jueves, 31 de enero de 2019

CON LA SANGRE EN EL OJO








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros


If you want a father for your child, or only want to walk with me a while, across the sand… i’m your man. (Leonard Cohen, "I'm Your Man")

Termino de leer Con la sangre en el ojo (Grijalbo, 2015), de Alejandro Parisi, un policial negro argentino que se las trae.
Parisi es el creador del personaje que "debuta" en esta novela (el escritor ya adelantó que protagonizará otra u otras): Álvaro Balestra, un uruguayo de Durazno, ex policía, trasplantado a nuestro país, que cruza el charco luego de un feroz enfrentamiento con su padre (un comisario demasiado involucrado en la tiranía que azotó al Paisito). Balestra, que de cuasi comisario en Uruguay, deviene en detective privado en Buenos Aires, tiene a su madre (una aristócrata que, aquejada de Alzheimer, dilapidó su fortuna) internada en un geriátrico (al que adeuda un montón de mensualidades, factor extra ese, que contribuye a su auto justificación para visitarla muy de vez en cuando), un matrimonio fracasado, una hija que vive en España y una amante: Débora, que es una arquitecta exitosa, pero... casada, y encima; con un famoso conductor de programas de televisión. Escucha música clásica, fuma mucho y bebe demasiado alcohol (grapa, aperitivos y vino; no whisky, y mucho menos, de la variedad bourbon, esa que toman los arquetípicos detectives yanquis del Manual del buen thriller),  y su aspiración es juntar el dinero necesario para retirarse a vivir en una casa que posee en el Tigre, a la cual considera su lugar en el mundo.
Parisi confiesa sin ambages que le gusta mucho Pepe Carvalho (el personaje fetiche del gran Manuel Vázquez Montalbán), pero a diferencia del detective gallego que vive en Barcelona; Balestra no quema libros en la chimenea (ni siquiera se menciona en la novela que haya leído alguno; más allá de que su procedencia aristocrática le posibilitó una esmerada educación) y tampoco es un chef consumado ni un gourmet exquisito como sí lo es el peninsular. 
No obstante, el lector advertirá, seguramente, algunas similitudes y/o coincidencias entre ambos personajes: el cinismo, el humor ácido, el escepticismo, la relación entre Balestra y Débora que aparenta tener un futuro tan incierto e improbable como el de un final feliz para el raro vínculo no vínculo que mantienen Carvalho y Charo, el constante esfuerzo por rehuir tenazmente cualquier compromiso afectivo, y un amigo y colaborador / informante callejero de Balestra: el Rengo, un linyera, un mendigo, un homeless, con una rara habilidad para el origami y cuyo apodo me remite, vaya uno a saber por qué, a evocar a Arlt, y que inevitablemente me da por asociar con el Bromuro, aquel lustrabotas compinche de Carvalho (tanto así, que si el Bromuro reitera hasta el hartazgo su cantinela acerca de un poder misterioso que maneja la población a voluntad echando sales en la red pública de agua potable; el Rengo no se queda atrás y jura que vio a Mao Tse Tung vendiendo garrapiñadas en plaza Once).
¿Por la trama me pregunta? Bueno, en apretada síntesis le cuento: Álvaro Balestra (cuyas finanzas tocaron fondo y que necesita desesperadamente obtener dinero a como dé lugar) es contratado por la esposa de un acaudalado industrial judío para que procure encontrar evidencias de las infidelidades que le atribuye a su marido. Pero lo que aparenta ser un simple y fácil caso para cualquier oscuro investigador privado huele braguetas; deriva en asesinatos, espionaje industrial y hasta involucra a una organización terrorista de fanáticos de ultra derecha empeñada en “limpiar la sociedad”. Y como pa' ponerle un cachito 'e chimichurri al asado; una orgía en la que hay de todo, incluso un ser andrógino que con voz ronca desgrana I'm Your Man, de Leonard Cohen, en medio de un aquelarre de culos, tetas y pijas.
Mire, déjeme decirle una cosita: le doy mi palabra que desde Los desangelados, de Geno Díaz, no recuerdo un thriller argentino tan bueno como este.
Con la sangre en el ojo es una novela que lo dejará con muchas ganas de leer más de Parisi. O de Balestra, como usted prefiera.

-Juan Carlos Serqueiros-