martes, 12 de septiembre de 2023

UN SUBMARINO NORTEAMERICANO DE 1864




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Conocer la historia y aprehenderla nos posibilita, entre otras cosas, distinguir entre nacionalidades consolidadas, que por ejemplo, se ocupan de recuperar un submarino perdido ciento treinta y seis años antes, de establecer las identidades de sus tripulantes, y de rendirles homenaje póstumo a éstos; y nacionalidades no consolidadas, que no se conmueven ni ante un submarino perdido hace seis años y no se inquietan con un “gobierno” que no se dignó ni siquiera a informarles quiénes lo tripulaban. Mire si no:
Durante la guerra civil estadounidense, norteños y sureños estuvieron empeñados en la construcción de submarinos. La mayoría de las experiencias resultaron fallidas, pero el 17 de febrero de 1864, un submarino (llamémoslo así, a pesar de que en esa época aún no se utilizaba dicha palabra) de la armada sureña logró hundir un buque norteño frente a la costa de Charleston.
Ese submarino se llamaba CSS H. L. Hunley, en honor de quien lo había desarrollado: el oficial de la marina confederada Horace Lawson Hunley (dicho sea de paso, se trató de un homenaje post mortem, ya que Hunley había muerto tras dos intentos infructuosos -más precisamente, durante el segundo de ellos- de hacer funcionar el semi sumergible que había concebido).
Estaba construido en hierro, tenía forma oblonga y exhibía sorprendentes detalles aerodinámicos (por ejemplo: hasta habían tenido el cuidado de esmerilar al máximo los remaches, casi al ras de las planchas de hierro, para que ofrecieran menos resistencia en el agua). Se movilizaba mediante tracción a sangre (a sangre humana: sus tripulantes daban vueltas a una manivela que hacía girar la hélice que lo propulsaba, esfuerzo físico que obligaba a que la tripulación se integrara con hombres muy fornidos y resistentes a la fatiga). Medía 12 m. de largo total y tenía (obviamente, dada la tecnología de la época) escasa autonomía de oxígeno en estado sumergido, y por tal razón sus inmersiones debían necesariamente ser muy cortas y a escasa profundidad (navegaba apenas por debajo de la superficie, semi sumergido, y en ese estado, afloraba del agua la torre con la escotilla, haciéndolo visible cuando se aproximaba a un barco enemigo; por lo cual los ataques debían realizarse de noche, de modo de dificultar su detección por parte de los vigías de los barcos que pretendía atacar, tal como puede apreciarse en la imagen que oficia de portada en este artículo). Cuando se sumergía, una simple vela de cera encendida en su interior, permitía a sus tripulantes evaluar qué cantidad de oxígeno les quedaba, antes que el pabilo de la vela se apagase por su falta y tuvieran necesariamente que arrojar el lastre para emerger, de modo de no morir por carencia de aire.
En la noche del 17 de febrero de 1864 (noche de luna llena), el CSS Hunley, perteneciente al ejército confederado, atacó, frente a la costa de Charleston, estado de Carolina del Sur, a un buque del ejército de la Unión, el SS Housatonic, que estaba a 4 millas de la costa, y logró hundirlo mediante el impacto de una mina que el submarino llevaba adosada a una larguísima pértiga situada en su trompa. Pero los efectos de la explosión de la mina, además de conseguir el hundimiento de la nave norteña; también provocaron el del Hunley, cuyos tripulantes perecieron todos.
En 1995, luego de estudios y rastreos con equipos altamente sofisticados y con la técnica del sonar, se logró ubicar al submarino hundido y casi totalmente enterrado en un fondo lodoso. Cinco años más tarde, luego de costosísimas y trabajosas operaciones, se logró extraerlo y subirlo a la superficie para luego trasladarlo a la ciudad de Charleston. Aquí el enlace al video de la operación de rescate del submarino:


Y preste atención a esto que se muestra en el video siguiente (y que a mí me encantó y llenó de envidia, dicho sea de paso). Es cuando ya extraído del lecho marino, lo llevan a puerto. Observe, amigo lector cómo se le rinde homenaje, con toda la gente uniformada de época... Igual que nosotros los argentinos con nuestros soldados de Malvinas, ¿no? Igualito. Mire, odio el imperialismo de los yanquis y el de sus "padres" los ingleses, pero ese "sano odio” no me impide admirarlos y hasta envidiarles el patriotismo que evidencian en cosas como esta. Y eso que aún no sabían que los esqueletos de los tripulantes estaban dentro; hasta ese momento, para ellos se trataba "solamente" de la recuperación de un submarino de la guerra civil. Si hubieran sabido que los restos de los tripulantes estaban a bordo, seguramente la recepción hubiera sido apoteótica: 


Una vez que lograron extraer el Hunley del sitio donde estaba hundido, lo trasladaron a un complejo en Charleston, a fin de iniciar las tareas de preservación de la nave. Cuando limpiaron el submarino y lograron abrir la escotilla para acceder a su interior, se encontraron con los esqueletos de sus ocho tripulantes, ¡todos y cada uno de ellos "sentados" en sus puestos! Pese a los estudios y esfuerzos realizados, no pudo determinarse cuál fue la causa de su muerte, es decir, si los mató la onda expansiva de la mina que hundió el barco enemigo (lo más probable) o la falta de oxígeno (recordemos que la nave sólo podía permanecer sumergida totalmente muy pocos minutos, ya que no contaba con sistema de aire) o, si una vez hundido el submarino por la onda expansiva de la explosión de la mina, sus tripulantes decidieron abrir una válvula para que el mismo se llene de agua, de manera de morir rápidamente ahogados en lugar de perecer más lentamente por falta de oxígeno. Sea cual hubiera sido la causa de la muerte, lo real y concreto es que los ocho se mantuvieron en sus puestos, sentados, hasta morir. Y así se encontraron sus esqueletos ciento treinta y seis años después.
Luego de una minuciosa y exhaustiva investigación en la documentación de la época (registros y crónicas del ejército confederado) pudo determinarse con exactitud que la tripulación del CSS Hunley estaba integrada por: George Dixon (teniente), que estaba al mando del submarino; Arnold Becker; J. F. (se ignoran los nombres a los que correspondían estas iniciales) Carlsen; Frank Collins; James Wicks; Joseph Ridgaway; Lumpkin (se ignora su nombre de pila) y Miller (ídem). Y después, a partir de los cráneos de los ocho tripulantes, un equipo de forenses y antropólogos reconstruyó sus características faciales, y así se pudieron establecer con bastante aproximación cómo eran los rostros que en vida tendrían, y así, construyeron los mismos en material sintético.
Ya se había entonces logrado hasta allí: ubicar el sitio donde estaba hundido el submarino, extraerlo, quitarle el óxido que lo cubría y preservarlo para el futuro, encontrar los restos de sus tripulantes, identificar sus filiaciones personales y sus rangos, es decir; una tarea titánica y altamente eficaz, en tiempo record. Pero faltaba aún la cereza del postre: el equipo de investigadores pudo además determinar cuál de los ocho esqueletos correspondía a quien comandaba el submarino, es decir, el teniente George Dixon. Pudieron hacerlo merced a la investigación llevada a cabo por los historiadores del equipo, ayudados por una circunstancia fortuita: el hallazgo de una moneda de oro de 20 dólares que se encontraba junto a uno de los esqueletos. Hasta allí, se suponía que el hallado en el puesto individual (que seguramente sería el de mando), era el que debía pertenecer a quien comandaba el submarino, pero ¿cómo afirmarlo con certeza, con rigor histórico y más allá de toda duda? Se buscó afanosamente en los registros y crónicas militares, se recurrió a testimonios de antiguos pobladores de Charleston descendientes de combatientes de la guerra civil, y por fin; se tuvo acceso a una historia familiar transmitida de generación en generación y asentada incluso en diarios personales: Cuando estalló la guerra civil entre norte y sur, George Dixon fue de los primeros en enrolarse en el ejército confederado. Su novia y prometida, Queenie Bennet, le obsequió a Dixon a modo de amuleto, una moneda de oro de 20 dólares para que la suerte lo acompañase en la guerra. Esa moneda fue precisamente la que se encontró junto a su esqueleto. Pero la moneda tenía aún más historia para develar: dos años antes de participar en la acción naval que condujo a la voladura del buque unionista, George Dixon había tomado parte en la batalla de Shiloh, que tuvo lugar el 6 de abril de 1862. En esa lid salvó su vida de milagro gracias a la moneda que le había obsequiado su novia: una bala norteña, destinada a perforarle el pecho, resultó frenada por la moneda que llevaba en un bolsillo interior de su uniforme, junto al corazón. Al día siguiente a la batalla, Dixon hizo grabar por un joyero, en la cara en que estaban el águila norteamericana y el valor de 20 dólares, una inscripción que decía: April 6th 1862 My life Preserver G.E.D., recordando el hecho que salvó su vida. Todo esto está perfectamente documentado en las crónicas de la Guerra de Secesión, y esos datos fueron los que posibilitaron individualizar cuál de los ocho esqueletos era el de Dixon. Posteriormente, una vez que fueron ubicados descendientes suyos, mediante los estudios de ADN pudo confirmarse que efectivamente, los restos mortales eran de Dixon. La moneda se encuentra también exhibida en el museo dedicado al CSS Hunley, conserva la inscripción que le hizo tallar Dixon en 1862, y en ella puede apreciarse el impacto de la bala.
En 2004 se inhumaron en el cementerio de Charleston, con honores militares de guerra, los restos de los ocho tripulantes del CSS Hunley en una ceremonia con masiva concurrencia de público, designada como el Último Funeral Confederado.
Todavía en la actualidad, científicos, historiadores y forenses norteamericanos continúan trabajando, tanto en completar los datos que faltan sobre algunos de los tripulantes del Hunley, como así también en identificar qué esqueleto corresponde a cada uno de ellos, a través de la técnica de ADN, comparando el de los restos con los que se extraigan de eventuales descendientes que se vayan localizando.
A continuación, le dejo otros dos videos:



Reitero: odio el imperialismo, pero pensemos aunque sea un instante: ¿no será la manera de liberarnos de su yugo tomar buena nota del nacionalismo que tienen los países que lo ejercen? No aliento a que copiemos nada, porque no me guía ninguna emulación servil, al contrario; pero ¡carajo!, ¿no va siendo hora de destinar recursos y esfuerzos al estudio EN SERIO de nuestro pasado, tal como lo hacen todas las naciones del mundo? No, perdón, me corrijo: todas… no; sino sólo las que tienen arraigado el concepto de ser tales.
Digo, por ejemplo, ¿cuántos argentinos saben que producida la Revolución de Mayo, la Junta encaró la construcción de un submarino para atacar los barcos realistas que estaban en Montevideo, a instancias de un norteamericano: Samuel William Taber, que ni bien llegado a Buenos Aires se puso al servicio del gobierno? ¿Cuántos historiadores hicieron el esfuerzo de investigar eso? Pocos, poquísimos. ¿Qué recursos se destinaron a ubicar y tratar de extraer de las aguas la embarcación construida por Taber que se supone hundida en la Ensenada de Barragán? Ninguno.
Otra: hará unos quince años o cosa así, viajaba desde Córdoba hacia Tucumán, y se me ocurrió entrar al paraje de Barranca Yaco para mostrarle a mi hija menor el sitio en que había sido asesinado Facundo Quiroga. ¿Cómo cree usted que estaba el lugar? Imagine lo peor y acertará: abandonado por completo, tapado por los yuyos, mugre, papeles, botellas, latas y desechos por todo el sitio, hasta excrementos y preservativos.
Y de esas tengo mil, pero mejor no sigo, porque me va a sangrar la úlcera.
¿No sería hora de que nos decidiéramos de una buena vez a inculcar en nuestros niños y jóvenes la afición a y el interés por, nuestra historia, de modo de conocer exhaustivamente nuestro pasado? (lo cual nos llevará de suyo a saber por qué tenemos el presente que tenemos, y de paso; el mejor modo de encarar nuestro futuro como nación). Ya transcurridos dos siglos desde nuestra independencia, ¿por qué no empezamos a ocuparnos de lo que importa: nuestra historia? ¿Será mucho pedir, me cago en nuestra desidia?
Quien ignora de dónde viene, difícilmente tenga claro a dónde quiere ir.

-Juan Carlos Serqueiros-