jueves, 7 de septiembre de 2023

ENEMIGOS ÍNTIMOS























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

No digo que Sáenz Peña sea un mal candidato; pero no es mi amigo personal ni pertenece al partido. (Julio A. Roca)

Roca es el anfitrión perenne en el festín de la decadencia. (Roque Sáenz Peña)

Fracasado que fue el intento de impedir la candidatura presidencial de Manuel Quintana proclamada el 12 de octubre de 1903 en la llamada "convención de notables" convocada a instancias de Julio A. Roca para decidir la renovación presidencial en 1904 (en que terminaba su propio período) con el propósito de frustrar a como diese lugar y sin parar en medios la postulación de Carlos Pellegrini; el íntimo amigo y socio de este último: Roque Sáenz Peña, organizó, en el elegante Café de París, situado en la calle Cangallo (actual Teniente General Juan Domingo Perón) entre San Martín y Florida, un banquete de desagravio.
En dicho evento, Sáenz Peña pronunció un durísimo discurso en el cual, con frases ingeniosas e hirientes como sables de filo, contrafilo y punta, condenaba acre y severamente la actitud de Roca. Lo acusaba de haber "concebido una presidencia sin partido (en alusión a un futuro mandato de Manuel Quintana, quien en efecto, carecía de partido político y a quien Roca esperaba manejar a su antojo —predicción esa de Sáenz Peña que no se cumpliría, en cabal demostración de que lo de profetizar no se constituía en la más destacable de sus aptitudes—) para ejercer desde afuera el gobierno caudillesco". Y finalizaba: "El triunfo estaba asegurado para nuestra agrupación, lo afirmo bajo mi palabra, pero ante las cifras reveladoras del triunfo (se refería a la candidatura de Pellegrini, obstaculizada, como cité antes), el señor general Roca desnudó a un candidato (Felipe Yofre, ministro del Zorro) y vistió al otro (Quintana) con los ropajes del muerto". (sic)
No sería esa la primera ni la última vez que Sáenz Peña cruzara fuerte a Roca; ya mucho tiempo atrás le había zampado un lapidario "es un napoleón de azúcar rubia", por el postre así llamado.
Y no era para menos; porque hay que tener en cuenta que once años antes, esto es, en 1892, Roca (en sociedad con Mitre —y dicho sea de paso, también anduvo Pellegrini en el enjuague—) había "matado" la candidatura modernista de Roque Sáenz Peña, levantando la del padre de éste, don Luis.
Así las cosas, entre aquellos dos hombres había existido hasta allí una larga la lista de desinteligencias y desencuentros, cuyo origen venía de los tiempos de la presidencia de Juárez Celman. El general Julio A. Roca y el doctor Roque Sáenz Peña no eran meramente adversarios políticos; eran directamente enemigos. Y además; enconados.
En el Zorro se resumía, para Sáenz Peña (quien había sido, paradojalmente, subsecretario de Relaciones Exteriores en la primera presidencia de aquél), todo aquello que de nocivo, corrupto, vergonzante y repudiable podía encontrarse y aún imaginarse en la política vernácula. Veía en Roca al réprobo, al caudillo, al (según sus propias palabras) "dictador oscuro que ha oprimido como el otro (refiriéndose a Juan Manuel de Rosas), por más años; aunque con menos sangre, pero con más concupiscencia".
En tanto que para Roca, hombre pragmático, reservado y cínico; Sáenz Peña era el ícono de todo aquello que en materia de política reputaba de pueril, ingenuo, inconducente, ineficaz y más aún; pernicioso: el idealismo "excesivo", el romanticismo. Veía en él a un "porteño carente de instinto político".
No es objeto de este opúsculo intentar establecer cuál de los dos estaba más acertado en cuanto se refiere a las opiniones sobre el otro, o si lo estaban ambos o ninguno, ni tampoco hasta qué punto eran justas o injustas las imputaciones que se hacían recíprocamente; pero sí, en obsequio a la verdad histórica, diré que Sáenz Peña no medía a todos con la misma vara, pues toleraba en otros, especialmente en su íntimo amigo y socio, Carlos Pellegrini, aquellas mismas cosas que condenaba en Roca. Y diré también que éste, por su parte, tampoco se privó de incurrir en una inconsecuencia idéntica a la que le achacaba a Sáenz Peña, toda vez que no sostuvo el proyecto de unificación de la deuda externa que él mismo había alentado. La verdad es que ni Roca era el caudillo venal que suponía Sáenz Peña; ni éste era el romántico carente de astucia y de voluntad que se figuraba el Zorro.
Fueron presidencias trascendentales las de los dos, a punto tal, que esta Argentina nuestra está marcada con la impronta que dejaron a sus pasos por la primera magistratura de la Nación. Y ambos a su turno, prestaron al país señaladísimos servicios: Roca fue el creador del Estado moderno, y merced a sus iniciativas se lograron: la ocupación real y efectiva de todo el territorio nacional, la ley de Educación Común y la de Registro Civil; y a Sáenz Peña debemos: la ley de Sufragio Universal que transformó el sistema político y electoral, la de Fomento de los Territorios Nacionales y la reserva exclusiva para la administración estatal de la explotación petrolera.
Pero lo que me interesa poner de manifiesto en este breve artículo, es que cada vez que así lo demandó el provecho del país, estos dos ilustres argentinos tuvieron la grandeza de hacer a un lado sus profundas, abismales, diferencias, y de subordinar cualquier oportunismo político a los intereses supremos de la Nación. Veamos si no:
A mediados de 1912, Sáenz Peña, por entonces presidente de la República, designó a Roca ministro plenipotenciario ante el Brasil, en el marco del convenio al que se había arribado con dicho país para limitar ambas naciones la adquisición de nuevos acorazados, luego de superar una etapa especialmente difícil y de gran tensión en las relaciones bilaterales. Así, no trepidaron, el uno en llamar a su mayor enemigo político para encomendarle una muy alta misión; y el otro, en aceptar y cumplirla porque así lo requería el deber para con la patria.
Y cuando en 1913 Sáenz Peña, ya muy aquejado de la enfermedad que lo llevaría a la tumba, pidió al Congreso licencia por tiempo indeterminado; Roca, en un gesto que enaltecerá por siempre su memoria, pidió a los senadores y diputados que respondían a su orientación política que la concedieran, destacándose incluso el discurso en tal sentido de su propio hijo, Julito, a la sazón, diputado por Córdoba.
El 9 de agosto de 1914 falleció el presidente Roque Sáenz Peña, y en sus funerales, que se realizaron el 11, uno de los que llevaban los cordones de la cureña que transportaba el féretro, era el general Roca. No terminaría ese fatídico año sin que muriera también éste, apenas dos meses después, el 19 de octubre. La República Argentina perdía, en aquellos aciagos momentos, dos estadistas de enorme dimensión.
En esta hora de la vida nacional tan escuálida de valores y ejemplos en la política, tan carente de heroísmos como abundante en cobardías, tan plena de miserias y egoísmos como vacía de virtuosismos y generosidades; figuras históricas insignes como la del general Julio A. Roca y la del doctor Roque Sáenz Peña deberían servirnos para tratar de mover a los hombres y mujeres públicos del hoy a que al menos intentaran reflejarse en los espejos del ayer.
Amén.

-Juan Carlos Serqueiros-