viernes, 23 de octubre de 2015

CHAU MOHICANO







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Cuando Uncás siga mis huellas, ya no quedará quien lleve nuestra sangre, porque mi hijo será el último de los mohicanos. (James Fenimore Cooper, “El último mohicano”)

Hacía rato que había resuelto no continuar con mis interpretaciones de la lírica solariana (son tantos los cocineros que joden la sopa, viste); pero como Google, a raíz de las denuncias de unos mamarrachescos personajes, obsecuentes, arrastrados, genuflexos y alcahuetes vinculados al gobierno de turno que les da chapa en “calidad” de funcionarios, había aplicado a Esa Vieja Cultura Frita sanciones consistentes en quitar del buscador la visualización de los enlaces a mis artículos y publicaciones, y en la aparición, cada vez que alguien quería visitar la página, de un cartelito anaranjado "alertando" sobre su supuesto "contenido ofensivo" (?) (sanciones esas las cuales, felizmente, luego de comprendida por parte de Google la injusticia que conllevaban, fueron levantadas), resolví, para sacarme la mufa y mitigar el amargor que me dejó lo sucedido; festejar el regreso al normal funcionamiento de mi website, metiéndome con una poesía que se las trae: la de Chau Mohicano.
Tomalo, entonces, como una catarsis a la cual yo también tengo legítimo derecho, qué joder. Veremos cuánto tiempo me insume la catarsis y por ende, cuánto me dura la decisión de retomar eso de las interpretaciones; porque es archisabido que… esta es la primera y la última noche.
Así, pues, estoy intentando que los versos de Chau Mohicano me traspasen, mientras desde el equipo de música me llegan la voz de Beth Hart y la viola de Joe Bonamassa sumiéndome en el placer de oír, virtuosa y magistralmente interpretada, I'll take care of you.
Qué cosa rara… a la hora de querer comprender una letra del Indio en su etapa redonda, se me hacía más fácil la cuestión si al tiempo que la leía; la escuchaba en el disco hecha canción, de manera de sentirla simultáneamente en el cerebro y el corazón. Oír y leer, pensar y sentir; ésa era la clave.
Pero desde la disolución de la banda, con la poesía de Monsieur Sandoz me ocurre que, si quiero comprenderla, entender lo que quiso transmitir; no hallo otro modo de hacerlo que no sea a través de la empatía que (a veces; no siempre corona el éxito el procurarlo) pueda establecer con Solari. Y para ello, se hace imperativo que me abstraiga de cualquier otra cosa (incluso de escuchar la melodía que le haya puesto el mismísimo Indio) que no sea leerla y dejarme envolver en la musicalidad de las palabras hiladas en frases; tratando paralelamente de ubicarme en la situación que (para mí) describe.
¿Por qué me ocurre eso? ¿Cambió el Indio? ¿Cambié yo? ¿Cambiamos los dos (lo cual a priori, me parece lo más probable)? Chi lo sa… tendría que preguntarle a Gabriela y que ella me lo explique desde la psicología, pero la jabru está ocupada escribiendo un sesudo artículo referido a su profesión; así que mi interrogante no llega a plantearse y tendrá nomás que esperar mejor oportunidad… quelevachache.
Consecuentemente, y como las cosas, si se encaran, han de hacerse seria y responsablemente; mejor levanto el culo de la silla, apago el equipo y me aboco a lo que me proponía:

Chau Mohicano
(Solari)

Un par de horas en un bar para olvidar
después el día no podrá con mi sopor.
Dejo a mis ojos ver allí y nada atrapa mi atención.
Se me hizo piedra el corazón, (respiro igual)
Mi furia antigua se licuó y me silenció.
Media sonrisa y poco más… ningún secreto que cuidar.
La cacería terminó, presas no hay.
Hay pajaritos…
¡Bravos muchachitos!
¡Me convencí de que es mejor y me hizo bien!
¡Estoy curado! ¡Ya sané! (me oigo chillar)
y tengo sueños de ratón
y de terraza de Hospital.
Qué deliciosa sensación… sofocación.
Sin desafíos a cumplir… ya sin temor
dejé mi hocico más feroz
sin mi aliento más bestial.
Y con más tiempo que perder, calmé mi sed.

Chau Mohicano, track N° 6 de Pajaritos, bravos muchachitos, es una viñeta nítidamente autorreferencial del Fisgón Ciego; la evocación de una circunstancia puntual: el momento en que decidió decirle adiós a ciertas sustancias non sanctas.
De movida, esta canción es -en el ranking legitimado por Solari, al menos- si no la más; sí con seguridad una de las más importantes de su último disco, pues (“pequeño” detalle) en ella está contenida la frase que le da nombre al mismo. Casi nada, ¿no?
Una regla‘e fierro a la hora de interpretar una letra de Solarium (como lo llamaba Marcelo Furtivo, mi amigo y coequiper en eso de andar por la ruta redonda), es elucidar la significación -enorme, siempre- del título. “Mohicano”, se autoaplica el Indio, ¿y por qué? Sencillamente porque como hombre ilustrado que es y tal como hizo en otras oportunidades, apela a alguna obra literaria de trascendencia mundial, en este caso, la célebre novela de James Fenimore Cooper que seguramente como tantos de nosotros, leyó durante su adolescencia o su juventud, ya sea en aquella muchas veces por él mentada biblioteca familiar, o bien en esos comics de los cuales era (o sigue siendo, no sé) feroz e implacable caníbal: The Last of the Mohicans, El último mohicano (o, si alguno prefiere la traducción menos apropiada, pero eso sí; literal: El último de los mohicanos). “Viejo lobo de mar” y “Último mohicano” eran muletillas que con harta frecuencia usábamos en los años 70 y 80 para designar, con cierta admiración, a alguien (que por lo general era de la barra o del círculo en el que nos movíamos) a quien reputábamos como el guerrero, el líder arquetípico, el referente, el mejor en alguno de esos tan importantes métiers como por ejemplo: minas, escabio, música o deportes.
Así lo tenemos, entonces, al amigo sumido no en la reminiscencia, porque el recuerdo de la situación no es en modo alguno vago ni impreciso; sino en el detallado revival de aquella coyuntura.
Todo resurge, nítido, de su memoria: “un par de horas en un bar (no tiene relevancia cuál era el bar, qué nombre tenía; por eso es simplemente un bar) para olvidar”; donde olvidar está utilizado metafóricamente para referirse al tiempo que demorará en irse el estado en que lo colocó el consumo de la droga con la que se haya fajado. Y trascartón, lo implícito se torna explícito con eso de “después el día no podrá con mi sopor”, como clarísima descripción de estar falopeado hasta los bujes. Es decir; cuando lo agarre la salida del sol, ni siquiera la claridad diurna y el diario fárrago citadino lograrán que se le vaya ese sopor. Indicativo a priori, por otra parte, de que pueda haberse dado con un opiáceo (posiblemente heroína) y no con cocaína, porque esta última no causa somnolencia, sino al contrario; provoca un estado de euforia y vigilia pertinaz, que viene acompañado de un efecto de contractura (estar duro). A menos que haya aspirado papusa y después contrarrestado la vigilia con un psicofármaco (clonazepan, por ejemplo), y de allí el sopor que ahora experimenta; ese sopor con el que “el día no podrá”.
Y posiblemente haya sido nomás esto último, porque a continuación hay dos frases que ilustran un estado producido por el consumo de cocaína: “Dejo a mis ojos ver allí y nada atrapa mi atención”. Es decir que por la acción del estupefaciente, sus ojos están abiertos, pero miran sin distinguir. O sea, una expresión en el mismo sentido de aquella de Ji ji ji, “ojos ciegos bien abiertos”, ¿te acordás? Bueno, esta de ahora va también en esa dirección. Y la otra, “se me hizo piedra el corazón, (respiro igual)”, es aún más elocuente, si cabe; pues sabido es que el consumo de cocaína provoca taquicardia, palpitaciones y trastornos en la respiración. Está tan duro, que siente que hasta el corazón se le hizo piedra, pero a pesar de las dificultades que experimenta para respirar; puede hacerlo igual.
Y se viene por fin la toma de consciencia, es llegado el momento de mandar a cagar definitivamente la droga. “Mi furia antigua se licuó y me silenció”, dice. Pero ¿cuál furia y contra qué o quién está dirigida? Contra nada ni nadie en especial, porque no se trata de furia enfilada hacia el ataque a algo, a alguien o a sí mismo; sino furia empleada en el sentido de empeño en la consecución de estupefacientes y de compulsión a consumirlos, una búsqueda furiosa, digamos. Empezó como una experiencia a curtir, tanto como para ver qué onda da, pero se ha tornado en algo que, de persistir en ello; amenaza con convertirse en una adicción. Y que además, hizo que se pegue un soberano cagazo: esa taquicardia, esas palpitaciones, esas dificultades para respirar… Y para colmo, es algo que obligatoriamente ha de mantener oculto, por supuesto. No, ya es demasiado… el capricorniano Solari, con “media sonrisa y poco más”, se despide de la frula; de ahora en más, no habrá “ningún secreto que cuidar”. El último mohicano hace mutis por el foro.
Se acabaron las visitas al dealer (“la cacería terminó”), donde el término cacería está aplicado en su acepción lunfarda, esto es, ir en busca de droga; y “presas no hay”, es decir, no habrán más papeles, bolsitas ni tizas.
Dicho sea de paso, ¿te fijaste en la cantidad de “análisis” de las letras del Indio (y ésta en particular no es la excepción) que andan dando vueltas? Como si la poesía –sea la de Solari o la de Magoya- fuera pasible de analizarse… La poesía impacta en los sentidos o no, traspasa el alma o no, conmueve o no, está bien escrita o no; pero ¿analizarse? Ni en pedo. Además ¿quiénes van a analizarla? ¿Los “críticos de arte”, esos ñatos escribas que en general no son más que artistas frustrados? Por favor… En medio del rencor incurable que sienten debido a su propia carencia de arenilla dorada y condenados a quemarse en los fuegos de la mediocridad eterna con el sinsabor de su fracaso, sólo saben descargar los resabios de esa inquina en forma de crítica, o –en el caso de ser “favorables”- vender su complacencia y su aplauso por unos morlacos. Y si tratan de interpretarla o “descifrarla” (como si la poesía fuera arcana, cifrada o críptica), no atinan a hacerlo porque no tienen ni la más p…álida idea de qué significado otorgarle a términos como (por ejemplo) cacería. ¡Qué mierda van a interpretar así! Mirá, por enésima vez: hay pocos que merecen el crédito de que los leas, que manyan de verdad y te van a batir la justa. Ellos son: Claudio Kleiman, Alfredo Rosso y Tom Lupo. Si hay otros, no he tenido el gusto de conocerlos.
En fin… antes de calentarme más; mejor retomo la ilación: decía que no hubo para Solari más cacería ni presas. ¿Y qué hubo entonces? Pues… "pajaritos… ¡bravos muchachitos!", entre los cuales, como en cualquier otro ámbito, habrá de todo: los que lucharán contra las perversiones de un orden sistémico y también los que nunca saldrán del estado de boluditos de la luna o de tipas porno-nazi look, e incluso habrán esos pavotes en cuyas manos todo el sueño quedó...
Seguidamente el Indio, desde el presente, mira en retrospectiva aquel momento y saluda -quizá con un dejo entre irónico, burlón y resignado- (o al menos, a mí me suena a que es así) aquella decisión (“¡Me convencí de que es mejor y me hizo bien!”).
Sin embargo, no presume de que la cosa haya sido fácil, pues a pesar de una primera afirmación que pareciera dictada desde un tremendo ego: “¡Estoy curado! ¡Ya sané! (me oigo chillar)”, refiriéndose a que una vez que tomó la decisión; se mantendrá su voluntad de que así sea; no deja por eso de rememorar también el mono, el síndrome de abstinencia que hubo de superar: “y tengo sueños de ratón y de terraza de Hospital”, aludiendo a que en ocasiones –es onírico, lo remarco por si alguno no se fijó en “sueños”- se sintió como un cobayo, y que otras veces hasta soñó que se amasijaba tirándose desde la terraza de un hospital. Y una particularidad solariana que extrañamente, ha pasado desapercibida: Hospital, pone, evitando con el uso de la mayúscula inicial, precisar con cuál de ellos soñó. O quizá, hasta en sueños y en algo tan íntimo como el momento de decirle chau a la frula, se sitúe en esa Nueva York que tanto le gusta, y entonces en lugar de hospital Carrillo u hospital Penna, como decimos y escribimos los argentinos; puso Hospital pensando en… qué sé yo… el Memorial o el Presbyterian, por ejemplo, escrito en gringo, con las iniciales en mayúscula. Vaya uno a saber…
Disfruta, entonces, de su victoria: “Qué deliciosa sensación… sofocación”, escribe, complacido de sí mismo por ahogar, dominar y en fin; sofocar, la tentación de darse algún que otro nariguetazo, que seguramente le habrá acometido de vez en cuando. Llegó al fin el momento en que no hubo ya más metas que alcanzar en cuanto a días sin fajarse (“sin desafíos a cumplir”) ni miedo a reincidir en el consumo que lo atenacee (“ya sin temor”), y puede jactarse así de aquel triunfo que logró sobre la droga (“dejé mi hocico más feroz sin mi aliento más bestial”).
Por eso afirma -en otra muestra, una más, por si hiciera falta, de su genialidad para escribir poesía-: “Y con más tiempo que perder, calmé mi sed”, refiriéndose, bajo la "excusa" de describir esa reacción orgánica de sed acuciante que subsigue al consumo intenso de cocaína; a la sed de probarlo y explorarlo todo, todo… todo. Lejos ya de esas noches que de creativas; habían degenerado en no hay más bohemia, todo es chusmear ¿te acordás? Y sobre todo… ya sin mandanga.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado; eso es to-to-todo, amigos! Chau, Mohicano!

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-Juan Carlos Serqueiros-