martes, 22 de marzo de 2022

MACBETH

 


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Por el picor de mis pulgares, algo malo se aproxima. (William Shakespeare, Macbeth)

"Esto, señores, es de lo mejor que se ha escrito en mi contra. Ya verán ustedes cómo nadie me defiende así". Dicen (dicen que dicen) que ésas fueron las palabras que pronunció Juan Manuel de Rosas luego de leer el Facundo de Sarmiento.
Sean o no respectivamente exacta y veraz la cita y el hecho, lo indudable es que era cierto lo que supuestamente señaló Rosas de modo tan acertado; porque en efecto, un libro genialmente escrito (y el Facundo lo es, pese a estar lleno de esas inexactitudes a designio en las que su propio autor reconoció haber incurrido) es capaz de instalar en el imaginario colectivo que la ficción bajo la cual fue creado, viene a ser la crónica real de los personajes históricos en tanto protagonistas centrales de su trama, y de la época en la que les tocó actuar.
Abundando en ejemplos, lo mismo ocurre con Yo el Supremo, la obra (magistral, dicho sea de paso, pero eso sí: desde lo literario) de Roa Bastos que contribuyó a cimentar la leyenda negra que edificó con empeño digno de mejor causa cierta historiografía a la hora de tratar en juicio póstumo la figura del doctor Francia.
Macbeth es, para mí, la más sublime de las tragedias surgidas del genio portentoso del trascendental William Shakespeare.
Fue escrita a principios del siglo XVII, tomando su autor como fundamento "heurístico" para el delineamiento del perfil del personaje, la monumental Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda, de Raphael Holinshed; quien a su vez, en lo referente a la tierra del kilt y del buen whisky, se habría limitado a traducir del latín la Historia de Escocia, de Hector Boyce. Pero hete aquí que el amigo Boyce estaba financiado vía el mecenazgo del rey Jacobo V de Escocia quien, perteneciente a la casa de los Stuart (Estuardos), se consideraba descendiente de Banquo (lo cual no es más que leyenda; porque Stuart proviene de steward, que significa "mayordomo del reino", un título que fuera otorgado por David I (hijo de Margarita de Escocia, segunda esposa de Malcolm III) a la familia Fitz-Alan, que era anglo-normanda; siendo ese en consecuencia, su verdadero origen). Así que el bueno de Boyce, para hacerse grato a su patroncito, manipuló a gusto y piaccere lo relativo a Macbeth, quien vino así a quedar en la historia como ese ser odioso que nos pinta el ínclito dramaturgo de Stratford-upon-Avon.
O sea, pretender conocer la verdadera historia de Macbeth a través de la obra de Shakespeare, equivale a querer comprender la historia de Rosas y su tiempo mediante la lectura (por parte de quienes tengan estómago para semejante proeza, claro) del bodrio Amalia, de José Mármol, con todas las patrañas que contiene acerca de la somatén restauradora y demás.
El Macbeth real nada tiene que ver con el de la ficción shakespeareana y muy lejos estuvo de ser el abominable monstruo supersticioso, tirano y asesino empujado al magnicidio por una esposa tan deleznable como él mismo o más aún, que se describe en la tragedia.



El Macbeth de carne y hueso vivió en el siglo XI y fue un monarca de la dinastía celta que reinó en Escocia desde 1040 hasta 1057, y no accedió al trono mediante el asesinato alevoso y cobarde de su antecesor; sino que a la muerte del hasta entonces rey, Malcolm II, se empeñó en una lucha contra su primo Duncan I (que había sido coronado mediante la recurrencia de Malcolm II al ardid de mudar las reglas que por entonces enmarcaban entonces el proceso sucesorio escocés), convencidos cada uno de sus mejores derechos; y lo mató en combate, en la batalla de Pitgaveny, cerca de Elgin, el 14 de agosto de 1040 (hay quienes sostienen que Duncan pereció a manos de sus propias tropas, lo cual tal vez diera origen a la versión "conspirativa" de su muerte, pero en cualquier caso; lo cierto es que en modo alguno era el bueno, justo, generoso y venerable anciano rey que imaginó Shakespeare; sino un botarate inepto para gobernar, que en lo militar saltaba de derrota en derrota y que había sumido a su reino en una profunda crisis política que lo hacía odioso a los ojos de los caballeros de Escocia).
Macbeth, que profesaba una profunda fe cristiana, viajó a Roma circa 1050, en un largo peregrinaje de 6 meses (se dice que para obtener el perdón divino por haberse visto obligado a matar a Duncan; aunque probablemente eso no sea más que otro mito). Gozaba de amplio consenso entre sus súbditos y ejerció un reinado prudente y eficaz, acertando a unir bajo su sabia gestión monárquica a Escocia, que por esos tiempos era un territorio ahogado en la sangre de seculares disputas tribales. Macbeth pondría fin a las mismas apelando a una novedosa herramienta por él ideada consistente en la creación de lo que hoy llamaríamos una especie de policía rural, que patrullaba continuamente los campos estableciendo el imperio de cierto orden. 
En 1046, el earl (conde) Siward de Northumbria, encabezó una rebelión tendiente a coronar al padre de Duncan I, el abad laico de Dunkeld, Crináin; que Macbeth conseguiría sofocar, muriendo Crináin durante esos sucesos. Pero en 1052 Siward volvió a atacar (algunos historiadores sostienen con fundamento que instigado por Eduardo III El Confesor, monarca inglés quien se habría disgustado con Macbeth a raíz de haber asilado éste a unos normandos a los cuales él perseguía; lo cual posiblementee no fuese más que un pretexto tras del cual se escondía la intención de influir decisivamente Inglaterra en Escocia), esta vez con el objeto de poner como rey a Malcolm Canmore (de Ceanmor, o sea, Cabeza Grande) hijo de Duncan I, al cual Macbeth, luego de derrotar a éste, había desterrado junto a su hermano Donald Bain (el Donalbain de Shakespeare).
Nuevamente, Macbeth consiguió mantenerse en el trono, pero  a costa de la pérdida de vastos territorios en el sur, que quedaron bajo el dominio de Malcolm. La guerra civil prosiguió hasta 1057, en que Macbeth fue muerto tras 17 años de reinado (un período larguísimo para aquella época, lo cual es claramente indicativo de su popularidad) en la batalla de Lumphanan, a manos de Malcolm (que dicho sea de paso, tampoco era un pobre inocente despojado de sus derechos por el cruel, inescrupuloso y regicida déspota que nos pinta Shakespeare); quien luego de emboscar y asesinar a Lulach Macgillecomgan, hijo de Macbeth habido con su primera esposa (la verdadera lady Macbeth, quien tampoco tenía nada que ver con la arpía instigadora de asesinatos de la ficción de Shakespeare y que por lo contrario; fue una mujer muy abnegada que se preocupó por el bienestar de viudas y huérfanos) y sucesor legítimo de éste, se coronó en 1058 nuevo monarca de Escocia con el nombre de Malcolm III.
Por supuesto, no estoy instando a desmerecer ni pretendo ajar el lábaro enarbolado por las felizmente numerosas huestes literarias, en aras de izar como único digno el de los amantes de la historia, para nada; en modo alguno debe leerse bajo esa perspectiva lo que escribí.
Digo simplemente que en verdad, no hay nada que nos impida disfrutar intensamente de una obra maestra como lo es Macbeth, surgida de la magia creativa de Shakespeare; sin por ello perder de vista que por su parte, la historia tiene el mandato inalienable de arrojar su luz, que ha de esplender sobre la noche de los tiempos.
Me conmueve los sentidos el Macbeth de Shakespeare, y al mismo tiempo me apasiona la historia del Macbeth real. ¿Eso está mal, acaso?

-Juan Carlos Serqueiros-