viernes, 17 de mayo de 2013

UNA MITAD DEL PAÍS CONTRA LA OTRA. PRIMERA PARTE: INTRODUCCIÓN







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Mi nombre político ha de tener de zorro y de león. (Julio A. Roca)

¡Yo he de ser presidente y no ha de arder la República! (Julio A. Roca)

Sellaremos con sangre y fundaremos con el sable esta nacionalidad argentina. (Julio A. Roca)

La enunciación partidaria del roquismo, esto es, la sigla PAN (Partido Autonomista Nacional), se había conformado originalmente por medio del sencillo trámite de combinar una entelequia como lo era ese entramado artificioso y ligado con engrudo, alfileres, clips y banditas elásticas (suponiendo que estos dos últimos adminículos existieran por esa época, lo cual ignoro si es así o no) llamado Partido Nacional (Sarmiento y su "hechura sucesoria", es decir, Avellaneda); con la expresión más cruda -y nunca mejor aplicado el término, ya que sus integrantes y exponentes eran exactamente eso: los crudos; así llamados porque "no habían sido cocidos en la olla de Urquiza" (remember "Juvenilia", de Miguel Cané)- del porteñismo a ultranza, con el aporte adicional de figuras procedentes del viejo tronco del rosismo y algún sustento popular en los elementos del lumpenaje excluído como factor político, expulsado a los arrabales de Buenos Aires y usado como carne de comicio: el Partido Autonomista, de Adolfo Alsina.
La mano ducha y experta en componendas y camándulas de don Adolfo había llevado a sentar en el sillón de la presidencia de la Nación, primero a Sarmiento y después a Avellaneda; y se aprestaba a hacer otro presidente más, sólo que esta vez, sería él mismo; y para ello había urdido eso de Partido Autonomista Nacional, para enfrentar al que era reputado como "enemigo común": el mitrismo. Pero ocurrió que Alsina, repentinamente... se murió, y entonces, quien capitalizaría todo eso a su favor, sería Julio A. Roca.
En sustancia, el PAN fue la alianza entre la aristocracia porteña y las provincianas, impuesta en todo el país por el ejército de línea, al influjo poderoso del zorro Roca, que exhibía una brillante carrera militar y era un político tan hábil y astuto como Alsina; pero infinitamente más perspicaz e inteligente que éste.
En sus manos, el PAN se convirtió en una formidable, eficacísima y aceitada máquina electoralista que lo llevaría a ser la figura rectora de la política nacional durante 25 años, y a la presidencia de la Nación no ya en una; sino en dos oportunidades (1880-1886 y 1898-1904).
Si bien no fue popular (lo cual le estaba vedado por su pecado original: esa índole irremisiblemente aristocrática), el PAN, con Roca, superó el estadio de la mera formulación programática para adquirir ribetes de movimiento. Y eso fue lo que le trajo aparejada su característica más distintiva: la heterogeneidad.
No es que careciera de "contenido ideológico"; a eso lo tenía (o por lo menos, sus referentes principales creían -cosa que en muchos casos no era así ni siquiera remotamente- tenerlo): el positivismo spenceriano; pero en él convivían (con armonía más declamada que ejercida) el liberalismo y el conservadurismo, en aras de una deidad común: el tan cacareado progreso.
Eso explica las contradicciones y prescindencias (siempre aparentes y jamás reales) del roquismo. El zorro era un político nato y nunca fue hombre de privilegiar lo dogmático por sobre lo conveniente ("conveniente" según su criterio e intereses, desde luego).
A lo largo de sus dos períodos presidenciales, hubo tres oportunidades en las cuales la acción de gobierno de Roca, sea por sí mismo o (más frecuentemente esto último) por interpósitas personas (a las que mandaba al frente de modo de no aparecer él como propugnador), hubo de provocar que la opinión publica se dividiese en dos porciones más o menos equivalentes en cuanto al número: quienes estaban a favor, por un lado; y los que se oponían, por el otro, a determinadas iniciativas presidenciales.
Y es eso lo que me propongo abordar en los siguientes artículos, los cuales espero resulten de vuestros agrado e interés. Amén.

(Continuará)