Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Sobre las 18 hs. del 17 de octubre de 1945, el
presidente de la Nación, general Edelmiro Farrell, se asomó a una de las
ventanas de la Casa Rosada y al contemplar la multitud que ya empezaba a colmar
la Plaza de Mayo y sus adyacencias, miró socarronamente a sus ministros, general Ávalos y almirante Vernengo Lima y
exclamó: “¡Esto se está poniendo lindo!”.
El tono irónico y la mirada burlona del presidente estaban más que
justificados: Ávalos y Vernengo Lima, el primero valiéndose de las fuerzas de Campo
de Mayo y el segundo de las de la Marina, lo habían forzado a destituir a Perón
de sus cargos de vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y a
confinarlo en Martín García. Ahora, que arreglaran el balurdo… si podían. Que
no podían, obviamente.
Vernengo Lima era un mamarracho, y Ávalos un
bueno para nada que no atinaba a dar un paso para salir del atolladero en el
que se habían metido. Y la gente, el pueblo -“el subsuelo de la patria
sublevado”, al decir de Scalabrini Ortiz- incontenible, seguía llegando y
llegando…
Ávalos había entrado en una componenda con
su amigo, el radical Sabattini, para que el Procurador General de la Nación,
Juan Alvarez, formase un ministerio integrado por él mismo y personalidades
notables, y en consecuencia; estaba a la espera de que éste llegase con la “lista
salvadora”. Pero la presión popular se hacía insostenible.
Ya a esa altura desesperado, Ávalos ordenó traer al coronel Mercante (a quien había hecho arrestar) y le pidió que hablara por los micrófonos a la multitud y la instara a desconcentrarse. Mercante aparentó obedecerle, pero mucho más vivo y perceptivo que el otro, tomó el micrófono y empezó: “El general Ávalos me dice…”. La rechifla fue estruendosa y el grito, unánime: “¡Ávalos traidor, queremos a Perón!”. Demudado, le arrebató el micrófono a Mercante y le ordenó volver al arresto.
A todo esto, Vernengo Lima seguía insistiéndole a Avalos para que ordenase a las tropas del ejército reprimir al pueblo.
Ya a esa altura desesperado, Ávalos ordenó traer al coronel Mercante (a quien había hecho arrestar) y le pidió que hablara por los micrófonos a la multitud y la instara a desconcentrarse. Mercante aparentó obedecerle, pero mucho más vivo y perceptivo que el otro, tomó el micrófono y empezó: “El general Ávalos me dice…”. La rechifla fue estruendosa y el grito, unánime: “¡Ávalos traidor, queremos a Perón!”. Demudado, le arrebató el micrófono a Mercante y le ordenó volver al arresto.
A todo esto, Vernengo Lima seguía insistiéndole a Avalos para que ordenase a las tropas del ejército reprimir al pueblo.
Farrell, zumbón, les dijo: “Bien,
señores, mientras ustedes deciden qué es lo que van a hacer; yo me voy a la
Residencia Presidencial”. Salió tranquilamente de la Casa Rosada, se subió a su
automóvil y se fue. La gente, al distinguir de quién se trataba, le abrió paso y comenzó a aplaudirlo. Ávalos, que mudaba de colores pasando por todos los del arco iris,
miraba y escuchaba desde el balcón. Allí, el infeliz, al comparar los silbidos
que la mención de su apellido provocaba y los aplausos que cosechaba Farrell, habrá comprendido de golpe muchas cosas…
A las 23 hs., ante el delirio del pueblo,
Perón, del brazo de Farrell salía al balcón. "¡Farrell y Perón, un solo
corazón!", fue la gritería exultante.
Mientras tanto, Ávalos, escondido, escaldado y compungido,
redactaba su pedido de retiro. Muchos años más tarde, preguntado acerca del porqué
de su enfrentamiento con Perón después de haber sido su amigo; diría que la
culpa la había tenido “esa mujer”. Imagino, quiero creer, que no es necesario que mencione a quién se refería, ¿no?
Definitivamente, hay algunos que no aprenden
nunca. Ávalos era uno de esos.
-Juan Carlos Serqueiros-
-Juan Carlos Serqueiros-