viernes, 11 de marzo de 2022

EL DEBATE HISTORIOGRÁFICO EN ARGENTINA SOBRE LA GUERRA DEL PARAGUAY

 


Escribe: Juan Carlos Serqueiros


Y así queman los laureles / que supimos conseguir. (Mario Battistella)


Ha de ser nomás que en cuanto a mi mirada y mi interpretación de la historia argentina, yo vendría a ser algo así como aquel herrero Miseria de Güiraldes: ando deambulando por ahí en solitario, pues me huyen como a la peste. Ni San Pedro me deja entrar al paraíso ni Lucifer me franquea el ingreso al infierno; no me quieren los de la historia "oficial" (que hace ya más de medio siglo que no es oficial) ni me quieren los "revisionistas" (que hace otro tanto que dejaron de ser revisionistas). Como recita Larralde: "Qué le va a hacer, amigo, / usté está solo...".
Después de Caseros y Pavón, al orden sistémico triunfante le surgió una necesidad: la de escribir, narrar y enseñar la historia argentina a los inmigrantes que el gobernar es poblar traía a estas playas, a los hijos de éstos y también a los hijos de los pocos criollos que quedaron. Pero los popes de aquel sistema impuesto a sangre y fuego tenían entre manos un "problemita", una cosita ‘e nada: qué historia iban a contar, porque, claro estaba; no cabía en ellos la posibilidad de asimilar el “hecho maldito”: la época del Rosas aquel de “ni el polvo de tus huesos la América tendrá” de Mármol. Entonces, se les ocurrió inventar e imponer un relato del pasado que estuviese convenientemente acomodado al orden de ideas que los guiaba y expurgado de todo vestigio de “tiranía” (se los vería otra vez, en la segunda mitad del siglo XX, ya reeditados y remixados, llenando páginas y más páginas con la zoncera de la “segunda tiranía”). 
Así se hizo la historia oficial alimentada y custodiada por la pretendidamente sacrosanta Academia Nacional de la Historia de la República Argentina, inspirada por Bartolomé Mitre en 1893, instaurada como pensamiento único y continuada hasta nuestros días por unos cuantos amanuenses cagatintas, alcahuetes, acomodaticios —cuando no directamente cipayos—, a sueldo, en su mayoría, del diario La Nación o de los sectores vinculados estrechamente con los intereses que defiende y representa. Ellos son los sostenedores de la "línea histórica Mayo-Caseros-Revolución Libertadora" (?). 
Así, emana de la Academia, aunque sus miembros más conspicuos procuren volverlo imperceptible prendiendo sahumerios y rociando el ambiente con aromatizantes; un indisimulable y pertinaz tufillo oligárquico y presuntuoso. Y es que en efecto, funciona (aunque no se sabe muy bien para qué) en dependencias del antiguo Congreso de la Nación, un edificio que pertenece al acervo cultural de todos los argentinos y que ese organismo tiene reservado en exclusividad como si ella viniera dada por un decreto divino (quizá sea por lo de Divus Bartolus). La petulante Academia sostiene, asimismo, que quienes no forman parte de ella no son historiadores científicos calificados, aunque claro; “olvidando” que los estándares de calidad en materia de publicaciones históricas, quien de hecho los fija… ¡es ella misma! Los de la Academia son como el pibe que es dueño de la pelota: el picadito en el potrero se juega bajo sus reglas, empieza y termina cuando él quiere, y el número 10 es suyo por más que él sea un tronco y sus aptitudes no le den ni para jugar de jás derecho.
Coincidentemente con la irrupción en Europa de ideologías totalitarias y la consiguiente puesta en planta de éstas a través de la instalación de los regímenes que las sostenían y propugnaban, se dio en nuestro país el proceso revisionista de la historia, cuyos exponentes icónicos se nuclearon en 1938 en el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas y estuvieron teñidos de un notorio matiz fascistoide. Decían reivindicar y admirar a Rosas, pero no lo hacían (por más que así lo declamasen hasta el hartazgo) por su patriotismo y su férrea defensa de los intereses nacionales, ni por haber introducido el concepto de soberanía, ni por haber sostenido y mantenido la integridad territorial; sino en realidad porque lo veían como a un patricio que instauró un gobierno dictatorial y que, cual Cincinato redivivo y trasplantado al Plata, vino a "salvarnos", tal como der führer pretendidamente salva y conduce a la nación alemana a los destinos de preeminencia que se auto arroga, o como il duce supuestamente salva a los italianos y los encamina a recuperar el esplendor del Antiguo Imperio Romano.
Desde la segunda mitad de los 60 y hasta nuestros días, aquella primigenia impronta nacionalista que tuvo el Instituto —que en buena medida derivaba del herderismo, del hispanismo y del acendrado catolicismo de Manuel Gálvez, y que venía, además; permeado por Charles Maurras a través de sus epígonos criollos: los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta—, se fue tornando menos notable, debido tanto a la acción de la biología como al desembarco del revisionismo peronista referenciado principalmente en José María Rosa. Y para no ser menos que los de la Academia, los del Instituto se crearon también su propia y fantasiosa "línea histórica": la de "San Martín-Rosas-Perón" (?).
Llegados a este punto, estimo pertinente aclarar aquí, mi querido amigo lector, que la obligada brevedad a que necesariamente me limita este opúsculo, me impone  prescindir de mencionar, considerar y evaluar la introducción que del folclorismo y del tradicionalismo hizo durante el trienio 1968-1970 Manuel de Anchorena en una rentrée derechista (otra más y van...) del Instituto. Organismo ese en el cual, por otra parte, ya convivían —bien que trabajosamente y con no pocas dificultades y desavenencias— nacionalistas y peronistas. Y precisamente, fue en el contexto de aquel Instituto, donde se llevaban como esos cónyuges mal avenidos que durante el día se tiran con los platos para después acostarse juntos a la noche, que en 1969 se suscitó la polémica en torno a la guerra de la Triple Alianza. 
Por un lado, Juan Pablo Oliver arremetió lanza en ristre con un artículo titulado Rosismo, comunismo y lopizmo contra el libro La guerra del Paraguay, de León Pomer (editado en 1968), y por el otro; saltaron a defender a este último, Fermín Chávez, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, haciendo suya la tesis esbozada en 1965 por José María Rosa en su obra La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas. Se propinaron mutuamente reproches, denuestos y descalificaciones, y el debate terminó a los capazos, concluyendo la dirección del Instituto (que con nula ecuanimidad, no permitió la participación del propio Pomer) en que Oliver tenía “un rotundo derecho a ser escuchado por los revisionistas” (sic). Y trascartón, hacía la gran Pilatos lavándose las manos al declarar que no asumía “una posición oficial sobre la guerra del Paraguay, dado que escapa al período histórico que le compete según lo establecen sus Estatutos” (sic).
¿Todo aquello para qué? Para salir ahora, transcurridos ya 53 años, a hacer el panegírico de un tiranuelo extranjero psicópata, megalómano, ladrón, violador, asesino, fratricida y cuasi matricida como Francisco Solano López quien, además de procurar arrebatarnos a los argentinos porciones extensas de nuestro territorio; nos declaró la guerra invadiendo una provincia nuestra a la que saqueó y sumió en el horror y la barbarie. Todo lo cual resultó, para colmo de los colmos, en la quiebra económica de los tres países que emergieron vencedores de la contienda, y en la ruina del propio pueblo paraguayo:


Si es —como efectivamente lo es, sin asomo de duda— inaceptable y vergonzante que una institución argentina como la Academia (humorísticamente, las viudas de Mitre) se haya empeñado y continúe empeñándose en la negación obstinada hasta el absurdo que hace de una de las páginas más gloriosas de nuestro pasado cual lo fue la introducción y la asimilación del concepto de soberanía y el sostenimiento a ultranza del mismo que efectivizó Rosas frente a la agresión de la coalición anglo-francesa que procuraba humillarnos; no lo es menos esto que publicó el otro organismo argentino, el Instituto (también humorísticamente, las viudas de Rosas), calificando a nuestra propia patria de "país atacante" y reclamando "gloria y honor" para un espantable, feroz y delirante borracho. En fin, cosas veredes que non crederes... Intolerable e injustificable por donde se lo mire. 
El revisionismo debe ser ejercido puntillosa y honestamente, no apelando a los recursos ilegítimos que fueran utilizados por la historiografía otrora oficial, porque si se incurre en sus mismas malas praxis y engaños, lo que se está haciendo no es revisionismo; sino comerse al caníbal so pretexto de combatir el canibalismo.

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS

Alberdi, Juan Bautista. a) Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil. Cartas dirigidas a sus amigos y compatriotas. Edición del autor en Imp. Simon Baçon y comp., París, 1865.
                                      b) La guerra del Paraguay. Hyspamérica, Buenos Aires, 1988.
                                      c) Escritos póstumos t. II. El crimen de la guerra. Imprenta Europea, Buenos Aires, 1895.
Brezzo, Liliana M. La guerra de la Triple Alianza. Historia del vencido y nuevas perspectivas historiográficas (en Prohistoria, año VII, n° 7, 2003).
Capdevila, Luc. Una guerra total: Paraguay 1864-1870. Ensayo de historia del tiempo presente. Editorial SB, Buenos Aires, 2010.
Cárcano, Ramón J. Guerra del Paraguay. Orígenes y causas. Domingo Viau, Buenos Aires, 1939.
De Marco, Miguel A. La Guerra del Paraguay. Emecé, Buenos Aires, 2007.
Doratioto, Francisco. Maldita Guerra, nueva historia de la guerra del Paraguay. Emecé, Buenos Aires, 2010.
Garmendia, José Ignacio. Recuerdos de la guerra del Paraguay. Imprenta y Casa Editora de Jacobo Peuser, Buenos Aires, 1884.
Mitre, Bartolomé. La guerra del Paraguay. Memoria militar. La Nación, Buenos Aires, 1903.
Oliver, Juan Pablo. El verdadero Alberdi. Biblioteca Dictio, Buenos Aires, 1977.
Ortega Peña, Rodolfo; y Duhalde, Eduardo. Felipe Varela contra el Imperio Británico. Shapire, Buenos Aires, 1975.
Pomer, León. La Guerra del Paraguay. Caldén, Buenos Aires, 1968.
Ramírez Braschi, Dardo. La guerra de la Triple Alianza como tema político e ideológico en Juan Bautista Alberdi (en Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y Sociales de la UNNE, vol. 5, n° 8, Corrientes, 2011).
Rivera, Enrique. José Hernández y la guerra del Paraguay. Editorial Indoamérica, Buenos Aires, 1954.
Rosa, José María. La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas. Peña Lillo, Buenos Aires, 1965.
Thompson, Jorge. a) Guerra del Paraguay t. 1. Talleres Gráficos de L. J. Rosso y Cía., Buenos Aires, 1910.
                              b) Guerra del Paraguay t. 2. Talleres Gráficos de L. J. Rosso y Cía., Buenos Aires, 1911.