viernes, 29 de marzo de 2013

domingo, 17 de marzo de 2013

VINO MARIANI
















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

DEDICATORIA
De un extraterrestre a otro, ese, mi hermano de un redondo planeta hecho de ricota y perdido en ignorada galaxia, habitado por hembras que no son dulces, no; donde mi dios no juega dados y no es todo lo que reluce; donde a Nueva Roma se viaja en toxi-taxi; donde armar algún puto full cuesta lo mismo que el boleto a Finisterre; donde un chancho puede comer jamón; donde garchan las virgencitas; donde Rulo y Lupus se juegan al truco la caja de los truenos; donde ella baila con todos; donde una divina T.V. führer te jode con el espejismo de pasarte las noticias de ayer; donde flacas gimnastas de América y secas austeras soviéticas te dan un poco de amor francés; donde manejar una vieja pick-up puede hacer que terminen por ponerte una etiqueta negra en el dedo gordo del pie; y donde un angelito que está frito, borracho con patero de la costa, y un antiguo amor que acarrea sangría en termos de telgopor, te traen los diarios que vas a leer en un baño turco: Marcelo Furtivo.
A él le dedico esta noche en el ghetto, que es la primera... y la última.

CHAGASAU 
A los patéticos viajantes compañeros de esta ruta que vamos a andar hoy: todos los trips, hasta el que lleva a Reputalandia, tienen un final en el que creemos que la línea se cortó. Yo sé que la estación esta, la de Vino Mariani, tiene que ser la New York de mi Flight 956.
No nací para que ningún boludito de la luna sea el ladrón de mi cerebro. Si cualquier idiotonto que no sabe hacer un cero con el culo porque hasta eso tiene cuadrado, puede chorear impunemente y abrir sitios en la web a los que llevar lo que se afanó; para qué entonces, seguir perdiendo el tiempo... Ya no hay más propina, no, no! Caníbal de opereta, pedazo de pendejón. Por lo visto, nunca hay terreno sagrado y Dios no está en los detalles de hoy; así que... esto es to-to-todo, amigos!
Decido darle vacaciones a mi corazón..., el zumba se va, bye bye! En manos de pavotes todo el sueño quedó. Llorarás con un ojo y con el otro te reirás.
No sirvo y nunca serví para tristes despedidas; así que simplemente, un enorme ¡gracias! y ¡Adieu! ¡Bye bye! ¡Aufwiedersehen!

-Juank-

VINO MARIANI
(Solari)

Vas a invitar a los notables
y a las celebridades underground
van a sonar aplausos para todos hoy
Oh-Oh-Oh!
Tu pulgar va aprobando en el bar
que atenderá un amigo fiel
vas meneando tu cabeza con satisfacción (OK!)
si en las mesas estelares nada falta
Oh-Oh-Oh!
Un lugar allí y una oferta más
(no vas a bromear con eso)
lucirás la risa más ingenua sin dudar
tu corazón vacilará la noche de hoy
Oh-Oh-Oh!
Tipas y cronistas muy mal pagos
y unos "pelusas" cuidando el jardín
toda la gran oferta de un fino anfitrión
Oh-Oh-Oh!
Luces y el mejor DJ atronador
y premios en un escenario
el culo que valés es tu secreto una vez más
total no es más que el mundo de plateas de hoy
Oh-Oh-Oh!

El perfume de la tempestad no es un disco. Bah... sí, es un disco, pero lo que quiero significar es que no es solamente un disco; sino que es "arte siglo XXI", es decir, una obra que conjuga en un mismo packaging distintas disciplinas: poesía, música y arte gráfico.
Dr. Saturno ya nos "alertaba" sobre el hartazgo que sentía Solari. Producida la disolución de la banda, el Indio inició un proceso creativo con un proyecto sumamente ambicioso que trasciende lo estrictamente musical para abarcar, además; otras manifestaciones artísticas. En ese orden de sus ideas, el arte gráfico pasa a ser parte integrante de la obra, no ya como el mero viejo y cansado arte de tapa; sino concebido como íntimamente concatenado con el resto, es decir, con lo lírico, con lo musical y hasta con el "envoltorio", todo configurando un novedoso formato de unicidad estética.
A punto tal es así, que es imposible afirmar que se ha entendido El perfume de la tempestad si previamente no se comprendió eso.
En ese contexto, no podía estar ausente la alusión a ese mundo pretendidamente visible y audible en el cual la fantasía, los deseos y la realidad (inducidos deseos aquellos y engañosa realidad esta, mejor expresado) se confunden peligrosamente: el publicitario. Y para eso, nada mejor que traer al escenario al amigo Angelo Mariani: un fulano que fue un verdadero tigre a la hora de promocionar lo suyo, tanto, que así como Peter Drucker es considerado el gurú del marketing moderno; Angelo Mariani es, sin quizá, el gurú de la publicidad moderna. Este ñato Mariani era un francés (corso el quía) nacido en el pueblo de Pero-Casavecchie en 1838, que laburaba en París —oh la la, París!— como aprendiz de boticario en una afamada farmacia que contaba a varios famosos de la época entre su clientela. Un día de 1868, una célebre actriz cayó a la farmacia diciendo que necesitaba algo que le "infundiera ánimo", y Mariani le elaboró un tonificante preparado a base de vino tinto (en aquel entonces, muchos de los remedios eran recetados para que fuesen diluidos en vino, de modo de atenuar el mal sabor) y hojas de coca. Fue una pegada. A partir de la rápida aceptación que tuvo su vino de coca, al cual "bautizó" con su propio apellido, Mariani se independizó y llegó a amasar una considerable fortuna. El secreto de su éxito económico residió no sólo en sus aptitudes para la ciencia farmacológica (aún está en discusión si él sabía de las propiedades de la coca, o si las conoció por habérselas dicho su primo Charles Fauvel, que era un prestigioso otorrinolaringólogo que la utilizaba en sus pacientes); sino en su extraordinaria habilidad comercial: diseñó un envase exclusivo para su producto: el frasco de vin Mariani que lo distinguía, hizo confeccionar afiches con refinados diseños artísticos de los más cotizados publicistas, organizaba tenidas de haute cuisine en selectos restaurantes a las cuales invitaba a las celebridades, y sobre todo; ponía especial énfasis en enviarles muestras gratis a personalidades famosas de todo el mundo, cuyos comentarios utilizaba  luego como propaganda en sus catálogos, con lo cual fue nada menos que un precursor en eso que hoy llamamos feed back with the customer. Así, llegó a tener una cartera de clientes entre los que estaban:, por ejemplo y entre otros: el shah de Persia, Sigmund Freud, Jules Verne, la reina Victoria, Émile Gautier, José Martí, Sarah Bernhardt, Thomas Alva Edison, Alexandre Dumas, el papa León XIII, Charles Gounod, Robert Louis Stevenson, Herbert George Wells, el rey Alfonso XIII, los hermanos Lumiére, Émile Zola, Louis Bleriot, Arthur Conan Doyle, Henrik Ibsen, y siguen las firmas... En síntesis —e independientemente de sus virtudes y defectos—; un capo Mariani a la hora de promocionar su tónico.
Y por eso lo recuerda Solari en el título: le saca el polvo que sobre su memoria acumuló la noche de los tiempos y lo trae hasta el aquí y ahora, para presentarle a ese tipito Mariani del siglo XIX un alter ego suyo; pero del siglo XXI. De eso se trata Vino Mariani
Tenemos entonces a alguien que elabora y vende —con gran suceso y éxito económico— un producto determinado, y que puede ser —el tipito, digo—, lo que a cada uno se le ocurra imaginar que sea: el CEO de una compañía discográfica, el cerebro mandamás de una corporación de biotecnología, el dueño de un multimedios, un politicastro, el director de una multinacional, etc.. Por mi parte, en ese multiple choice me incliné a inferir que el chabón en cuestión no es otro que... el inefable Patricio Rey.
Sí, tengo para mí que se trata de él, quien, al igual que antes, en su tiempo, lo hacía Mariani; va a "invitar a los notables", es decir, a esas personalidades relevantes y famosas, a una festichola de aquellas en la cual les va a sobar —y bien sobado, por cierto— el lomo, adulándolos y alimentándoles aún más sus ya de por sí infatuados egos, anunciando a toda voz su "estelar" presencia y pidiendo para ellos el cerrado aplauso de aquellos otros invitados que no son tan famosos; pero que sí están chochos y orgullosos de estar ahí y de sentir que pertenecen a ese círculo selecto ("van a sonar aplausos para todos hoy").
Y trascartón nomás, se viene una metáfora monumental, de finísima ironía solariana; porque nos dice que al evento, también van a asistir como invitadas aquellas "celebridades del underground". Genial el oxímoron, porque es indicativo tanto de la tremenda intuición del que organiza la fiesta, al anticiparse al conocimiento de quiénes de los que están hoy en el underground se harán famosos después; como de la tilinguería de los invitados para los cuales esos artistas que están en el underground son ya, hoy por hoy, ahora mismo, "celebridades". Para ellos, claro... Es un poco como ciertos grupejos "selectos" que estaban entre el primer público de Los Redondos, iconizados en la minita aquella a la que le decían "Mariposa Pontiac", ¿te acordás? Bueno, eso.
Por enésima vez: El perfume de la tempestad es autorreferencial. Todo en él está ligado a Solari, a sus amigos, ex amigos y no tan amigos; a sus fobias y miedos, a su familia, a sus vivencias, a sus creencias y a su falta de creencia... Y Vino Mariani no constituye una excepción a esa regla, por lo contrario; en alguna medida (buena medida, diría) el Indio es un poco Mariani, porque en definitiva, al igual que el franchute aquel; también Solari puede diseñar un envase exclusivo para su producto y también puede ilustrar lujosamente su catálogo.
Y si él, por puro pudor nomás, no se atreve a eso de montar un pantagruélico evento en el cual "captar y fidelizar clientes"; su patrón, Patricio Rey, sí es perfectamente capaz de hacerlo, ¿por qué no? Es Patricio quien inspecciona el bar y lo aprueba levantando su pulgar, ese bar que "atenderá un amigo fiel", es decir, alguien digno de toda la confianza como para encargarle la tarea de satisfacer el caprichito de todos y cada uno de los invitados, dándoles lo que se les ocurra pedir además de los tragos; hasta cierto polvito blanco, si cuadra; o compañía femenina de esas "tipas", o quizá una condescendiente, elogiosa nota de alguno de esos periodistas ("cronistas"), que después de todo, también para eso fue oportuna y convenientemente invitado a la fiesta ¿o para qué más?
Es asimismo Patricio quien controla que nada falte en el vip ("las mesas estelares"), que esté atenta y en sus puestos la gente para la seguridad del lugar ("unos pelusas cuidando el jardín"), que la música y la iluminación ("luces y el mejor DJ atronador") estén perfectas y funcionen eficazmente, que los premios a entregar estén convenientemente dispuestos ("premios en el escenario"), y es, en fin, el que se da cuenta del detalle de que a uno de los invitados hay que ubicarlo en el vip ("un lugar allí"), de manera de captarlo como cliente ("una oferta más"); porque al final de cuentas, che, esto es una fiesta, sí, pero de laburo, de conveniencia, y como es sabido, donde se come, no se caga ("no vas a bromear con eso").
Y a la hora de elegir los lugares en los que sentar a cierta parejita feliz, Patricio será todavía capaz de esbozar "la risa más ingenua" y su corazón "vacilará la noche de hoy". ¡Minga su risa será ingenua y su corazón vacilará! Él sabe perfectamente cómo fueron las cosas; pero bueh, la vida sigue y the show must to go on...
Dicen que el francés se llevó a la tumba el secreto de la fórmula de su vin Mariani. Macanas. El "secreto" de su éxito no estaba sólo en la receta (que por lo demás, era simplemente un litro de tinto de Burdeos y hojas de coca que entregasen entre 150 y 300 mg de cocaína); sino en los métodos que usó para propagandizar su producto. Eso era lo que valía ("el culo que valés es tu secreto"). Y entonces ahora ("una vez más"), se utiliza, por parte de Patricio una de las herramientas publicitarias a las que en su momento apeló Mariani: una fiesta con celebridades invitadas. Porque después de todo, lo que fue eficaz una vez y hace tiempo; bien puede serlo ahora también, ¿no? Y, sí... "total, no es más que el mundo de plateas de hoy". De plateas vip, claro, obvio, ¿o creías que a los camerinos te iban a invitar a vos?
Y como El perfume de la tempestad no es sólo un disco, lo metafórico no se agota en la poesía, en la lírica; sino que está también en el arte. ¿Te fijaste en la ilustración de Vino Mariani? ¿No? Harías bien en contemplarla minuciosamente. Mirá:


¿Qué percibís en lo que ves? De fondo está la tempestad, simbolizada en los rayos; al frente, en primer plano, lo tenemos a Patricio Rey con lentes oscuros, una gorra Nike, una campera o un buzo Adidas y levantando los dos pulgares en señal de conformidad, dando el OK. Atrás de todo, aparecen jets privados, en clara alegoría de las celebridades, de esos invitados vip que llegan a la festichola provenientes de todo el mundo. Y en el medio, detrás de Patricio, la imagen de una mujer. ¿Y qué mujer? Pues Marilyn Monroe, de ella se trata, como podés apreciar mejor al principio de todo en la ilustración que armé yo y que encabeza este artículo.
Pero no es una imagen cualquiera de Marilyn Monroe, no; es una imagen, una en particular, y cuya inclusión en el arte del Indio tiene un por qué: es que se trata, esa estampa, de un ícono publicitario por excelencia. ¿Cómo? Sí, así como lo escribí.
Ocurre que el 1 de julio de 1962, Marilyn había hecho una sesión de fotos para el fotógrafo George Barris, en las que aparecía en las playas de Santa Mónica, "vestida" tan sólo con un grueso suéter de lana tejido artesanalmente en Guadalupita, México. Un mes más tarde, el 6 de agosto, Marilyn moría en circunstancias poco claras. Y lógicamente, las imágenes de esa su última sesión de fotos, fueron muy difundidas.
Tanto, que a partir de ahí, los suéters artesanales de Guadalupita tejidos por Juan Martínez Nava (el diseño había sido de su hermana, Rosario), adquirieron súbitamente una impensada fama. Todo el mundo quería tener el suéter de Marilyn.


Igualito a lo que había pasado con el vin Mariani: si en los afiches aparecían el rey de España, la reina de Inglaterra, el zar de Rusia, el shah de Persia, el papa, actores y actrices, escritores y científicos tomándolo; y bueno, pues entonces, había que tomarlo, ¡qué joder!

 
   
Y hasta aquí viajamos juntos por esta ruta solariana, ojalá lo hayas disfrutado; yo me bajo acá.
Que el éxito te acompañe siempre y tengas una buena vida. Chau.

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 15 de marzo de 2013

DOÑA BÁRBARA








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

"Doña Bárbara se detiene y escucha:
-Las cosas vuelven al lugar de donde salieron." (Rómulo Gallegos, Doña Bárbara)


Uno de esos libros que se consideran infaltables en toda antología de literatura iberoamericana. 
Su autor, Rómulo Gallegos (02.08.1884 - 05.04.1969), fue un escritor, educador y político venezolano que llegó a ocupar en 1948 la presidencia de su país, tras haber sido sucesivamente ministro de educación y diputado.
Gallegos fue un autor prolífico, pero sería esta, su magistral novela Doña Bárbara, la que editada en 1929 en Barcelona, España, le traería fama y reconocimiento mundiales.
La trama, que está dividida en tres partes, se desarrolla en Venezuela, en los Llanos del Apure, allá en el cajón del bravío Arauca, y gira en torno a tres personajes principales.
Uno de ellos es la dominante Doña Bárbara, una hermosa mujer que ha acrecentado cuantiosamente la ya de por sí enorme extensión de su estancia El Miedo, y que odiando a los hombres por haber sido abusada y violada en su temprana juventud; en venganza los envuelve en la telaraña de su rara hermosura, sus notables dotes amatorias y conjuros brujeriles de los que la superstición y el atraso le atribuyen ser capaz (y en los que ella misma cree); los maneja como a peleles, los esclaviza y los lleva a la ruina despojándolos de la riqueza y bienes que éstos tengan y quedándoselos para sí misma; todo ello sin desdeñar métodos más... expeditivos, digamos, como algún que otro asesinato. 
El extremo opuesto de Doña Bárbara es el doctor Santos Luzardo, un joven abogado que se había marchado de la hacienda familiar, Altamira, para estudiar en la ciudad, y que regresa a la región con el objeto de vender sus tierras, abrigando la intención de no retornar jamás a ellas una vez cumplido el trámite; pero que atrapado por el renacer del amor que sentía por las mismas, pronto cambia de opinión y decide establecerse definitivamente en el lugar, entablando a partir de allí una enconada lucha con Doña Bárbara en defensa de lo suyo, que ésta pretende arrebatarle apelando a las mismas tácticas que había empleado con otros hombres. 
Y el tercero es el que compone Marisela, la jovencísima hija de Doña Bárbara, a quien ésta, odiándola por considerarla un triunfo del hombre sobre ella, había abandonado apenas nacida y se había negado a verla siquiera y mucho menos, a amamantarla.
Los demás personajes son, entre otros, el taimado Balbino Paiba, capataz infiel de Santos Luzardo que  traiciona a éste en beneficio de Doña Bárbara; ño Pernalete, un tiranuelo venal que "imparte justicia" en el lugar con la "ayuda" de Mujiquita, que es un pobre infeliz con veleidades de avechucho leguleyo y embrollón, y que acomoda la ley según la  antojadiza voluntad de aquél; Mr. Danger, el infaltable oportunista extranjero, que no pierde oportunidad de trapichear tierras ajenas y de llenar su hucha mediante el abigeato; Lorenzo Barquero, el padre de Marisela, que cuando joven tenía ante sí un futuro promisorio y que ahora, perdida toda dignidad luego de haber sucumbido a los encantos de Doña Bárbara, lo cual significó su ruina moral y material, está sumido en el vicio del alcoholismo; Melquiades Gamarra, "el Brujeador", cómplice de la tremenda Doña Bárbara y ladero de ésta en sus hechicerías; María Nieves y Carmelito López, peones de Santos Luzardo leales a su patrón; etc.
La novela, inscripta decididamente en el realismo y el costumbrismo, es una genial viñeta de la antítesis civilización y barbarie, hasta en el marcado simbolismo de los nombres de quienes la protagonizan: Doña Bárbara es, obvia e indisimuladamente, lo segundo, la barbarie; y Santos LUZardo es la luz que por sobre el oscurantismo de ésta, esparce la educación como motor del progreso. 
También los demás personajes remiten a distintos aspectos y particularidades de la Venezuela de esa época: ño Pernalete y Mujiquita representan todo lo que de malo, ineficaz, envilecido y corrupto hay en la politiquería despótica y autoritaria; Juan Primito es en sí mismo una alegoría de la superstición; Mr. Danger es la encarnación del imperialismo norteamericano con todo lo que implica; María Nieves y Carmelito López significan el esfuerzo y la lealtad; Lorenzo Barquero es la patentización del fracaso producto de una débil voluntad; en Marisela se simboliza el progreso derivado de la educación; y todo así...
Muchos han querido ver en la novela de Gallegos un paralelismo con el Facundo de Sarmiento. Opino que hay cierta semejanza en cuanto a la dicotomía entre civilización y barbarie que ambos escritores plantean; pero partiendo desde muy diferentes ideas, paradigmas y postulados. Sarmiento denuesta y execra al Quiroga que pinta en su Facundo porque ve reflejadas en él "las creencias, necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación"; Gallegos, en cambio, no rechaza a Doña Bárbara, no abjura de ella, sino que la percibe como una etapa a trascender, y nos muestra, al final, a aquella brutal marimacho redimida por el amor. Sarmiento deplora que "la nacionalidad que es patrimonio del hombre desde la tribu salvaje", le haga percibir "con horror al extranjero"; Gallegos, por lo contrario, ilustra en su personaje Mr. Danger (vaya con el nombrecito: Sr. Peligro) qué es lo que puede esperarse del extranjero: nada más que desprecio y expoliación. Y en fin, Sarmiento reputó él mismo a su Facundo como "lleno de inexactitudes a designio"; mientras que Gallegos fue a los llanos del Apure a indagar en la historia de Francisca Vásquez, que fue quien le inspiró a su Doña Bárbara, y conoció en persona a muchos de aquellos a quienes haría protagonistas de su novela, manifestando taxativamente que "no podía limitarme a una pintura de singularidades individuales que compusieran caracteres puros, sino que necesitaba elegir mis personajes entre las criaturas reales que fuesen causas o hechuras de mi país". Tan claro como el agua clara. Un abismo tan hondo como el que media entre Doña Bárbara y el Facundo, entre la valoración de lo propio y la admiración sin reservas hacia lo extranjero; es el que separa a Gallegos de Sarmiento.
Doña Bárbara fue llevada al cine en dos películas. La primera de ellas data de 1943, dirigida por Fernando de Fuentes, con libreto del propio Rómulo Gallegos secundado por el mencionado director, y con el rol protagónico principal a cargo de la gran María Félix:



La segunda es una coproducción argentino -española-estadounidense de 1998, con el guión y la dirección de Betty Kaplan, y con las actuaciones de Esther Goris encarnando a Doña Bárbara; Jorge Perugorría en el papel del doctor Santos Luzardo; Ruth Gabriel protagonizando a Marisela; Víctor Laplace haciendo de Lorenzo Barquero y Ulises Dumont personificando a ño Pernalete.


-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 9 de marzo de 2013

NUNCA HE SIDO AMIGO DE ESE TIPO





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La Argentina se parece a un importante dominio británico. (Guillermo Leguizamón)

No sé si después de esto podremos seguir diciendo "Al gran pueblo argentino, ¡salud!". (Lisandro de la Torre)


En el recinto de sesiones del senado de la Nación, lo que se dio en llamar el debate de las carnes había empezado mal. Y seguiría —y terminaría— peor aún.
La cosa venía como resultante del convenio entre nuestro país e Inglaterra, enmarcado en lo que se conoce como Pacto Roca-Runciman, suscripto en Londres el 1 de Mayo de 1933 por Julio A. Roca (h), vicepresidente del gobierno encabezado por Agustín P. Justo; y Walter Runciman, presidente del British Board of Trade.
Las condiciones de dicho acuerdo eran en extremo deprimentes para nuestro país. En apretada síntesis, en los hechos significaba que Inglaterra "nos hacía el favor" de seguir comprándonos carne enfriada en lugar de hacerlo en países del Commonwealth como Australia o Canadá; pero a condición de que el precio fuera menor al que podía obtener en otros mercados (que ni remotamente podían compararse con el nuestro en calidad), fijar unilateralmente la cuota, y administrarla y asignarla a su antojo, que la carne fuera faenada y procesada en frigoríficos ingleses y transportada a Europa en barcos ingleses asegurados en compañías inglesas, que no se permitiera la instalación de frigoríficos de capitales argentinos, que se mantuviera la no imposición de aranceles a la importación de carbón inglés, que no se rebajaran las tarifas de los ferrocarriles y tranvías ingleses y que se entregaran a empresas de capitales ingleses los colectivos argentinos.
Tan contentos quedaron los británicos, que después del convenio, nombraron caballero del reino... ¡al catamarqueño Guillermo Leguizamón!, abogado de los ferrocarriles ingleses e integrante de la comitiva argentina, quien obtuvo así el dudoso (para un argentino) privilegio de poder antedatar un sir a sus nombre y apellido. Ignoro si después de eso, Leguizamón habrá exigido que en adelante lo llamaran sir William, o si condescendió paternalmente en un: "Puede decirme dotor don Guillermo nomás, m'hijo". En fin...

  
Tan lesivo para los intereses nacionales fue considerado el Pacto Roca-Runciman, que el 28 de julio había renunciado el ministro de Hacienda Alberto Hueyo, disconforme y en absoluto desacuerdo con las concesiones que se les hacían a los ingleses en materia cambiaria y arancelaria. El presidente Agustín P. Justo lo reemplazó el 24 de agosto por Federico Pinedo, quien actuaría en tándem con otro recién designado ministro (éste en la cartera de Agricultura y en sustitución de Antonio de Tomaso): Luis Duhau (quien, dicho sea de paso, venía de presidir la Sociedad Rural y de integrar la comitiva enviada a Londres como gestora del Pacto Roca-Runciman).
Los nombramientos de Pinedo y Duhau eran indicadores y representativos per se de una suerte de re afirmación del rumbo que le imprimía Justo a su gobierno surgido del fraude electoral que dio el triunfo —en comicios amañados— a la Concordancia (alianza entre conservadores y radicales alvearistas), y signado por una marcada anglofilia que se traducía en la subordinación política y económica del país a Inglaterra, y el alineamiento a ultranza con ésta.
¿Por qué ocurría esto? ¿Acaso porque eran viles traidores a la patria Justo, Roca, Pinedo, Duhau y demás, empeñados en privilegiar intereses foráneos por sobre los de la nación? No; lo que pasaba era que ellos confundían el interés común, es decir, el de la nación toda; con el de la clase social a la que pertenecían. Aterrados ante la perspectiva de que Inglaterra dejase de adquirir nuestras carnes, no se les ocurrió más arbitrio que ir a implorar al imperio británico que nos impusiese las condiciones que se le antojaran, aún las más vergonzantes, con tal de que siguiese comprando la carne de las vacas argentinas que "producían" los grandes ganaderos latifundistas nucleados en la Sociedad Rural. Obraban —así lo creían— por patriotismo, ufanos de ello y convencidos de que de ese modo "salvaban al país". Lo que en realidad salvaban —y de paso, acrecentaban—, eran sus propias fortunas.





No pararon allí las exigencias inglesas: trascartón, vendría la forzada y artificiosa creación por parte de Pinedo y Prebisch, del Banco Central, a inspiración (léase imposición) inglesa de sir Otto Niemeyer, con preponderancia inglesa en la composición de su directorio, y que regularía, a satisfacción inglesa, la moneda y el crédito argentinos.
La voz opositora a toda esta enajenación de lo argentino y a la abdicación de la defensa de los intereses nacionales que más resonaba en el Congreso, era, sin dudas ni quizás, la del senador por la provincia de Santa Fe, Lisandro de la Torre. En ese contexto fue que se produjo el denominado debate de las carnes. El cielo argentino, enlutado por nubarrones de mal agüero, hacía presagiar la tormenta que se cernía, implacable y funesta sobre el amado suelo.
El 1 de setiembre de 1934, a solicitud de Lisandro de la Torre, el Senado designó una comisión investigadora para determinar si en efecto, tal como lo había denunciado el senador por Santa Fe, existían por parte de los frigoríficos ingleses preferencias en favor de ciertos ganaderos vinculados al gobierno, como así también los márgenes de ganancia que obtenían.
Un poco por la biografía escrita y publicada por Raúl Larra: Lisandro de la Torre, el solitario de Pinas, y otro poco por esa manía que solemos tener los argentinos de generalizar peligrosamente en la búsqueda afanosa de nuestra tan ansiada y aún no conseguida síntesis histórica, se ha ido instalando en el imaginario colectivo la idea de que De la Torre fue un acendrado nacionalista que guiado por un supuesto anti imperialismo suyo, combatió por todos los medios a su alcance la "servidumbre odiosa en que nos tenían los ingleses" bla bla bla. Macanas. La verdad histórica (por lo menos, la mía, tan relativa como cualquier otra) es que el doctor De la Torre, si bien es cierto que lo hizo con patriotismo; actuó en esa coyuntura impelido por distintas motivaciones éticas, ideológicas y partidarias. Veamos, si no.
El caudal electoral del partido Demócrata Progresista estaba constituido principalmente por los pequeños y medianos productores agropecuarios entre los cuales encontraba predicamento, para quienes el statu quo emergente del Pacto Roca-Runciman no sólo no representaba beneficio alguno, sino que además; significaba un notorio perjuicio. Fueron precisamente ellos quienes elevaron la queja a De la Torre, quien la planteó en el Senado: "Han llegado a mí informes sobre preferencias a personajes vinculados a la política oficial", dijo, tal como consta en el Diario de Sesiones. Por otra parte, esas componendas repugnaban al sentido de la honestidad pública que sustentaba De la Torre en tanto sincero liberal, y de su ética en lo privado, jamás desmentida ni puesta en tela de juicio. Máxime, si quienes entraban en ellas eran los mismos que le habían infligido, en elecciones fraudulentas encima, una derrota electoral difícil de digerir. Lisandro de la Torre era todo él pura pasión y fuego. Extraordinariamente dotado en lo intelectual, era, sin embargo; capaz de enceguecerse cuando esa pasión y ese fuego nublaban sus entendederas y se imponían a su raciocinio. Era ardorosamente liberal, principista, y por ello rechazó lo que expresaban Julio y Rodolfo Irazusta, sinceros amigos y admiradores suyos (quienes además, colaboraron activamente en la investigación y aportaron a la misma datos emanados del frigorífico Gualeguaychú, de capitales nacionales) en su libro La Argentina y el imperialismo británico, publicado en 1934 y llamado a tener gran suceso. Eligió ser impermeable a la percepción del imperialismo, y con la misma rigidez con que manejaba su partido, se centró tenazmente en el ataque al gobierno de Justo, focalizándolo en sus ministros Pinedo y Duhau.
El celo evidenciado por De la Torre y los contadores designados en la investigación, más la colaboración valiosa y eficaz de los sindicatos de la carne y los estibadores, y de los hermanos Irazusta, llevaron a que la tarea estuviera concluida para junio de 1935. Las pruebas obtenidas de que los frigoríficos extranjeros habían manejado a voluntad la cuota abonando precios según quién fuera el ganadero al cual le compraban, evadido impuestos y sacado márgenes de ganancia exorbitantes, eran incontrastables.
De la Torre, firmante del despacho en minoría al no querer suscribir el que habían producido en mayoría los otros dos integrantes de la Comisión Investigadora, senadores Carlos Serrey y Laureano Landaburu; concentró su artillería en Duhau y Pinedo. Fue el desencadenante de la tragedia.
Con magistral elocuencia, iba acorralando a sus adversarios, ridiculizándolos, poniendo en evidencia sus torpezas y miserias, y demoliendo los argumentos que éstos esgrimían en su defensa. Llegado su turno de hablar al ministro de Agricultura, Duhau lo hizo apelando a la cita de cifras y más cifras, con un estilo insoportablemente tedioso y aburrido. No obstante, De la Torre lo escuchaba atentamente, presto a saltar ante cualquier inexactitud, y al querer intervenir éste para discutirle un dato; desde la presidencia del Senado se le advirtió que Duhau había aclarado que no permitiría interrupciones; a la par que el otro ministro, Pinedo, le gritaba: "¡Que aprenda a oír!", y otro senador golpeaba su pupitre para acallar su voz. De la Torre adoptó entonces una actitud socarrona e histriónica: aparentó desentenderse del debate, sumergiéndose, durante las diez sesiones que duró la soporífera intervención de Duhau, en la lectura de la por entonces recientemente publicada novela El Kahal, de Hugo Wast (pseudónimo literario de Gustavo Martínez Zuviría, con quien De la Torre mantenía una antigua amistad). Entiendo menester consignar también, que él y Pinedo ya habían protagonizado antes un encontronazo serio, producto del cual había entre ellos especial inquina: en oportunidad de debatirse en el Senado la ley de bancos, Pinedo había llamado gaucho malo a de la Torre, y éste lo había destrozado, respondiéndole, en una pieza de la más brillante oratoria, con una dialéctica en la que abundaba el uso de la ironía como un finísimo y letal estilete.
El 20 de julio, De la Torre tomó otra vez la palabra para replicar la exposición de Duhau, y el 23 —presidía la sesión el senador por Santiago del Estero, Carlos Bruchman, del partido Radical Unificado (alguien, creo que Ferns, escribió que "parecería que el destino del apellido Whitelocke fuese presidir los desastres británicos en el Río de la Plata"; por mi parte, creo que el destino del radicalismo es presidir los desastres argentinos)—, se produjo el desenlace fatal. Así quedó asentado en el Diario de Sesiones del Senado:

Señor ministro de Agricultura (Duhau, golpeando la mesa): ¡No permito eso, señor Presidente!
Señor Presidente (Bruchman): Ruego al señor senador que guarde estilo en sus expresiones.
Doctor de la Torre: Y a lo que no es cierto, ¿cómo se lo llama?
Señor Presidente (Bruchman): Se lo llama inexacto
Señor ministro de Hacienda (Pinedo): Se lo llama de la Torre. (Aplausos en las galerías)
Doctor de la Torre: ¡El ministro de Hacienda dice eso porque es tan insolente como cobarde! (Suena la campana de orden)
(A continuación el senador De la Torre y el señor ministro de Hacienda pronuncian palabras que no se pueden reproducir).
(Nota mía: "palabras que no se pueden reproducir" es una perífrasis para no tener que poner derechamente que se insultaron. Sobre los epítetos que se intercambiaron De la Torre y Pinedo hubo distintas versiones, pero todas coincidentes en que directa o indirectamente se usó el término "cornudo" (algunos sostendrían después que De la Torre no dijo "cornudo"; sino "cotudo", por el bocio que afectaba a Pinedo; pero no parece muy probable tal cosa. Lo concreto es que Pinedo aludió, dado lo avanzado de la edad -66 años- y la soltería de De la Torre, a una presunta impotencia sexual suya ("viejo impotente", le habría dicho); y éste le respondió con algo así como "pregúntele a su mujer, cornudo, cobarde", y trascartón, lo retó a duelo).

Señor Presidente (Bruchman): Si me permite el señor senador, la Presidencia va a...
(Hablan simultáneamente varios senadores)
Señor ministro de Hacienda (Pinedo): ¡Pido la palabra para poner al embustero en su lugar!
Señor Presidente (Bruchman): Adelante, señor ministro.
(Nota mía: a esta altura, creo que a nadie se le escapará que Bruchman era evidentemente tendencioso y que no estuvo ni remotamente a la altura que las circunstancias demandaban).

Señor ministro de Hacienda (Pinedo): Si la dignidad y la honra de una persona estuvieran expuestas a desaparecer y a ser lastimadas por lo que digan irresponsables, podría ser que mi honra estuviera al alcance del señor senador.
Doctor De la Torre: ¡Ya he dicho que es tan insolente como cobarde!
Señor ministro de Hacienda (Pinedo): ¡Insolencia y cobardía me atribuye! El senador por Santa Fe es capaz, señor presidente, de retarme a duelo porque sabe que por mis convicciones, yo no me bato.
Doctor de la Torre (de pie y acercándose a la mesa de interpelaciones): ¡Y usted es capaz de no batirse por cobardía!
(El doctor De la Torre se cae y se escuchan disparos de revólver).
(Nota mía: "De la Torre se cae y se escuchan disparos de revólver" es un breve circunloquio para evitar consignar lo que pasó en realidad: De la Torre no se cayó al suelo por las suyas; sino que al acercarse éste a Pinedo, lo empujó Duhau; quien a su vez, trastabilló en los escalones y cayó, fracturándose una o más costillas. A todo esto, Enzo Bordabehere, senador electo por Santa Fe y dilecto amigo, discípulo y correligionario político de De la Torre, se levantó de su asiento y fue a ayudar a éste a incorporarse. En esos momentos, un matón al servicio de Duhau, Ramón Valdez Cora, extrajo un revólver y le disparó dos tiros por la espalda a Bordabehere y un tercero en el pecho, al volverse éste a consecuencia de los impactos. Un cuarto y un quinto disparos de Valdez Cora, erraron a Bordabehere y dieron en una mano del propio Duhau y en el senador Rafael Mancini, herido levemente. Bordabehere fue inmediatamente trasladado al hospital Ramos Mejía, pero falleció apenas llegado al mismo. Valdez Cora aprovechó la confusión para huir mientras atendían a Bordabehere, y se refugió en la sala de los taquígrafos, donde fue aprehendido por el senador Alfredo Palacios, quien lo entregó a la policía).


Al día siguiente, miércoles 24, Duhau y Pinedo desafiaron a duelo a De la Torre, quien rechazó batirse con el primero, al cual le negó la condición de caballero, esencial para tal lance; y aceptó el reto del segundo, designando padrinos suyos en la emergencia, a Lucio López y Jorge Robirosa. Pinedo, por su parte, nombró padrinos a Robustiano Patrón Costas y Manuel Fresco. Se convino en que el duelo sería a pistola, se realizaría a las 8 de la mañana siguiente en el Colegio Militar y el director sería el general Adolfo Arana. Y efectivamente, a la hora señalada de ese 25 de julio de 1935, luego de oír las tres palmadas que dio Arana, los duelistas, separados unos 20 o más metros entre sí (según se aprecia en la fotografía publicada por Caras y Caretas en su edición Nº 1922 del 3 de agosto de 1935) dispararon sus pistolas. Se dijo  que De la Torre tiró al aire (y era verdad, la imagen precitada lo certifica), en inequívoca muestra de desprecio hacia su contrincante, como si deplorara matarlo por considerar que el otro no valía la pena (todo eso ya es subjetivo e interpretativo de quienes lo dijeron), y que Pinedo, en cambio; apuntó a la cabeza de De la Torre (y en efecto, en la foto pareciera ser así) pero erró el tiro. De todos modos, y aún cuando los duelistas hubiesen querido matarse el uno al otro; se infiere como altamente probable que los padrinos de ambos hayan estado contestes en atenuar las condiciones del duelo, alargando la distancia entre los contendientes e instruyendo al armero (que fue un tal Domingo Schettini) para que preparara las pistolas de modo que los tiros no dieran en el blanco y que en caso de hacerlo, no fueran necesariamente mortales. En abono de esa creencia, se citó un comentario que se le atribuyó a de la Torre dirigido a unos amigos suyos mucho tiempo más tarde: "Jamás tiré con una pistola de tan pésima calidad como esa". Esto último me parece escasamente cierto, porque si de la Torre tenía decidido tirar al aire ¿para qué, entonces, iba a quejarse mucho después de la mala calidad del arma que usó en la ocasión? En fin, como canta Larralde: "Que uno a veces dice cosas / de a dieces como de a cientos / y ande quiere fantasiar / le va poniendo el acento".
Al término del lance, ambos rehusaron reconciliarse: Pinedo, con una seca negativa; y De la Torre, con un rotundo, expresivo y lapidario ninguneo: "¿Reconciliarme? ¿Cómo podría? Si nunca he sido amigo de ese tipo".
Duhau, que venía acumulando una cuantiosa fortuna, acrecentada seguramente en "algo" con los sobreprecios que le pagaban los ingleses en agradecimiento por su "amabilidad ministerial", erigió, al 1600 de la coqueta avenida Alvear, la mansión donde hoy por hoy funciona el hotel Park Palacio Duhau de la cadena internacional Hyatt.



En cuanto a Pinedo, tendríamos los argentinos que soportar dos rentrées suyas al frente del ministerio de Hacienda: en 1940, bajo la presidencia de Roberto M. Ortiz y en 1962, bajo la de José María Guido.
En 1998, Roberto Azaretto le dedicó abundantes ditirambos en su libro biográfico Federico Pinedo, político y economista, que fuera prologado por Domingo Cavallo (¿mencionábamos antes lo de presidir desastres? Bueno, ése es otro nefasto personaje con amplia experiencia en el ramo). 


Lisandro de la Torre se suicidó en Buenos Aires el 5 de enero de 1939 disparándose un tiro en el corazón, en el modesto departamento de dos ambientes que alquilaba en el segundo piso de la calle Esmeralda nº 22. Estaba quebrado, abrumado por las deudas que una persistente sequía de cinco años, las pestes que diezmaron su ganado y un socio estafador habían arrojado sobre su campo de Pinas en forma de lluvia... de calamidades.
El mayordomo de su estancia le ofreció sus ahorros para ayudarlo en su economía, los hermanos Irazusta quisieron hacer una vaquita rosista para juntar plata destinada a él, y hasta un comunista, el dirigente sindical José Peter, del gremio de la carne, le propuso que su sindicato adquiriera el campo de Pinas para dejarlo en propiedad de don Lisandro, como lo llamaba con unción y respeto.
Dejó una carta mecanografiada en su vieja máquina de escribir, dirigida a sus amigos, en la que les pedía hicieran cremar su cadáver; y agregaba: "Si Vds. no lo desaprueban desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo. Me autoriza a darles este encargo el afecto invariable que nos ha unido. Adiós".

-Juan Carlos Serqueiros-

______________________________________________________________________

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Y DOCUMENTALES

Diario Crítica, edición del 05.01.1939.
Diario La Razón, edición del 05.01.1939.
Diario El Orden, edición del 06.01.1939.
Halperín Donghi, Tulio. La república imposible (1930-1945). Ariel, Buenos Aires, 2004.
Honorable Senado de la Nación Argentina. Diario de Sesiones, 1935.
Irazusta, Rodolfo e Irazusta, Julio. La Argentina y el imperialismo británico. Los eslabones de una cadena. 1806-1833. Ediciones Argentinas Cóndor, Buenos Aires, 1934.
Larra, Raúl. Lisandro de la Torre, el solitario de Pinas. Hyspamérica. Buenos Aires, 1988.
Revista Caras y Caretas, edición n° 1922, 03.08.1935.
Rosa, José María. Historia Argentina, t. 12. Editorial Oriente S. A., Buenos Aires, 1979. 

martes, 5 de marzo de 2013

NO ES DIOS TODO LO QUE RELUCE





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Tratemos de saber a qué huele, qué fragancia se desprende, de El perfume de la tempestad, con un tema que se las trae. Su letra reza (y nunca mejor aplicado el término):

NO ES DIOS TODO LO QUE RELUCE
(Lux perpetua fuceat eis)

-Solari-

Hay una luz! en esa cruz!
(la luz que los ciegos ven)
Que hiere nuestros ojos
en un lujo fugaz
y no deja mirar
y no hay alivio.
Sonríen todo el tiempo
y se hacen ver
por lo felices que están de sonreir...
Hay un ladrón! En esa cruz!
(actúa en la eternidad!)
Y al pie estás vos tan ciego
jugando al mercader
que ríe en esa estafa
sin pestañar.
Al borde del camino te parás
a rebuznar feliz jodiendo sin flaquear
Esa otra cruz me toca a mí,
(y aquella estrella es mi luz)
Hay una luz! En esa cruz!
(la luz que los ciegos ven)
El cielo está tendido
y el infierno servido
y una vez más amor, salvás mi vida
Besame justo antes, por favor
de que mis ojos se cierren al final
Hay una luz! En esa cruz!
(la luz que los locos ven)
Voy a bailar llorando
sobre mis propios huesos,
Voy a cambiar de estrella cantando.
Nunca se sabe, puede suceder...
que la vida no termine nunca más.
Y esa otra cruz te toca a vos!
Hacer como que no estoy!
Hay una luz! En esa cruz!
(la luz que los locos ven)
Hay un ladrón! En esa cruz!
(actúa en la eternidad)


"-Bueno... mire... no sé muy bien por dónde empezar". "Por el principio". (Diálogo en la película Juan Moreira, de Leonardo Favio). Hagámosle, pues, caso a ño Juan Moreira y comencemos por el principio, o sea, por el título. "No es Dios todo lo que reluce" es una alteración del aforismo popular "no es oro todo lo que reluce", de modo que pueda aplicarse como indicador de una respuesta negativa frente a la duda de siempre de todo mortal: ¿hay otra vida después de la muerte?
Y permítaseme aquí una digresión: allá por 2011, mi esposa, psicóloga clínica ella, la lic. Gabriela Borraccetti —que no es precisamente lo que llamaríamos una experta ni mucho menos, en los Redondos ni en Solari, y que por entonces ni siquiera conocía esta canción del Indio (y es más: debe de estar enterándose que existe recién al leer esto)—, utilizó, en un artículo suyo: El enojo. Lo que dejamos del lado de afuera, la misma frase elegida por el Indio para título de este tema; pero, claro... en otro contexto: "Está penado con comentarios anti ego, cualquiera que se anime a declarar que no todo lo que reluce es dios y compasión", escribió Gabriela en esa oportunidad. Me impactó la coincidencia. 
Pero el título tiene un subtítulo, puesto entre paréntesis por el Indio: Lux perpetua fuceat eis, que en latín significa brille para ellos la luz perpetua. Mas ¿quiénes son esos "ellos" para los cuales ha de brillar "la luz perpetua"? Y... ¿quiénes han de ser, si no los difuntos? Claro, como que esa frase en latín es la introducción (apocopada) del Réquiem, es decir, en la religión católica, el ruego por el descanso eterno, por el alma de los muertos.
En realidad, tan dispendioso (cosa rara en él, tratándose de esta materia) se mostró el Indio a la hora de indicar de qué va la letra de la canción; que ponerse a interpretarla resulta coser y cantar. Porque no sólo no se limitó a mostrar el camino con la "gentileza" del indicio que nos da en el subtítulo (que ya de por sí debiera bastarnos para entender lo que se propone volcar en la lírica); sino que además, en la entrevista que le concedió a Pergolini el 30.11.2010 para ¿Cuál es?; abundó en detalles. En esa oportunidad, ese pelotudito irreverente que es Pergolini (que además de serlo, también la juega de eso, de irreverente y rebelde, con lo cual lo suyo se potencia hasta caer en el irrespeto torpe), le preguntó, con esa incontinencia verbal que lo caracteriza: "—¿La letra, te explica?" (inquiriendo, obviamente, si la letra es autorreferencial). Y el Indio le respondió: "—Sí... lo que creo, es que creer (nota mía: con lo de 'creer', Solari se  refiere a tener una fe religiosa) implica ese temor, ese miedo a la muerte, a no ser, a no ser nunca más. El yo que somos y que nos habita, quiere seguir siendo, y no creo que haya una consciencia personal después de la muerte. Es decir, la energía y todo eso, está bien; pero una consciencia individual después de la muerte... no, no creo que haya. Entonces sigo sin creer. Desgraciadamente, porque es un amparo tener un dogma que te resuelva la vida. Pero desgraciadamente, yo creo en lo que creo y no creo en lo que no creo." (sic)
Y finalmente, están también las imágenes insertas en el formato tipo librito del disco, las cuales son, dicho sea de paso, por demás ilustrativas y representativas de lo que Solari expresa a través de su lírica. En el caso que nos ocupa, esta estampa:


Como puede apreciarse, la alegoría es clara, pero por supuesto; para todo aquel que de verdad quiera verla, que tenga ojos con dos pupilas y no ojos ciegos bien abiertos.
El Indio comienza mencionando al símbolo del cristianismo por excelencia: la cruz (al símbolo del cristianismo ya adoptado como religión oficial del Imperio Romano y tal como lo conocemos hoy en día, quiero decir; porque en realidad, el símbolo original del cristianismo era el pez, no sólo por el acrónimo ichtus representativo en griego de Jesucristo Hijo de Dios Redentor; sino también porque los primeros cristianos eran pescadores de Galilea) y citando a la luz que emana de ella (el pez, oculto en el agua, necesitaba ser pescado para alimentar al pescador, del mismo modo que iconizaba la verdad que debía salir a la luz para iluminar a los creyentes), a la cual define como "la luz que los ciegos ven"; aludiendo con ello al refugio que la mayoría de las personas encuentran en la fe religiosa. Y compara eso con un esplendor que nos encandila a quienes no poseemos esa fe ("hiere nuestros ojos", "no deja mirar"), y que nos impide el consuelo ("y no hay alivio") que da esa fe que sí tienen otros. Esos mismos otros, son los que "sonríen todo el tiempo y se hacen ver por lo felices que están de sonreir".
Y se viene una fina sutileza solariana de esas que tanto deleitan nuestros sentidos: la metáfora del "ladrón" que está "en esa cruz", recurriendo a la alusión implícita al bíblico ladrón bueno que fue crucificado junto a otro ladrón, pero malo, y a Cristo. Del ladrón bueno, Dimas, dice (si no me falla la memoria) el evangelio según san Lucas  que fue con Jesús al paraíso, y de allí lo de "actúa en la eternidad" que pone el Indio.
Después tenemos a un "vos", uno que está "tan ciego", que "juega al mercader" y que "ríe en esa estafa sin pestañar". Muchos se han empeñado en ver en esa estrofa un sablazo solariano a la iglesia católica. Esas frases no son una crítica a la iglesia ni a nadie en especial; sino que son representativas de la sana envidia que siente por aquel (ese vos) que a diferencia de él; sí tiene fe, y que descansando en ella, puede darse el lujo de despreocuparse del dilema de la vida eterna, ya que está convencido, en razón de esa fe que profesa, que sí la hay después de la muerte. 
Por eso, ese vos, encima; puede pararse "al borde del camino jodiendo sin flaquear" (no como a Pedro, que según san Mateo, cuando Jesús le ordenó caminar sobre el agua; empezó a hundirse porque le falló la fe). Quienes -como le ocurre a Solari- somos agnósticos, no podemos permitirnos el no flaquear; ya que al carecer de fe, la cuestión de la vida eterna se nos representa como algo en lo que no nos es dable creer.
Y ese dilema es la otra "cruz", esa que "me toca a mí" que se menciona a continuación; y que no es otra cosa que la duda maldita que nos acompaña siempre a los agnósticos y que cargamos como una cruz.
El perfume de la tempestad es un disco eminentemente intimista y como tal, todo en él es autorreferencial. En ese contexto, el "amor" que "una vez más" lo "salva" y al que le pide que lo bese "justo antes de que mis ojos se cierren al final"; es su mujer, Virginia. Es ella la que deberá arrastrar la cruz que le toca: vivir sin él después que Solari se muera ("Y esa otra cruz te toca a vos! Hacer como que no estoy!").
Por su parte, el Indio al morir, como no creyente en una vida eterna, en una vida después de la muerte; tendrá que "bailar sobre sus huesos" y "cambiar de estrella cantando", es decir, pasará a otra dimensión; pero ya no como una consciencia individual.
Solari (y como él, todos aquellos que somos agnósticos), está convencido de eso, aunque... otra vez la maldita duda que llevamos como una cruz: ¿Y si terminara resultando que sí hay una vida eterna? Y sí, che, podría ser...
Porque después de todo, no deberíamos olvidar que "nunca se sabe, puede suceder... que la vida no termine nunca más".
En fin, dijo Serafín...

ENLACE A "NO ES DIOS TODO LO QUE RELUCE" EN YOU TUBE

-Juan Carlos Serqueiros-