lunes, 26 de agosto de 2013

A LA FRESCACHONA ISABEL LE GUSTABA MUCHO CO... MER - PRIMERA PARTE







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros 
 
"La reina entretanto, sin Poder Real entre sus manos, se consolaba ejerciendo el real poder de su entrepierna... Y su conejito tamborilero seguía, seguía, seguía..." (Andrés Vázquez de Sola, Jaque mate)

 
En 1991 la firma española Compañía Literaria S. A. lanzó (y relanzaría después en 1996) a través de su sello editorial El Museo Universal, un libro de 399 páginas a cargo de Lee Fontanella, Robert Pageard y María Dolores Cabra Loredo.
Se trataba de la recopilación de dos portafolios  que databan de 1868 o 1869, llevaban por título Los Borbones en pelota, comprendían 107 láminas a la acuarela (de las cuales se conservan solamente 89) con contenido satírico-político-pornográfico, cuya circulación en aquella época había sido clandestina, y que fueran adquiridos a su poseedor en 1986 por la Biblioteca Nacional de España. El foto-historiador Lee Fontanella los redescubrió en 1989 y después de su investigación; les atribuyó la autoría de los textos y las ilustraciones al gran poeta Gustavo Adolfo Bécquer y su hermano, el pintor Valeriano respectivamente, que habían creado la obra en conjunto, bajo el pseudónimo Sem.
 
 
Era una viñeta ácida y ferozmente crítica de la España de la época del reinado de Isabel II, y en ella aparecen, además de la propia reina; su esposo el rey consorte Francisco de Asís de Borbón; sus asesores espirituales el padre Claret y sor Patrocinio; el príncipe Alfonso, futuro rey Alfonso XII; Napoleón III; y los más conspicuos políticos y militares de por entonces, representados los hombres con gigantescos penes y las mujeres con enormes vaginas, componiendo cuadros sumamente explícitos de masturbación, orgías, homosexualidad, lesbianismo, zoofilia y hasta algún atisbo de necrofilia.
Por ejemplo, en esta lámina pueden distinguirse al senador Marfori, con una copa de vino en la mano; a la reina Isabel II sentada, de piernas abiertas y con una de ellas apoyada en un brazo del sillón; a sor Patrocinio, que es requerida sexualmente por González Bravo; y al rey consorte, Francisco de Asís, que es sodomizado por el padre Claret.
 
 
A lo largo de este artículo podrán observar algunas otras ilustraciones; quien desee verlas todas (son, reitero, 89), podrá hacerlo cliqueando sobre este ENLACE.
Pero a todo esto, ¿quiénes fueron Isabel II y el resto de los personajes?
María Isabel Luisa de Borbón y Borbón-Dos Sicilias nació en Madrid el 10 de octubre de 1830, del matrimonio entre Fernando VII y su cuarta esposa (y sobrina) María Cristina de Borbón.
Al no tener hijos varones, el mariquita bordador soslayó la ley sálica recurriendo al arbitrio de reflotar la llamada Pragmática Sanción de 1789, lo cual permitió que a su muerte en 1833; su hija fuera proclamada reina de España bajo el nombre de Isabel II. Eso motivó que el hermano de Fernando y tío de Isabel, Carlos María Isidro de Borbón, al ver truncadas sus posibilidades de acceder al trono, no reconociera a su sobrina como Princesa de Asturias y sucesora de su padre; originándose así la Primera Guerra Carlista.

 
En setiembre de 1833, al fallecer Fernando VII, la corona pasó a Isabel, pero como tenía sólo 3 años de edad, su reinado hubo de iniciarse bajo la regencia de su madre, María Cristina, hasta 1840; y del general Baldomero Espartero (de quien los suramericanos no tenemos la mejor de las opiniones, habida cuenta de su actuación -por supuesto, del lado español- en nuestra Guerra de la Independencia) después; hasta 1843 en que, a pesar de tener apenas 13 años; fue declarada por las Cortes mayor de edad para que pudiese reinar sin necesidad de regentes.
En 1846 se convino entre España, Francia e Inglaterra casarla con un primo suyo, Francisco de Asís de Borbón, al que se consideraba (con justicia) un indolente afeminado bueno para nada a quien el ingenio popular "bautizó", aludiendo a su mariconería y a sus preferencias sexuales, como "Paquita Natillas".
Isabel y Francisco eran primos hermanos, pero además, con un doble vínculo sanguíneo; ya que tanto la madre como el padre de Francisco, Luisa Carlota de Borbón-Dos Sicilias y Francisco de Paula de Borbón (que había sido uno de los candidatos para el trono del Río de la Plata en quienes pensaron los directoriales en sus proyectos monárquicos de 1815 y 1816); eran respectivamente hermanos de la madre y el padre de Isabel.  La boda real se celebró el 10 de octubre (fecha de cumpleaños de la reina).

 
En lo que se refiere a las conveniencias políticas, estratégicas y diplomáticas españolas, esa unión no estaba mal proyectada, por lo contrario; tenía la ventaja de resultar admitida por todas las facciones internas en pugna, convencidas como estaban de que Francisco, hombre (bueno, “hombre”… es un decir) débil y sin carácter, no intervendría en política; complacía a los isabelinos, pues había sido la madre de Francisco, Luisa Carlota (mujer decidida y de "cuchillo en liga"), quien impedió que el ministro de Gracia y Justicia de Fernando VII, Francisco Carlomarde, aprovechándose de la enfermedad del rey que estaba postrado y con sus facultades mentales disminuidas (disminuidas más allá de lo que era natural en él, quiero decir), capitalizara en beneficio de los carlistas una derogación de la Pragmática Sanción que le había hecho firmar, arrebatándosela de las manos y rompiéndola; y era alentada por las otras potencias.
Pero más allá de eso, no había entre Isabel y Francisco compatibilidad alguna y ese matrimonio fue un desastre que tuvo principio en una frustrada noche de bodas en la cual Paquita Natillas no pudo consumarlo en el lecho real. Muchos años después, Isabel le haría en París a Fernando León y Castillo esta confidencia: "¿Qué puedo decirte de un hombre que en la noche de bodas llevaba más puntillas, bordados y encajes que yo?".
El pueblo quería mucho a Isabel –la quiso siempre, aún en su descrédito y caída-, en quien había depositado grandes esperanzas después del calamitoso reinado de Fernando VII, y la llamaba cariñosamente "frescachona" (empleando el término como sinónimo de robusta, rozagante, saludable). Y es que en efecto, era todo eso. Y excelente amazona, además.


Y lógicamente, en la comparación con el amanerado y enjuto Francisco, éste, obviamente salía perdiendo; por más uniforme militar que vistiera intentando disimular su evidente carencia de virilidad.

 
 
Las coplas populares que circulaban en aquel tiempo son muy ilustrativas, como por ejemplo, esta: "Doña Isabelona / tan frescachona / y don Francisquito / tan mariquito". O esta otra, más hiriente aún: "Paquita Natillas / es de pasta flora / y mea en cuclillas / como las señoras".
Y una imagen de Sem que es más contundente todavía: Aparece Isabel exhibiendo una archipeluda vagina ante su esposo, diciéndole burlona: “¡Ay, Paquita! La verás, pero no la catarás”, aludiendo inequívocamente a que el marica rey consorte no tendría actividad de alcoba con ella (cosa que por otra parte, él no deseaba, dicho sea de paso).


¡Pobre pueblo español! Tan noble, tan hidalgo, tan valeroso; obligado a asistir impotente a la unión de la reina a la cual quería, con un amariposado al cual no se le conocían aptitudes para nada que no fuera el parasitismo vergonzante en el que vivió toda su miserable existencia.
Así las cosas, Isabel evidenció más temprano que tarde una notable sexualidad que la llevó a tener varios amantes. Pero cuidado; no debe confundirse sexualidad con genitalidad (que también la ejerció y en alto grado). Isabel denotó una gran sexualidad, pero eso no significa necesariamente que toda ella se tradujera en genitalidad y que fuesen ciertos todos los affaires que se le endilgaron. Que fueron, eso sí, varios.
Así como también es más que probable que ninguno de sus cinco hijos que sobrevivieron al embarazo y al parto fuese de Paquita Natillas. Aparece como innegable que no lo fue su hija la infanta Isabel –a quien se le decía popularmente la Chata y maliciosamente la Araneja-, fruto de su relación con el capitán José María Arana; ni lo fue su hijo Alfonso XII, quien habría sido engendrado en el vientre de su madre por el capitán Enrique Puigmoltó; y tampoco lo fueron sus hijas Pilar, Paz y Eulalia, nacidas de la relación de Isabel con Miguel Tenorio.


 
Y obviamente, no iba Sem a perderse la gran oportunidad de mostrarla concibiendo hijos de varios amantes en una lámina en la que se la representa fornicando en el trono, detrás del cual aparece escondido su confesor el padre Claret; al lado de su esposo, Francisco, que se masturba; mientras otro amante aguarda su turno con el pene en erección; y viene entrando, desnuda, sor Patrocinio a sumarse a la fiesta. Al pie se lee: "Real taller de construcción de príncipes. Se admiten operarios". 
 
 
Había mucho de dionisíaco en Isabel. Todo en ella parecía excesivo, desde su rolliza figura hasta su índole franca, expansiva, locuaz, para nada distante; gustaba de alternar con las gentes del pueblo sin pararse a mirar su “jerarquía” social; generosa hasta el punto de la prodigalidad y aficionada al arte y sobre todo al canto (fue ella misma una extraordinaria cantante de bellísima y afinada voz); sus noches se alargaban hasta las madrugadas y se despertaba ya avanzadas las tardes. Su sexualidad se extendía a un voraz apetito: se decía que en ocasiones solía comer hasta dieciséis veces en un día. No ocultaba sus relaciones extramatrimoniales, seguramente porque consideraba que si se le había impuesto un marido al que no amaba y que no podía ejercer de tal; su derecho a subsanar aunque sea parcialmente esa desgracia, estaba más que justificado; y quizá por eso era absolutamente indiscreta y no tenía reparos en escribir explícitos mensajes a sus amantes.
Sem la representa lúbrica, con un cetro terminado en forma de pene goteando semen, y la insta: "No seas lividinosa (sic) y tapa, tapa la cosa".

 
Por su parte, Paquita Natillas no era un puto promiscuo; él se mantenía fiel a su gigoló,  un oscuro barbero de Sevilla llamado Antonio Ramos Meneses, precursor en el “oficio” de chongo al que el rey consorte llegó al extremo de hacer nombrar duque de Baños. Mientras tanto, el pueblo seguía riendo de él y acuñando coplas sentenciosas: “Gran problema es en la Corte / averiguar si el consorte / cuando acude al excusado / mea de pie o mea sentado”.
Sem lo pinta con una enorme cornamenta y masturbándose, como "El rey consorte / primer pajillero (para nosotros los argentinos, pajero) de la corte".

  
Y no se priva de mostrarlo en toda su indignidad, en otra lámina al pie de la cual se lee: "Vuestra noble faz empaña / el nublo del deshonor / desfaced pronto esa niebla / cortaos los cuernos, Señor; / que el mundo entero os señala, / la Europa os llama cabrón, / y cabrón repite el eco / en todo el pueblo español".
 
 
 
Pero debemos discernir adecuadamente entre la historia y la propaganda política. Quiero decir; así como no se debe escribir la historia de Rosas basada en el panfleto sarmientino Facundo o la del doctor Francia fundada en el Yo el Supremo de Roa Bastos; tampoco debe escribirse la de Isabel II cimentada en el becqueriano Los Borbones en pelota.
Porque no había nada de lesbianismo en su vínculo con sor Patrocinio, ni tampoco su confesor el padre Claret mantenía relaciones homosexuales con el maricón cornudo consciente y complaciente de Francisco como se estipula en esa obra, ni se realizaban en el palacio real orgías con políticos y militares, ni se ejercían la zoofilia y la necrofilia como se describe en  las acuarelas de Valeriano.

 
 
 

 
 
Sor Patrocinio era una monja “milagrera” y una delirante mística (y por ende, mistificadora y fraudulenta), pero su influencia se circunscribía a mediar ante el manfloro cornamentado Francisco para que aceptara reconocer e inscribir como propios a los hijos habidos entre Isabel y sus amantes (a cambio de millones, dicho sea así como al pasar; porque Paquita Natillas era puto, sí; pero un puto al que le gustaba el dinero).
 
 
Y el padre Antonio María Claret, confesor de Isabel, fue sin duda alguna un prelado conservador y en ocasiones hasta recalcitrante si se quiere; pero en su función eclesiástica fue eficaz y consecuente en su prédica cristiana, y tuvo gran aceptación en el pueblo, eso es indisputable.
Soy agnóstico y tengo escasa (o mejor dicho, ninguna) simpatía por la iglesia católica; pero también me empeño en atenerme a rajatabla a la búsqueda de la verdad histórica bajo el postulado de la estricta honestidad intelectual, y por eso me repugna todo falseamiento; no estoy dispuesto a incurrir en ellos por más adhesión o rechazo que me generen ciertos personajes históricos. Claret retrógrado y refractario, sí, coincido (y hasta agregaría a los calificativos sobre él, el de hipócrita); pero Claret bufarrón de Paquita Natillas y bastonero de desenfrenadas orgías y bacanales palatinas, no, no fue así.
Lo de la relación entre Isabel II y el papa Pío IX (o Pío Nono) es más complicado de establecer fehacientemente, fundamentalmente por la cerrazón en torno a los archivos vaticanos. Se ha sostenido con insistencia que la reina evidenciaba una “beatería supersticiosa” y eso no es cierto. La Frescachona era auténticamente católica y no había en ella en ese aspecto fingimiento ni exageración alguna. La crítica de vastos sectores de la opinión pública española se cebó en esa época en torno a dos cuestiones: el otorgamiento de Pío Nono a Isabel II de la Rosa de Oro en reconocimiento a su virtud católica, y una supuesta bula que Sem (los Bécquer) menciona como singularis: “Pío Nono agradecido / a los dones de Isabel, / le da bula singularis / para que pueda joder” (asignándole a joder la significación que los argentinos le damos a coger).
 
 
En virtud de esta bula, que dicen se habría expedido a cambio de trescientos cincuenta millones de reales, se le habría otorgado a la reina una suerte de vía libre papal para que pudiera fornicar con quien se le antojara. ¿Habrá algo de cierto en eso? Por lo pronto, las bulas pontificias emitidas por Pío Nono son de público dominio y ninguna de ellas está referida a semejante asunto; pero ¿podría haber habido una bula secreta en favor de Isabel II? A priori, surge como altamente improbable, pero chi lo sa...
Eso sí, para instalarlo como una certeza histórica se necesita una prueba fehaciente (o sea, la bula misma); y para inferirlo como posibilidad, por lo menos algún indicio razonable; no basta con citar una "información" aislada y no verificada de un diario opositor al gobierno, como esa que se esgrime de El Relámpago en su edición del 10 de febrero de 1867, que menciona la postergación de un pago "en remuneración por cierta bula que Pío IX ha acordado a Isabel II y que su esposo Francisco ha creído deber aceptar". O la publicada en el diario El Caos del 4 de julio de 1870 (cuando ya no era reina de España y vivía en París) atribuyéndole a Isabel haber pronunciado estos versos: "Yo nunca pierdo la chola / por más que me llamen chula, / para estas cosas, yo sola / tengo del papa la bula / y dejo correr la bola".
Digamos que si lo de El Relámpago es difícil de creer; lo de El Caos directamente raya en el absurdo. En fin...

Continuará