sido mandado.
… de usted su afectísimo compatriota.
Juan Manuel de Rosas

(sic) Nota: Resaltados y subrayados míos.

Nótese la exquisita diplomacia que exhibe Rosas, y la sutileza con la que le marca a Quiroga inequívocamente ("inequívocamente" para alguien que posea la percepción de éste, quiero decir), al mencionar el poncho de su propiedad que le remite y que el riojano dejó olvidado en San Nicolás, que nada escapa a su conocimiento; ni siquiera una prenda que a su dueño le pasó inadvertida. Y es un mensaje que el no menos perspicaz Quiroga descifra perfectamente; un algo así como: “Vea amigo, yo sé bien a qué atenerme respecto a López; porque nada hay que me pase desapercibido”.
Es un placer inenarrable asistir a un intercambio epistolar en el que uno -el riojano- escribe con una “honestidad brutal” (Calamaro dixit) no exenta de cortesía y sin faltar lo más mínimo a la educación y el respeto; y el otro –Rosas- se expresa con calculada intención, acertando a hacer comprender lo que entre líneas quiere significar.
Y no es para nada difícil inferir lo que después, reunidos en Buenos Aires, habrán conversado ambos, despojados ya de las limitaciones que conlleva la comunicación efectuada a través de cartas.
Y digo, si no pudieron las intrigas unitarias desunir en aquel entonces (después sí lo lograrían, por desgracia) al bloque federal; quiero creer que menos debieran poder ahora unos cuantos chantapufis inducirnos a engaño en lo que hace a entender nuestra propia historia ¿no?

lunes, 11 de junio de 2012

EN POS DE UN OBJETIVO COMÚN, HASTA LAS ANTÍPODAS PUEDEN CONFLUIR





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Decía el general Perón que todo aquel que luchara por la misma causa que el peronismo era un compañero; pensara como pensase. 
Si nos adentramos en nuestra propia historia, encontraremos varios (seguramente no tantos como sería de desear) ejemplos de cómo hombres que se encontraban en las antípodas del pensamiento los unos de los otros, supieron oportunamente dejar de lado sus diferencias al percibir el llamado de un interés que atinaron a entender como trascendental a todos los demás: el del país.
Así, el ultraliberal y antirrosista Nicolás Avellaneda, no trepidó en designar en el ministerio de Relaciones Exteriores y después en la cartera de Interior, al doctor Bernardo de Irigoyen, quien no sólo jamás renegó de su rosismo; sino que además tenía el salón de su casa pintado de rojo punzó. Y cuando Avellaneda tuvo que responder a las feroces críticas de los diarios por "tener el tupé" de nombrar canciller a "un mazorquero", al "albacea de Cuitiño"; quien salió a defender a Irigoyen fue nada menos que Héctor Varela, hijo de Florencio, rabioso unitario. Y cabría agregar que  su adhesión a Rosas y su política, no le impidió a don Bernardo de Irigoyen estimar y valorar a Sarmiento, nada menos; quien por otra parte, cuando fue presidente no dejó que su antirrosismo visceral lo privase de nombrar a Irigoyen procurador del Tesoro.
Más cerca en el tiempo, el propio Perón no vio inconveniente alguno, por lo contrario; en elegir a un otrora enconado crítico suyo y tenaz opositor a su gobierno: el doctor Vicente Solano Lima, para acompañar en la fórmula a Cámpora. Y después, durante su presidencia, lo hizo su secretario general. Idéntico criterio siguió Perón cuando hizo ministro de Economía de Cámpora y luego suyo, a José Ber Gelbard, que era comunista.
Contrastando con lo antedicho, en estos días hemos visto en las noticias propaladas tanto por medios periodísticos proclives al gobierno nacional, como por los que son fuertemente críticos de su gestión; que los partidos de la oposición han rechazado la invitación que se les hizo para acompañar a la presidente de la República a la reunión del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas en la que se tratará la cuestión Malvinas. 
Sin ánimo de entrar en disquisiciones de política interna, me imagino que todos coincidiremos en que la causa Malvinas hace al supremo interés nacional ¿no? Pero parece que algunos no lo entienden así, y prefieren mostrar su arista más miserable privilegiando conveniencias partidarias en aras de oscuros intereses sectoriales muy mal entendidos.
Que lo parió, dijo Mendieta.

-Juan Carlos Serqueiros-

UN ROBO ENCUBIERTO POR LA HISTORIA FALSIFICADA





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Es archisabido que el de Gregorio Aráoz de Lamadrid fue -sin dudas ni quizás- el coraje más temerario del que se tenga memoria por esta nuestra tierra (y eso en una época en que la valentía personal no era cualidad que escaseara precisamente entre quienes actuaron en la Guerra de la Independencia primero y en las luchas civiles que nos desangraron, después). Pero lo que no es tan archisabido (pese a que ya Adolfo Saldías en su Historia de la Confederación Argentina lo dio a conocer), es que fue arrojado y corajudo; pero también botarate y ladrón.
En efecto, durante los episodios de la Liga Unitaria que armó José María Paz, Lamadrid invadió La Rioja, entró en ella a sangre y fuego sembrando el terror, apresó a la madre del general Juan Facundo Quiroga y poniendo una cadena al cuello de la anciana, trató de que ésta le revelara el sitio donde su hijo tenía oculto su dinero. El 19 de setiembre de 1830, Lamadrid le escribió a Juan Pablo Carballo la siguiente carta:

Acabo de saber por uno de los prisioneros de Quiroga, que en la casa de la suegra ó en la de la madre de aquél es efectivo el gran tapado (Nota mía: "tapado" era un tesoro oculto) de onzas que hay en los tirantes, más no está como dijeron al principio, sino metido en una caladura que tienen los tirantes en el centro, por la parte de arriba y después ensamblados de un modo que no se conoce. Es preciso que en el momento haga usted en persona el reconocimiento, subiéndose usted mismo, y con una hacha los cale usted en toda su extensión de arriba, para ver si da con la huaca esa que es considerable.
Reservado: Si da usted con ello es preciso que no diga el número de onzas que son, y si lo dice al darme parte, que sea después de haberme separado unas trescientas ó más onzas. Después de tanto fregarse por la patria, no es regular ser zonzo cuando se encuentra ocasión de tocar una parte sin perjuicio de tercero, y cuando yo soy descubridor y cuanto tengo es para servir á todo el mundo.

Lamadrid robó de ese modo a Quiroga 93.000 pesos fuertes. Nótese la amoralidad que evidenciaba y que eran tales el desparpajo con que se manejaba y la impunidad que descontaba, que se permitía decirle sin ambages a un secuaz, que pensaba apoderarse en beneficio propio de lo que él consideraba un botín de guerra. 
Posteriormente, Quiroga lograría apresar al tal Carballo, y encontró en uno de los bolsillos de éste esa carta, que muchos años después la hija de Quiroga facilitaría a Adolfo Saldías, merced a lo cual la conocemos.
Después de la batalla de La Ciudadela, en la que Quiroga derrotó a Lamadrid (que huyó a Bolivia); éste último le escribió pidiéndole al vencedor por su esposa, que había quedado en Tucumán. Quiroga le respondió por carta el 24 de noviembre de 1831, que no tenía por qué preocuparse, ya que no sólo permitiría que su mujer fuera a Bolivia a reunírsele; sino que además había dispuesto una escolta para que la acompañase. Y de paso, no se privaba el Tigre de los LLanos de enrostrarle la bajeza de haber encadenado a su madre y de mencionarle el robo de que lo había hecho objeto. 
Ese fue Lamadrid: héroe de la independencia y de una valentía legendaria, pero a la vez; un déspota cruel y despiadado. Y, al menos en esa oportunidad; un ladrón.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 9 de junio de 2012

INÉS DEL ALMA MÍA


Inés del alma mía es una especie de crónica novelada, escrita por la chilena Isabel Allende. Narra la vida, en el siglo XVI, de la costurera extremeña Inés Suárez, a la manera de recuerdos destinados a que los lea su hija.
Se cuentan su juventud en Placencia, su matrimonio con Juan de Málaga, cómo este decide viajar a América (como tantos otros españoles) encandilado por la quimera de El Dorado, la decisión, años después de la partida de Juan, de Inés, que se viene también para América en busca de su marido, y también de una libertad que las mujeres en la España de esa época no podían tener. Su llegada al Perú envuelto en las disputas de Pizarro, la conquista de Chile por Pedro de Vergara y sus amoríos con éste, la guerra con los araucanos y su casamiento con Rodrigo de Quiroga.
El heroísmo, la ambición, la traición, la generosidad, la crueldad, el hambre, el amor, el sexo; todo está en los personajes llenos de color y de vida que se van sucediendo página tras página: Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Pedro de Villalba, Francisco de Aguirre, Lautaro y Caupolicán.
Un gran libro de Isabel Allende, para disfrutarlo intensamente.

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 8 de junio de 2012

EL PRÍNCIPE VESTÍA DE BLANCO








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


El primer Candioti llegado a América, en 1716, fue Theodoro, de origen veneciano, apellidado originalmente Campini y “castellanizado” en España como Candioti (derivado de Candia, nombre con el cual los conquistadores venecianos llamaban a Creta), que se radicó en Lima con su esposa Leonor Múxica y Roxas, ejerciendo las funciones de mayordomo del virrey del Perú. La Inquisición limeña persiguió a Thedoro por sospechársele origen judío y lo encarceló en 1722, hasta su fallecimiento en las mazmorras el 19 de mayo de 1726, durante una epidemia de cólera. Es probable que el proceso incoado contra Theodoro Candioti, estuviera vinculado a intereses económicos o a intrigas palaciegas, y que la acusación de “estar circuncidado”, “no observar un ayuno” y “santificar a Moisés”, fuera un pretexto bajo el cual se escondían otras motivaciones; porque el sacerdote jesuita que lo confesó antes de morir, atestiguó el 14 de mayo de 1726 que Theodoro no estaba circuncidado y que lo había hallado “muy tierno y contrito”; entonces ¿por qué no se lo liberó inmediatamente, de modo que pudiese morir en su casa y no en la cárcel? Dos años más tarde, la Inquisición, obedeciendo a un mandato real, reconocería su “error” y reivindicaría a Theodoro Candioti. "Justicia" tardía, que le dicen…
Uno de los hijos de Theodoro Candioti y Leonor Múxica y Roxas; Antonio Esteban Candioti Múxica, fijó su residencia en Santa Fe circa 1740 y en 1742 se casó con María Andrea de Zeballos Isea y Araníbar. De ese matrimonio, nació en Santa Fe, el 23 de agosto de 1743, Francisco Antonio Candioti. 
Enviado a estudiar a Buenos Aires y después a Lima, un muy joven Candioti con una veintena de años, pronto se percató de que no quería doctorarse en derecho canónico ni ser sacerdote como eran los deseos de su madre, y se volvió a Santa Fe con la intención de dedicarse al comercio. Su visión para los negocios, la decisión para encararlos y llevarlos adelante y una escrupulosa honestidad jamás desmentida, condujeron a Candioti a la erección de un gigantesco emporio pecuario, industrial y comercial, con unidades productivas radicadas fundamentalmente en Santa Fe y Entre Ríos, y cuyos intereses se extendían a Salta, la Banda Oriental, Chile, Perú y el Brasil. La capacidad de trabajo que evidenciaba y su resistencia física eran asombrosas: Candioti era perfectamente capaz de pasarse días enteros cabalgando, comiendo y hasta escribiendo sobre el caballo. Los salarios que pagaba a sus trabajadores eran notoriamente más altos que los habituales en todo el resto del territorio, y concertado un trato de negocios; su palabra empeñada era para él ley inexorable y los compromisos que asumía eran respetados puntillosamente, tanto para honrar sus deudas, como a la hora de reclamar sus acreencias. Tenía una gaucha desconfianza hacia los doctorcitos pedantes, camanduleros y enredadores, y prefería administrar personalmente sus empresas, llevando él mismo prolijamente las cuentas, uno de cuyos libros, de su puño y letra podemos apreciar en esta imagen:

Así las cosas, no es extraño que haya acumulado relaciones con las personas más diversas en todos los ámbitos y se forjase un prestigio cuyas mentas llegaban a los confines del virreinato y se extendían al del Perú, la capitanía general de Chile y hasta el Brasil. Personalidad de semejante relevancia, necesariamente debía ser seleccionada para desempeñar funciones para la corona española (que por otra parte, revestían carácter de obligatoriedad), y en efecto así fue: Candioti fue Guarda de la Real Renta, Maestro de Postas, oficial de las milicias, alcalde de primer voto del Cabildo santafecino y diputado por Santa Fe al Real Consulado, organismo este en el cual se relacionaría con Manuel Belgrano, entablándose entre ambos hombres una amistad que perduraría siempre. 
Producida la Revolución de Mayo, Santa Fe adhirió inmediatamente a la misma y el Cabildo santafesino remitió a la Junta de Buenos Aires una nota en la cual le solicitaba se nombrase teniente gobernador a Candioti (Santa Fe era sufragánea de Buenos Aires desde la división política establecida por Felipe III en 1617; de allí que sus gobernantes ejerciesen el cargo detentando dicho título de teniente gobernador). La Junta respondió, a través del oficio que puede verse en la imagen, que ya había designado en ese carácter al coronel Manuel Ruiz quien, efectivamente, se hizo cargo de tal función.



Fue un error de la Junta: los santafesinos  se habían declarado por la Revolución, pero querían ser gobernados por un comprovinciano suyo que entendiese su problemática y no por alguien que nombraran a su antojo desde Buenos Aires. No obstante ello, cuando Belgrano inició la campaña al Paraguay, a la primera persona que buscó ni bien entró en Santa Fe, fue a su amigo Candioti, quien lo ayudó de todas las maneras a su alcance, con dinero, caballos, vacas y carretas. No sería esta la única colaboración de Candioti para con la causa de la Independencia, por lo contrario; siguió prestando dinero (préstamos esos que sólo le serían devueltos en parte) y dando caballos, vacas y mulas al ejército.

Y va siendo hora de que conozcamos cómo era Candioti. Aparte del retrato suyo que puede apreciarse en la imagen; tenemos la detalladísima descripción que de él nos dejó John Parish Robertson en el libro en coautoría con su hermano William: Letters on Paraguay. Robertson conoció a Candioti a fines de 1811 o principios de 1812, es decir, cuando don Francisco tenía 68 años. Nos lo presenta como un hombre de extraordinaria apostura física, elevada estatura, tez blanquísima, ojos azules y largo cabello plateado en la vejez que había sido rubio en la mocedad, de trato amable y llano, sin afectación alguna; y alguien de cuya imponente personalidad emanaba un aura de señorío y franqueza. “Príncipe de los gauchos” lo llamó Robertson, y así perduraría en el recuerdo colectivo. La tradición oral y escrita afirma que Candioti invariablemente vestía de blanco y jineteaba caballos asimismo de ese color, y es llamativo que ni sus biógrafos ni Robertson hayan reparado en el detalle de que, como consigné al principio, el apellido Candioti deriva de Candia, nombre este con el cual los venecianos que la conquistaron, llamaron a Creta; pero hete aquí que Candia proviene del latín candidus, que significa precisamente, blanco. De allí que Candioti usara siempre prendas de ese color, exquisitamente bordadas para él en el Paraguay; porque era una forma más de realzar su apellido. Una excentricidad, si quieren, pero al fin de cuentas, convengamos en que semejante hombre bien podía permitirse alguna, ¿no? 

El conflicto entre Buenos Aires y Santa Fe tenía que desatarse, y se desató nomás. Desde 1662, la corona española había otorgado a Santa Fe la condición de puerto preciso. En virtud de esa prerrogativa, todos los barcos que navegasen por el Paraná entre Asunción y Buenos Aires, debían obligatoriamente hacer escala en Santa Fe, con el consiguiente beneficio fiscal y comercial para ésta; que de esa manera comenzó a experimentar un notable desarrollo. Sin embargo, se vería envuelta en la competencia que había entre Buenos Aires y Asunción, y entre la primera y Lima. En 1780 el virrey Juan José de Vértiz quitó a Santa Fe el privilegio de puerto preciso, y la hasta allí floreciente ciudad empezó a decaer. Con el inicio del proceso independentista, Santa Fe, que aportaba tropas a los ejércitos, soportaba las cargas impositivas que le imponía Buenos Aires y se veía obligada a tolerar encima a los gobernantes que ésta le mandaba (Ruiz, Pereyra, Beruti, Montes de Oca, Alvarez Thomas y Díaz Vélez); se vio aún más perjudicada al desguarnecerse sus fronteras con los indios. Ante ese statu quo, los santafesinos volvieron la mirada hacia quien aparecía como principal opositor a los directoriales: el general José Artigas. 
Éste y Candioti se conocían desde mucho antes de estos sucesos y eran amigos. Candioti no era un político, ni era artiguista (tampoco era directorial) ni tenía la ambición de gobernar su provincia; fueron las circunstancias las que lo llevaron a involucrarse en las disputas internas. Era para los santafesinos un patriarca, y tuvo que ponerse al frente de ellos impelido por la fuerza de los sucesos. Por otra parte, debido a la relevancia de su figura y la extensión de sus relaciones, era tenido en cuenta, y mucho, por los directoriales, a punto tal, que cuando el Director Supremo Gervasio Posadas tuvo que procurar enmendar la desatinada ocurrencia que había tenido de declarar traidor a Artigas y poner precio a su cabeza; debió recurrir a la mediación de Candioti. En la inteligencia de que el Directorio significaba para la provincia de Santa Fe penurias y exacciones; Candioti procuró la ayuda de Artigas. 
Para marzo de 1815, la situación del Directorio era tambaleante: dos meses antes, la Logia había reemplazado al renunciante Posadas por su sobrino, el general Carlos de Alvear, el artiguismo se consolidaba en la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones; y Santa Fe, Córdoba y Mendoza estaban en franca ebullición. Animado por su febril ambición y fogoneado por el influyente Bernardo de Monteagudo; Alvear, como recurso desesperado, intentó establecer una dictadura. Vana ilusión divagante: caería el 17 de abril. 
A todo esto, en Santa Fe, entre el 10 y el 20 de marzo los blandengues que protegían la frontera con los indios, se sublevaron en conjunto con éstos (que estaban instigados por Manuel Francisco Artigas, hermano de José) contra el gobierno y emprendieron la marcha hacia la ciudad, en la cual también entre los vecinos del centro y las orillas había gran animosidad contra el teniente de gobernador designado por el Directorio: el general Eustoquio Díaz Vélez. Paralelamente a ello, José Artigas se dirigía a la Bajada (la actual Paraná, en Entre Ríos), a reunirse con Hereñú para marchar sobre Santa Fe, y por el río se venía también el francés Louis Lanché. Díaz Vélez, que había delegado el gobierno en el Cabildo, viéndose imposibilitado de resistir semejante ofensiva, capituló el 24 de marzo, embarcándose el 28 para Buenos Aires con toda su tropa desarmada. El Cabildo santafesino, el 2 de abril elegiría gobernador a Candioti, siendo este acto refrendado en Asamblea Popular el 26 del mismo mes. El 3 de abril en Santa Fe fue una apoteosis: flameó la bandera tricolor del federalismo en la plaza, se decretaron tres días de fuegos artificiales y luminarias, y en medio del delirio popular, el 13 de abril entró a la ciudad el general José Artigas, quien permaneció unos días en ella. 
Recibido del gobierno, don Francisco Candioti no perdió un minuto de tiempo, tal como lo hacía en su vida particular. Llamó en su auxilio a una Junta Representativa conformada por los vecinos más capaces y renombrados, e inmediatamente puso manos a la obra. No era hombre de libros ni teorías; Candioti era un hacedor, y en efecto, hizo. Su aguda percepción y su profundo conocimiento acerca de por dónde pasaban las necesidades y conveniencias de su provincia, lo llevaron a comprender el enorme potencial de la por entonces villa del Rosario, la capital importancia estratégica que ésta revestía y el venturoso porvenir a que estaba llamada; y entonces en carácter de diputado por la misma, integró a la Junta Representativa a José Tiburcio Benegas (en cuya estancia, situada a orillas del Arroyo del Medio, se celebraría cinco años después –ya fallecido don José Tiburcio- el llamado Tratado de Benegas entre los gobernadores Martín Rodríguez, de Buenos Aires; y Estanislao López, de Santa Fe, con la mediación de Juan Bautista Bustos, de Córdoba, y con la garantía para Santa Fe -que desconfiaba, y con razón, de Rodríguez- de Juan Manuel de Rosas). A instancias de Candioti se elaboró un ambicioso plan de desarrollo para Rosario, el que se solventaría con impuestos que gravaban a los que más tenían: los terratenientes y vecinos poderosos, en pro de los más humildes, a quienes el gobierno de Candioti buscaba integrar a las fuerzas productivas de la provincia. Persiguió a la delincuencia y la vagancia -¡y cómo no habría de hacerlo!, justo a Candioti, la honestidad personificada, que jamás permitió que la hierba creciese bajo sus botas y que tenía vergüenza de que los demás supiesen que a veces, dormía: tres o cuatro horas, nunca más de eso, le iban a venir con delincuencia y vagancia… ¡por favor!-. Engrosados los Pueblos Libres -la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones- con la incorporación de Santa Fe y Córdoba, Artigas efectuó la convocatoria al Congreso de Oriente, a realizarse en la villa del Arroyo de la China. Resultaría electo diputado por Santa Fe a dicho Congreso, el doctor Pascual Diez de Andino, que el 12 de junio se dirigiría en compañía del diputado por Córdoba, José Antonio Cabrera, a integrarse al mismo. 
“Mas lo bueno dura poco”, escribió Luis Landriscina en uno de sus más bellos poemas: Tiempo adentro de la siembra, y tengo para mí que debe ser cierto; porque Candioti cayó enfermo el 25 de junio e inmediatamente delegó sus funciones gubernativas en el Cabildo y la Junta Representativa, designando éstos interinamente a Pedro José Larrechea en su lugar, hasta que don Francisco se restableciera. Lamentablemente, tal cosa no ocurriría: Candioti falleció poco después, el 27 de agosto de 1815. Hombre universalmente apreciado y respetado, todo Santa Fe lloró su muerte: las clases más humildes del pueblo y los caracterizados señorones vecinos, y hasta el general Juan José Viamonte, enviado desde Buenos Aires con una crecida tropa a tratar de recuperar la provincia para los directoriales, obligó a sus soldados y oficiales a rendir homenaje al insigne finado. No tardaría quien lo sucediera en el gobierno, Juan Francisco Tarragona ("designado" con el “apoyo” del ejército del susodicho Viamonte), en restituir a Santa Fe a la dependencia del centralismo porteño. 
El más ilustre de los argentinos, el ínclito general Manuel Belgrano, se enteraría recién al año siguiente de la muerte de su muy apreciado amigo Candioti, y así le escribiría a su viuda, la señora Ramona Larramendi:

Muy Señora mía: he sentido infinito la pérdida de mi amigo: siento ahora mismo tener que renovar el dolor de V. con recordárselo después de tanto tiempo que sucedió; pero V. tendrá la bondad de hacerse cargo de la gran distancia que nos ha separado, y querrá disculparme. 
Deseo tener ocasiones de manifestar a V. cuánto aprecio hago de la amistad que debí a su señor finado, y no menos la gratitud en que estoy a V.; a quien me tomo la libertad de suplicarle dé mis abrazos a sus hijos, y expresiones a toda su digna familia.
Manuel Belgrano
Buenos Aires, 10 de febrero de 1816 

Tan inmaculada era la honestidad del "Príncipe de los Gauchos", como inmaculada era su blanca vestimenta. Don Francisco Antonio Candioti, un extraordinario argentino.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 2 de junio de 2012

VISITA, FRANCESA Y COMPLETO







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Visita, francesa y completo es el segundo de los cinco libros -al "segundo de los cinco" editados, me refiero; porque se dice que escribió otro que permanece inédito- del escritor tucumano Eduardo Perrone.
Perrone es (o mejor dicho, era; porque falleció en 2009) lo que llamaríamos un "escritor marginal". Nacido en Tucumán, tuvo mil oficios, hasta que se vio involucrado en una acusación por violación que lo llevó a estar preso dos años y medio, hasta que lo absolvieron por falta de pruebas en su contra. 
En ese lapso (1969-1972) escribió su primera novela, Preso común, publicada en 1973. Le sucedería, en 1974, Visita, francesa y completo, y luego vendrían: Días para reír, días para llorar, en 1976; Los pájaros van a morir a Buenos Aires, en 1984 y La jauría, también ese mismo año.
La temática de Visita, francesa y completo gira en torno a las sordidez y marginalidad tucumanas de los 60 y 70, y en ella se narra, con lenguaje crudelísimo, la vinculación entre la corrupción policíaca y la trata de blancas, la prostitución y la droga (drama ese el cual, dicho sea de paso, en cuarenta años no ha tenido solución). 
El título, más que explícito, surge de la escala de tarifas estipuladas por ese tiempo en los lupanares tucumanos, las cuales dependían de la prestación que requiriese el cliente. Previsiblemente, en el contexto de una tiranía militar como la que soportamos los argentinos entre 1976 y 1983, semejante novela tenía que ser prohibida. Y efectivamente, así ocurrió en 1976. 
Y se impone aquí, mi estimado lector, una aclaración: si sus preferencias literarias pasan por las frases bien cortadas, la corrección en la sintaxis, la riqueza metafórica y demás; entonces olvídese de Visita, francesa y completo. No va a encontrar en esa novela nada de ello, porque no se trata de un libro "bien escrito"; sino de uno en el que campea la crudeza narrativa en grado superlativo. Parafraseando a Calamaro, yo le diría, mi querido amigo, que este es un libro concebido con honestidad brutal. Esa misma que -por ejemplo- llevó a su autor a no seguir a su pareja (la escritora y guionista Aída Bortnik) en su exilio, por preferir quedarse en Tucumán a cuidar a su madre enferma.
Noctámbulo y bohemio empedernido, después de codearse con la fama y el reconocimiento; Eduardo Perrone volvió a la pobreza y a la marginalidad. Vivió diez años en un vagón de tren abandonado, en compañía de su inseparable gato y de varios perros callejeros. Lo encontraron muerto, tirado a un costado de las vías, a unos metros de su vagón, el 18 de julio de 2009. Tenía 69 años. 
Vale la pena leerlo, se lo aseguro.

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 1 de junio de 2012

LA ÉTICA

















Obra como si oyeras la llamada de Dios y como si estuvieras invitado a cooperar en su obra, con un acto libre y creador; descubre en ti la conciencia pura y original; disciplina tu persona; lucha contra el mal en ti y a tu alrededor, no con miras de crearle un reino, rechazándolo al infierno, sino con el propósito de triunfar realmente de él, contribuyendo a iluminar y a transfigurar a los malos.

-Nikolái Berdiáyev-