domingo, 4 de mayo de 2014

YA SE FUE, YA SE FUE / EL BURRITO CORDOBÉS. PRIMERA PARTE



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Vengan cien mil suscripciones / y afuera las subvenciones. (Lema de la revista Don Quijote)

En 1890, al renunciar el presidente Juárez Celman, las gentes en las calles cantaban al ritmo del pan francés: "Ya se fue, ya se fue / el burrito cordobés".
El apodo (se lo había puesto en el semanario Don Quijote su director y propietario, Eduardo Sojo, y se agregaba al de farolero con el que previamente lo había "bautizado" el periódico El Mosquito a raíz de una manifestación nocturna que en apoyo a su candidatura había organizado Estanislao Zeballos, en la cual los concurrentes portaban faroles) fue popularmente festejado y todo el mundo (todo el mundo en Buenos Aires, quiero decir; porque había un para nada velado trasfondo porteño localista de rechazo y desdén hacia el provincianito) empezó a llamar "burrito cordobés" a Juárez Celman.
Y así lo dibujaban en Don Quijote, como podemos apreciar en estas imágenes en las que vemos al burrito cordobés con su recién nombrado jefe de policía, coronel Alberto Capdevila; con Roca (representado como un zorro) y montado por un mono con la cara de Ramón J. Cárcano, en sendas ilustraciones de Eduardo Sojo (que firmaba como Demócrito); y como estatua ecuestre en la otra, que es autoría de José María Cao (Demócrito II):




También solía aparecer como un monarca oriental, con un farol en la cabeza y orejas de burro:

Y no sólo a Juárez Celman se caricaturizaba, criticaba, denigraba y ridiculizaba en Don Quijote; como podemos notar en esta ilustración (obra de Sojo en 1887) alusiva a la inicua entrega del Ferrocarril Central Norte a los capitales ingleses, en la cual aparece como payaso el ministro "Lata" (¿Eduardo Wilde?), hundiendo un enorme clavo en la República, a la cual se muestra encadenada y vestida con una túnica en la que puede leerse "vergüenza patria":


Había más, como por ejemplo una alegórica a la Pasión cristiana, en la que se mostraba a un Juárez Celman sádico azotando con un cilicio a una República que aparece no exenta de cierto erotismo, inerme, atada a una columna, desnuda, con medias, ligas y tacones.


O esta otra en la que aparecía caricaturizado junto a diversos políticos del gobierno y del congreso, apoderándose del oro que lanzaba por la boca una figura femenina que representaba a Buenos Aires en tanto capital, a la cual torturaban con una prensa, todo en obvia alusión a los negociados con las obras públicas que se le achacaban al juarismo.

 

Esta última fue la que provocaría que en una reacción que tuvo todo de bárbara e inconstitucional, la cámara de diputados del Congreso de la Nación, a moción del inefable Lucio V. Mansilla (quien lo llamó "galleguito" y dijo que antes, él mismo había "comprado" su pluma para hacerla trabajar por la candidatura de Dardo Rocha), en setiembre de 1887 decretara que Sojo fuera preso hasta que finalizara el período de sesiones de ese año.
Fue un escándalo. ¡El poder legislativo avanzando sobre la libertad de prensa y atribuyéndose la potestad de hacer encarcelar a un periodista! ¡Inaudito e inadmisible! Sojo recurrió a la justicia y fue liberado; pero los ataques del juarismo sobre Don Quijote no se detuvieron.


La prensa y la opinión pública se pusieron de parte del semanario, que aumentó su tirada de 15.000 ejemplares a 30.000. En los días posteriores a la Revolución del 90 llegaría a tirar 60.000, y se produjo frente a su redacción una manifestación multitudinaria vivando a su director.
Sin dudas Don Quijote fue un factor que contribuyó y no poco, al descrédito del juarismo (y la actitud de éste frente a la cuestión, fue lisa y llanamente demencial); pero sostener, como muchos lo han hecho, que el periódico (al que se le atribuyeron -y era cierto- simpatías por los cívicos) tuvo una influencia y un protagonismo decisivos en la caída del gobierno, es ir demasiado lejos en la simplificación de las cosas.
Juárez Celman no se vio obligado a renunciar -o al menos, no sólo por eso- por la feroz crítica de un periódico, ni la corrupción generalizada en su administración, ni los abusos de poder en que incurrió; tal como veremos en la segunda y tercera partes de este artículo.

Continuará