jueves, 7 de julio de 2016

SE CONMUEVEN DEL INCA LAS TUMBAS




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Últimamente, los argentinos hemos sido llevados a asistir a una especie de revival del proyecto monárquico (en cuanto a recuerdo y abundante mención mediática del mismo, me refiero) sustentado por Belgrano en 1816.
El adalid de nuestra independencia fue recibido en sesión secreta el 6 de julio por los congresales, que se abocarían a partir del 12 del mismo mes a tratar la cuestión forma de gobierno. Es archisabido que en esa oportunidad, Belgrano (que había vuelto de Europa poco antes) abundó en detalles acerca del desprestigio en que por entonces había caído la Revolución Americana en el concepto de las naciones europeas, y en consideraciones referidas a las restauraciones monárquicas acaecidas en el Viejo Continente. También habló de otros temas, como el de que los preparativos bélicos de los portugueses estaban dirigidos a prevenir la expansión del artiguismo (la infección del territorio del Brasil, dijo). Y propuso como forma de gobierno una "monarquía constitucional a la inglesa" (paradojalmente, pues es de hacer notar que Inglaterra no tenía constitución escrita; pero la expresión se utilizaba para describir a una monarquía no absolutista), cuyo trono debía, a su juicio, ocupar alguien perteneciente a la "dinastía de los Incas".





Declarada que fue la independencia el 9; el 12, como cité precedentemente, se daría inicio al tratamiento de la forma de gobierno, existiendo en principio amplio consenso en favor de lo que se dio en llamar monarquía temperada en la dinastía de los Incas.
En definitiva, diversos factores  (entre otros, la invasión portuguesa a la Banda Oriental, la oposición de no pocos de los congresales, la feroz crítica de un sector de la prensa porteña y la descalificación por parte de Rivadavia) hicieron que el proyecto no se llevara adelante. 
Actualmente, una pléyade de “sabios” historiadores se está dedicando (con una enjundia que resultaría más efectiva si la aplicaran al sano ejercicio de inducir raciocinios propios) a poner de relieve la figura histórica de quien ellos consideran que era el candidato en quien pensaba Belgrano para el trono: Juan Bautista Túpac Amaru (o Tupamaro, como algunos lo escribían por esa época, y como se estipula en el Registro de Inhumaciones), un medio hermano de José Gabriel Condorcanqui que había sobrevivido a las atroces ejecuciones de Cuzco en 1781, permanecía prisionero de los españoles en Ceuta (hasta su liberación entre 1821 y 1822 durante el interregno liberal) y arribaría a Buenos Aires en 1822 o 1823, muriendo allí el 2 de setiembre de 1827, siendo sepultado en el cementerio de La Recoleta.


En una remake de esos accesos febriles colectivos que de tanto en tanto nos acometen a los iberoamericanos y en especial a los argentinos, se despertó súbitamente el interés por Juan Bautista Túpac Amaru, cuyo tratamiento histórico hasta hace cuatro o cinco años nomás, había quedado circunscripto prácticamente a Eduardo Astesano y su Juan Bautista de América. El Rey Inca de Belgrano, editado allá por los años 70. 
Entre los principales fogoneros "actualizadores" figuran, por ejemplo y entre otros, el inefable Hugo Chumbita (el propulsor del mito -ridículo- según el cual San Martín no era hijo de Juan de San Martín y Gregoria Matorras, sino de Diego de Alvear y Rosa Guarú); Osvaldo Bayer -que desafortunadamente, luego de la meritoria investigación histórica que volcara en su excelente libro Los vengadores de la Patagonia trágica (después reeditado con el título trocado en La Patagonia rebelde), quizá nublado por sus convicciones ideológicas; no pudo persistir en la buena senda ("buena senda" en cuanto a historia, quiero decir) y entonces incurre en lamentables excesos como esa fobia hacia Roca, quien en modo alguno fue el monstruo genocida de indios que se empeña en pintar y denostar)-; Araceli Bellota -la que oficiaba de coequiper de Pacho O'Donnell en el (felizmente) extinto instituto “histórico” Dorrego), y que después fue designada en la dirección del Museo Histórico Nacional, nada menos (¿qué sabrá el chancho de barcos, si nunca fue marinero?); etc.
Pero quien se lleva todas las palmas en materia de delirios, es la peruano-salteña Katia Gibaja, quien muy suelta de cuerpo afirma que:
Juan Bautista Túpac Amaru no fue liberado por los españoles en 1821 o 1822, sino ¡en 1813!, según ella, porque "en 1813 llegó allí el padre Marcos Durán Martel, que lo ayudó a conseguir su libertad y lo embarcó rumbo a Buenos Aires". Y no se detiene en eso la fértil imaginación de esta señora; ya que también sostiene que "cuando Túpac Amaru llegó a Buenos Aires conoció en persona a Belgrano, San Martín e incluso debió conocer a Güemes", lo cual lo convertiría nada menos que en "uno de los principales ideólogos del proyecto libertario que se gestó en Argentina".
Dice Gibaja que todo esto lo sabe por haber leído el libro de memorias que (según relata Mitre) a pedido y bajo el patrocinio y apoyo económico de Rivadavia, escribió el Inca en Buenos Aires: El dilatado cautiverio bajo del gobierno español de Juan Bautista Túpac Amaru, 5º nieto del último emperador del Perú. 
Del libro, se conserva en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, un ejemplar de la edición hecha en la Imprenta de los Expósitos; pero Mitre (y mucho menos la Gibaja) no acierta a explicar por qué motivos a Rivadavia -por entonces ministro de Martín Rodríguez-, tan opuesto en 1816 al proyecto belgraniano de monarquía incaica, se le podría haber ocurrido sostener con una pensión gubernamental a Juan Bautista Túpac Amaru y hacer imprimir por cuenta del Estado sus memorias.   
Digamos, siendo buenos, que entre la evidencia histórica y los divagues de Katia Gibaja hay una distancia insalvable. Veamos, si no.
El fraile agustino Marcos Durán Martel, de oficio carpintero, había sido uno de los que propulsaron y encabezaron la insurrección de Huánuco, en el Perú, en febrero de 1812. Juzgado por rebelión, fue condenado a 10 años de servicios en el real ejército español, a cumplir en la terrible fortaleza-prisión norteafricana de Ceuta (donde conoció a Juan Bautista Túpac Amaru, que estaba asimismo preso allí, como he señalado). En 1820 comenzó en España el llamado Trienio Liberal, de resultas de la política del cual en diciembre de 1821 fue amnistiado y consecuentemente liberado de su cautiverio. Todo esto consta en los documentos que se conservan en el Archivo de Indias. Como pude apreciarse fácilmente, tan sólo en los intrincados laberintos oníricos de Katia Gibaja habría podido fray Martel Durán embarcar al Inca "rumbo a Buenos Aires" en 1813.
En fin, comprobamos así cómo, aún con objetivos, puntos de vista y posiciones ante la historia claramente diferenciados, utilizando los mismos (nocivos y perjudiciales) "métodos" y "herramientas", pueden arribar a idénticos resultados (la mentira y el mito) supuestas antípodas como Mitre, por un lado; y Chumbita, Gibaja y etcéteras por el estilo, por otro. El eslabón que los une es el aferrarse como práctica habitual a la manipulación de la heurística de modo de hacerla servir a los paradigmas de los cuales parten. Si los documentos y los hechos se dan de patadas con lo que se pretende sostener, no importa; sencillamente ellos los desechan, los ignoran, los esconden o desaparecen y ya está: se alteran las fechas, atrasando o adelantando el reloj de la historia según convenga a lo que quiere erigirse en verdad histórica, y "listo el pollo". Pero mejor dejemos enhorabuena a esta constelación de sabios debatiéndose y naufragando al fin en el océano de sus mentes calenturientas, y volvamos al proyecto de monarquía incaica del ínclito general Belgrano.
¿Era efectivamente Juan Bautista Túpac Amaru en quien había pensado Belgrano para sentarlo en el trono que a la faz del mundo habría de alzarse en el Cuzco?
Es difícil (y a menos que aparezcan documentos hasta hoy desconocidos; será imposible) saberlo. El General no hizo nombres cuando expresó su proyecto, ni públicamente, ni en cartas privadas, como afirman irresponsablemente algunos, sin especificar a cuáles "cartas privadas" se refieren ni dónde se hallan las mismas.
Estimo pertinente resaltar que no es cierto lo que sostienen los actuales fogoneros mediáticos y politiqueros del asunto, en el sentido de que Juan Bautista Túpac Amaru era el "único" sobreviviente de la familia de José Gabriel Condorcanqui atrozmente ejecutada en 1781 en el Cuzco.
Al respecto, señala apropiadamente José María Rosa: "Tupac-Amaru tenía un hermano, ya casi octogenario, preso en los calabozos de Cádiz, y parientes en su confinamiento de Tinta" (subrayado mío).Y treinta años después de los sucesos, Tomás Manuel de Anchorena, recordando su participación en la cuestión como diputado por Buenos Aires al Congreso -y olvidado de su original (bien que efímero) apoyo a la propuesta belgraniana-, le escribía el 4 de diciembre de 1846 a su primo Juan Manuel de Rosas, contándole que el general Belgrano, preguntado por los congresales en aquella sesión secreta del 6 de julio de 1816 con respecto a quién sería el candidato a ocupar el trono; les respondió que "a su juicio particular debíamos proclamar  la monarquía de un vástago del Inca que sabía existía en el Cuzco" (subrayado mío). Ergo, está claro que para Anchorena, en quien había pensado Belgrano no era precisamente Juan Bautista Túpac Amaru, que estaba preso en Ceuta o en Cádiz, y que a menos que tuviera el don de la bilocación, obviamente no podía ser a la vez el que "existía en el Cuzco". Aunque por supuesto, debe tenerse en cuenta que, más allá de la voluntaria o involuntaria tergiversación en lo que hace a su actuación personal en el tema, pasados nada menos que treinta años; la memoria -sea la de Anchorena o la de quien fuese- bien pudiera tener algún fallo. De todos modos, no deja de ser un indicio más. Al cual, dicho sea de paso, adhiere Vicente Fidel López, que en su Historia de la República Argentina dice: "el proyecto de erigir como casa reinante a la familia de los incas, de la que se decía que andaba por el Perú un indio viejo que era vástago genuino y notorio de Túpac-Amaru, aquel que en 1782 había sido destrozado a cuatro caballos en el Cuzco" (subrayado mío). Incurre López en un par de errores, quizá porque como es sabido, escribió su Historia basado en los relatos orales de su ilustre padre, don Vicente López y Planes: consigna equivocadamente como año de las ejecuciones de Cuzco a "1782", cuando en realidad, esas tuvieron lugar en 1781, y reputa como de edad avanzada a alguien que, en caso de ser efectivamente "vástago de Túpac-Amaru", no podía bajo ningún punto de vista ser considerado en 1816 como "un indio viejo", toda vez que andaría frisando en los 40 o 45 años a lo sumo).
Por otra parte, la dinastía del Inca no se circunscribía sólo a la familia de Túpac Amaru; había, por ejemplo, en España miembros de la nobleza incaica, como ser Dionisio Inca Yupanqui, coronel del Regimiento de Dragones del Real Ejército Español y diputado a las Cortes de Cádiz, quien desde muy joven había sido enviado desde el Cuzco a estudiar al Colegio de Nobles de Madrid, y a quien le cabría una destacada actuación en la llamada Guerra de la Independencia española contra los franceses.
Es sugerente que el cónsul general y encargado de negocios de Inglaterra ante la corte de Río de Janeiro, sir Henry Chamberlain, escribiera el 29 de agosto de 1816 desde el Brasil a su jefe en el Foreign Office, el ministro inglés Henry Robert Stewart, vizconde de Castlereagh, anoticiándolo acerca de las deliberaciones del Congreso en Tucumán: "La persona que se supone tiene en vista el Congreso es un oficial del Ejército Español que actualmente se encuentra en España, si es que no está en Madrid mismo". Quien pasó el dato a Chamberlain, tuvo que haber sido Manuel José García, quien por esa época estaba en Río de Janeiro incitando a los portugueses a invadir la Banda Oriental, lo cual éstos, efectivamente, habrían de verificar.
¿Podemos, si queremos proceder seriamente al análisis de esta cuestión histórica, desechar la consideración aunque más no sea como un indicio, de un documento que proviene nada menos que de la siempre bien informada y eficaz diplomacia inglesa? En mi opinión, no, no podemos; debemos necesariamente tomarlo en cuenta. No pretendo significar que esto compruebe que el candidato del general Belgrano al trono incaico fuese Dionisio Inca Yupanqui, para nada; digo simplemente que es uno más de los tantos elementos que demuestran que de ninguna manera puede aceptarse más allá de toda duda que hubiera pensado sí o sí en Juan Bautista Túpac Amaru.
Particularmente, sigo al presente inclinado a inferir como la hipótesis más plausible, la que hace tiempo induje: que Belgrano, en el Alto Perú y en 1813, debe de haberse anoticiado, ya sea por haberlo conocido en persona o por mentas que le llegaron, de la existencia de algún integrante de la dinastía incaica, y que en él era en quien pensaba cuando elaboró su proyecto. Y además, creo que lo concibió (no como proyecto realizable en esos momentos y esas circunstancias, pero sí como idea) ya en ese año de 1813 y no en 1816 como todo el mundo tiene por válido sólo porque fue en ese año que el General lo dio a conocer.
Hay un elemento muy importante que -llamativamente- no es tenido en cuenta: La Memoria póstuma ó acontecimientos en la vida Pública del Cor.l D.n Ramon de Cazeres. Este militar oriental tuvo activa participación en la política del Plata entre 1812 y 1852, y escribiría, a solicitud de Andrés Lamas, sus memorias, las cuales dedicó a éste. Respecto al tema que nos ocupa, dice Cazeres:
Mis opiniones estaban entonces de acuerdo con muchos de los 1.os hombres de la Rebolucion: D.n Jose Artigas nos habia mostrado algunas veces una carta de D.n Man.l Belgrano, escrita desde Sta. Fee, (hay aquí una llamada '[8]', a una nota de pie de página, la cual reza: 'me parece q.e en el año 13') diciendole q.e le parecia no podria constituirse la America del Sud, sino bajo la forma de una monarquia constitucional, proyectaba se buscase un descendiente de los Yncas p.a coronarlo, y conciderandole hombre sin educacion y sin talentos, proponia la formacion de una regencia, en la q.e. tendrian parte los hombres mas ilustrados, y q.e mas hubiesen trabajado en la rebolucion; Ese docum.to yo creo que no está perdido, y q.e ha de ver la luz un día. (sic). El texto es la transcripción fiel de lo escrito por el autor, sin correcciones gramaticales ni ortográficas.
Cazeres sitúa la carta como escrita desde "Sta. Fee", es decir, Santa Fe, en 1813; pero acota en relación al año: "me parece". No debe haber sido de 1813, ya que ese año Belgrano no estuvo en Santa Fe; sino de 1814 (en cuyo caso, tampoco debería estar emitida desde esa ciudad), en que se produjo su intercambio epistolar con Candioti acerca de la situación de Santa Fe y la Banda Oriental y la mediación que a éste le había encomendado Posadas; o bien de 1816, cuando tuvo que marchar a hacerse cargo del Ejército de Observación.
Y de paso, el testimonio de Cazeres me reafirma en mi creencia de que el Inca en quien pensaba Belgrano no eran ni Juan Bautista Túpac Amaru ni Dionisio Inca Yupanqui (hombres cultos ambos, sobre todo, el segundo); sino algún otro que desconocemos, alguien que, como afirma el oriental que se estipulaba en la carta dirigida a Artigas, no poseía considerables educación y talentos.
¿Se hace perceptible como se va clarificando la cuestión? Así, vemos al general Belgrano tendiendo un puente hacia la postura ideológica del general Artigas, procurando -en vano, porque éste utilizaba la carta para ejemplificar ante sus oficiales lo distantes (y en efecto, así era, por desgracia) que estaban un punto de vista del otro- convencerlo de que la tesis de la monarquía incaica a la que le proponía adherir, era una concepción superadora tanto del centralismo directorial que se había demostrado egoísta, sectario y exclusivista; como de la anárquica confederación de provincias con sus localismos mezquinos y disolventes.
Para 1816, transcurridos ya seis años de revolución, el panorama distaba mucho de ser halagüeño. Las Provincias Unidas, que de esa presunta condición de unidad sólo conservaban el nombre, estaban partidas en dos bloques antagónicos: por una parte, las que componían la Liga Federal, es decir la Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones; y por otra, las que giraban en la órbita del Directorio, o sea Buenos Aires, Salta (de la cual dependía Jujuy), Tucumán (de la cual eran sufragáneas Santiago del Estero y Catamarca), Cuyo (Mendoza, San Juan y San Luis), y el Alto Perú. Córdoba se mantenía en un precario equilibrio entre ambas posturas.Declarada que fue de hecho (presumiblemente) el 29 de Junio de 1815 en el marco del Congreso de Arroyo de la China la independencia por parte de las provincias nucleadas en los Pueblos Libres (con más la asistencia de Córdoba); las que respondían al Directorio se aprestaban a hacer lo propio en el que se había convocado en Tucumán (que contaría también con la adhesión de Córdoba). 
Y por cuanto ya resultaba evidente que ninguno de ambos bloques tenía la capacidad de imponerse al otro; se había alcanzado una virtual situación de stalemate que amenazaba con asfixiar a una revolución que se debatía entre los egoísmos y la prepotencia sectaria de los directoriales; y los mezquinos localismos anárquicos de los federales.
Para salir de ese brete alevoso, se precisaba de una propuesta superadora, equidistante de ambas posturas, y fue entonces que, una vez más y como siempre; surgió el genio portentoso del gran ideólogo y nervio motor de la revolución: el general Manuel Belgrano, con su proyecto de monarquía incaica con trono asentado en el Cuzco.


El mismo, a la vez que reflotaba uno de los principios más caros a la Revolución de Mayo expresado en versos de la canción patria, prefiguraba no sólo la unidad del ex virreinato del Río de la Plata; sino además la integración política con el del Perú, la ex Capitanía General de Chile y el sur del Brasil, y además; al ser inclusivo, multiétnico y prever una regencia ejercida por una aristocracia con auténtico sentido nacional, sintetizaba los postulados sociales más relevantes tanto de los sostenedores del federalismo, como de los directoriales.
Inmediatamente, los intereses en pugna de unos y otros se pusieron en juego para abortarlo. Frente a la grandeza de la propuesta belgraniana se alzaron las pequeñeces de la politiquería vernácula, obediente tanto a los dictados de ultramar como a la estrechez de miras de los localismos ridículos. Había sólo un Belgrano, sólo un San Martín y sólo un Güemes, y la golondrina representada por ellos no bastaba para hacer propiamente un verano que, efímero, se mostró escuálido y poco tórrido ante un largo invierno especialmente gélido, encarnado en tanta mezquindad reinante.
Así las cosas, en el seno del Congreso la moción del diputado Azevedo, originalmente apoyada por la mayoría; naufragaría frente a las trenzas y enjuagues dilatorios de los diputados porteños duchos en componendas, en connivencia con no pocos de sus pares provincianos. 
Para muestra basta un botón, y si no, veamos lo que el congresal José Darregueira, diputado por Buenos Aires, le escribía a Guido en fecha 27 de junio de 1816: "Por cartas contextes recibidas en el correo anterior, estamos convencidos de la necesidad de trasladar el Congreso a ésa (se refiere a mudar el Congreso a Buenos Aires, como en efecto, se verificó después). Sin embargo, por asegurar el golpe, hemos convenido con algunos diputados que nos son adictos, en suspender la moción hasta que empiecen a llegar las tropas de arriba y el nuevo Director nos ayude desde ahí en la empresa" (subrayados míos).
Por su parte, Rivadavia conseguía infundir dudas en el Director Supremo, Pueyrredón, quien a principios de 1817 le escribía a San Martín: 
"Ayer he tenido comunicaciones de Rivadavia del 22 de febrero último en París. Dice que ha sido recibida con extraordinario aprecio la noticia de que pensábamos declarar por forma de gobierno la monarquía constitucional; pero que ha sido en proporción ridiculizada la idea de fijarnos en la dinastía de los Incas. Discurre con juicio sobre esto, y me insta para que apresure la declaración de la primera parte. Éste ha sido mi sentir, pero no sé si los doctores pensarán de un modo igual". Era ese el mismo Pueyrredón que en carta a Belgrano del 3 de diciembre de 1816, decía a éste: "Me ofrece V. instruirme del enviado al interior a promover las ideas de Inca, Constitución, etc., etc.: si me interesa saber su nombre, dígamelo V. pero si no, omítalo, para no exponerlo al riesgo de un correo".
Y por el lado de los federales la incomprensión no era menor: ya habíamos visto cómo Artigas usaba la carta de Belgrano para ejemplificar a sus oficiales en qué residía aquello a lo que en su opinión, había que oponerse a como diera lugar.
De nada serviría la hermosa proclama del 27 de julio de 1816 del General a las milicias en Tucumán: 
"He sido testigo de las sesiones en que la misma soberanía ha discutido acerca de la forma de gobierno que ha de regir la Nación, y he oído discurrir sabiamente en favor de la monarquía constitucional, reconociendo la legitimidad de la representación soberana en la casa de los Incas y situando el asiento del trono en el Cuzco, tanto, que me parece se realizará este pensamiento tan racional, tan noble y justo con que aseguraremos la losa del sepulcro de los tiranos".
Sería asimismo otra campana de palo la no menos heroica de Güemes, aquella de:
"En todos los ángulos de la tierra no se oye más voz que el grito unísono de la venganza y exterminio de nuestros liberticidas. ¿Si estos son los sentimientos generales que nos animan, con cuanta más razón lo serán cuando, restablecida muy en breve la dinastía de los Incas, veamos sentado en el trono y antigua corte del Cuzco al legítimo sucesor de la corona? Pelead, pues, guerreros intrépidos, animados de tan santo principio; desplegad todo vuestro entusiasmo y virtuoso patriotismo, que la provincia de Salta y su jefe vela incesantemente sobre vuestra existencia y conservación".
Resultaría también infructuoso el entusiasta y decidido apoyo del ínclito general San Martín enunciado, por ejemplo, en esta carta del 22 de julio de 1816 a Godoy Cruz:
"Ya digo a Laprida lo admirable que me parece el plan de un Inca a la cabeza, las ventajas son geométricas, pero por la patria les suplico no nos metan una regencia de personas, en el momento que pase de una todo se paraliza y nos lleva el diablo, al efecto no hay más que variar de nombre a nuestro Director y quede un Regente, esto es lo seguro para que salgamos a puerto de salvación".
Un a esa altura ya muy preocupado Belgrano, escribía a Güemes el 10 de octubre de 1816:
"Crea V. compañero que tengo mi ánimo muy afligido y más cuando veo que nuestros sabios reunidos no dan el gran paso que promoví desde que llegué: se contentaron con declarar la independencia, acto insignificante si no era acompañado de la forma de gobierno, pues que ya la teníamos de hecho y después no han dado un paso a constituirnos, dejando a los amigos del desorden en sus mismos caminos y prestándoles oído a sus opiniones tan ridículas, como imposibles de ejecutarse".
Y no otra cosa que deplorable fue el papel que le cupo en la cuestión a cierto sector de la prensa, tal como consignaba el General en carta a Güemes del 18 de octubre de 1816:
"El editor de la Crónica Argentina nos da dicterios y zahiere por el pensamiento de Monarquía Constitucional y del Inca: contra mí se encarniza más; pero yo me río, como lo hago siempre que mi conducta e intenciones se dirijan al bien general".
Aquel ya dos siglos lejano 1816, el rara vez generoso y siempre apremiante tren de la historia pasó por Tucumán, deteniéndose muy brevemente. Los argentinos, adormecidos en el andén, con la consciencia colectiva obnubilada por tanto estupefaciente consumido en la forma de cantos de sirena, lo dejamos seguir; sin atinar a subirnos a él.
Y desde entonces, aguardamos su regreso.


-Juan Carlos Serqueiros-

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REFERENCIAS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRÁFICAS

Archivo General de la Nación. a) Fondo Congreso General Constituyente.
                                     b) Proyecto monarquía incaica de Manuel Belgrano. Documentos Escritos. Sala VII. Colección Casavalle, Legajo 6.
Astesano, Eduardo, Juan Bautista de América. El Rey Inca de Manuel Belgrano, Castañeda, Buenos Aires, 1979.
BNMM. Sala del Tesoro. El dilatado cautiverio bajo del gobierno español de Juan Bautista Tupamaru, 5° nieto del último emperador del Perú. Imprenta de los Epósitos, Buenos Aires, [1822?].
Cáceres, Ramón de. Memoria Póstuma o Acontecimientos de la Vida Pública del Coronel Don Ramón de Cazeres (en Revista Histórica, Montevideo, 1959).
Caldas Villar, Jorge, Nueva Historia Argentina, Tomo 2, Editorial P.A.D.E.E., Buenos Aires, 1968.
Campos y Fernández de Sevilla, Javier F. Presencia de los agustinos en la revolución peruana de Huánuco de 1812. Real Centro Universitario Escorial-María Cristina, San Lorenzo del Escorial, 2012.
El Redactor del Congreso Nacional. Coni Hermanos, Buenos Aires, 1916.
Gianello, Leoncio, Historia del Congreso de Tucumán, Editorial Troquel, Buenos Aires, 1968.
Güemes, Luis, Güemes Documentado, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1979.
López, Vicente Fidel, Historia de la República Argentina, Tomo V, Librería La Facultad de Juan Roldán, Buenos Aires, 1911.
Mitre, Bartolomé, Historia de Belgrano, Tomo II, Ledoux y Cía. - Imprenta de Mayo, Buenos Aires, 1859.
Registro de Inhumaciones del cementerio de La Recoleta.
Rosa, José María, Historia Argentina, Tomo 3, Editor Juan C. Granda, Buenos Aires, 1965.
Temple, Ella Dunbar. Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX vol. 5. La revolución de Huánuco, Panatahuas y Huamalíes de 1812. Editorial Universo, Lima, 1971.

domingo, 3 de julio de 2016

HISTORIA DE PARQUE DE LOS PATRICIOS. COMBATE DE LOS CORRALES














Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La infinidad de muertos y heridos de que ha quedado sembrado el campo de batalla, prueba el valor del soldado y del ciudadano argentino. Ante estos testimonios no se puede decir que hubieron cobardes. (Diario La Prensa, 22 de junio de 1880)

La sucesión presidencial de 1880 estuvo signada por una de las tantas guerras civiles en que nos hemos trabado los argentinos en nuestra corta historia de dos siglos. El resultado de los colegios electorales que consagraron a Julio A. Roca y Francisco Madero como presidente y vice de la República, respectivamente; no fue aceptado por las provincias de Buenos Aires y Corrientes -aliadas política, militar y económicamente-, gobernadas por Carlos Tejedor la una y por Felipe Cabral la otra, las cuales se rebelaron contra el gobierno nacional del presidente Nicolás Avellaneda.


Estalló, pues, la guerra, que comenzó efectivamente el 17 de junio con un choque en el paraje de Olivera, cerca de Luján, prosiguió con las acciones de Barracas al Sud -actual Avellaneda- (domingo 20 de junio), luchándose por el puente de Barracas (como se llamaba popularmente al puente Prilidiano Pueyrredón), y culminó con combates prácticamente simultáneos en todo el frente: Puente Alsina -el antiguo Paso de Burgos, en tiempos del virreinato, las invasiones inglesas y hasta fines de la década de 1850-, los Corrales, la Convalecencia -Barracas- y el mercado Constitución -la actual plaza Constitución, en el barrio de ese nombre- (lunes 21 de junio).
La única posibilidad de triunfo que tenían Buenos Aires y Corrientes, radicaba en que el ejército de la primera lograse resistir el ataque de las tropas que el gobierno nacional concentraba en la Chacarita de los Colegiales (actual barrio de Chacarita), para llevar después la guerra más allá de la provincia, o por lo menos, de la ciudad; y en que el ejército de la segunda invadiese Entre Ríos y Santa Fe (desguarnecidas, pues los regimientos allí asentados habían sido dirigidos a Rosario para desde allí pasar a la Chacarita) para derrocar a sus gobiernos y establecer otros que fueran afines a la postura sustentada por Tejedor y Cabral.
Pero el gobernador de Buenos Aires se limitó a una guerra “defensiva” (inentendible, cuando era él mismo quien había desatado el conflicto), para lo cual hizo cavar trincheras y alzar barricadas para proteger el centro de la ciudad, en un triángulo cuya base se extendía entre las calles Suipacha y Cochabamba y cuyo vértice se situaba en la Ayacucho, y emplazar baterías para contestar el fuego de la escuadra nacional. Para colmo, su aliado, el gobernador de Corrientes, se había mantenido inexplicablemente a la espera, sin atinar a nada.
El escenario principal de la guerra estaría, pues, en los arrabales de Buenos Aires, en torno a los cuales su gobierno dispuso lo que llamó línea Sud de la Defensa. Así las cosas, si el ejército nacional conseguía entrar a la ciudad por el puente Alsina y/o por el de Barracas, rebasando dicha línea, ocuparía la periferia, es decir, las orillas; controlaría las quintas, las huertas, los tambos y el matadero, e indefectiblemente terminaría por empujar al ejército de Buenos Aires hasta la línea interior de trincheras, completando el sitio con el bloqueo del puerto a cargo de la escuadra, de modo de obligar a los rebeldes a rendirse por la quiebra del comercio y la escasez de los alimentos.
En estos planos, confeccionados en 1888 por Carlos Beyer, ingeniero geógrafo de la editorial Angel Estrada y Cía., puede usted apreciar, estimado lector, el diagrama ilustrativo de aquel conflicto bélico.



Pero no me propongo, acotado como me hallo a la brevedad de un artículo, narrar los pormenores de aquella lucha; sino simplemente referirme de manera sucinta a una acción en particular: la de los Corrales. Principiaré por citar que si desea usted interiorizarse acerca de dicho suceso, podrá hallar muchas crónicas y relatos tanto en la virtualidad de la web como en libros de diversos historiadores (incluso alguno muy ilustre y de enormes y merecidos prestigio y trascendencia, como José María Rosa), consignado como “batalla de los Corrales Viejos”, lo cual es erróneo. Veamos.
En 1860 se resolvió el traslado del matadero del Sud, que estaba ubicado en Barracas, en la Convalecencia o el Alto (antigua plaza de Los Inválidos y actualmente parque España), para llevarlo más al oeste. Entre 1866 y 1867 se habían construido ya los corrales para el ganado, en el sitio que a partir de entonces se conocería como la Meseta de los Corrales (el actual barrio de Parque de los Patricios); pero diversos motivos (litigios sobre los terrenos, una epidemia de fiebre amarilla y cuestiones presupuestarias) llevaron a que el traslado del matadero se efectivizara recién el 12 de noviembre de 1872. Y veinticuatro años después, esto es, en 1896, se dictó una ordenanza en la cual se disponía migrar el matadero a la zona de la estación Liniers del Ferrocarril del Oeste (actual barrio de Mataderos), comenzándose en 1898 la construcción de los nuevos corrales, obra ésta que se concluyó en 1901, produciéndose por fin la mudanza al año siguiente. Consecuentemente, recién a partir de 1902 el sitio donde estaba el matadero empezó a ser llamado popularmente los Corrales ViejosCon lo precedentemente enunciado estoy, pues, demostrando que mal podía haberse llamado en 1880 batalla de los Corrales “Viejos” a la que se libró ese año, toda vez que el nombre recién se aplicó a la zona que es hoy el barrio de Parque de los Patricios ¡veintidós años después de acaecido aquel conflicto bélico!
Así, ya puede usted afirmar en adelante, mi querido lector, que la lucha librada en 1880 no se llamó de los Corrales “Viejos” como le venían contando; sino de la Meseta de los Corrales, en algunos partes militares, o simplemente de los Corrales, en otros.


Se ha tejido todo un mito alrededor de aquel suceso, que en rigor de verdad, más que batalla propiamente dicha fue, junto a los de puente Alsina, la Convalecencia y Constitución; otro de los combates que en el marco de una gran batalla que podríamos denominar de Buenos Aires, se trabaron aquel 21 de junio de 1880 (dicho sea de paso, hay historiadores que equivocan la fecha y consignan que se produjo el 22) en las orillas de la ciudad.
En apretada síntesis, las acciones comenzaron a las 4 de la madrugada en el puente Alsina, cuando tropas del ejército nacional comandadas por el coronel Eduardo Racedo y que habían salido de la Chacarita de los Colegiales y atravesado San José de Flores, atacaron dicha posición, que era defendida por tropas del ejército de Buenos Aires al mando del coronel José Inocencio Arias. Al romper el alba, el puente quedaba en poder de los nacionales y Arias recibía la orden de replegarse hasta las trincheras interiores. En su retroceso, llegó a una casa “de altos” ubicada en “la esquina de la calle de la Arena con la que servía de límite a la ciudad”, y se detuvo en ella para observar el movimiento de las tropas que venían persiguiéndolo.
¿Dónde estaba esa casa “de altos” (que probablemente haya sido una quinta con mirador, o quizá alguna fonda en la que pernoctaban troperos y arrieros) en la cual se constituyó Arias aquel día? Está claro que la calle que “servía de límite a la ciudad” era el antiguo Camino de las Tropas (actual avenida Sáenz) por el cual se conducían las reses hasta el matadero de los Corrales. Pero ubicar el lugar exacto se complica, porque la otra calle, esa con la cual formaba esquina, ¿se trataba de Arena (la actual avenida Almafuerte) o era la de la Arena (actual avenida Chiclana), situada poco más al sur? La primera se llamaba así por la naturaleza arenosa del terreno, y la segunda recibía ese nombre por la arena con que se la cubría de intento, pues en ella se realizaban carreras cuadreras y cinchadas de carros. Pudo haber sido cualquiera de las dos. Particularmente, supongo que la casa debía hallarse en la intersección de las actuales Sáenz y Chiclana, porque desde allí Arias tendría una visión prácticamente en línea recta de lo que sucedía en los Corrales, al este; y a la vez, estar más hacia el norte, más cercano al punto al cual se dirigía (las trincheras interiores) y asimismo, más alejado de las tropas que lo perseguían; pero para establecerlo con certeza, habría que bucear en el Catastro, a fin de comprobar si en su antecedente más inmediato, el Registro Gráfico de 1890, existen datos de aquella propiedad (después de todo, no debieron de ser muchas las casas “de altos” en una zona que estaba por entonces muy escasamente poblada). Aunque quizá no valga la pena el esfuerzo: no es razonable albergar muchas expectativas de encontrar información, y en definitiva, el asunto es baladí; me hacía la pregunta solamente por curiosidad de historiador, pero la situación exacta de la casa aquella no modifica en absoluto los hechos ni la cronología de los mismos.
A todo esto, a las 9 de la mañana la columna del ejército nacional al mando del coronel Nicolás Levalle, en un avance arrollador, entraba a la ciudad por el puente de Barracas con los objetivos de cortar la retirada de Arias y converger con las tropas de Racedo y con otras que venían al mando del coronel Octavio Olascoaga, del coronel Manuel Campos y del mismísimo ministro Carlos Pellegrini; para desalojar a las que defendían los puntos estratégicos de la Línea Sud de la Defensa, empujándolas hasta las trincheras interiores. Pero las milicias bonaerenses del coronel Hilario Nicandro Lagos, llegadas desde plaza Once, ya habían ocupado la Meseta de los Corrales, y desde esa altura barrían, desde las 7 de la mañana con su eficaz artillería, a los nacionales que pugnaban por tomarla.
La resistencia que opuso Lagos posibilitó que Arias pudiese llegar después a las trincheras interiores y evitó que todo su ejército quedara prisionero del de la Nación (así y todo, de los 12.000 hombres que lo componían, sólo llegarían 4.000; pues el resto fue muerto en puente Alsina -entre 1.200 y 1.500-, otros 3.000 eran de caballería -inútil en un combate como aquel, por lo cual fueron enviados a reforzar la defensa de los Corrales y de la ciudad antes del enfrentamiento- y el resto se dispersó o desertó).
La Meseta de los Corrales defendida por Lagos parecía inexpugnable, pero… parecía, nomás; porque el triunfo correspondió a las tropas nacionales, que terminaron por coparla y arrojar a las provinciales hacia la línea interior de trincheras. En el parte de batalla del coronel Joaquín Viejobueno a Pellegrini se consigna que Racedo y Olascoaga situaron su artillería en “la casa del señor Peña (posición ventajosísima)” (sic) y que desde allí salieron los batallones que finalmente obtendrían la victoria frente a un enemigo que “fue vencido y desalojado de sus posiciones, abandonándolas en completa derrota” (sic). 
¿Sería aquella “casa del señor Peña” la del político y financista Juan Bautista Peña, quien fuera presidente de la comisión municipal, fallecido en 1869? Es probable. 
La esquina de Caseros y Monteagudo donde se situaba la comisaría, fue otro de los puntos de referencia de aquel feroz combate.


El conflicto fue magistralmente representado en los dibujos del artista Carlos Clérice, por entonces corresponsal en Buenos Aires del hebdomadario francés Le Monde Illustré, y aparecieron en la edición del 24 de octubre de 1880 de dicho periódico:


La lucha fue terrible y la mortandad espantosa. Baste con citar, a modo de ejemplo, que la comisión municipal de Buenos Aires se vio obligada a autorizar nuevamente sepulturas en el antiguo cementerio del Sud (actual plaza Florentino Ameghino), en el cual se habían prohibido las inhumaciones hacían ya nueve años.



Ya muy largamente pasado el mediodía, Lagos recibió por fin la orden de replegarse a las trincheras interiores. Racedo quedaba dueño de la posición. Cesó la metralla y los cañones enmudecieron. Eran las 2 de la tarde. El combate de los Corrales había finalizado y un telón luctuoso se cerraba sobre una escena de horror y muerte.
Entre las ruinas y el humo quedaban, alfombrando aquel suelo anegado en sangre de valientes, cientos de cadáveres cual testigos mudos de un heroísmo tan argentino, tan grande y enaltecedor, como inútil, y que fue, más que prodigado; dilapidado miserablemente en aquella inicua guerra fratricida.
Un año más tarde, el periódico El Mosquito en su edición del 19 de junio de 1881, traía el recuerdo de esos aciagos días en una ilustración en la cual aparece representada la República apostrofando a Tejedor.


Vicente Fidel López (partidario de Buenos Aires, claro) relataba a su hijo Lucio Vicente los últimos sucesos en carta del 23 de junio de 1880, en la que estipulaba en “1.200 las bajas de cada parte” (englobando todos los combates). El mismo día en que López escribía eso, Buenos Aires negociaba la capitulación. 
Y el 30, renunciaba a la gobernación quien había sido, junto a Cabral y a Mitre, el principal responsable de haber desatado aquella tragedia: Carlos Tejedor.

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRÁFICAS

Archivo General de la Nación, Sección Roca.
Archivo General de la Nación, Fondo Los López.
Bernat, María Eva y Riquelme, Cynthia en Arqueología Histórica Argentina. Actas del Primer Congreso Nacional de Arqueología Histórica, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2002.
Camogli, Pablo, Batallas entre hermanos, Aguilar, Buenos Aires, 2009.
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Diario La Prensa, Buenos Aires, varias ediciones de 1880.
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Fantuzzi, Marcelo J., Fuerzas militares en la guerra civil de 1880, Legión Italiana Voluntarios de la Boca, Buenos Aires, 2010.
Luna, Félix, Soy Roca, Sudamericana, Buenos Aires, 2012.
Municipalidad de Buenos Aires, Memoria Municipal de 1880, Buenos Aires, 1881.
Periódico Le Monde Illustré, edición N° 1230, 24 de octubre de 1880, París, Francia.
Piñeiro, Alberto Gabriel, Las calles de Buenos Aires, Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2003.
Rosa, José María, Historia Argentina, Tomo 8, Editorial Oriente S. A., Buenos Aires, 1974.
Ruiz Moreno, Isidoro J., Campañas Militares Argentinas, Tomo 5, Editorial Claridad S. A., Buenos Aires, 2012.
Sábato, Hilda, Buenos Aires en armas. La revolución de 1880, Siglo Veintiuno Editores Argentina S. A., Buenos Aires, 2008.
Semanario El Mosquito, Buenos Aires, varias ediciones de los meses de abril, mayo, junio y julio de 1880; y la del 19 de junio de 1881.
Semanario La Cotorra, Buenos Aires, varias ediciones de los meses de abril, mayo, junio y julio de 1880.