lunes, 10 de noviembre de 2025

SIN ENGAÑARNOS, SIN MENTIRNOS


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Aquella era "la costa de la invasión", la misma en la que Julio César había desembarcado cincuenta y cinco años antes del nacimiento de Cristo. ¡Entonces no existía la Navidad! Él también había sido asesinado, y por su propia gente, a quienes conocía y en quienes confiaba desde hacía años.
Once siglos después, Guillermo I de Inglaterra había desembarcado con sus caballeros y arqueros y matado al rey Harold en Hastings, un poco más allá en aquella costa. De algún modo, Mariah estaba ligeramente satisfecha de que César hubiera llegado hasta allí. Roma era entonces el centro del mundo, e Inglaterra se enorgullecía de formar parte de ese imperio. Sin embargo, la invasión de Guillermo el Conquistador todavía dolía, lo cual era una tontería, ¡porque había sucedido hacía casi mil años! Pero aquella fue la última vez que Inglaterra fue conquistada, y esa idea le molestaba.
La armada del rey Felipe II de España probablemente también habría desembarcado allí, si el viento no la hubiera destruido. Igual que Napoleón Bonaparte. En lugar de eso él prefirió irse a Rusia, lo cual resultó ser una mala idea. (Anne Perry, "Una visita navideña a Romney Marshes").

Transcribí ese párrafo del relato corto de la Perry para poner en evidencia algo que es característico en los británicos: viven procurando por todos los medios a su alcance que los restantes pueblos de la humanidad, en especial los más jóvenes, desconozcan su pasado y lo que los llevó a ser países independientes; pero en lo que toca a su propia historia, ah, en eso jamás se mienten a sí mismos.
Por más que a Guillermo el Conquistador lo llamen "Guillermo I de Inglaterra" (que lo fue en realidad, porque así se auto tituló luego de invadirlos, conquistarlos, matar a su monarca e imponerles su propio reinado); los británicos saben muy bien que sucumbieron ante los normandos tal como mucho antes, en el siglo I d.C., lo habían hecho ante el emperador romano Claudio. También saben que se salvaron de ser vencidos y conquistados por Felipe II, a causa de las tempestades que destruyeron las naves de éste, que lo de la "Armada Invencible que derrotamos" es una burda patraña, que la flota nunca llevó tal nombre sino el de "Grande y Felicísima Armada", que no la vencieron ellos con sus barcos ni ninguno de todos los falsos héroes que se inventaron para armar esa mentira y difundirla al mundo todo; sino los elementos de la naturaleza desbocados, y que sólo a esa circunstancia deben el no haber sido uno más de los reinos del imperio español. Mentira esa que, por otra parte, les robaron a los holandeses, que son los que forjaron la leyenda negra española. Así también como son perfectamente conscientes los británicos de que se libraron de ser arrasados por Napoleón sólo porque a éste se le ocurrió emprender la campaña a Rusia. Y por supuesto, saben con certeza absoluta que nos ganaron a los argentinos en Malvinas por la ayuda de la tiranía militar chilena. A punto tal, que cuando al fin nosotros escribamos nuestra propia historia de esa guerra, no nos quedará más arbitrio que buscar los documentos en Inglaterra, tal como ocurrió cuando Saldías escribió la historia de Rosas.
Recordémoslo: los ingleses viven mintiéndoles a los demás, pero jamás se mienten a sí mismos, al punto de que gastaron £ 3,5 millones en descubrir, exhumar, identificar y re enterrar los restos de Ricardo III, por citar un ejemplo (con lo cual, de paso, demostraron acabadamente que no consideran al último de los Plantagenet un “rey maldito”, un tirano deforme y cruel como lo reputaron Tomás Moro y William Shakespeare). Y obviamente, no por nada la BBC de Londres es, sin disputa, el medio más independiente del mundo.
Personalmente, muy lejos estoy de odiar a Inglaterra y los ingleses, pues no puedo odiar en bloque a ninguna nación del mundo; pero lo que sí odio es el imperialismo, sea inglés, norteamericano o el que fuese, tanto como odio a los "argentinos" cipayos que lo sirven y se benefician de él comiendo las migas que les caen del mantel.
Por lo demás y sin que implique contradicción; admiro ciertos aspectos de los británicos, entre ellos, esa virtud de no mentirse a sí mismos. Ya quisiera yo que los argentinos hiciésemos lo propio con nuestra historia: que la aprendamos de verdad y la aceptemos tal cual fue, sin engañarnos, sin mentirnos y sin perpetuar odios pretéritos.

-Juan Carlos Serqueiros-