domingo, 26 de octubre de 2014

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA HISTORIOGRAFÍA DEL PARAGUAY. CUARTA Y ÚLTIMA PARTE








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

¿Así que tienen ustedes aquí una corriente histórica "revisionista"? Qué extraño... la historia es revisionista por naturaleza. (Arnold Toynbee)

Teníamos entonces que, a fines del siglo XIX estaban dadas las condiciones como para que despuntara una historiografía del Paraguay escrita por paraguayos y no por extranjeros como hemos visto que hasta allí venía sucediendo.
Le correspondió a Blas Garay ser el iniciador de la misma, elaborando su propia interpretación del pasado, la cual había inducido a partir del exhaustivo estudio y el prolijo análisis de las fuentes documentales. Campeaba en ella un acendrado patriotismo pero no exento de sentido crítico, basándose en una justa valoración y hasta exaltación del ser nacional paraguayo; sin dejar al mismo tiempo de tomar acabada consciencia de que tanto causa como efecto y solución, no debían atribuirse a ni buscarse en, la otredad y el afuera; porque ellos residían en el propio Paraguay y en los hijos de ese suelo. 
En apretada síntesis, la mirada de Garay sobre la historia se posaba sobre: a) La sustentación del mito fundacional que le asigna al Paraguay un origen indigenista: el de los hermanos Tupí y Guaraní llegados "desde el otro lado del mar" y el diluvio universal del que Tupá salvó sólo a Tamandaré y los suyos. b) Una valoración negativa del período jesuítico, endilgándole a la Compañía de Jesús el haber implantado un comunismo despótico el cual, so pretexto de fines religiosos; habría acarreado "la ruina del Paraguay" y reportado "ningún beneficio para los indios". c) La etapa independentista, iconizada en la figura histórica del doctor Francia; a la que subsiguió una época dorada, la cual situaba en el período de gobierno de Carlos Antonio López y a la que identificaba como el breve lapso que duró el estado de bienestar, lo que en su visión, estaba asociado a un respetable poderío militar y al progreso representado por la creciente cantidad de escuelas, el ferrocarril y el florecimiento del comercio. d) La guerra contra la Triple Alianza en condiciones de manifiesta inferioridad, sostenida heroicamente por el pueblo paraguayo sin auxilio alguno desde el exterior, contra enemigos muchísimo más poderosos, dirigida por Francisco Solano López, a quien le adjudicaba ser acreedor legítimo a la gloria de esa "resistencia empeñadísima, sobrehumana"; pero que a la vez -afirmaba-, "no está exenta, desgraciadamente, de las manchas que sobre ella arrojan sus inauditas e innecesarias crueldades".
Blas Manuel Garay Argaña (n. Asunción, Paraguay, 03.02.1873 - m. Asunción, Paraguay, 18.12.1899), abogado, político, diplomático y periodista; fue, sin dudas ni quizás, el más lúcido y eminente de los pensadores paraguayos, un hombre excepcional, un genio con un portentoso intelecto de finísima y aguda percepción, aunado a un corazón inflamado de patriotismo. Maestro a los 11 años, telegrafista a los 14, estudió en el Colegio Nacional de Asunción y después en la Facultad de Derecho de la Universidad de Asunción para recibirse de abogado a los 21, luego de lo cual fue designado por el presidente Juan Bautista Egusquiza director de Correos, luego subsecretario de Hacienda, y en 1896, secretario de la legación paraguaya en Londres y París y encargado de negocios en España con la misión de relevar y copiar del Archivo de Indias toda la documentación atinente al Paraguay y en especial, la que se refería a sus derechos sobre el Chaco. En el transcurso de tan sólo unos meses entre 1896 y 1897, publicó en Madrid cuatro libros: Compendio Elemental de Historia del Paraguay; El comunismo de las Misiones de la Compañía de Jesús en el Paraguay; La revolución de la Independencia del Paraguay y Breve Resumen de la Historia del Paraguay.






Regresado a Asunción, fundó el diario La Prensa, en cuya edición del 20 de junio de 1899, publicó una extensa nota: "A pasado de gloria, presente de ignominia", en la cual con admirable poder de síntesis, analizaba la historia resumida del Paraguay desde la independencia hasta esos días, y citaba las acciones de los gobiernos del doctor Francia y de los López, los cuales, aunque tiránicos, tal como los reconocía y calificaba Garay; habían no obstante actuado con firmeza y patriotismo en defensa de los derechos e intereses paraguayos, y las comparaba con las producidas por los de la posguerra, a los que reputaba de claudicantes, entreguistas y corruptos pese a sus presuntas condiciones de democráticos y liberales; para concluir en un lapidario: "Tal es nuestro pasado. Es el pasado de los tiranos; pero nos consuela de nuestra abyección presente... Grande desgracia, pero glorioso, fue el aniquilamiento de la nación en la guerra; desgracia mayor es su envilecimiento, que la destruye moralmente. Y para consolarnos, triste cosa, no podemos mirar el porvenir: ¡da de sí tan mezquinos frutos la juventud! ¡Hay que buscar consuelo en el pasado, en los hechos de la tiranía, que son nuestra única gloria! ¡Pobre Paraguay!".
Adscripto al Partido Colorado, no por ello Garay permitía que su pertenencia a un signo político determinado afectara ni su independencia de criterio y actitud, ni el pluralismo que evidenció al llamar a colaborar en su periódico a hombres pertenecientes a otras corrientes de opinión. En tal sentido, había manifestado claramente: "Afiliados al Partido Republicano porque sus hombres y sus obras nos merecen más confianza, como pueden a otros merecerla mayor los del partido contrario, nos reconocemos sujetos a la disciplina que en toda asociación bien regida es esencial para la consecución de sus fines. Mas, no llevamos nuestro sometimiento a las decisiones de la mayoría a tal punto que anonademos en su obsequio nuestro criterio propio". 
Persuadido de que el gran mal del Paraguay radicaba en la corrupción, Garay la combatió con denuedo denunciando públicamente a quienes incurrían en ella (es decir, casi todos quienes estaban en la política, fuesen colorados o liberales, lo cual por otra parte; le era indiferente porque jamás hizo distinciones ni se paró en pelillos de banderías partidarias llegada la hora de enrostrales sus criminales conductas). Había escrito: "Seremos firmes defensores de la ley y celadores rigurosos de la moralidad pública; y aunque llegáramos a ejercer cualquier función política, nunca habrá de ser este un motivo para que abdicásemos de nuestra independencia ni mitigáramos el rigor de la censura cuando debamos pronunciarla". Eso le costaría perder la vida.
En su diario La Prensa, Garay había acusado al ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Mateo Collar, de defraudación al fisco en la adquisición de libretas para las escuelas de todo el país; y éste a su vez, había manifestado por diversos conductos que se vengaría. El 16 de diciembre de 1899, el ministro de Guerra, Juan Antonio Escurra, celebró en su quinta de Villa Hayes una fiesta a la cual invitó a distintas personalidades entre las cuales estaba Blas Garay. En el transcurso de la misma, un joven de 17 años, Néstor Collar -hijo del que había sido denunciado públicamente por Garay- increpó e insultó a éste. Garay se limitó a propinarle un cachetazo y darle la espalda en muestra elocuente de profundo desprecio, y Collar, extrayendo un revólver de entre sus ropas, le disparó un balazo hiriéndolo gravemente. Pese a que fue trasladado de urgencia a Asunción y asistido por los mejores médicos; Garay falleció el 18 de diciembre a las 16 horas. Tenía tan sólo 26 años y su muerte fue una pérdida irreparable no sólo para el Paraguay, sino para todo el mundo hispanoamericano. Su país, por el que lo dio todo, hasta su vida; ni siquiera le brindó justicia póstuma: apenas nueve meses después, el 20 de setiembre de 1900, su asesino fue absuelto de culpa y cargo en una parodia de juicio amañada por el padre del criminal (que en esos momentos integraba nada menos que la Superior Cámara de Apelaciones), en la cual ni se preocuparon por disimular que el "proceso" era sólo una patraña en la que hasta el fiscal, sobornado, evidenció una conducta escandalosa como jamás se ha visto, absteniéndose de acusar al reo convicto y confeso. 
Decididamente, la corrupción en el Paraguay era (y lo sigue siendo) un flagelo endémico.
Tras el vacío que dejó la muerte de Garay, el debate en torno a la historia tomó cuerpo con la polémica que desde octubre de 1902 hasta febrero de 1903 sostuvieron a través de los diarios asuncenos El Cívico y La Patria, Cecilio Báez y Juan O'Leary respectivamente (este último bajo el pseudónimo Pompeyo González).

Cecilio Báez (n. Asunción, Paraguay, 01.02.1862 - m. Asunción, Paraguay, 18.06.1941), abogado, docente, político, periodista e historiador, estaba considerado como uno de los máximos referentes intelectuales. Positivista spenceriano, adhería al Partido Liberal, del que era uno de sus más conspicuos integrantes, y fue diputado, senador, ministro de Relaciones Exteriores y presidente provisional de su país desde fines de 1905 hasta noviembre de 1906. Sustentaba la tesis de que el pueblo paraguayo, inmerso en la miseria, estaba cretinizado, lo cual achacaba a la tiranía, (es decir, el doctor Francia y los López), a España y "su legado aplastante, terrible" del período colonial, y a la guerra contra la Triple Alianza, de la cual hacía responsable a Francisco Solano López. Frente a eso, afirmaba que la solución pasaba por la educación "para que al rebaño humano lo reemplace un pueblo consciente de sus derechos" y "por decir la verdad" (verdad esta que para él, pasaba por su propio punto de vista, claro). Escribió: "Yo digo que la verdad debe decirse aún contra el crédito del propio país, porque esa es la manera de servirle y de corregir sus errores. ¿Qué mal hay en decir que el despotismo ha embrutecido al pueblo anulando su sentido moral y su sentido político? ¿Qué mal hay en decir que el tirano López ha acometido al Brasil y la Argentina sin causa justificada, acarreando al país su ruina y el exterminio de sus habitantes?... Debemos educar al pueblo para no volver a caer bajo el yugo del despotismo. Sólo los pueblos embrutecidos son pasto de las tiranías… Es necesario multiplicar las escuelas… por falta de instrucción, el pueblo no tiene todavía costumbres democráticas".

Juan Emiliano O'Leary (n. 13.06.1879 - m. 31.10.1969), periodista, poeta, político e historiador, estudió Medicina en Buenos Aires y Derecho en Asunción; pero no finalizó ninguna de estas carreras. Al principio adhirió al Partido Liberal, condenó al gobierno de Francisco Solano López (a quien por entonces llamaba "el tirano" y hacia quien proclamaba su "odio eterno"; pues su madre había sido perseguida y desterrada a los confines del Paraguay por aquél, y sus hijitos -O'Leary era fruto del segundo matrimonio de ésta- habían muerto de inanición durante esa marcha forzada) y declaró su admiración por Cecilio Báez (al que consideraba su maestro); pero después, cuando empezó a trabajar en el diario de Enrique Solano López (uno de los hijos que el mariscal había tenido con Elisa Lynch), varió de opinión, convirtiéndose en el principal panegirista del que antes tildó de tirano, y se volcó al Partido Colorado (sin que molestara a su conciencia el aceptar todos los importantes y bien remunerados cargos que desempeñó durante los gobiernos liberales). Su visión del pasado (la difusión de la cual se constituía en su apostolado, dicho en sus propias palabras), según la cual López habría sido un héroe y la guerra tendría causales en la "voracidad" argentina (?) y brasilera; le había sido inspirada a partir de la influencia que en él tuvieron las ideas del francés Charles Maurras. 
Para colmo, terció en la polémica, en apoyo a O'Leary, Manuel Domínguez, con su disparate acerca de la "raza superior paraguaya", delirio este que "fundamentaba" en su "alta estatura promedio", su "mayor capacidad mental" y una serie de virtudes que le atribuía, traducidas en ventajas, todo lo cual según él, la hacían "superior a sus vecinos en lo intelectual y en lo físico". En síntesis, un mamarracho de conferencia que, para su fama póstuma, más le hubiera valido abstenerse de pronunciar.
¿Quién tenía la razón, Báez u O'Leary? Ni uno ni otro, pues lo cierto es que la polémica, que aparentaba girar sobre la historia; era en realidad una puja por la primacía en la construcción del relato de la memoria histórica que habría de imponerse y luego impartirse al colectivo, antes que por la investigación seria del pasado a través del análisis de la heurística. Se tiraron con Garay y con Alberdi (a quienes no entendieron ninguno de los dos, dicho sea de paso), se tildaron recíprocamente de "mistificador", "farsante" y "traidor", se imputaron mutuamente de incoherencia y de incurrir en contradicciones y mudanzas de criterios, y de todo, resultó ganancioso O'Leary; pues con el correr de los años, fue su historia amañada la que se impuso como oficial (aunque la "victoria" de éste no se haya obtenido a expensas de Báez; sino del pueblo paraguayo, que continúa debatiéndose entre las tinieblas sin poder echar luz sobre su pasado). 
Fue aquella una lid entre dos extremos: el cinismo (Báez) y la hipocresía (O'Leary), pero sin que ninguno haya atinado a situarse en el justo medio (el cual por otra parte, tenían disponible en el sendero que empezó a recorrer Garay; sólo que no lo comprendieron). 
Y sin embargo, ese debate absurdo, inconducente y estéril; marcó el clivaje historiográfico paraguayo que hoy por hoy, sigue dividiendo aguas y que a priori, pudiera ser tomado como el mismo que exhibe la Argentina, porque al fin y al cabo, nuestra historiografía se identifica, la erigida en oficial, con la postura sustentada por Báez; y la revisionista, con la que sostuvo O'Leary. 
Claro que sólo en apariencia; pues -extraña paradoja- en el Paraguay es revisionista lo que en nuestro país es oficial. Tal vez sea llegada la hora en la cual debamos convenir en que en aquella guerra del Paraguay contra la Triple Alianza, que fuera muy a menudo llamada de la triple infamia, esta condición ha sido en rigor de verdad, cuádruple; pues a las infamias de Bartolomé Mitre, Pedro II y Venancio Flores, hay que adicionar la de Francisco Solano López, un tiranuelo megalómano, violador, dipsómano, ladrón, paranoico, fratricida y cuasi matricida, al que se intentó (y en cierta medida se logró) transmutar en héroe, un héroe tan falso como falsos fueron el nacionalismo impuesto por el mitrismo, la bonhomía del emperador brasilero, la cruzada libertadora del inicuo Flores, la civilización que llevaron al Paraguay los aliados y el liberalismo de los gobiernos que allí implantaron a sangre, fuego, exterminio y saqueo. 
Después de todo, la diferencia entre la historia (Garay) y la literatura (Báez, O'Leary y demás etcéteras) es lo que pueda quizá justificar que João Ubaldo Ribeiro haya expresado este sacrilegio: "Toda la historia es falsa o medio falsa y cada generación que llega resuelve lo que aconteció antes de ella y así la historia de los libros es tan inventada como la de los diarios". 
El caso del Paraguay -y ya que estamos, también el de Argentina- parecieran desmentirlo, al menos; en cuanto a eso de "cada generación que llega".

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 23 de octubre de 2014

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA HISTORIOGRAFÍA DEL PARAGUAY. TERCERA PARTE


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

A aquellos que han apagado los ojos del pueblo, reprochadles su ceguera. (John Milton)

Decía, retomando la ilación, que en 1863 Francisco Solano López encaró la revisión de la historia paraguaya. La tarea se la encomendó, como consigné precedentemente, al austro-húngaro Franz Wilhelm Edgar von Morgenstern, sobre la base del repositorio que a instancias de Carlos Antonio López había reunido y organizado desde 1855 José Falcón, y los relatos orales de los paraguayos que aún vivían de entre quienes habían conocido al Dictador Perpetuo. Los cuales por otra parte eran cada vez menos, porque al fin de cuentas, morir es una costumbre que sabe tener la gente (Jorge Luis Borges dixit); debido a ello -si quería contarse con esos testimonios-, ya era llegada la hora de apurar el trámite.
¿Por qué no acometió el viejo López la cuestión en lugar de dejarla a quien lo sucediera en el gobierno? No pudo, tan simple como eso. A la muerte del doctor Francia en 1840, no habían ni diarios, ni libros, ni quienes pudieran escribirlos; y muchísimo menos había un historiador capaz de narrar el pasado más reciente (salvo el mencionado José Falcón, pero a éste se lo necesitaba en el ministerio y además; ya estaba sobrecargado de trabajos con la actividad extra que le demandaba el archivo).
No obstante, comisionó para ello al coronel belga Alfred Du Graty, quien en 1862 editó en Bruselas su Le Rèpublique du Paraguay, en el que hacía el panegírico del gobierno de López e instaba a sus compatriotas a dirigirse al Paraguay como inmigrantes. Es menester aclarar que hacía apenas cuatro años había publicado en París, a expensas del gobierno argentino -al servicio del cual estaba por entonces-, su Le Confederation Argentine, en el que calificaba de "déspotas" tanto al doctor Francia como a López, el mismo a quien en 1862 reputaba de "magistrado inteligente e instruído". No puede incluirse lo de Du Graty en la historiografía (lo cual es admitido por él mismo con sus propias palabras: "eminentemente práctico, sin pretensión ninguna de hacer una obra literaria o científica"); lo suyo era publicitario, destinado a difundir en Europa ambos países, y él era simplemente un profesional, un mercenario que actuaba en función de quien le pagase; antes era Urquiza y ahora ("ahora" en 1862, me refiero) López.  
En cambio, Francisco Solano López necesitaba hacerlo. No tenía nada que temer en el frente interno, porque era el suyo un régimen despótico y arbitrario en el cual no cabían ciudadanos, sino sujetos sociales sometidos por completo a un poder que se ejercía sin limitaciones, no se admitía más pensamiento que el sustentado por el gobierno ni se toleraba objeción alguna (y si no, que lo digan los pocos que osaron oponerse a su designación como presidente en aquella parodia de congreso "convocado" a ese fin, a los cuales hizo encarcelar); pero igual le era precisa la construcción de un relato histórico que, a la par que instalase en el imaginario colectivo una continuidad (ficticia, tal como consignaré más adelante) entre su propio gobierno y la dictadura del doctor Francia; le sirviera para rebatir las fuertes críticas que se le hacían desde el exterior.
Von Morgestern se aplicó a cumplimentar admirablemente el encargo, pero resultó (quizá inconscientemente y por estar libre -dada su condición de extranjero- de prejuicios) ser más amigo (al menos, por entonces) de la verdad histórica, que lopista.
Franz Wilhelm Edgard Wisner von Morgenstern, ingeniero militar, cartógrafo e historiador, nacido el 31 de julio de 1804 en Szaszowa, Hungría, tuvo una vida de leyenda. Se vio envuelto en un escándalo -se dijo que de pederastia- y tuvo que huir de la corte de Viena, recalando en el Brasil. Allí conoció al general José María Paz y se integró como oficial al ejército que éste había formado para combatir al gobierno de Rosas desde Corrientes. Tras la derrota de Paz, se radicaría definitivamente en el Paraguay. Vuelto al favor de los López después de haber caído en desgracia al involucrarse en un negociado de armas con los brasileros, se le confiaron importantes obras de fortificaciones militares y se le encargó escribir la historia del período francista. Finalizada la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza, cumplió funciones munícipes en Asunción y fue designado al frente de la Oficina de Inmigración. Falleció mientras realizaba prospecciones mineras en el Alto Paraná, el 12 de mayo de 1878.
El prolijo trabajo que había efectuado José Falcón en las recopilación y clasificación de documentos, lo ayudó mucho en su tarea, y su fino intelecto y la aguda percepción que tuvo para captar y relatar, adecuada y verazmente, un pasado histórico que, al no ser remoto, traía la dificultad adicional de la falta de una perspectiva que sólo puede dar el tiempo, hicieron el resto. En el transcurso de 1864 (año en el que también se produjo, casualmente, su ascenso a coronel), Von Morgenstern había concluído el manuscrito de lo que sería su libro El Dictador del Paraguay, José Gaspar Francia, en el cual narraba ese período con objetividad. Pero ocurrió que cuando iba a publicarse el mismo, estalló la guerra entre el Paraguay y la Triple Alianza, con lo cual el tema quedó más que pospuesto; olvidado, incluso hasta por el mismo Von Morgenstern. Ya bien entrado el siglo XX, su manuscrito fue re descubierto y a partir de eso sí pudo editarse al fin el libro, pero recién en 1923.
Un espíritu como el de López (el hijo, digo) instalado en una autocracia, indefectiblemente debía tender a crear un epos allí donde no lo había. El relato fundacional de una nación que hasta entonces era todavía comunidad, pueblo; se le convirtió en una obsesión. Para la culminación del proceso identitario, tenía una lengua autóctona y distintiva: el guaraní; pero a esa patria que anidaba en su psique le faltaban los patres, los héroes (entre los cuales -daba por descontado- estaba él mismo, por supuesto), y asimismo; le restaba aún fijar en la memoria colectiva la narración de las hazañas primigenias. Poco o nada le interesaba a López la historia, eso vendría después, cuando llegase el momento de hacer de las glorias que esperaba alcanzar, el basamento de la historia: la del líder esencial, es decir, la historia de sí mismo; de manera que por entonces, le bastaba con literatura "histórica" como sucedáneo (en tanto y en cuanto reflejara lo que quería que reflejase: el mito tal como él lo concebía, claro).
Truncada que fue en 1870 la proyección de ese epos allende las fronteras, con el triunfo de los aliados en el conflicto bélico y la pérdida para el Paraguay de casi el 80% de su población; se estableció un modelo impuesto -y al principio, controlado- por Argentina y Brasil, el cual se basaba en la atracción de inmigrantes desde Europa y el aporte de capitales desde el exterior. 
Lo primero fracasó desde el vamos: el censo de 1900 arrojó que la población total había trepado de los aproximadamente 220.000 habitantes que habían quedado después de la guerra, hasta 635.000; de los cuales sólo 20.000 eran extranjeros y de éstos, más de la mitad eran argentinos y brasileros, siendo el resto europeos. En cuanto al flujo de activos financieros, al no poder cumplirse con los servicios de la deuda contraída por empréstitos que se tomaron de la banca inglesa, el mismo cesó más rápido de lo que había tardado en llegar. Ante esa situación, se recurrió al peor de los "remedios": vender la tierra pública. La sola actividad económica era el cultivo y exportación de yerba y tabaco, con lo cual el único ingreso fiscal era el constituído por los gravámenes a dicha comercialización. Era un país pauperizado, el atraso y la miseria reinaban por doquier y la corrupción, flagelo habitual desde los tiempos de la independencia y que sólo había encontrado un freno durante el gobierno del doctor Francia, quien logró erradicarla; había vuelto con los López, quienes se enriquecieron (ambos, pero especialmente Francisco Solano) notoriamente durante sus gobiernos, recrudeció a partir de la posguerra, tornándose la regla corriente. En ese contexto nacieron los dos partidos políticos del Paraguay: el 10 de julio de 1887, el Centro Democrático, que a partir de 1890 sería el Partido Liberal; y el 11 de setiembre de 1887, la Asociación Nacional Republicana o Partido Colorado.
El fracaso del modelo configuraba un statu quo agobiante, en el que la desesperanza llevó a que algunos buscaran, a través del análisis del pasado y de las figuras históricas que lo habían protagonizado (y regido), la explicación a los males de ese presente.
En la próxima entrega de este artículo veremos, estimado lector, cómo nació el proceso de la historiografía nacional del Paraguay.

Continuará

lunes, 13 de octubre de 2014

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA HISTORIOGRAFÍA DEL PARAGUAY. SEGUNDA PARTE
























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

De estas escorias se nutren las historias, las novelerías de toda especie, que escriben los tordos-escribas tardíamente. (Augusto Roa Bastos)

El Francisco Solano López que asumió el gobierno del Paraguay en 1862 era en buena medida la resultante del viaje a Europa como embajador plenipotenciario que había realizado por disposición de su padre en 1853. 
Convencido de que la transformación de su país (que en su concepto estaba concatenada a lo de perpetuar su régimen de modo de hacer del Paraguay una nación gendarme, celosa custodia de lo que él consideraba el equilibrio en el Plata) implicaba no sólo la modernización del estado y sus estructuras; sino también el "conocimiento de su pasado" (entendido como la instrucción e instalación de un relato histórico amoldado a los criterios dogmáticos que se querían difundir, esto es, la conquista y colonización españolas -con Asunción como madre de ciudades y eje central, desde ya- y la imbricación del lopismo al período revolucionario-independentista-francista desde 1811 hasta 1840); ya en 1863 encargó a Von Morgenstern (quien había sido, a instancias del viejo López, reincorporado al ejército -y restituido a la confianza de Francisco Solano- en 1854) la tarea de reescribirla. 
Pero había un problema: la etapa del doctor Francia (click en este ENLACE para acceder a mi artículo Luces y sombras de Francia). 
En general, poco se sabía en el mundo acerca del Paraguay, pero muchísimo menos aún se conocía sobre la historia transcurrida a partir de su revolución y autonomía en 1811, etapa esta a la cual se denominaba en bloque de una sola manera, como un rubro único: tiranía; para luego hacer la pretendidamente detallada crónica en la que se narraban los horrores ya sea verdadera o supuestamente cometidos por el Dictador Perpetuo, doctor José Gaspar Rodríguez de Francia. La historiografía disponible hasta esos momentos era en su totalidad debida a extranjeros, quienes en algunos casos efectivamente habían vivido en el Paraguay y en otros ni siquiera eso; pero casi todos coincidían en la condena y execración del tirano. Veamos:
El primer antecedente era un muy extenso artículo (de cuyo autor no se consignó su nombre), bastante apologético, de un diario inglés: The Morning Chronicle, que bajo el título Paraguay se había publicado en 1825.
Después, en 1828, dos médicos suizos: Johann Rudolf Rengger y Marcelin Longchamp, quienes habían estado en ese país entre 1819 y 1825, escribieron en 1827 y editaron en 1828 en París, su obra titulada Ensayo histórico sobre la revolución del Paraguay. 


En realidad, el narrador fue sólo el primero, pero ambos se habían puesto de acuerdo (y así lo aclara Rengger en el libro) sobre lo que publicarían, y por ello, la autoría se firmó en conjunto. Fueron quienes inauguraron la leyenda negra sobre el dictador, a quien, desde una perspectiva más bien psiquiátrica, por llamarla de algún modo, describieron como un tirano hiponcondríaco y paranoico quien sufría frecuentes accesos de demencia, exacerbados por el calor y el viento norte, y quien en su locura (la cual tendría, según afirman ellos, los antecedentes familiares de un hermano encerrado por loco y una hermana que también lo había estado), implantó el miedo en una sociedad en la cual campeaban la miseria e incultura y el atraso, y rompió todo vínculo entre sus integrantes. Enterado el doctor Francia del libro y su contenido, lo calificó en un periódico de Buenos Aires, El Lucero, en su edición del 21 de agosto de 1830, de "ensayo de mentiras". Ah, casi lo omito: el bueno de Rengger se "olvidó" de consignar en su "fidedigna obra histórica" una "minucia": la de que había pedido al doctor Francia dispensa para casarse con una damisela asuncena a la que cortejó tres años, a lo cual se negó el dictador; ya que regía en el Paraguay una ley que impedía los casamientos entre mujeres del país y extranjeros. ¿Será malevolencia mía el querer buscar en esa "involuntaria" omisión del suizo otra de las razones para su malquerencia?
En 1838, los hermanos escoceses John y William Parish Robertson, quienes habían andado (sobre todo el primero) por aquel país comerciando y habían conocido y tratado al dictador hasta 1815, publicaron Cartas sobre el Paraguay. El éxito de ventas del libro (es decir, el proverbial utilitarismo británico) los movió, trascartón, a editar en 1839 El reinado del terror del doctor Francia
Si Cartas podía, en algunos pasajes, resultar incluso hasta amena (siempre y cuando uno obviase toda pretensión de lectura histórica); El reinado era simplemente una novela gótica, una (mala) copia del Frankenstein o el nuevo Prometeo de Mary Shelley. Lo de los Robertson (otra vez: que no es historia sino literatura), nos pintó, en una imagen sin dudas estereotipada, la ficción de un monstruo abominable que bebía la sangre del pueblo paraguayo.
Otro escocés, Thomas Carlyle (quien no conocía, más allá de algún mapa, el Paraguay ni mucho menos sus gentes), escribió en 1843 El doctor Francia.



Para Carlyle -en un marco de absoluto desprecio suyo por la otredad- el doctor Francia era una especie de fenómeno natural, alguien que se producía inevitablemente dado el contexto: hubo un Francia porque no podía ser de otro modo; porque no podía no haberlo, digamos. Alguien electo dictador en un congreso de patanes "que no sabían distinguir la mano derecha de la izquierda, que bebía inmensas cantidades de ron en las tabernas (?) y sólo tenía un anhelo: el de volver a montar a caballo camino de la chacra y la cacería de perdices. Los militares fueron los que apoyaron a Francia, porque el ladrón de palladiums constitucionales había logrado ganárselos". Lo comparaba con Dionisio de Siracusa y lo situaba entre "los grandes hombres de América del Sur", a la par que lo consideraba como diferente.
Ahora debo mencionar a Alfred Demersay, un médico y naturalista francés miembro de la Commission Centrale de la Société de Géographie que estuvo en el Paraguay desde 1844 (en realidad, en diciembre de 1844 se embarcó; pero a ese país llegó, luego de tocar primero en Río de Janeiro, en los primeros meses de 1845, es decir, más de cuatro años después de la muerte del dictador), hasta 1847. A intervalos y desde 1860 hasta 1864, publicó en París su Histoire physique, économique et politique du Paraguay, obra en dos tomos más un Atlas con dos mapas y catorce ilustraciones a color hechas por él mismo.



La última parte de esta obra de Demersay es su historia política del Paraguay, la cual narró a partir de la conquista española y concluyó con el análisis que hizo del gobierno del doctor Francia y el que subsiguió a éste, es decir, el de Carlos Antonio López. 
Claro que era la suya la hermenéutica emanada de los paradigmas de un médico y naturalista a mediados del siglo XIX, con lo cual era una interpretación hecha desde el cientificismo de la época: la frenología gallista y el determinismo biológico. Así, atribuyó al clima, la raza y la alimentación de la población paraguaya las razones para la docilidad extrema que en ella creyó percibir, y fundamentó en todo eso su sumisión prolongada durante veintiséis años a un régimen despótico, arbitrario y absolutista, condiciones estas que le adjudicó tener al del doctor Francia; a quien reputó como un tirano sanguinario, impiadoso, complacido en su crueldad y empeñado en imitar a Napoleón hasta caer en el ridículo, pero no exento de una buena dosis de astucia e inteligencia. 
Por otra parte, entiendo menester aclarar que a la imaginación de Demersay se deben nada menos que todos y cada uno de los retratos que existen del dictador; ya que fue el francés (que era un dibujante extraordinariamente hábil a la hora de captar y representar las fisonomías de los personajes históricos que reprodujo en sus ilustraciones: Juan Manuel de Rosas, José Gervasio Artigas, Aimé Bonpland y Carlos Antonio López, entre otros) el primero en crear la imagen del doctor Francia desde la cual se pintaron todas las demás que de él se han hecho. Se me dirá: "¿Pero no era que Demersay no conoció al dictador y además, sabido y comprobado es que éste nunca se dejó retratar por nadie?". Responderé que en efecto es así; pero ocurre que la explicación a eso nos la dio el mismo Demersay en su libro, en el cual declaró que tomó como modelo a Petrona, la hermana del doctor Francia, la cual según ella misma era muy parecida a éste y quien accedió a posar; limitándose luego Demersay a darle al rostro la expresión que infería correspondiente con la índole y el carácter que él mismo le había asignado al dictador y las descripciones que de éste habían hecho quienes le conocieron. De allí entonces los ojos negros y profunda, terriblemente escrutadores; la frente prominente, el rictus de adustez, los finos labios contraídos en una mueca de fría, inexorable crueldad, en suma; el rostro de alguien deleznable en la maldad ominosa de su psique. Ese es entonces, el retrato que muchos, aún hoy, creen que es el del doctor Francia y que no lo es, o que por lo menos, es uno que lo representa... pero no tal como era; sino como se figuró Demersay que era:



Además, el científico francés no se limitó a condenar la etapa francista, sino que claramente consignó que, tal como él lo veía, tras la muerte del dictador en 1840; el Paraguay continuaba gimiendo bajo otro poder poco más o menos tan despótico como el suyo: el de Carlos Antonio López, a cuyo gobierno consideraba también una dictadura oprobiosa.

En la tercera parte de este artículo, estimado lector, veremos cómo siguió la cuestión que hemos abordado.

Continuará

viernes, 10 de octubre de 2014

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA HISTORIOGRAFÍA DEL PARAGUAY. PRIMERA PARTE




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

¿Por qué olvidar que en 1852 sabíamos tanto del Paraguay como del interior de la China? (Juan Bautista Alberdi) 

Si uno no considerase -tal como corresponde hacerlo, sin dudas- la condición previa de una evolución gradual de la sociedad paraguaya que la condujese al pleno goce de las libertades y los derechos individuales; seguro calificaría de paradójico que el ocuparse del conocimiento de su historia haya debido esperar hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX y que obedeciera más a la necesidad de los gobiernos de los López de responder a las críticas que desde el exterior se les hacían y tratar de refutarlas; antes que a un convencimiento propio y razonado de que encarar el asunto resultaba ya impostergable. Veamos:
Carlos Antonio López, enfurecido porque Rosas se negaba a reconocer la independencia paraguaya, había celebrado, a fines de 1844, un tratado de comercio con la provincia de Corrientes (prolegómeno de la guerra que declaró a Rosas a fines de 1845) y enviado un ejército de 4.000 hombres a las órdenes de su hijo (a quien había nombrado coronel a los 18 años) a "auxiliar" a José María Paz, quien era a la sazón, el jefe del ejército de Operaciones (y quien calificó a la columna paraguaya de "masa informe con la que no se puede contar por el momento; sin instrucción, sin arreglo, sin disciplina e ignorando hasta los primeros rudimentos de la guerra"). Encima, varios oficiales paraguayos, influenciados por la propaganda liberal y de constitucionalismo, tramaron un complot para derrocar a López a su regreso a Asunción.
Derrotada por Rosas a través de Urquiza la intentona paraguaya, Francisco Solano López escapó a su país con sus fuerzas y lo mismo hizo Paz con toda su oficialidad, entre la cual se encontraba un mercenario austro-húngaro: Franz Wilhelm Edgar Wisner von Morgenstern. Recordemos este nombre, pues como veremos más adelante; tendrá relevancia en el tema que tratamos. Estos últimos (Paz y sus oficiales, digo), luego se refugiaron en el Brasil. 
Por su parte, Carlos Antonio López buscó adquirir armas al imperio, y a mediados de 1849 volvió a las andadas contra la Confederación Argentina y puso a von Morgenstern al frente de un ejército de 6.000 hombres. Su plan se trataba, a la par de hostilizar a Rosas; de mantener abierta la antigua línea comercial entre Itapúa (la actual Encarnación) y San Borja (la actual São Borja), en las Misiones. Se sucedieron entonces los actos de depredación, incendios y saqueos cometidos por los paraguayos en el puerto de Hormiguero y en Santo Tomé, y la ocupación de Tranquera de Loreto (que era el límite entre las Misiones y la provincia de Corrientes, donde hoy está la ciudad de Ituzaingó, y de Trinchera de San José (la actual ciudad de Posadas). Finalmente, los latrocinios cometidos por los propios paraguayos, fueron los que esterilizaron el comercio que se proponía López. Pasó que éste se dejó llevar por von Morgenstern y sus socios brasileros: el encargado de negocios en Asunción, Pedro de Alcântara Bellegarde, y un diputado apellidado Fernández Chaves, quienes por una jugosa comisión en la venta de armas, habían "asesorado" a Don Carlos en el sentido de que iba a declararse la guerra entre la Confederación Argentina y el Brasil. Al percatarse de la gaffe que había cometido, López mandó a su hijo Francisco Solano a tratar de enmendarla (éste destituyó a von Morgenstern, quien se radicó en Itapúa, dedicado a la actividad forestal; ya lo veremos reaparecer en escena), e intentó, paralelamente, conciliar un tratado con Rosas quien, harto de las trastadas del paraguayo; se limitó a ignorarlo e hizo dictar una ley autorizándolo a reincorporar al Paraguay por la fuerza, lo cual finalmente no se produjo, porque su gobierno cayó en Caseros. El 17 de julio de 1852, la Confederación Argentina reconoció la independencia del Paraguay; pero los conflictos debidos al desacuerdo por los límites, continuaron. 
En ese marco, el primer antecedente relativo a la cuestión de la historiografía paraguaya, se dio a mediados de 1857. Un sector de la prensa de Buenos Aires, con el periódico El Orden a la cabeza, se embarcó en una tenaz campaña de denuestos contra el gobierno lopista, a la par que de encendida defensa de la libre navegación por el Alto Paraguay, y dando inclusive sitio en plana destacada a una serie de Cartas dirigidas al presidente Carlos Antonio López por parte de un paraguayo exiliado en Buenos Aires: Luciano Recalde, con prólogo y comentarios de Sarmiento.
A Recalde salió a responderle, en favor del lopismo, en las páginas de La Reforma Pacífica que dirigía Nicolás Calvo; otro paraguayo residente en Buenos Aires: Juan José Brizuela, quien además editó, en la imprenta de dicho periódico, no tanto un libro sino más bien un folleto escrito en parte en prosa y en parte en verso, bajo el extenso título "Ojeada histórica sobre el Paraguay, seguida del vapuleo de un traidor, dividida en varias azotainas administradas al extraviado autor de las producciones contra el Paraguay conocido vulgarmente por el nombre Luciano el sonso" (sic) (cursivas mías).
Es menester aclarar también que en el asunto intervenían, aparte del enfrentamiento político - ideológico en sí (Recalde formó parte principal de la llamada Sociedad Libertadora del Paraguay, opositora al gobierno de su país; y Brizuela integraba el staff de los López desde los tiempos de la gira europea de Francisco Solano -incluso hay quienes sostienen que fue amante de Elisa Lynch en París y que fue él, cuando se cansó de disfrutar de sus "favores", quien se la presentó después a aquél; pero se trata de algo que no está comprobado y que posiblemente sea sólo un chisme usado como dicterio-), intereses vinculados al comercio de la yerba mate.
Al morir Carlos Antonio López en 1862, le sucedió en el gobierno su hijo, Francisco Solano. Será materia de otro artículo abordar el asunto de esa presidencia hereditaria y las supuestas (o no) intenciones de este último de implantar posteriormente una monarquía y de cuánto hay de verdad o de mito en las gestiones que tendientes a ese efecto llevó a cabo en distintas cortes de Europa; por ahora quiero ceñirme a la cuestión de la historiografía paraguaya y qué hicieron los López al respecto. 
Ya hemos visto lo del padre; en la próxima entrega, estudiaremos qué actitud adoptó el hijo en relación al tema que nos ocupa hoy.

Continuará