domingo, 29 de julio de 2012

ES AL ÑUDO QUE LO FAJEN AL QUE NACE BARRIGÓN





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Entre el 8 y 9 de febrero de 1817, el general José Miguel Carrera desembarcaba en Buenos Aires, procedente de los Estados Unidos de América; adonde se había dirigido por iniciativa propia -sin detentar ningún cargo oficial- y donde había logrado (con engaños, estratagemas y esgrimiendo una inexistente condición de "Comisionado Superior del Gobierno de Chile" -que para peor, por entonces estaba en poder de los realistas-) contratar una escuadra con la cual planeaba ir a Chile para libertarlo definitivamente. Pero inmediatamente de llegar, se enteró de que San Martín (a quien odiaba), con el apoyo y el aval del Directorio (Pueyrredón), había formado un ejército en Mendoza y se aprestaba a batir al poder español en Chile; todo lo cual automáticamente significaba -y Carrera, que de tonto no tenía un pelo, lo sabía perfectamente- que O'Higgins (su gran enemigo) se haría cargo del gobierno en caso de triunfar la expedición argentina sobre los realistas.
Ante ese statu quo, Carrera pretendió convencer a Pueyrredón de que le permitiese zarpar para dirigirse a Chile por el cabo de Hornos en el buque en el que había arribado (la corbeta Clifton, que formaba parte de la flotilla que había contratado en los Estados Unidos de América). Obviamente, a Pueyrredón no se le escapaba que Carrera en Chile, en tanto incansable factor de discordia, representaba un peligro para San Martín y para O'Higgins, y se negó de plano.
El 26 de febrero se supo en Buenos Aires el triunfo de Chacabuco, y que O'Higgins había sido electo Director de Chile, con el apoyo y beneplácito de San Martín y luego de que éste declinara ocupar dicho cargo. Inmediatamente, Pueyrredón, de acuerdo con aquellos, ofreció a Carrera enviarlo a una misión diplomática en los Estados Unidos, lo que el chileno rechazó. Las cosas tornaron a ponerse graves: José Miguel Carrera y sus hermanos Xaviera, Juan José y Luis, entonados por el arribo a Buenos Aires de otro de los buques de la escuadra contratada por el primero en Norteamérica, el bergantín Sauvage; comenzaron a conspirar contra el gobierno chileno, contra San Martín y contra el Directorio, ante lo cual, a mediados de marzo, Pueyrredón ordenó la detención de todos los Carrera: confinó a Xaviera en un convento; a Juan José en el bergantín 25 de Mayo, y a José Miguel en el Belén (después sería trasladado a los cuarteles de Retiro). Luis no pudo ser aprehendido y logró escabullirse y ocultarse, evitando de ese modo la prisión.
A mediados de abril, San Martín está en Buenos Aires y va a ver a José Miguel Carrera, ahora trasladado del Belén, al cuartel de Granaderos, en Retiro. La reunión no fue cordial; fue un encuentro borrascoso: San Martín, lacónico como acostumbraba ser y con helada cortesía no exenta de consideración, le reiteró, en su carácter de general en jefe del Ejército Unido y en nombre de los directores de las Provincias Unidas y Chile, a Carrera el ofrecimiento de designarlo en misión diplomática a los Estados Unidos, acompañado, si quería, por sus hermanos, a quienes se les reconocerían además sus grados militares. Carrera lo tomó como una ofensa, y exaltado, alzando la voz, rechazó en términos descomedidos la propuesta, atribuyéndose, en virtud de la gran popularidad y adhesión de las que se ufanaba contar, la posibilidad de derrocar al gobierno de O'Higgins. San Martín, manteniendo el dominio de sí mismo, le retrucó parcamente que el gobierno chileno ahorcaría en la plaza mayor de Santiago a quien osara desestabilizarlo en tiempos de guerra contra los realistas, y a continuación, girando sobre sus talones, dio por terminada la entrevista diciendo a Carrera aproximadamente estas palabras: "Haga usted lo que le plazca; por mi parte yo sabré, llegado el caso, cumplir con los deberes que el sostenimiento de los gobiernos de las Provincias Unidas y Chile me demanden, en aras de la única causa a la que sirvo: la libertad de la América. Adiós, general".
Era un diálogo de sordos. Carrera, con las entendederas obnubiladas por el empaque de su soberbia, por el odio que en su alma anidaba hacia San Martín y especialmente hacia O'Higgins, y en el delirante afán de servir a su propia ambición desbocada que no reconocía límite alguno; no atinó a comprender que el primero, que sopesaba y ponderaba sinceramente el patriotismo de Carrera y los servicios que Chile le debía, sólo buscaba salvarlo. Y esa fue su perdición. Y también la de sus hermanos.
Pueyrredón hizo llegar a Xaviera pasaportes para ella, Juan José y Luis (que permanecía prófugo hasta ese momento). José Miguel, trasladado nuevamente -a solicitud suya- del cuartel en Retiro, al Belén, logró escapar en una arriesgada acción, pasando a Montevideo en un buque portugués.
El hado de los Carrera sería trágico. Exceptuando a Xaviera, que fallecería ya muy anciana en 1862, en Santiago de Chile; todos los hermanos morirían fusilados en Mendoza: Juan José y Luis el 8 de abril de 1818; y José Miguel el 4 de setiembre de 1821.
La ejecución de Juan José y Luis fue dispuesta por el gobernador de Cuyo, Toribio de Luzuriaga, luego de la instrucción de un juicio sumarísimo a cargo de Bernardo de Monteagudo; y para colmo de la desgracia, como ironía cruel del destino, el oficio a través del cual el propio O'Higgins -a petición de San Martín, que accedía a un ruego de la esposa de Juan José-, requería a Luzuriaga el indulto de los dos hermanos; llegó a Mendoza muy poco después de haber sido éstos fusilados y sepultados. Al enterarse de la condena a muerte y ejecución de los Carrera, el disgusto de San Martín -que llegaba a Mendoza de paso para Buenos Aires luego del triunfo de Maipú- con Monteagudo fue mayúsculo, y apostrofó a éste en durísimos términos; pero ya la calamidad se había consumado. Por su parte, José Miguel, exiliado en Montevideo, al saber la suerte corrida por sus hermanos, juró venganza contra San Martín y O'Higgins. Tratando de lograr ese cometido, y -asociado a Alvear, a la sazón, también exiliado en Montevideo- luego de una campaña de difamación panfletaria contra aquellos, y de participar activamente en la guerra civil argentina, tanto con la montonera ramirista como así también con los ranqueles de Yanquetruz, en la que cometió hechos aberrantes como el malón al pueblo de Salto -con saqueo, incendio, asesinatos a mansalva y rapto de mujeres incluidos-, y otros latrocinios, como la matanza que perpetró en la batalla de Ensenada de las Pulgas; fue batido en Punta del Médano por las tropas del coronel José Albino Gutiérrez, y posteriormente, traicionado por sus propios oficiales, quienes lo entregaron a éste, que lo hizo fusilar el 4 de setiembre de 1821, en el mismo lugar en que habían sido ejecutados sus hermanos Juan José y Luis 3 años antes.
José Miguel Carrera murió con gran entereza y valentía, emitiendo hasta el último momento comentarios despectivos y procaces acerca de los mendocinos y mendocinas que habían concurrido a presenciar su final. Quizá haya tenido algún recuerdo hacia aquel general San Martín a quien él tanto odió, y quien pretendió, con el ofrecimiento que le hizo de una misión diplomática a los Estados Unidos, salvarlo de un destino que se avizoraba para él, trágico. Tal vez..., chi lo sa... 

-Juan Carlos Serqueiros-

domingo, 15 de julio de 2012

UNA DUDA DISIPADA

















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Con fecha 28 de abril de 2012 escribí un artículo sobre el secretario del general Artigas, fray José Benito Monterroso, titulado "Bolas de fraile"; al cual pueden acceder mediante este ENLACE.
Como podrán observar, en una sección del mismo expresaba yo mi opinión con respecto a la suerte que había corrido Monterroso con posterioridad a la muerte de Francisco Pancho Ramírez, en la provincia de Santiago del Estero cuyo gobierno estaba ya por entonces a cargo del general Juan Felipe Ibarra. 
En cuanto a ese particular, mencionaba en mi opúsculo que la extendida creencia que existía en el sentido de que Monterroso había caído y permanecido por un tiempo prisionero de Ibarra, era errónea e infundada. Y explicaba por qué sostenía tal parecer y en qué basaba mi inferencia.
Con satisfacción puedo afirmar hoy, que en esa oportunidad no me había equivocado y que era acertada mi suposición. Pruebas al canto:
En carta fechada el 28 de julio de 1821, el gobernador de Córdoba (interino, por delegación del titular, que era Juan Bautista Bustos), Francisco Solano Bedoya, le escribía al gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, lo siguiente:

Paisano y amigo:
Por las adjuntas copias que remito a V. se informará de la comunicación oficial que he sostenido con el gobierno de Santiago. Cuando dispersé la fuerza de Ramírez que fue a los límites de esta jurisdicción, no quise introducirme a la de Santiago en persecución de ellos, creyendo equivocadamente que los encargados de la administración, obraran con la buena fe que guía mis pasos, ¡pero cómo me engañaba! El gobernador Ibarra ha dado una acogida y hospitalidad al inicuo Monterroso, que iba con la partida que se le presentó de ciento quince hombres y que ha desarmado, que acaso no se la daría a un aliado, pues le ha alojado en su casa y este fatal genio desplegará desde allí su ferocidad. (...)" (*) (sic) (Negritas y subrayados míos).
(*) Documento obrante en AGN, X-12-5-5, Guerra Civil, Rodríguez, 1821.

Esto despeja cualquier duda que pudiese existir en lo atinente a qué fue lo acontecido a Monterroso luego de muerto Ramírez por la tropa que para combatirlo, había destacado Bedoya desde Córdoba. Taxativamente queda establecido que Ibarra, lejos de tomarlo prisionero; acogió favorablemente al fraile y hasta lo alojó en su propia casa.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 14 de julio de 2012

SIN RUMBO (ESTUDIO)








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Vida perra, puta... -rugió Andrés-, ¡yo te he de arrancar de cuajo!... (Eugenio Cambaceres, Sin rumbo)

Eugenio Cambaceres (1843 - 1888) fue un político liberal argentino, que por fuerza de las circunstancias que le tocó vivir y protagonizar, abandonó la política, desengañado y asqueado de ella, y terminó dedicándose exclusivamente a su condición de escritor. 
Su obra más notable y trascendental es su tercer libro: Sin rumbo (Estudio), de 1885, una novela que ha sido encuadrada alternativamente en el naturalismo, en el realismo, en el modernismo y en el positivismo; discusión esa que se mantiene hasta nuestros días, quizá porque no entra del todo en ninguna de esas clasificaciones y a la vez entra en todas, porque de todas incorpora elementos.
Particularmente, me parece una obra profundamente argentina, en tanto se constituye en acabada descripción de la característica distintiva de una época determinada: el hastío y el desespero que afligían las almas de algunos jóvenes (Eugenio Cambaceres, Julián Martel pseudónimo literario de José María Miró—, Joaquín Castellanos y Lucio V. López, entre otros) quienes, sabiéndose llamados a integrar la élite dirigente y a desempeñar roles protagónicos destacados en la política vernácula, chocaron con una realidad de país que no les gustaba.
La novela —dramática, escéptica, pesimista— trata acerca de la vida de Andrés, un estanciero argentino que desprecia al gaucho y al indio, habitantes del campo que él asocia con una barbarie a la que odia. Pero si bien aborrece la barbarie; también descree Andrés de la civilización que le propone la ciudad, esa Buenos Aires a la cual considera degradada y desvalorizada por las oleadas de inmigrantes, y a la que sólo acude en busca de placeres y distracciones, sucedáneos que le dan efímera satisfacción a una vida signada por la sinrazón de una existencia de la que abomina. 
Como Andrés se aburre en el campo, seduce y embaraza a Donata, hija de uno de sus puesteros, ño Regino, y al hartarse de ella, la abandona y se dirige a la ciudad, para embarcarse en una aventura amorosa con Marietta Amorini, una cantante italiana a la cual también abandona después. 
Al volver a su estancia, se entera de que Donata murió y que Andrea, la hija que había tenido con ella, vive; entonces procura dotar de sentido a su vida consagrándose en todo a su hijita, en un intento supremo por redimirse, curándose de esa negación permanente de la voluntad de vivir que arrastra; pero sin dejar por eso de ser violento y despectivo con la peonada y con el entorno que lo rodea. El final, darwiniano, trágico y desolador, estremece, como un verdadero mazazo a los planos más altos de la psiquis. 
Una novela áspera, sórdida, crudelísima, que sacude los sentidos impactándolos de un modo brutal. Cada una de sus páginas es el cachetazo de una realidad que duele, agobia y asfixia. 
Un libro fundamental de la literatura nacional, que nos lleva a meditar y reflexionar sobre una Argentina en la que, aún hoy, creo; todos seguimos teniendo algo de ese Andrés que imaginó (o que quizá, no imaginó tanto...) ese gran escritor que fue Eugenio Cambaceres.

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 12 de julio de 2012

HISTORIA VS. LEYENDA
















 
Cómo nos gustan y atraen las leyendas a los argentinos, eh... Comparado con nosotros, Homero es un vulgar aprendiz, y La Ilíada y La Odisea, meros folletines al lado de los mitos que somos capaces de inventarnos.

-Juan Carlos Serqueiros-

CUANDO LLORÓ LA PATRIA SU RABIA





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La Plata y mayo 25 de 1862. Las gentes, volcadas a las callecitas celebran, entre la vocinglería y el estrépito de los cohetes, otro aniversario del grito revolucionario de 1809.
En un cuartucho misérrimo de una especie de fonda situada en el 218 de la calle España, una viejecita de 82 años de olvidada gloria, acaba de fallecer, con la mirada fija en un arca de cuero ajado que conserva todo su tesoro: un oficio que le fuera enviado por el jefe del Ejército Auxiliar del Perú, general Manuel Belgrano, comunicándole que por sus méritos y hazañas en la lucha contra los realistas, se le otorgaban los despachos de teniente coronel.
La Plata y mayo 25 de 1862: muere Juana Azurduy... y la Patria llora dolores rabiosos de madre herida.
Un niño, Indalecio Sandi, con quien la anciana compartía los pocos mendrugos que tuviese, y que dormía en un catre de tiento acomodado en esa misma piecita, ahogado en llanto va a verlo al Mayor de la Plaza, Joaquín Taborga; para comunicarle la muerte de la vieja guerrera y suplicar su ayuda. Pero el funcionario está muy atareado con los festejos y no halla el tiempo para ocuparse de los clamores del niño. Éste, en su desesperación, acude al cura del lugar.
Y ahí va el cortejo fúnebre... de dos personas: un chiquillo y un cura, que acompañan a la amazona en su último viaje, "en fábrica de un peso" hasta el "panteón general".
La Plata y mayo 25 de 1862. Las gentes en las calles ríen y festejan; mientras el frío de ese mayo chuquisaqueño hiela el llanto amargo de esa Patria tinta en la sangre de sus muertos: cuatro hijos, un esposo y tantos, tantos bravos...
Juana Azurduy se fue a la Historia, y un solitario niño llora su desamparo en medio de la inclemente algarabía ajena.
La Plata y mayo 25 de 1862: murió la heroica teniente coronel Juana Azurduy.
A nadie le importó.

-Juan Carlos Serqueiros-

miércoles, 4 de julio de 2012

PRIMER PARTE DE BELGRANO AL TRIUNVIRATO SOBRE LA BATALLA DE TUCUMÁN







































Exmo. Señor
La Patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el dia 24 del corriente, dia de ntra. Señora de las Mercedes, baxo cuya proteccion nos pusimos: siete cañones, tres banderas y un Estandarte. cinq.ta Oficiales, quatro Capellanes, dos Curas, seiscientos prisioneros, quatrocientos muertos, las municiones de cañon y de fucil, todos los bagages, y aun la maior parte de sus equipajes, son el resultado de ella: desde el último individuo del Exto., hta el de mayor graduacion se han comportado con el mayor honor y valor: al enemigo le hé mandado perseguir, pues con sus restos va en precipitada fuga: daré á VE. un parte pormenor luego q. las circunstancias me lo permitan. (sic)

domingo, 1 de julio de 2012

RÉQUIEM PARA JUAN DOMINGO PERÓN




















RÉQUIEM PARA JUAN DOMINGO PERÓN
(José María Castiñeira de Dios)

La noche tiene el peso de una lágrima inmensa
y el color de una pena que jamás conocimos.
Hemos quedado en medio de esta muerte
como niños perdidos Dios sabe en qué caminos.
La pena nos hermana; y al mirarnos los ojos
vemos en otros ojos un dolor compartido.
Bajo el aire cruzado de la noche y la lluvia,
se acongoja en los rostros una angustia sin gritos.
Es como si de pronto, bajo el arco del cielo,
la Patria se nos fuera muriendo entre los cirios.
Todo el dolor del mundo se arrodilla en nosotros
en esta noche oscura del destino argentino.
Hierático en la muerte, como no lo fue en vida,
contemple, General, un dolor sin consuelo.
Esta ha de ser la gloria que Dios brinda a los justos,
merecer en la tierra las lágrimas del Pueblo.
¿Acaso no supimos que su muerte
sería como un tajo implacable,
partiendo en dos el tiempo?
¿O, tal vez, no quisimos pensar en este instante
para cerrar los ojos al designio del Cielo?
¿O, quizás, no creímos que Dios lo llevaría
así desencarnado, como nos fue devuelto?
En la noche enlutada tan sólo nos responden,
con su idioma cifrado, los llantos y el silencio.
Aquí están, nuevamente, las antorchas de octubre
quemándose en el llanto de los descamisados.
Y los héroes del Pueblo, mártires de su causa,
vigías imperiosos de su claro mandato.
Y están quienes negaron su divisa y su empresa;
y están quienes cercaron su exilio solitario.
Reunidos por la muerte, juntos
y en una misma soledad hermanados.
¿Cuántos seremos dignos de su vida y su muerte?
¿Cuántos seremos fieles a este sueño truncado?
La Patria está expectante, como recién nacida,
y el destino la mira con sus ojos llagados.
Más allá de su muerte, la Patria es una espera
desbordante de enigmas y de augurios preñada.
Más allá de su vida, la Patria es un mandato,
una lucha creciente, una clara esperanza.
¿Qué haremos sin su guía con esta Patria huérfana?
¿Qué haremos sin su rumbo con la Patria acosada?
Si la muerte del padre fortalece a los hijos,
no habrá maldad del mundo que pueda avasallarla.
Estará para siempre coronada de gloria,
más libre en su grandeza, más justa y soberana.
¡Qué Dios nos lo demande si cedemos un paso;
la Patria es la fatiga de una eterna batalla!
Duerma, mi General, en las manos del Cielo
y en este amor unánime del Pueblo que lo llora.
Descanse para siempre, después de tanta lucha,
de exilios, de amarguras y pruebas dolorosas.
Ha llegado la hora de estar solo y alzarse
como un mástil de fuego sobre el haz de la tierra.
Ha llegado el momento de ser, multiplicado,
la causa y el destino de una lucha gloriosa.
Porque fuimos sus fieles, seremos sus custodios,
unidos por la fuerza vital de su memoria.
Porque somos su pueblo, seremos su milicia,
hasta que rompa el alba de la nueva victoria.

-José María Castiñeira de Dios-