domingo, 17 de abril de 2016

TANGO TO ÉVORA. HISTORIA DE UNA MILONGA CELTA




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Llueve... llueve en el suburbio / y aquí, solo en esta pieza, / va subiendo a mi cabeza / una extraña evocación. (Enrique Cadícamo)

Seguramente no sorprenderé a nadie si afirmo que Loreena McKennitt (n. 17.02.1957, Morden, Canadá) es uno de esos genios que surgen providencialmente muy de cuando en cuando, para contribuir con su música a hacernos más soportable y llevadera esta existencia; porque al fin y al cabo, como enunció Friedrich Nietzsche: “sin música, la vida sería un error” (a mí me parece que no, mi querido don Federico; creo que más allá de que sea con música o sin ella; como estipuló Cátulo Castillo, “la vida es una herida absurda”).
En los 70 llamábamos –tal vez con excesiva presuntuosidad– "progresiva” a la música que, sin encasillarse en ningún género (la universalidad era el único dogma que reconocía) y partiendo de estructuras simples; evolucionaba, progresaba, hasta lograr texturas muchísimo más elaboradas y complejas. Pues bien, la música de Loreena McKennitt es exactamente eso: progresiva, porque parte del folclore celta para ir enriqueciéndolo con aportes pluriculturales que surgen de sus propias inquietudes e investigaciones que la han llevado a recorrer toda Europa y aún Oriente, en procura de arribar (¿o volver?) a la universalidad musical, que para ella, se explica desde la diáspora celta en la remota antigüedad.


Así, pues, su música no emerge solamente de un proceso creativo surgido de la inspiración (laberinto siempre inextricable; aún a pesar de empeños literarios muy meritorios -como por ejemplo, el de Stefan Zweig en La pasión creadora- en pos de comprenderlo y enunciarlo), sino que implica, además; un notable esfuerzo intelectual y una energía espiritual que no conoce de desmayos.
En 1991 editó su cuarto disco: The Visit, un álbum conceptual en el cual buscó transmitir lo precedentemente enunciado. La idea fuerza del disco le nació a partir de su asistencia a un evento que tuvo lugar en el Palazzo Grassi, en Venecia, que consistía en una muestra de la cultura celta que llevó por nombre Los celtas. La primera Europa, y se abrió el 24 de marzo para clausurarse el 8 de diciembre de aquel año. El contemplar objetos de arte celta traídos desde Ucrania, Hungría, España e incluso países del Asia Menor, significó para Loreena McKennitt una revelación, una epifanía. En sus propias palabras: 
“Hasta que fui a esa exposición, yo creía que los celtas provenían sólo de Irlanda, Escocia, Gales y Bretaña. Era como haber pensado siempre que en tu familia sólo existen tus padres y hermanos, para de pronto darte cuenta de que hay toda una parte de historia que es una extensión de lo que eres tú. Me sentí entusiasmada y quise saber más, por eso emprendí viaje a aquellos territorios. Esa exposición de Venecia fue para mí como una puerta que, al abrirla, me conduciría al pasado”.
Y la portada del disco, ilustra precisamente esa última frase:


La artista se refirió a The Visit de este modo: 
“Desde hace mucho tiempo considero a los impulsos creativos como una visita, una especie de bendición, quizá no tan impuesta o poseída, como esperada, para la que me preparo. Una especie, también, de misterio. Este disco se esfuerza por explorar algo de ese misterio”.
El álbum contiene nueve temas. El primero, All Souls Night, conjuga elementos de las mitologías celta y japonesa. Está referido a la vigilia de la Noche de Todos los Santos, que es la del 31 de octubre al 1 de noviembre, en que se celebraba la festividad celta de Samhain. La autora la explicó así:
“Esta pieza está inspirada por las imágenes e íconos de una tradición japonesa que consiste en encender antorchas a lo largo de los ríos que desembocan en el mar, a veces en pequeños botes, con el fin de celebrar las almas de los que nos dejan; al igual que las imágenes e íconos de las celebraciones celtas de La Noche de Todos los Santos, durante las cuales se encienden enormes fogatas no sólo para marcar el comienzo del nuevo año, sino para calentar las almas de los que se van”.
El segundo, Bonny Portmore, es una balada tradicional en la cual la temática de la letra gira en torno a un sentido lamento por la depredación que significó la tala indiscriminada de los robledales de Irlanda que llevaron a cabo los ingleses para construir barcos. En la canción se homenajea a un roble centenario que se alza en los terrenos en que está situado el castillo de Portmore.
El tercer tema, Between The Shadows, es instrumental y hay en él un regalo extra para los oídos: el notable lucimiento, tanto del arpa de Loreena McKennitt como del violín de uno de los excelentes músicos que la acompañan: Hugh Marsh.
El track N° 4, The Lady of Shalott, es el que la artista consideró como central o principal, por decirlo así, del álbum (y el público lo ha confirmado evidenciando una masiva preferencia por el mismo). 
En los magistrales versos del insigne poeta Alfred Tennyson se narra la leyenda artúrica de Elena, la Dama de Shalott quien, enamorada de Lancelot, violó la prohibición de mirar hacia Camelot; versos esos los cuales Loreena McKennitt musicalizó con una melodía arrobadora.
El quinto tema es la popular canción Greensleeves, que la tradición inglesa adjudica a Enrique VIII haber compuesto.
Lo cual, dicho sea de paso, no se ha podido demostrar, y en cambio; lo que sí pudo determinarse con certeza, es la existencia de al menos un plagio entre las piezas musicales que ese monarca de la dinastía Tudor consignó como compuestas por él: se atribuyó la autoría de Gentil prince de renom; pero se descubrió un manuscrito veneciano conteniendo precisamente esa pieza musical, fechado en 1501, cuando Enrique VIII contaba sólo 10 años y obviamente, a esa edad no podía haberla compuesto.
De todas maneras, en el disco, la autoría es otorgada a Enrique VIII: “and featuring evocative lyrics by Tennyson, Shakespeare, Henry VIII and the artist herself”, reza una frase en el texto descriptivo en general del álbum (negrita y subrayado míos).
El séptimo track, Courtyard Lullaby, es, bajo la excusa de una bellísima canción de cuna; una revelación surgida de algo que no sabemos cómo funciona, pero que siempre está ahí, y en ocasiones que se nos antojan mágicas, se manifiesta: la memoria ancestral; un revival de los tiempos pretéritos. Al respecto, nos dice la artista: 
“Las fotografías que aparecen en el librillo que acompaña al disco fueron tomadas en Quinta das Torres, una casa de campo del siglo XVI situada cerca de Azeitão, en Portugal, donde la fotógrafa Elisabeth Feryn y yo pasamos una semana. Dentro de ella había un patio, marcado en cada esquina por naranjos. El lugar me recordaba a los tapices de Unicornios que cuelgan de las paredes del museo The Cloisters en la ciudad de Nueva York. Los tapices estaban repletos de íconos térreos precristianos, que describían el misterioso ciclo de la vida y la muerte de las estaciones. Fue en el patio de Quinta das Torres donde concebí esta pieza”.
La octava pista del disco, The Old Ways, es decir, Las antiguas costumbres, surgió de la evocación de una noche de Año Nuevo que Loreena McKennitt había pasado en Doolin, Irlanda, en la cual hubo de perder un amor junto al mar, todo ello enmarcado en una geografía imponente, mágica y ensoñadora: los acantilados de Moher. La artista nos lo relata de este modo: 
“Las atronadoras olas están llamándome hacia tu hogar, el mar está golpeando, llamándome hacia tu hogar. En la oscura noche de Fin de Año, en la costa oriental de Clare, escuché tu cantarina voz, tus ojos bailaban al son de la canción, tus manos tocaban la melodía, era una visión anterior a la mía. Dejamos la música atrás y el baile continuaba, como si nos hubieran arrastrado hacia la playa. Olíamos a salmuera, sintiendo el viento en nuestros cabellos y con tristeza te detuviste. De repente, supe que tenía que marcharse, mi mundo no era el suyo, sus ojos me lo decían, sin embargo fue allí donde sentí la encrucijada del tiempo y me pregunté por qué… Fijamos nuestra mirada sobre el rompiente mar, una visión cayó sobre mí, de poderosos cascos y batir de alas desde la bóveda celeste. En cuanto pude volver a oír, escuché tu voz llamándome, eras como un pájaro enjaulado extendiendo sus alas para echar a volar. ‘Las viejas costumbres se pierden’, cantaba mientras volaba, y me pregunté por qué…”.
Y así, en este trip que hemos emprendido juntos, estimado lector, llegamos a la última pista, la N° 9: Cymbeline. Para este tema, Loreena McKennitt musicalizó uno de los monólogos del drama escrito por Shakespeare, basado en la historia del rey celta de Britania, Cunobelinus, en el año 13, en tiempos en que los britanos (sí, britanos, de Britania, en la actual Inglaterra; no bretones, de Bretaña, en las Galias, actual Francia; lo aclaro porque es un error común confundir Britania con Bretaña y britanos con bretones) defendían tenazmente su independencia, otra vez amenazada por una invasión de los romanos.
Y ya habrá notado usted que me he salteado el track N° 6 del disco. Pues bien, se trató de una omisión voluntaria, lo he hecho así adrede; porque considero que el tema en cuestión, titulado Tango to Évora, merece largamente un párrafo aparte.
En primer lugar, tiene una interesante y rica historia; ya que Loreena McKennitt lo había concebido en 1990 para que fuera la música de apertura y cierre de un documental referido a las persecuciones, procesos, torturas y quemas en la hoguera a las acusadas de brujería por la iglesia cristiana (en Évora había existido un tribunal de la Inquisición): The Burning Times, dirigido por Donna Read, con guión de Erna Buffie, que formó parte, junto a otros dos: Goddess Remembered y The Circle, de la trilogía histórica, antropológica, cultural y feminista Women and Spirituality, auspiciada y distribuida por The National Film Board of Canada.


A través de este ENLACE, puede verse el inicio del documental y escuchar a Loreena McKennitt interpretar esta pieza tal como la había compuesto originalmente, antes de los arreglos y modificaciones que le introduciría después, al grabarla nuevamente; pero para el disco The Visit.
La artista quiso en ella homenajear a Évora, la ciudad portuguesa que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad, y que encierra más de dos milenios de historia (además de una prehistoria extendida durante un lapso acerca del cual todavía no hay acuerdo entre las distintas opiniones y posturas científicas; pero en cualquier caso puede convenirse en que se remonta al Neolítico final, lo que surge de los monumentos megalíticos erigidos por asentamientos tribales celtas). Con ese cometido, solicitó al National Film Board of Canada, poseedor de los derechos exclusivos de Tango to Évora, que liberase la pieza, lo cual le fue concedido, y consecuentemente, la canción fue incluida en The Visit.


Ignoro si se deberá a mi remota ascendencia celtíbera en tanto gallega, que al escuchar por vez primera Tango to Évora (que no es propiamente un tango, como reza su título; sino una milonga, como podemos percibir nítida y claramente aquellos quienes hemos tenido el privilegio de nacer en este suelo rioplatense) se habrá disparado en mí el arcano proceso de memoria ancestral al que me refería antes, o a qué motivos, causas o factores obedecerá la cosa; pero lo real y concreto es que esa canción impacta de tal forma en mis sentidos, que hasta ocasiones hay en las que oírla me provoca un goce inenarrable, un estado de armonía plena que raya en lo místico (¡a mí, que carezco de fe religiosa!). Esa melodía ensoñadora, fascinante, misteriosa hasta lo inefable, de dulce e infinita melancolía y que se replica en el tarareo de Loreena McKennitt ensamblando con asombrosa perfección su voz con las notas que brotan del arpa y el violín, me parece tan sublime como otras piezas musicales que, al igual que esa, trabajan planos muy altos de mi psique, tales como Claro de luna, de Ludwig van Beethoven; Czardas, de Vittorio Monti; Coro Final de la Pasión según San Mateo, de Johann Sebastian Bach; Oblivion, de Astor Piazzolla; Fantaisie Impromptu, de Frédéric Chopin; Woman, de Rudolf Schenker y Klaus Meine; La Bohème, de Charles Aznavour y Jacques Plante; Imagine, de John Lennon; y Responso, de Aníbal Troilo, por ejemplo y entre otras…
Mire, basta de palabrerío; mejor hágale un favor a su alma: escúchela y disfrute.


Ah, y no se olvide de agradecer a Loreena McKennitt tanta magia. ¡Hasta la próxima!

-Juan Carlos Serqueiros-