Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Todas las cosas guardan memorias / de lo que fue y lo que pasó. (Juan Carlos Serqueiros, “Silla”)
Nuestro hogar se ha visto embellecido aún más con esta nueva "adquisición": una antigua radio a válvulas electrónicas que tiene aproximadamente ochenta años. Y ahora paso a explicarle, mi muy estimado amigo lector, el porqué del entrecomillado que puse en la palabra adquisición.
Con Gabriela, mi esposa, estábamos cierta mañana sabatina tomando café en nuestro bar habitual, y en eso ella me dijo: —Recuerdo que había una casa de antigüedades en la intersección de Perón y Carrillo. No sé si estará todavía, y además; no podríamos comprar nada porque no tenemos un mango partido al medio, pero estaría bueno ir a husmear un poco, tanto como para ver si todavía existe, y de paso regalarnos la vista con cosas viejas y bellas, ¿no te parece?
—¿Cuál esquina dijiste? —pregunté. —Perón y Carrillo —contestó. A lo cual repuse: "Me importa tres belines lo que haya ahora allí, aún cuando la casa de antigüedades probablemente no esté más; si la esquina es Perón y Carrillo... ¿qué estamos esperando para ir? La sola mención de esos nombres ilustres, amerita per se la excursión, ¡vamos ya!" Y fuimos.
Llegamos, y felizmente la casa de antigüedades seguía allí; pero ya echando un vistazo al escaparate nomás, me di cuenta de que las cosas que estaban exhibidas para la venta resultaban prohibitivas para nuestros grilos exhaustos. Qué sé yo... imaginemos que era como tener ganas de ir a ver y escuchar “Aída” en el Colón en una función de gala, y no tener no ya un peso para la entrada (aún cuando se pudiera comprarla en 24 cuotas), sino ni siquiera para alquilar el esmoquin; así que le dije: "Olvidate, mi amor, esto no es para nosotros". Igual, entramos a mirar y a preguntar precios (que estaban todos en la gama que va desde 30 hasta 400 lucas). Entonces le dije al dueño: "Vea, señor, no le queremos hacer perder su tiempo, nosotros no entramos ni por asomo en el target económico de sus clientes potenciales; así que si nos permite y no le molesta, nos contentaremos con mirar y admirar solamente". Amable, atento y condescendiente, el hombre (un caballerazo en toda la línea) me contestó: "Nunca se sabe. Miren tranquilos y cualquier cosa me preguntan".
En eso, Gabriela "descubrió" un Topo Gigio (no trucho; uno original, made in Italy): 50 lucas. Impensable para nosotros. Descartado. Llamó mi atención un pequeño globo terráqueo entre dos libros que lo sostenían, todo de bronce esmaltado. Una pieza preciosa que hubiera quedado perfecta en el consultorio de Gabriela. Pregunté el precio: $ 40.000 (que claro, yo no tenía).
A pesar de todo, me animé (o mejor dicho; osé, me atreví) a preguntarle por radios viejas, de esas a válvulas, y el hombre me mostró un toco de ellas. Tenía más de veinte, todas en óptimo estado de funcionamiento, con valores que iban desde 80.000 hasta 250.000 pesos (lo cual las situaba fuera del alcance de nuestras magras finanzas, obviamente); menos una cuyo precio no me informó, sino que se limitó a decirme: "Esa no anda, y para colmo, no tiene reparación posible porque ya averigüé y las válvulas quemadas no se consiguen por ningún lado y el sintonizador fallado tampoco". No obstante la aclaración; seguí mirando y mirando las radios... y en especial; esa radio.
De improviso, el hombre se acercó a mí y preguntó: "¿En serio le gusta esta que no anda?". Y trascartón me advirtió: "Mire que por más barata que se la deje, incluso al precio que usted quiera pagarme, dos pesos o lo que fuere; no tiene arreglo, eh". Le dije: "No importa; a mí me encanta, aunque más no sea, para tenerla de vista. En mi imaginación yo la voy a escuchar lo mismo aunque no funcione". Me contestó: "Bueno, mi amigo, entonces eso significa que la radio al fin encontró a su dueño; llévela si la quiere, se la obsequio".
¡Yo no lo podía creer! Pero aquí está, ya es nuestra y su noble belleza es un regalo para los ojos. Y aunque todos crean que mis oídos no podrán escuchar ningún sonido proveniente de esa radio en apariencia muda para siempre; yo SÉ que ella sí resuena: para los oídos de mi alma, la magia de ese aparato continúa emitiendo música y voces de locutores y cantantes ya idos, así que... ¡sí funciona!
-Juan Carlos Serqueiros-