viernes, 13 de agosto de 2021

LA INVENCIÓN DE ANDRESITO, DE JORGE ENRIQUE DENIRI

 



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

A la hora de analizar la figura histórica de Andrés Guacurarí, resultan insoslayables las investigaciones y publicaciones de Aníbal Cambas, Jorge Francisco Machón, Oscar Daniel Cantero, Pablo Camogli… Pero también un libro, uno en especial, del cual voy a ocuparme en este acotado opúsculo (si es que usted, estimado lector, me concede la gracia de su paciencia —no se preocupe, prometo ser breve—): La invención de Andresito, de Jorge Enrique Deniri (Moglia Ediciones, 2009).
Se me dirá: “Bueno, pero a ver ¿qué tiene de extraordinario ese libro con el que tanto me anda repicando?”. Y entonces responderé: todo. Porque en efecto, es así, desde el título hasta la última de sus páginas.
Pero espere, no me apure; quiero ser ordenado: empezaré por el principio, como Leonardo Favio le hace decir a Moreira en su magistral película. Además, como pontificaba Rosas: "a la mulita hay que agarrarla por la cabeza". Vamos, pues, al título: La invención… nos espeta un Deniri ¿desafiante, provocativo? La verdad es que no lo sé; he participado con él en charlas sobre nuestra rica historia, pero olvidé preguntarle si tuvo o no la intención de serlo así cuando lo eligió para su libro. Si pretendió encender desde el vamos la polémica, entonces ¡vaya si lo consiguió! Porque en todo caso, es innegable que como gancho, funciona más que bien a la hora de resultar atractivo; uno se encuentra con ese título y le vienen deseos de saber más, de conocer lo que hay detrás de él.
Pero claro está, es ley que a toda acción le corresponde una reacción. Y así, hubieron… poco avisados, digamos, por llamarlos de algún modo, que se quedaron con el copete y rechazaron airadamente el libro ¡sin siquiera leerlo detenidamente! ¿Se acuerda, querido lector, de cierto profesor universitario que criticaba acerbamente la monumental obra de Saldías referida a Rosas y su tiempo?, ese que al preguntársele si la había leído; respondió indignado y con indisimulable tinte despectivo digno de mejor causa: “¿Yo? Por favor… yo no leo eso”. Le endosaron a la palabra invención contenida en el título, un sentido peyorativo que muy lejos de asignarle estuvieron las intenciones del autor. Lo de invención está consignado sencillamente como punto de partida retórico de lo que Deniri se propone plantear en el texto, tan simple como eso.
Al abordar el tratamiento de la figura de Andresito, el bagaje heurístico con que se cuenta es tan, pero tan escaso; que en definitiva, no deja de ser lógico que antaño, predominando un relato histórico armado a partir de determinados criterios que en sí mismos presuponían el rechazo, la descalificación y el descarte de la otredad, se la cubriera de denuestos, tendiendo sobre ella el pesado manto de una leyenda negra. Así como era harto previsible que hogaño, sustentando postulados diametralmente opuestos a los anteriores, se la ensalzara y agigantara hasta el delirio, con la urdimbre lenta pero sostenida de una leyenda blanca orientada a la erección de un héroe cuya empresa adquiere ribetes de epopeya. Tuvo que venir Arnold Toynbee en los años 60 a enseñarnos que la historia es revisionista per se. Bah, a enseñarnos... a querer enseñarnos, mejor dicho; porque la verdad, no es que sea mucha la bolilla que le dimos, ¿no?
Y los argentinos solemos distinguirnos por rechazar a menudo el aristotélico justo medio. Solía decir mi abuelo: “Ni tan peludo que no se le vean los ojos, ni tan pelado que se le vean los sesos”.
Por otra parte, la historia, la leyenda y el mito tratan de explicar el pasado. La primera, lo hace desde la heurística y posterior hermeneútica; y la leyenda y el mito, desde la tradición trasmitida de generación en generación a partir de una figura o de un suceso, a los cuales se agregan elementos imaginativos cuando no fantásticos. Pero además, aplicados a un medio local (un país, una provincia, una ciudad), tanto la historia como la leyenda y el mito, tienen en común el propósito de fundar, cimentar, enaltecer y ostentar ante el resto del mundo, la pertenencia a ese medio local. 
Así las cosas, Andresito es a la vez historia, leyenda y mito. Es historia por cuanto emana de eventos históricos reales y fehacientemente comprobados (adhesión de Corrientes —efímera, conflictiva e inestable— al artiguismo, expulsión de los paraguayos de las misiones occidentales y lucha contra las tropas —compuestas por guaraníes, al igual que las del propio Andresito— del imperio luso-brasilero); es leyenda etiológica en tanto su construcción lleva el aporte de elementos que surgen de la fantasía popular y que fueron transmitidos sucesivamente a través de la tradición oral y la abundante difusión de un relato; y es (en Misiones, sobre todo; en mucho menor medida en Corrientes) mito histórico-cultural pues remite a un tiempo primordial y cumple con la condición de opuestos reconciliados en una síntesis superadora del antagonismo primigenio (lo cual, dicho sea de paso, aún no se ha verificado totalmente, pues es de lamentar que subsistan en la actualidad resabios de cerrado rechazo a Andresito en Corrientes y a Ferré en Misiones).
En modo alguno Deniri le “baja el precio” a la figura histórica de Andresito y mucho menos lo hace cuando la reputa de construcción desde arriba. Al contrario; la analiza sesuda, desprejuiciada y concienzudamente, incluso hasta en lo específicamente militar. Tampoco hay en lo de invención, una descalificación ni explícita ni implícita; Deniri no niega en absoluto el legítimo derecho de los historiadores misioneros a la pretensión de imbricar a su provincia en los albores del pasado nacional, ni los “condena” por la erección de un héroe ni por la creación de un mito. 
Después de todo, vaya usted, querido lector, ante un romano a burlarse del mito fundacional de Rómulo, Remo y la Loba que los amamantó; o ante un galés a decirle que el mítico rey Arturo no existió en la realidad; o ante un griego a reírse y plantearle que Aquiles y Ulises eran sólo frutos de la imaginación calenturienta de Homero al influjo de los vahos etílicos del vino de por entonces (etílico en mucho mayor graduación que la del vino de la actualidad, dicho sea de paso) y después cuénteme cómo le fue. ¿Y acaso no fabricó Mitre el mito Rivadavia? 
Deniri no entra en eso; es un historiador, y como tal, busca acercarse tanto como le sea posible a la siempre tan elusiva verdad histórica, deslindando cuidadosa, esmeradamente, lo que es historia, de la leyenda y del mito. Nada más (y nada menos) que eso. Y —“pequeño” detalle— además lo hace sin necesidad de emitir juicios de valor; sólo estipulando su verdad histórica (tan relativa como cualquier otra).
Como si todo eso fuera poco; el libro está, en lo que hace a lo estrictamente literario, mucho más que bien escrito; en prosa elegante, fluida, ágil, y que página tras página mantiene vivo el interés de quien lo esté leyendo. En su particular estilo, propio y distintivo, lo de Deniri tiene, a la hora de florearse, mucho de la sintaxis irreprochable de un Vicente Fidel López, de un Manuel Gálvez, de un José María Rosa o de un Salvador Ferla, narradores de historias en las que los personajes (los buenos y los malos) parecieran como surgir vívidos desde las páginas tal como si de repente brotasen de la noche misma de los tiempos; y —afortunadamente— nada tiene de la insoportable pesadez y de las profundas lagunas (o más bien, océanos) de los soporíferos mamotretos intragables de —por ejemplo y entre otros— un Bartolomé Mitre o un Tulio Halperín Donghi. 
Al fin de cuentas, y aún cuando resulte que no coincidiera usted con lo que enuncia y sostiene Deniri en su libro; como certeramente consignó Giordano Bruno: se non è vero, è ben trovato.
Mire, no deseo aburrirlo, así que la corto acá. Después de todo, como canta Larralde, “pa’ qué andar palabreriando”: sea usted anti o pro Guacurarí, no importa; lea La invención de Andresito, que lo va a enriquecer en lo histórico y lo hará disfrutar en lo literario. ¿Qué más puede pedirse?
Hasta la próxima.

-Juan Carlos Serqueiros-