miércoles, 29 de marzo de 2023

BOTELLA AL MAR





















Escribe: Gabriela Borraccetti *

Era una mujer muy terrenal. Sabía exactamente para qué servían cada uno de sus cinco sentidos y tenía la capacidad de venerarlos como madre natura manda sin ningún otro dios.
Llevaba en sus ojos el verde lluvioso de la selva y en su piel el rocío sobre los pétalos cuando florecen; estiraba, cual si fuese un árbol, sus brazos hacia el sol, y día a día comprobaba que el cielo de algún conocimiento se hacía asequible a sus pupilas. Nunca pudo utilizar como arma el perfume de sus flores, porque jamás reconoció como algo milagroso y supremo lo que la naturaleza le había brindado, según pensaba, tan sólo como vehículo para poder apoyar sus pies sobre la tierra y tener acceso al frío, al calor y a las caricias.
Amaba jugar con el viento furioso, y en señal de desafío, soltaba sus cabellos para darle la cara, mientras en contra de todo lo que fuese definición y opinión ajena, abría los ojos clavándolos de frente al sol justo cuando éste llegaba al cenit.
Quizá, tan sólo quizá, por confundir el desparpajo terrenal con lo exótico, ninguno se atrevió a “ganarla” desde el llano, y fueron muchos los que creyeron que un buen mercader, un rey o un gobernante, eran atributos más valiosos que ser cabal e íntegramente hombre.
Sin embargo, ella jamás se vendió; no fue un adorno ni una joya ni un símbolo de poder. Detestó con todas sus fuerzas los insultos de quienes pretendieron “honrarla” y supo que había estado mirando la vida con ojos demasiado inocentes, creyendo que el valor de las personas era superior a cualquier otro atributo, y que su género, erróneamente llamado débil, era digno de ser considerado par.
Despiadado e inclemente, el tiempo fue pasando; su primavera se volvió verano, y el verano la llevó al otoño llegando a la puerta del invierno infierno. Miró hacia atrás y vio una larga cadena de semillas perdidas, de pétalos y rocíos desperdigados y de gestos rebeldes, fuera del modelo estándar tan dócil, tan ficticiamente independiente, tan disimuladamente ambicioso y tan desconectado de la fragilidad y de la ternura; que como símbolo de última oportunidad, decidió emprender el camino con una valija llena de dolor y de amor sin dar, en la que puso una, sólo una, muda de esperanza.
Llegó a una cueva en la mitad de una montaña, y desde allí volvió al viejo y abandonado hábito de escribir. Tomó su mejor poesía, la introdujo en una botella y la arrojó al mar, como quien apuesta la vuelta en un juego de azar.
Un día, el retorno tuvo lugar, y dentro de la botella, se leía este mensaje: “Existo”.

-Gabriela Borraccetti-

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista y artista plástica. Para contactar con ella por consulta psicológica o terapia psicoanalítica, escribir a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.

martes, 28 de marzo de 2023

HURACÁN, CON H DE HONOR Y DE HUMILDAD























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

En Buenos Aires, el 25 de Mayo de 1903, en la casa de Tomás Jeansalle ubicada en la calle Ventana 859 del barrio de Nueva Pompeya, un grupo de alumnos del Colegio Luppi fundó un club. 
La tradición oral nos trae la famosa anécdota del librero italiano Richino (probablemente Riccino, antes de arribar a nuestro país), a quien le fuera encargado el primer sello, que por aplicación del idioma original de aquel inmigrante de la itálica península, rezaba “Uracán”; y la existencia de una propaganda gráfica que aludía a algún producto cuya marca era “El Huracán”, lo cual provocó que se trocara el planeado apelativo de “Verde Esperanza y No pierde”; por el de “Club El Huracán”, más acorde con los magros bolsillos de aquellos visionarios fundadores que sólo habían podido juntar entre todos $ 2,50 para la confección del sello.
Eso según algunos; pero en un reportaje que en 1934 le hizo la revista El Gráfico, Tomás Jeansalle afirmó que se propusieron dos nombres para el club que nacía: Defensores de Villa Crespo y Verde Esperanza, los cuales fueron descartados, el primero, porque no tenía nada que ver con el barrio de aquellos emprendedores muchachos; y el segundo, porque les pareció "demasiado poético", "demasiado lindo para un club de fútbol" (sic).



El emblema oficial del Club Atlético Huracán es el universalmente conocido globo rojo sobre fondo blanco. Ahora bien, ¿cómo y cuándo se adoptó dicho símbolo y cuáles fueron los motivos que condujeron a ello? La respuesta a estos interrogantes no es por cierto tarea sencilla, ya que la noche de los tiempos y los humildes orígenes de la Institución (la grandeza va siempre aparejada a la humildad) tiende un inexorable manto que torna nebulosos los recuerdos, y además; es escasa la documentación con que se cuenta.
Las primeras actas del Club hacen referencia a su fundación el 25 de Mayo de 1903 y a su reorganización el 1º de Noviembre de 1908, y estipulan que utilizará camiseta blanca con el distintivo del globo “Huracán”. Y ahí ya tenemos el primer enredo en la riquísima historia quemera, ya que del aerostato bautizado con el nombre “Huracán” propiamente dicho, no se tenía conocimiento en 1908 y muchísimo menos en 1903, por la sencilla razón de que fue introducido en nuestro país por el ingeniero Jorge Newbery recién en 1909. No obstante ello; debemos tomar en cuenta que en la Navidad de 1907 se realizó en nuestro país la primera ascensión en globo, efectuada en el “Pampero” tripulado en esa ocasión por Jorge Newbery y Aarón Anchorena, globo ese que posteriormente, el 17 de octubre de 1908 condujera a su trágico destino al doctor Eduardo Newbery y al sargento Eduardo Romero al precipitarse en las aguas del Océano Atlántico.
En 1909 Jorge Newbery importó de Francia el globo que denominaría “Huracán”, con el cual realizaría, el 27 de diciembre de ese año, la proeza de surcar por aire tres países: Argentina, Uruguay y Brasil, hecho este que les merecería posteriormente a los iniciadores del Club, la intención —traducida luego en una carta dirigida a Newbery— de hacer la analogía entre dicha hazaña y el logro deportivo alcanzado por Huracán de conquistar, en 1912 y 1913, los campeonatos de 3º y 2º divisiones, que posibilitaron su arribo en 1914 a la ansiada 1º división.
Por otra parte, en 1911 se produjo en el seno del Club, la designación de Jorge Newbery —a la sazón, Director de Alumbrado de la Municipalidad de Buenos Aires— como Primer Presidente Honorario, en agradecimiento al mecenazgo con el que quiso honrarnos, al influir para que el municipio cediera a nuestro Club los terrenos ubicados en la actual avenida Almafuerte (antes calle Arena), sitio este en que se erigió nuestra primera cancha, y por contribuir pecuniariamente desde su generoso bolsillo para los esforzados sostenimiento y desarrollo de nuestra amada Institución.


Debe tomarse en consideración, además; que cabe dentro de lo muy probable que lo que tenemos como primeras actas del Club haya sido formalmente escrito algunos años posteriores a la fundación —manteniéndose hasta ese momento las “actas”, ya sea en la memoria de los protagonistas, ya sea en apuntes ocasionales—, pues si recordamos que aquellos pioneros sólo disponían de $ 2,50 para un sello de goma; es bastante lógico inferir que la compra de un artículo por esa época tan costoso como un Libro de Actas, estaba bastante más allá del alcance de su modesta economía.
En función de lo hasta aquí enunciado, puede apreciarse cuán difícil resulta establecer con certeza cuándo y bajo qué circunstancias se tomó efectivamente la decisión de adoptar el globo como distintivo. 
La particular interpretación de quien esto escribe, es que debe de haber sido circa 1910, como forma de homenajear a una personalidad tan relevante como Jorge Newbery (quien previamente había expresado su conformidad para la adopción del símbolo por parte del Club), que contribuía económicamente al sostén institucional y que tanta trascendencia había logrado con su memorable hazaña de unir tres países en el vuelo de su gallardo aeróstato; estableciéndose así para imperecedera memoria de las sucesivas generaciones quemeras, la correspondencia entre el globo “Huracán” de Newbery, y el nombre que para el club por imperio de las limitaciones económicas había sugerido el librero Richino, ya sea por verlo en un cartel publicitario que tenía en su negocio o por ocurrencia del momento.














Sea como haya sido la cosa, y más allá de mitos y leyendas; lo real y concreto es que el globo rojo sobre campo blanco (“heráldica suburbana”, en la genial y prolífica pluma del inmortal poeta Homero Manzi —conspicuo y fanático huracanense—), es la característica distintiva de nuestro Huracán, que lucen orgullosamente nuestros deportistas de todas las disciplinas, que está tatuado en el alma de los miles y miles de quemeros repartidos en el mundo, y que hoy vemos reproducido en decenas de clubes homónimos distribuidos por la extensa geografía patria y del exterior; clubes estos fundados y desarrollados al influjo de su inmanente grandeza.


¡Huracán!, con H de Honor y de Humildad.

-Juan Carlos Serqueiros-

UNA VIVENCIA PERSONAL: EL CONGRESO NACIONAL DEL PARTIDO JUSTICIALISTA (4 DE AGOSTO DE 1973) Y LA PROCLAMACIÓN DE LA FÓRMULA PERÓN-PERÓN

 


Escribe: Juan Carlos Serqueiros


En política, no me cansaré de repetirlo, hay la necesidad de agotar todos los medios que conduzcan hacia la unidad y solidaridad de todos los argentinos. (Juan Domingo Perón, carta a Jorge Antonio del 01.06.1973)
 
Tuve la mil veces afortunada y feliz oportunidad de vivenciar los hechos que a continuación voy a narrar, gracias a la generosidad de uno de los protagonistas principalísimos de los mismos: el señor —o mejor expresado; SEÑOR, así, todo en mayúsculas— escribano Ferdinando Pedrini (o “Fernando” —Ferdinando es Fernando en italiano— o “el Flaco”, para los amigos), hombre de toda la confianza del general Perón, y a la sazón presidente del Bloque Justicialista de la Cámara de Diputados de la Nación (y después interventor en la provincia de Salta), quien tuvo la enorme deferencia —la cual nunca dejaré de agradecerle y por eso honro su memoria cada vez que tengo oportunidad de hacerlo— de distinguir y brindar su amistad —él, tan luego, que tenía una dilatada trayectoria al servicio del peronismo y que era, por derecho y merecimientos propios, una de las primeras figuras políticas del país— a un mocoso don nadie que aún no había cumplido 18 años como era yo por entonces (mocoso, muy a mi pesar y con casi 66 por el lomo, obviamente ya no lo soy; don nadie... eso sí lo sigo siendo).


Producidas el 13 de julio las renuncias de Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima, el partido Justicialista convocó a congreso nacional para definir la fórmula que presentaría en las elecciones a realizarse el 23 de setiembre. El congreso inauguró sus sesiones el 4 de agosto de 1973 en el Cervantes. Y me acuerdo muy bien de todo porque estuve, no adentro del teatro, pues no me dejaron entrar (y era lógico, por más bronca que me dé, ¿cómo me iban a permitir el acceso a un cónclave de semejante relevancia, si yo era un pendejo de 17 años al que no conocía ni el loro?). El Flaco Pedrini procuró que pudiera ingresar con él, pero… fue imposible.
Habíamos ido temprano, pasado el mediodía, así que recuerdo que nos metimos con el Colorado Nicolau (que ni siquiera era peronista —era comunista—; pero que era un tipazo y muy amigo del Flaco Pedrini quien, enterado de que el Colorado andaba en la malaria y con serios problemas de salud, le había dado conchabo como secretario suyo) a morfar algo en un bodegón de por ahí cerca, donde resultó —¡oh, grata sorpresa!— que hacían unos sanguches de pavita y morrones que ni siquiera los de la Richmond se les podían asemejar, “mirá lo que te digo”. Cada tanto, volvíamos al teatro y re intentábamos entrar, pero nos rebotaban otra vez, y así...
Al final, a eso de las 5 de la tarde (ya llegada esa hora, todavía no había empezado el congreso) nos tiramos un último lance a ver si entrábamos, pero… vuelta a rajarnos; así que nos sentamos en un bar cercano a esperarlo al Flaco.
Hacía un frío de puta madre, me acuerdo, y entonces, para combatir el tornillo, empezamos a escabiar copita tras copita de ginebra Bols en el bar, masticando bronca por no poder entrar. Y yo, que era (y soy) muy ansioso, a cada rato iba hasta las puertas del teatro a pispear y a preguntarles a los que entraban y salían qué onda. En eso, un ñato que estaba entre los oficiosos que departían con los pesutis que se hallaban de guardia en la puerta, me dijo: "Pibe, ¿por qué no te dejás de romper las pelotas y lo mirás por televisión?".
Yo no sabía (y el Colorado menos) que lo iban a transmitir por televisión al congreso —de hecho, es el día de hoy que continúo sin saberlo con certeza; más bien me hallo inclinado a inferir que no lo pasaron en vivo y en directo, sino que a lo sumo deben de haber emitido flashes informativos—, así que salimos del bar (que no tenía tele; en esa época era raro que los bares la tuvieran) y entramos a caminar buscando alguna casa de artículos para el hogar, de esas que exhiben en las vidrieras los televisores encendidos. Como a cinco cuadras encontramos una y nos pusimos a mirar, pero no sé si habrá sido que no estaban los televisores sintonizados en un canal que estuviera transmitiendo el acontecimiento, o qué carajo sería (y además; obviamente desde la vereda no podíamos escuchar nada); así que volvimos al bar, que estaba a media cuadra del Cervantes y nos sentamos otra vez a esperarlo al Flaco.
Pasaron... no sé... dos horas más o cosa así, y ya empezaba a oscurecer, cuando de repente... un movimiento de autos oficiales, patrulleros, etc. Ahí nos enteramos que había llegado Isabel al Cervantes. Recién pasada la nochecita terminó la cosa, apareció Ferdinando a buscarnos en el bar, y después fuimos a cenar los tres a El Hueso Perdido, una parrilla que quedaba (o queda, no sé si todavía existe) en Olivos y que al Flaco le gustaba mucho.
Y allí nos contó con lujo de detalles cómo había sido el congreso: que lo debía presidir Chojulio (Julio Romero, gobernador de Corrientes), pero que  éste había delegado la presidencia en José Humberto Martiarena, que la fórmula no se había votado nominalmente sino por aclamación, que la habían propuesto Norma Kennedy y Torcuato Fino (a la sazón, apoderado legal del Partido Justicialista), que luego se había designado una comitiva (en la que estuvieron el Flaco, Martiarena y Alberto Luis Rocamora) para que fuera a Gaspar Campos a buscar la respuesta del General, y que después de todo eso fue que había ido Isabelita al Cervantes (como vimos desde el bar el Colorado y yo) para manifestar la aceptación de su candidatura a vicepresidente. Trascartón, nos relató lo ocurrido cuando él llegó, pasadas las seis de la tarde, a Gaspar Campos 1065 en Vicente López y le comunicó al General que el congreso había resuelto por aclamación la fórmula Perón-Perón, a lo cual éste respondió: “¡Están locos!” (sic). Seguidamente, el General entró en consideraciones acerca de su estado de salud, y terminó por decirles que se tomaría un tiempo prudencial para meditar el asunto y que “oportunamente daría su respuesta” (sic).
Ya deglutidas las achuras y la carne (convenientemente trasegadas con viejo y noble tinto), Ferdinando ordenó café y whisky y siguió la conversación, pero a mí me dio la impresión de que más que dialogar con nosotros y enterarnos de cosas; él estaba en esos momentos y ya a esa altura de la noche, como ordenando sus pensamientos, digamos, así como quien procura encadenarlos, hablando en voz alta para sí mismo en medio de la nube de humo de los incontables Benson & Hedges que fumaba (y que compraba no por atados, sino por cartones)…
Y esa fue la parte más sustanciosa, porque nos contó que a fines del 72, el plan de Perón consistía en profundizar un acuerdo con Balbín —que gestionado a través de Jorge Daniel Paladino y desarrollado epistolarmente entre Buenos Aires y Madrid, ya existía desde 1970—, de modo de robustecer y fortalecer el gobierno de Cámpora (obviamente, el General descontaba un triunfo del FreJuLi en las elecciones del 11 de marzo, como efectivamente ocurrió); reservándose para sí el rol de una especie de canciller con la tarea de echar definitivamente las bases para la unidad iberoamericana a partir del eje Perón-Torrijos-Castro (remember aquella frase “el 2000 nos encontrará unidos o dominados” pronunciada en 1953).
Fue aquel relato de Ferdinando lo que me permitió develar algo que me planteaba a mí mismo como un interrogante que hasta allí no podía despejar: ¿por qué no se materializó el acuerdo en una fórmula Perón-Balbín ya para los comicios del 11 de marzo; en lugar de esperar hasta agosto para reflotarlo como posibilidad? Y comprendí que ordenando los hechos, con el nivel de detalle que el Flaco me había brindado, y descartando todo lo que fuera accesorio o emanase de mis propios preconceptos, tendría la respuesta a mi pregunta: pasó porque como contrapropuesta al GAN (Gran Acuerdo Nacional) que propugnaba Lanusse de modo de imponer como salida política (sic) una democracia formal pero acotada y condicionada en los hechos a la “fiscalización” del poder militar colocado en el rol de gendarme al servicio de los poderes fácticos del gorilismo; Perón tuvo que proceder en 1972 como el magistral ajedrecista político que era: unificó férreamente al sindicalismo tras la figura de José Ignacio Rucci instalada al frente de la CGT desde 1970, e hizo suyo el programa de concertación socioeconómica impulsado por la CGE de José Ber Gelbard, y con sus dos alfiles en fianchetto dio jaque mate al GAN. 
Pero Lanusse se demostró como un mal perdedor y vengó su estrepitosa derrota agregando, a la medida previamente impuesta en el sentido de que los candidatos debían obligatoriamente residir en el país desde antes del 25 de agosto y no podían ausentarse del mismo por más de 15 días, y aún eso, con aprobación previa del ministerio del Interior (que, “pequeño” detalle, ocupaba el radical balbinista Arturo Mor Roig, y ya que estamos; recordemos aquí aquella desgraciada y fantochesca frase de Lanusse “a Perón no le da el cuero para venir”); la estipulación de que las elecciones se celebrarían con el sistema de doble vuelta si ninguna fórmula lograra superar el 50% más uno de los votos. 
Y eso… sí que era un torpedo lanzado directamente a la línea de flotación, porque si bien la cláusula que virtualmente proscribía su candidatura no hizo mella en Perón —que como consigné antes, no tenía interés en ser nuevamente presidente, sino que aspiraba a un premio mucho mayor—; la posibilidad de un eventual balotaje, en la práctica imposibilitaba un acuerdo electoral con Balbín, ya que éste quedaba en una posición inmejorable para acceder a la presidencia si la fórmula del FreJuLi no conseguía el 50% más uno de los sufragios.
Así las cosas, no cabía pedirle al Chino que inmolara su candidatura en aras de un acuerdo, porque si ya de por sí le hubiese costado lo indecible hacerles tragar a los radicales el sapo del segundo lugar en una fórmula encabezada por Perón; de hecho le resultaría de todo punto de vista imposible conseguirlo si esa fórmula fuese Cámpora-Balbín. Ah, casi me olvido: de paso, queda despejada la incógnita (si alguno la tuviera) de las motivaciones que llevaron al Chino a saltar, el 19 de noviembre de 1972, el tapial de los fondos de Gaspar Campos 1065 para entrevistarse con el General: lo hizo porque, desconfiado, abrigaba la prevención de que Perón, al designar candidato a Cámpora, estuviese jugando a que Lanusse proscribiera también al Tío y le diera motivos para proclamar la abstención peronista y llamar al voto en blanco. Perón le aventó sus temores y le dio su palabra de que el peronismo concurriría a las elecciones.
Pero ahora (debiéndose entender por ahora, mediados de 1973, quiero significar) las cosas habían cambiado y no poco.
La izquierda peronista (que en la práctica, en la realidad efectiva, era peronista sólo en el discurso, porque tanto la conducción de Montoneros como así también la corriente clasista o de base referenciada en Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, propugnaban que el peronismo era sólo un estadio previo, un mero precedente del “socialismo nacional” que lo trascendería, superando a un Perón que —sostenían— “no era revolucionario”.
Y si al General le venía dando disgusto tras disgusto la izquierda peronista, especialmente, la inaudita soberbia de la conducción de Montoneros, que auto erigida en vanguardia, proclamaba en público su voluntad de “no confrontación con el líder”, a la vez que puertas adentro lo mencionaba como “el viejo” (cuando no como “el viejo hijo de puta”) y no se privaba de boquear sin ambages acerca del “socialismo nacional” que una vez muerto Perón proyectaba instaurar mediante la convergencia cívico-militar, es decir, la “milicia popular” aunada con el ejército regular cuya comandancia en jefe era ejercida por el general “peruanista” Jorge Raúl Carcagno (aquel cantito de “No respetamos las botas / ni las vamo’ a respetar / hasta que no se las ponga / la milicia popular”, entonado al ritmo de la marcha “Avenida de las Camelias”, era más que elocuente al respecto); algo parecido —aunque por cierto que en menor medida, sin exteriorizaciones tan perceptibles y no traducido en violencia demencial— le ocurría a Balbín, que también venía jaqueado por la izquierda radical de la renovación alfonsinista.
Por otra parte, oportuno es recordar que el 24 de junio, esto es, apenas cuatro días después de los desgraciados sucesos de Ezeiza, el General visitó al Chino en el despacho de éste en el Congreso de la Nación. ¿Qué, tengo que creer que a un Perón profundamente conmovido, disgustado al extremo y que acababa de retornar definitivamente al país, se le ocurrió súbitamente visitar con premura a Balbín sólo para devolverle gentilezas y como si no tuviera otras muy graves motivaciones para proceder con semejante urgencia? No jodamos… 
La posibilidad concreta de una fórmula Perón-Balbín, aún sin que ninguno de los dos lo admitiera clara y derechamente; estaba ahí, implícita y latente.
Pero… el diablo metió la cola: el 26, el General sufrió una crisis cardíaca que para peor, se agravó dos días después. Quedó así imposibilitado (y además; con prohibición expresa y terminante de sus médicos, doctores Cossio y Taiana) para operar políticamente en un delicado asunto que sólo él podía llevar adelante. Y para cuando estuvo más o menos restablecido, ya no quedaba tiempo ni para acordar en lo externo con Balbín la sintonía fina de la cosa, ni tampoco para trasladar hacia adentro del movimiento la cuestión.
Así, en vísperas del congreso, las cartas ya estaban echadas. Había dos posturas: una, de la rama política, mayoritariamente proclive a la fórmula Perón-Balbín; y otra, de la rama sindical, inclinada por Perón-Isabel. Y desde luego, era impensable que los referentes principales de la rama política (Rocamora, Martiarena, Pedrini, Robledo, Luder, Romero, etc.), desataran un conflicto en torno a la cuestión, máxime; cuando no habían tenido oportunidad de abordar in extenso el tema con el General, en razón del estado de salud de éste, de modo que se limitaron, como vimos precedentemente, a ir hasta Gaspar Campos a informarle a Perón la proclamación de la fórmula hacia la cual se había inclinado el congreso.
De todas maneras (y esto es sólo inferencia mía, porque nadie, repito: NADIE, conoció ni conoce las razones que tuvo Perón para ello pues nunca las explicitó) sí debe de haber accedido a que fuera Isabelita al teatro y declarara por las suyas la decisión de aceptar su candidatura a vice. ¿O puede alguien imaginar seriamente que “se cortó sola” o que actuó “influenciada por el Brujo” (López Rega) o que “amenazó a Perón con abandonarlo y volverse a España” como citan irresponsablemente algunos? Por favor… 
Un par de semanas después, esto es, el 18 de agosto, Perón concurrió al congreso (que había pasado a cuarto intermedio) y aceptó su candidatura.
El 23 de setiembre de 1973, la fórmula Perón-Perón triunfó en los comicios obteniendo casi el 62% de los votos.

-Juan Carlos Serqueiros-

lunes, 27 de marzo de 2023

IR AL PSICOANALISTA





















Escribe: Gabriela Borraccetti *

Nadie abre la puerta de su casa con la llave del vecino. (Gabriela Borraccetti)

La empatía es la posibilidad de colocarse, no sólo en los zapatos del otro; sino en sus heridas y en sus sonrisas. Es un don —hasta cierto punto— que poseen las personas de tipo sensible, y aunque todos crean ser propietarios de esta cualidad; son realmente muy pocos los que pueden utilizarla al extremo de despojarse de todos sus prejuicios, sentimientos y valores, para poder adoptar los del otro en un 100%.
En ese sentido, ser empático es una especie de "despersonalización" y algo que está lejos de ser favorable tanto para el que intenta sanar como para quien dirige su cura.
Por otra parte, empaparnos de la personalidad del otro, no significa poder acceder a transformar el dolor de quien nos consulta, pues lo que menos debemos hacer cuando alguien está decidido a entrar en su interior, es comprenderlo, y mucho menos aconsejarlo, o decirle que es lo que tiene que hacer, -algo que por otra parte, se suele adjudicar al psicólogo, pero nunca debería ser esperable de un psicoanalista.
Comprender y empatizar, es traspasar nuestras barreras y límites para entrar en el otro. Y esa "entrada", lleva necesariamente a una identificación que vuelve a los problemas imposibles de ser vistos con suficiente perspectiva. Por esta razón, un psicoanalista jamás aconseja como lo haría un pariente, compañero, amigo o par.
Lejos de dirigir la vida de nadie, la función de un psicólogo no tiene que ver con convertirse en un aliado en el dolor, pues en ese caso, la relación terapéutica se estaría transformando en vínculo amistoso, siendo ésta una hermosa compañía, pero no una guía para el autoconocimiento.
El psicólogo, en cambio, necesita constituirse en un lugar convocante para la palabra, en un espacio donde su silencio, atraerá aquello que debe ser dicho para comenzar a escarbar en las profundidades. En ese espacio sin más condición que la de "hablar", aparecerán las huellas de aquello que nos ha llevado a la senda del dolor, y desde allí, se podrá desandar el conflicto.


Todos creemos hacer lo mejor con nuestras vidas, pero muchas veces olvidamos –e incluso amputamos mediante represión- aquello que hemos resignado y extirpado de nuestro mundo, con tal de ser aceptados, aprobados, queridos y reconocidos. En ese esfuerzo por ser quienes no somos, se ha ido nuestra salud, nuestro equilibrio, nuestra alegría y nuestro empuje para seguir viviendo. La vida se ha transformado en una prisión, y el dolor ya no nos deja seguir adelante como si nada.
Entonces, nos ponemos en movimiento e intentamos muchas maniobras, entre ellas, las de encontrar aliados. El problema es que nadie puede resolver lo que no resolvemos nosotros, y siempre, indefectiblemente, somos el tesoro y el recipiente que guarda tanto el saber, como la clave de acceso al mismo.
Allí, en las cavernas de lo inconsciente, debajo de una piedra custodiada por un monstruo, se encuentra nuestra llave. Y guiarnos en el camino es la función del psicoanalista.


Recuerda: nadie puede darte una llave nueva, ni prestarte la suya. Tienes que recuperar la tuya si es que quieres ser "dueño" de tu vida.

Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista y artista plástica.
Para contactar con ella por consulta psicológica o terapia psicoanalítica, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.




sábado, 25 de marzo de 2023

A USTED

A USTED
(Poema de Gabriela Borraccetti) *

Y lo escogí a usted,
Sí, a usted,
Porque me di cuenta
De que encontró mi punto débil
Y fue el único
Que descubrió la forma
De calmar esta alma indomable.
Y lo escogí a usted,
Sí, a usted,
Porque me di cuenta
De que valía la pena,
Valía los riesgos,
Valía…
La vida.

-Gabriela Borraccetti-

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista y artista plástica.
Para contactar con ella por consulta psicológica o terapia psicoanalítica, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.

jueves, 23 de marzo de 2023

EL TÍO JACK


















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

En setiembre y diciembre del pasado año 2022, tuvimos oportunidad de escuchar lo último del Indio con su “nueva” banda: El Mister y Los Marsupiales Extintos (el entrecomillado en “nueva” obedece a que entre Los Marsupiales hay integrantes de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado): en setiembre se estrenaron, en El Destape Radio, “De las ventajas de caminar dormido” y “Ken Kesey”; y en diciembre, este tremendo temazo: “El tío Jack”.

EL TÍO JACK
(Solari)

El tío Jack
dejó un bello tutorial
viví tu memoria
asombrate
Deja que tu mente
te encuentre

Si logras que no roben tu alma
quizás puedas volver
a dormir por el mundo
en tu sliping bag y soñar
Y soñar…

El tío Jack, vagabundo del Dharma fue
Llevaba el cerebro en alerta
emotiva
sin moderación
El tío Jack

El tío Jack
dejó un bello tutorial
viví tu memoria
asombrate
Deja que tu mente
te encuentre

Si logras que no roben tu alma
quizás puedas volver
a dormir por el mundo
en tu sliping bag y soñar
Y soñar…

Y llegados a este punto, mis queridos putes, debo confesar que al principio, cuando procuré analizar la lírica siguiendo el método que invariablemente utilizo: leer la poesía en simultáneo a escuchar la melodía y el canto, creí que hablaba del gran escritor Jack London, tanto por el empleo del Jack (entendido como hipocorístico del nombre John); como por eso de “dejó un bello tutorial” (que atribuí a la intención solariana de ensalzar su obra literaria), y sobre todo; por lo de “dormir por el mundo en tu sliping bag” (sic), creyendo que el Indio, con ese... casi inglés —la grafía correcta es sleeping bag, o sea, bolsa de dormir no exento de cierta ironía, como en "Momo Sampler", pretendía aludir a la condición de viajero impenitente que había en London.
Pero después, cuando llegué a lo de "vagabundo del Dharma fue", comprendí que se refería a Jack Kerouac, uno de los máximos exponentes de la Generación Beat, expresando admiración por su extraordinario genio creativo (“Llevaba el cerebro en alerta emotiva sin moderación”), y citando en la letra su etapa de interés por el budismo y escritura (1957) de su novela “The Dharma Bums” ("Los vagabundos del Dharma"), editada el año siguiente, esto es, en 1958.
En suma, se trata de un homenaje que Solari le rinde a Kerouac en la forma de una hermosísima e hipnótica canción, con voz, loops y samples a cargo de El Mister, y con la magistral guitarra de Conrado Marsupial (Gaspar Benegas). 
¿La disfrutamos juntos? Dale:


-Juan Carlos Serqueiros-

martes, 21 de marzo de 2023

DERRUMBANDO EL MITO DE LOS LIBROS ESCOLARES "NAZIS" DEL PERONISMO

 


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Ya bastantes problemas tengo con los vivos como para tener que ocuparme, además; de las historias de los muertos. (Juan Domingo Perón)

Allá por principios de la década de 1950, esto era comprendido por niños de siete años: la sidra y el pan dulce navideños, lejos de ser un regalo peronista; eran un recuerdo, la presencia de Perón y Evita sentados a la mesa de todos los argentinos, tal como se enuncia en este libro de lectura para primer grado que se usaba por entonces en las escuelas.



Uno podría ir más allá y adentrarse en otras significaciones, esas que emergen de la meditación sesuda y reposada, de las percepciones del hemisferio derecho del cerebro, de los dictados del corazón y de la conmoción espiritual reveladora, como por ejemplo; que en esa sidra y ese pan dulce estaban representados Perón y Evita como padre y madre de sus hijos de toda la nación, o poner de relieve el aspecto litúrgico y el simbolismo profundamente nacional-cristiano que hay en ello.



Y también uno podría tratar de explicarle todo eso a un gorila, pero para qué... sería ocioso. No lo entendería, porque es imposible comprender lo que no se ama, lo que se repudia desde la soberbia, lo que se niega desde el desprecio por la otredad. 
Ocurre que el gorila promedio es intrínsecamente bruto e ignorante (quiero decir, independientemente de las muchas o pocas lecturas que tenga en su haber, porque sabido es que se puede ser intelectual y a la vez; bruto e ignorante, y más aún: los argentinos tenemos en ese aspecto una larga lista de malos ejemplos, por desgracia). Y consecuentemente, es esclavo perpetuo de los odios que anidan en su alma, surgidos del manantial al parecer inagotable de sus prejuicios, que vienen así a ser la cerrazón para sus entendederas. El gorilismo es, en síntesis, una patología de la psique, al igual que lo son la xenofobia y el racismo. 
Entre muchos otros elementos, de los libros de lectura para escuela primaria en tiempos del primer peronismo surge la respuesta al interrogante del porqué del odio gorila. 
En esos textos, todo estaba tan claro, que hasta los niños podían comprender lo que en cambio; a los gorilas les estuvo —y les sigue estando— vedado entender debido a sus preconceptos. 
Pero cuidado, menester es reconocerlo: la incomprensión no se agota en los antiperonistas, eh; a muchos que presumen de peronistas y pasan por tales, también se les escapó la tortuga. Y al igual que les ocurre a los gorilas; esos tampoco entienden.
En primer lugar está la afirmación —insostenible en tanto sofisma miserable— de que a través de "esos libros nazis" se "sometían las mentes de los niños a fuerza de imbuir en ellas ideas fascistas" y una ristra de delirios por el estilo. 
Ello ocurre porque se parte del prejuicio de identificar caprichosamente a como dé lugar, al peronismo con regímenes totalitarios; lo cual es un absurdo desmentido por toda la evidencia que surge de los hechos históricos y de los documentos. 
Encima, y para colmo; se obvia la consideración de tiempo, lugar y circunstancias, así como no se repara en que lo que se estaba produciendo por entonces era una revolución; revolución en paz, sin ríos de sangre, pero revolución de todos modos. Esto es, se estaban agregando a los preexistentes desde Mayo de 1810 y Julio de 1816, valores que hasta mediados del siglo XX no estaban reconocidos como tales, y es más; ni siquiera había consciencia generalizada de que existían. Se estaba fundando otra Argentina, una nueva; pero sin violencia ni remoción de los cimientos de la vieja, es decir, se estaba construyendo, ampliando e integrando.



E incluso, esa no violencia, ese optar por el tiempo en lugar de la efusión de sangre, se llevó hasta el punto de la observancia estricta del rechazo a la tentación de apropiarse del relato histórico para reemplazarlo por otro hecho a su antojo y según sus designios. Lejos de ello, la revolución en paz de Perón presupuso poner especial empeño en no intervenir en las antinomias que a la hora de interpretar el pasado se venían dando en nuestro país, principalmente a partir de la década de 1930.
Así, el peronismo se aisló de la pugna entre invención y re-invención del pretérito argentino, es decir; se situó por encima de los juicios históricos que emitían tanto la tradición liberal como la revisionista, procurando cuidadosamente evitar la utilización de la historia para convertirla en justificación de aquel presente y en nervio motor e instrumento político que sirviesen para la construcción de poder.
De allí que a los héroes del panteón nacional, los patres por excelencia: Belgrano y San Martín, se los representara, en un forzoso resumen de sus glorias: al adalid de la Independencia, como creador del símbolo patrio; y al Libertador, como artífice principalísimo de la emancipación, respectivamente, estando asociados, en el libro escolar, a Perón (un Perón que, al igual que ellos, tampoco provenía de la politiquería partidista, sino que surgía del fondo mismo de la argentinidad para recuperar la soberanía, implantar la justicia social, instaurar el reinado de valores como el trabajo, la responsabilidad y el estudio, declarar solemnemente la independencia económica e identificar como principal sujeto político y objeto de los desvelos del gobierno a las masas populares ya integradas definitivamente a la vida nacional), llamado a ser, junto a Evita, los constructores de una nueva Argentina y los exponentes arquetípicos de una síntesis superadora de la tesis liberal mitro-lopizta y su antítesis revisionista rosi-caudillista.








Y el cuadro se completaba mediante la inserción de la figura de Sarmiento, simbolizándose en ella al educador por antonomasia.


Y por supuesto, había en esos libros un refuerzo notorio, marcado, del concepto de soberanía nacional.





Tenemos entonces hasta aquí, que en aquellos libros escolares hubo sin dudas una resignificación del mensaje patriótico que se transmitía a los niños, a través de incluir en él a las figuras de Perón y de Evita como emblemas y hacedores efectivos de las nuevas conquistas sociales y políticas que venían a acompañar y complementar a las de la epopeya nacional prefijadas en el mito fundacional argentino.




¿Implicó eso la peronización de sus contenidos? Y... si así quieren llamarlo, sí; pero cuidado con las acepciones: sí peronización en el sentido de representar al justicialismo como filosofía de vida argentina, como ideología nacional equidistante del liberalismo y el socialismo extranjeros y superadora de tales concepciones; pero de ninguna manera peronización como herramienta electoralista. Ojo al piojo.
Por otra parte y sin perjuicio de lo precedentemente enunciado, también debo decir, en obsequio a la verdad histórica, que hubo en 1951, durante un brevísimo lapso de cinco meses y circunscripta sólo a la provincia de Buenos Aires, una excepción a esa política de no intervención oficial en el campo del debate acerca del relato histórico que se había adoptado y que explicité antes. En esa única oportunidad, el 31 de marzo, el Ministerio de Educación de dicha provincia (gobernaba por entonces Domingo Mercante) autorizó y recomendó —no a través de un decreto del ministro del ramo, Julio César Avanza (que provenía de FORJA); sino mediante una resolución de la Dirección General de Enseñanza (ex Consejo Nacional de Educación)—, para los contenidos curriculares de cuarto, quinto y sexto grado, una especie de manual escrito por Edgard Pierotti que llevaba por título Cursillo de Historia Argentina.


Consistía en una obra que ya se había publicado años antes en fascículos en un matutino nacionalista ultracatólico y pro nazi: el diario Crisol (1932-1944), y que en forma de libro se editaba ahora (ahora en 1951, quiero decir) en dos tomos impresos en blanco y negro. El primero se compone de 183 páginas conteniendo: un prólogo dedicado a los docentes, una síntesis de la historia universal, y el proceso que va desde la Revolución de Mayo de 1810 hasta la Declaración de Independencia en 1816, ilustrado con 27 mapas. El segundo volumen tiene 157 páginas en las cuales se incluyen: parte de un mensaje del gobernador Mercante referido a la educación y el cristianismo, 14 mapas, 2 imágenes (una del daguerrotipo de San Martín en la ancianidad y una ilustración en la cual se representa a un gaucho), y el cuerpo principal del texto, que abarca la historia argentina transcurrida entre 1820 y 1951. 
El Cursillo se sitúa decidida e inequívocamente en el campo revisionista y su contenido rezuma romanismo, hispanismo, catolicismo, antiliberalismo y antisemitismo. Hay en él una marcada exaltación de la figura histórica de Rosas, a la par que un juicio decididamente adverso hasta la descalificación y la condena explícita —con denostación incluida— respecto de las de Moreno, Rivadavia, Mitre y Sarmiento. Llamativamente —dada la época, pretendo significar—, no hay dedicación de ditirambos al peronismo; tan sólo una mención acotada a dieciocho renglones en el último capítulo del segundo tomo, resaltando algunas acciones que Pierotti estima como que "la historia está obligada a señalar". Más aún, no sólo no hay juicio de valor positivo; sino que el autor va más allá, estipulando taxativamente que "un texto escolar no puede juzgar la obra del gobierno contemporáneo, tarea que corresponde al futuro", e incluso consigna que eso queda "librado al criterio de cada cual y a la posteridad".
Los partidos opositores al peronismo (en especial, el radicalismo y el socialismo), la DAIA y la prensa (principalmente el diario La Nación), criticaron duramente el Cursillo, fustigaron severamente a su autor, cuestionaron su aprobación y solicitaron su desautorización por parte del ministerio. Del debate en la legislatura provincial bonaerense, surge que de ninguna manera había en el seno del bloque peronista (mayoritario) uniformidad de criterios en torno al asunto. A punto tal eso fue así, que un diputado justicialista expresó tajantemente que prescindía de consideraciones históricas "que no nos competen", fueron sus palabras; y otro de la misma bancada aseveró: "no estoy con el revisionismo ni con ninguna otra tendencia". O sea que de postura homogénea en cuanto al tema, nada, pero nada de nada. Perón, que conjeturablemente no había participado en absoluto en la cuestión, debe de haberle bajado línea a Mercante y a su vez, éste a Avanza; porque desde el ministerio se eliminó directamente el libro de la nómina de textos aprobados, a tan sólo cinco meses de su edición.
Entiendo como muy pertinente destacar que, a diferencia del Cursillo de Historia Argentina de Pierotti, en el cual como consigné antes, no se hacía apología del peronismo; en los otros textos más usuales y difundidos, como por ejemplo, el Manual Estrada (Editorial Estrada, 1953) y el Curso de Historia Argentina de José Astolfi (Editorial Kapelusz, 1951), no se hacía rosismo, pero sí se elogiaban, y profusamente, además; las innovaciones y transformaciones llevadas a cabo por Perón.



No obstante ello, el gorilismo centró siempre su ataque en el Cursillo, en el que, reitero, no se peronizaba; mientras jamás dijo ni pío sobre el Manual Estrada ni sobre el Curso de Astolfi en los que sí se peronizaba. Si allí no reside LA incoherencia; entonces la incoherencia ¿dónde está?
Otro suceso histórico que el gorilismo ha logrado instalar en vastos segmentos del imaginario colectivo como emblemático y paradigmático de los "propósitos indubitables de nazificar peronizando" ejerciendo "el autoritarismo desembozado propio del gobierno dictatorial y totalitario de esa segunda tiranía" que se empeña en atribuirle al peronismo, es la sanción, el 17 de julio de 1952, de la ley nacional n° 14.126 en la cual se dispuso que "en todos los establecimientos de enseñanza primaria, secundaria, normal, especial, técnica y superior, y en las escuelas de orientación profesional dependientes del Ministerio de Educación de la Nación, se hará conocer el libro La razón de mi vida, del que es autora la señora Eva Perón, jefa espiritual de la Nación" (sic). Además, se lo prescribió como texto obligatorio de lectura para quinto y sexto grados.


Si el objeto que se proponía el gobierno con eso, hubiese sido el que pertinazmente continúa adjudicándole el tilingaje re editor en nuestros días de aquel medio pelo tan magistralmente enunciado y descripto por Jauretche; no hubiera precisado para ello agregar un nuevo texto escolar. Pero tan obcecados son en su estulticia y tan impermeables se demuestran a todo análisis honesto y desprejuiciado del contexto en que se produjeron los sucesos históricos, que se empecinan en no tomar en cuenta que se estaba ante un proceso revolucionario cual lo fue el primer peronismo —y en su estupidez soslayan hasta lo que es obvio: no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos (Maximilien Robespierre dixit)—, y entonces hacen como que no ven que la ley se sancionó tan sólo nueve días antes de la muerte física de Evita, y descartan por completo la consideración del hecho de que el propio Perón manifestó que el gobierno no quería maestros que hicieran política partidaria, lo cual además; desalentó expresa y aún enérgicamente. Asimismo, "olvidan" que Perón y Evita habían sido elevados al procerato en vida, con lo cual ¿qué tenía de "repudiable" que estuvieran en los textos escolares? ¿O acaso no se había hecho lo propio con Mitre en los albores del siglo XX, antes de fallecer éste en 1906? Aunque claro, el gorilismo exacerba su odio y tilda de "nazi" si se trata de peronismo; pero si es mitrismo, ah, entonces está bien. Es decir, si el erigido en prócer en vida es Mitre, estamos ante un "ejemplo de civismo puro del pueblo soberano"; pero si el favorecido es Perón, entonces es obra del "aluvión zoólogico", de las "turbas soliviantadas", de los "entresijos de la sociedad", de "esos negros de mierda". ¡Hipócritas! 
Así, cualquier babieca o cualquier piruja, puede darse el lujo de afirmar sin atisbo de pudor: "Mi abuelo me contó las que pasó durante la tiranía peronista. Imaginate, hasta lo obligaban a leer La razón de mi vida en la escuela; nazismo puro era aquello". ¡Y lo dicen convencidos de que esa es la verdad revelada! 
Permítame, querido lector, abusar de su indulgencia sólo un instante más para enunciar esto: si miraran el pasado no con los ojos ciegos bien abiertos (Solari dixit); sino con los ojos del corazón, y se despojaran de todo prejuicio, notarían que hay en el libro "Evita" para primer grado la aceptación de un hecho que sólo Sarmiento percibió y escribió en su genial "Facundo": la parte en la cual narra cómo se emocionó y rompió en llanto ante la escena de un estanciero que reza el rosario con su familia y le pide a Dios lluvia y fecundidad para los campos y paz para la patria, todo lo cual, confiesa, lo conmovió hasta remitirlo a los tiempos bíblicos (son sus propias palabras). Pero enseguida, Sarmiento acalla a su corazón y (lamentable y deplorablemente, en mi opinión) afirma, desde su racionalidad fría, que eso no es religión; sino "supersticiones groseras".



El "Evita" de primer grado supera esa dicotomía, se pone por encima de ella, y sin necesidad de cambiar el relato histórico ni denostar a Sarmiento; representa, en esa sidra y ese pan dulce, la corporización cristiana en la hostia y el cáliz. Viene así a unir, a integrar; no a romper ni a reemplazar. 
Hasta aquí, pues, la verdad histórica, o por lo menos; mi verdad histórica, tan honestamente narrada como me fue posible y dable hacerlo. Puede ser que algunos la acepten, ojalá... 
No, perdón, me expresé mal: no pasa por aceptar; pasa por comprender.
Después de todo, quien quiera oír, que oiga.

-Juan Carlos Serqueiros-
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Y DOCUMENTALES

Albornoz de Videla, Graciela. a) Evita. Libro de Lectura para Primer Grado Inferior, Editorial Luis Lasserre, Buenos Aires, 1953. 
                                            b)  Justicialismo. Libro de Lectura para Cuarto Grado. Editorial Estrada, Buenos Aires, 1953.                                    
Astolfi, José C. Curso de Historia Argentina, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1951.
Boletín Oficial de la República Argentina. Ley 14126/1952
Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. Diario de Sesiones Período Legislativo 1951 t. I.
Cámara de Senadores de la Provincia de Buenos Aires. Diario de Sesiones Período Legislativo 1951.
De García, Luisa F. Patria Justa. Libro de Lectura para Tercer Grado, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1953.
De Silveira, María A. Forjando la Patria. Libro de Lectura para Tercer Grado, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1954.
Diario La Nación. Ediciones de fechas 07.06 y 14.06, 1951
Gutiérrez Bueno, Ángela. Privilegiados. Libro de Lectura Inicial, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1954.
Manual Estrada IV Grado, Estrada Editores, Buenos Aires, 1953.
Perón, Eva. La razón de mi vida, Editores Peuser, Buenos Aires, 1951.
Pierotti, Edgar, Cursillo de Historia Argentina, Editorial Martín Fierro, Buenos Aires, 1951.