domingo, 25 de julio de 2021

ENCUENTRO DE ARTIGAS Y PAZ EN EL PARAGUAY


















Quiero compartir un interesante (interesante para quienes gustamos del estudio de la historia, claro) opúsculo del periódico montevideano El Nacional, en su edición del 25 de setiembre de 1884, referido al encuentro que en 1846 mantuvieron en el Paraguay los generales José Artigas (exiliado allí desde 1820), y José María Paz. 
Particularmente, no han dejado de extrañarme algunas cosas, como por ejemplo, la mención que hace Artigas de José Miguel Carrera a quien en 1819 reputaba como enemigo, lo sabía integrante de la gavilla de Alvear, le achacaba connivencia con los portugueses, ordenaba que si Carrera saliese p.a fuera delaPlaza (o sea, si abandonase Montevideo), se lo mandaran para escarmentarlo (es decir, fusilarlo), y alertaba a quien por entonces era uno de sus tenientes, Francisco Pancho Ramírez, acerca de la posibilidad de que el chileno pasara a Entre Ríos— y sus hermanos. ¿Habrá dicho efectivamente eso el oriental sobre los Carrera, o se trató de algo que agregó de su propia cosecha Uvano Cloni (que dicho sea de paso, se demuestra como tan enconadamente denostador de Pueyrredón, que hasta le atribuye a éste el fusilamiento de los hermanos Carrera incluido el de José Miguel, que se produjo en 1821, cuando hacía ya dos años que Pueyrredón había dejado de ser Director Supremo—)?
Asimismo, estimo pertinente hacer notar que Paz, en sus Memorias, publicadas en 1855, se refiere sucintamente a su entrevista con Artigas de este modo:
El año 1846 he conocido al anciano Artigas en el Paraguay después de 26 años de detención ya voluntaria, ya involuntaria, y de donde es probable que no salga más. Tiene más de 80 años de edad, pero monta a caballo y goza de tal cual salud. Sin embargo, sus facultades intelectuales se resienten sea de la edad, sea de la paralización física y moral en que lo constituyó el doctor Francia, secuestrándolo de todo comercio humano y relegándolo al remotísimo pueblo de Curuguaty; el actual gobierno lo ha hecho traer a la capital, donde vive más pasablemente. Su método de vida, sus hábitos y sus maneras son aún las de un hombre de campo.
Es decir, Paz no menciona ningún comentario sobre los Carrera que haya podido hacerle Artigas, al contrario; lo considera a éste presa de la demencia senil o por lo menos, con sus facultades mentales alteradas por el prolongado confinamiento en Guruguaty al que lo había sometido el dictador Francia.
En fin... cada quien sacará sus propias conclusiones; por mi parte, me hallo inclinado a inferir que la mención a los Carrera no existió más que en la cabeza de Cloni.
A continuación transcribo completo el artículo (textual, sin correcciones y tal como fue publicado en el periódico, con las reglas, usos y costumbres ortográficos y de sintaxis de la época).

-Juan Carlos Serqueiros-

 
   ENTREVISTA DEL GENERAL PAZ CON EL GENERAL ARTIGAS EN PARAGUAY *

Era un hermoso dia de primavera, de la sexta década del presente siglo, no podemos precisar el dia, ni el año; pero fué por aquel tiempo en que, para eterno arrepentimiento, leccion y ejemplo, encontrábanse á cada paso escombros y ruinas, en el camino de esta ciudad á la Union; y que producian un efecto penosísimo en el ánimo de los viajeros, al recordar éstos que aquellos sitios yermos y solitarios entonces, habian sido en otra época el asiento, sino de un pujante imperio, de una población laboriosa y floreciente; mientras que por aquel tiempo, sombras funerarias, de millares de victimas, parecia que giraban en torno de aquellas ruinas... En uno de los "Omnibus" que salió en aquel dia, á eso de la una ó dos de la tarde, tomó en el pasaje el que estos mal aliñados renglones escribe. A poco andar notó éste que dentro de aquel mismo carruaje, iban, entre otros pasajeros, dos personas muy distinguidas. En el momento que se preguntaba á sí mismo, ¿quién serán estos dos señores? uno de ellos, aquel que con su brazo izquierdo tocaba su brazo derecho, le dirije la palabra al otro, que le quedaba vis á vis, como obedeciendo á un deber de urbanidad, preguntándole: ¿es usted el señor don Justiniano Pérez? —Si señor— le contestó éste. —¿Y podré sabér á mi vez con quien tengo el honor de hablar? —Porque nó? Soy el general Paz. En seguida se dieron la mano.
Señor Pérez, dijo el general Paz, creo que lo más agradable que podré decir á usted, es darle noticias del General Artigas. Efectivamente, repuso el primero, tendré gran satisfaccion en oírle. Después que terminé, dijo el general Paz, los asuntos que me llevaron al Paraguay, hace poco tiempo, creí que era de mi deber no salir aquel pais, sin ir ántes á saludar y ofrecerle mis servicios al General Artigas. Tomé informes y fui en efecto á visitarlo á su residencia. Me encontré con un hombre verdaderamente anciano; pero en quien existía el mas puro y sublime amor por su patria... Sólo tenia en su compaña un negro, tambien anciano, que le acompañaba desde tiempos remotos, y que me pareció ser oriundo de este pais.
Este negro hacia las veces de mucamo, cocinero, caballerizo y asistente del General, acompañándolo cada vez que salia á paseo. A penas me habia revelado, á aquel verable anciano, cuando, entusiasmado, me acedió con preguntas. ¡Con que atención oia, media y pesaba mis palabras! Era una cosa verdaderamente edificante el ver la animacion y rejuvenecimiento que recobraban de hito en hito aquel rostro y aquellos ojos. Parecia que concentraba todas sus fuerzas vitales en el sitio de la inteligencia, para manifestarme su angustia y su profunda tristeza por el estado de guerra en que se hallaban en aquel momento sus compatriotas.
¿Será posible, me decia, que no puedan entenderse unos con otros, los Orientales? ¡Oh esto es horrendo! Me ha dicho usted, General Paz, que hay estrangeros con unos y con otros. Está bien. Pero, ¿cómo es que se entienden con éstos, y no se entiendan con los suyos propios?... Para el General Artigas este punto era una cosa inconcebible, un misterio, una aberracion. El no podia esplicarse como podían los Orientales con el ejemplo de la alianza de los Scitas con los Romanos y la de los Lascaltecas con Hernán Cortés, aliarse á estrangeros ambiciosos de su patria, y relativamente mas fuertes, para hacerse la guerra.
Esto, General Paz, me desorienta, me entristece y me acibara la vida, á punto de preferir la muerte aquí, á vivir en mi tierra. Por otra parte, yo le he prometido al General Francia, mi palabra de honor, de no salir del Paraguay. Su gobierno ha tenido conmigo todo género de atenciones y hasta la de acordarme una pension.
Felizmente hoy no la necesito porque con los productos de esta chacra, tengo lo suficiente para vivir como usted lo vé, y hasta me permiten hacer donativos á los pobres de mi vecindario.
Efectivamente, señor Perez, el General Artigas en su ostracismo, atenuaba los efectos de su nostalgia, cultivando y haciendo cultivar la tierra; e imitando en esto á Cinsinati, era llamado en su comarca, el padre de los pobres.
Por no hacer, dijo el General Paz, demasiado larga mi visita, le pedí al General Artigas me acordara otra para el dia siguiente inmediato, a lo cual accedió gustoso; agregando que saldriamos á dar una vuelta a caballo, por los contornos de su chácra.
Al siguiente dia fuí a la sita, para darle al general mi adios, quizá para siempre... Al poco rato de mi llegada a su casa, víno el negro diciéndole al General, que los caballos estaban prontos.
Muy bien contestó éste; y dirigiéndose á mí, me dijo: ¡Ea, General, emprendámos la campaña! En seguida le acompañé hasta fuera de la habitacion, dándole como era natural la derecha; lo que notado por él me dijo: no use usted ceremonia.
Estaba el general Artigas con las riendas en las manos, agarrando con estas la crin, fue el negro y le puso el estribo en el pie, dio un salto el general y quedó arriba.
Acto continuo entonando la voz la dirige a mí y me dice: Ahora si general Paz; ¡QUE VENGAN PORTUGUEZES: QUE VENGAN PORTEÑOS!!
El General Artigas notó al momento que habia alguna inconveniencia en esa última palabra, y la corrigió diciendo, no que vengan REALISTAS. En el paseo, aunque someramente, algo se habló de :política. El que habia sido el Primer Jefe de los Orientales, y protector de Entre Rios, Corrientes, Santa Fé y Córdoba habló en aquel momento, imitando con sus palabras el último canto del Cisne.
Dijo, General Paz, yo no hize otra cosa que responder con la guerra, á los manejos tenebrosos del Directorio, y á la guerra que él me hacia por considerarme enemigo del centralismo el cual sólo distaba entonces un paso del realismo. Tomando por modelo á los Estados Unidos, yo queria la autonomía de las Provincias, yo queria que fueran Estados, y no Provincias, lo cual se aviene mejor con el sistema confederado; —dándole á cada Estado, su gobierno propio, su Constitución, su bandera, y el derecho de elegir sus Representantes, sus Jueces y sus Gobernadores, entre los ciudadanos naturales de cada Estado. Esto era lo que yo había pretendido para mi Provincia, y para las que me habian proclamado su protector.
Hacerlo así, habria sido darle á cada uno lo suyo, erijiendo al mismo tiempo un monumento á la Diosa Libertad, en el corazon de todos. Pero los Pueirredones y sus acólitos, querían hacer de Buenos Aires, una nueva Roma imperial mandando sus procónsules á gobernar, las Provincias militarmente, y despojárlas de toda representación política, como lo hicieron rechazando los diputados al Congreso que los pueblos de la Banda Oriental habían nombrado, y poniendo á precio mi cabeza.
El fusilamiento de José Miguel Carreras, y el manifiesto de sus hermanos, á los Chilenos, serán eternamente mi mejor justificativo: —Llegado que hubo el Omnibus a la Unión, el General Paz y el señor Pérez se despidieron; y el autor de esta narración, que no ha vuelto a ver, ni á uno ni á otro de estos dos señores, ha conservado en la memoria las palabras del primero, como un recuerdo imperecedero—. Para terminarla agregará —Nunca la histonia (sic) será demasiado severa, por mucho que repruebe y estigmatice las veleidades y tendencias políticas de aquel célebre Director;— al menos la historia nacional.
La Banda Oriental fue sacrificada, diezmada y desmenbrada, por la mano de un conquistador estranjero para saciar el odio de aquel Directorio contra Artigas. Mientras tanto forzoso es reconocer hoy que el General Artigas tenia razon, desde que, despues de medio siglo de guerra civil, la República Argentina ha adoptado su sistema político; sino completamente, como lo hará más tarde en su mayor parte. Artigas debe ser considerado como el Bayardo de América. Por defender el suelo donde habia nacido, él peleó contra los Ingleses, Españoles, Argentinos y contra los Portugueses, durante catorce años. Estos últimos, aprovechándose de la ocasión que le ofrecía el tener la Banda Oriental sus mejores fuerzas en el Peru, á las órdenes del General don José de San Martín; de hallarse Artigas en entredicho con el gobierno de Buenos Aires, no teniendo escuadra, ni elementos bélicos suficientes, y con solo reclutas ignorantes y pobres, sin instrucción militar ni alianza alguna, invadieron la Banda Oriental con tropas regulares sitiándola por mar y tierra, y contando además con el criminal concentimiento del Directorio de Buenos Aires... Artigas y los suyos pelearon como espantarnos (sic) contra los Portugueses, como lo declara o confiesa el mismo mariscal Saldanha. Era tal, el empuje y el valor de estos indómitos proclamadores DA LIBERDADE, dice en su memoria este mariscal, QUE CUANDO GAHAVAMOS NOS AS BATALHAS, SAIAM0S DO CAMPO, EU, E OS NOSSOS, TODOS TINGIDOS DO SANGUE E MIOLHOS D'ELLES.
Los Orientales somos hoy, la víctima espiatoria del odio entrañable y tradicional del Lusitano contra el Castellano, y del odio de los Puyrredones y sus acólitos contra Artigas. Ninguna de las Repúblicas Hispano-Sud-Americanas, limítrofes del Brasil, ha sufrido tanto las consecuencias de ese odio, como la Banda Oriental. Véase un mapa geográfico, de los terrenos al Oriente del Uruguay, y se convendrá en que la Banda Oriental tiene hoy á penas poco más de la mitad del área superficial que debería tener por derecho. Si Artigas hubiera vencido, la República Oriental del Uruguay, tendría al presente trece mil leguas cuadradas de territorio —que son las que le corresponden por el tratado preliminar de paz, celebrado entre las cortes de España y Portugal en 1777; pero vencido Artigas, los Gobiernos de Portugal primero, y los del Brasil después, han hecho de nuestra patria lo que han querido; sacando beneficio astutamente, de nuestros estravíos políticos y de nuestra des-unión.
Uvano Cloni


* Se transcribe tal como fue publicado originalmente.

miércoles, 7 de julio de 2021

PROLEGÓMENOS Y EPÍLOGO DE UTRECHT








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Los dos últimos reinados de la casa de Habsburgo o Austria (Felipe IV y su hijo, Carlos II el Hechizado) significaron una calamidad para España, marcaron el inicio de su ocaso como potencia rectora en el orden mundial y fueron el prólogo del derrumbe del imperio hispánico.


El primero hubo de afrontar, además de la guerra con Francia; una severísima crisis económica, la independencia de Portugal (la cual fue lograda con —Paul McCartney dixit una pequeña ayuda de mis amigos: Inglaterra y Francia) y los intentos de secesión de catalanes y andaluces.
El segundo, raquítico, de naturaleza enfermiza y para colmo, estéril; debió soportar el lento pero sostenido despojo que de sus posesiones en Europa le hacían los franceses, y como consecuencia de la independencia portuguesa del brazo de su patrón (¿o amo?) comercial, Inglaterra; se produjo, por orden emanada del infante Don Pedro al capitán general de Río de Janeiro, Manuel de Lobo, la expedición lusitana al Plata que desembocó en la fundación de la Colonia del Santísimo Sacramento, en territorios que en virtud de lo estipulado en el tratado de Tordesillas, eran de España. El objetivo de Portugal estaba claro para todo el mundo, menos para la corte del desdichado Carlos II: establecer una cabecera de playa para los contrabandistas ingleses y apoderarse de la Banda Oriental.
La América española daría a los portugueses una lección de hidalguía, fidelidad y bravura; y a la metrópoli, un ejemplo de cómo debían defenderse las posesiones del monarca: el gobernador de Buenos Aires, un vasco cabeza dura: José de Garro, no quiso saber nada de extranjeros, y sin escuchar sus cantos de sirena ni tomar en consideración las frases almibaradas con que procuraban empaquetarlo, los intimó a retirarse, y al no hacerlo los portugueses; remontó un ejército integrado por 500 efectivos entre trinitarios o porteños, cordobeses, riojanos, santafesinos y correntinos, el cual engrosado con 3.000 indios guaraníes aportados por las Misiones, puso al mando del maestre de campo Antonio de Vera y Mujica. El 7 de agosto de 1680, éste entró a sangre y fuego en la ciudad recién fundada, y luego de ocasionarles a los lusitanos 112 bajas, tomó prisionero al resto, incluido Manuel de Lobo; tras lo cual procedió a arrasarla. 
¿Cuál fue el pago de la corte de Carlos II a tanto heroísmo y tanta lealtad? ¡Pues firmar con los portugueses el 7 de mayo de 1681 el inicuo tratado de Lisboa de resultas del cual se les devolvía Colonia del Sacramento!
Fallecido el Hechizado el 1 de noviembre de 1700, se desencadenó la Guerra de Sucesión, la cual se inició en 1702 y duró hasta su conclusión en 1713 con la firma de los tratados de Utrecht, y se desarrolló no sólo en Europa sino también en América, donde otra vez Buenos Aires dio el ejemplo reconquistando el 16 de marzo de 1705 Colonia del Sacramento con un ejército de guaraníes que al mando de Baltazar García Ros puso el gobernador Alonso Juan de Valdés e Inclán.
A partir de Utrecht la debacle española sería indetenible. En vano América se prodigaría otra vez en el valor de sus hijos en Cartagena de Indias con su resonante victoria frente a la armada británica; en vano sería la sabia y atinada sugerencia del conde de Aranda al pusilánime e inepto Carlos III (ver en este ENLACE mi artículo Un consejo desestimado); en vano sería la inteligente, firme y ejecutiva política de Pedro de Cevallos, y en fin; en vano sería el heroísmo de Buenos Aires rechazando en 1806 y 1807 sendas invasiones inglesas. 
No hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oír. Y yo agregaría: ni peor enfermo que el que no quiere curarse.

-Juan Carlos Serqueiros-