domingo, 12 de agosto de 2012

A VECES, LA TABA SE DA VUELTA ¿NO, ZORRO?







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

"Siento morir sin dejarles fortuna" (José Figueroa Alcorta a sus hijos, desde el lecho, en trance de muerte)

El 25 de enero de 1906 el presidente de la Nación, Manuel Quintana, con su salud deteriorada por haber sido jaqueado el año anterior por una revolución radical y un atentado anarquista contra su vida, se vió obligado a pedir licencia, asumiendo interinamente la primera magistratura del país el vicepresidente José Figueroa Alcorta. Menos de dos meses más tarde, el 12 de marzo, falleció Quintana y Figueroa Alcorta se hizo cargo definitivamente de la presidencia hasta la culminación del período.
El ambiente estaba más que caldeado y la situación era delicada. La preeminencia del general Julio A. Roca en la política nacional estaba fuertemente cuestionada y el país entero anhelaba un cambio, cambio este que el radicalismo íntentaba producir por medio de la revolución, y que las figuras dominantes buscaban frenar a como diese lugar, a través de Marcelino Ugarte, el propio Roca y el mitrismo, cuya jefatura ejercía Emilio Mitre.
En ese contexto, le tocó gobernar a Figueroa Alcorta. Cada uno de esos factores de poder pensó que lo iba a poder manejar como a un títere. Y se equivocaron. Todos.
El presidente empezó a tantear el terreno, y a contactarse con los distintos referentes en busca de consolidarse: habló con los radicales, que se mostraron intransigentes; los roquistas, que le trabaron todo lo que podían; los mitristas, que le reclamaron la entrega de "algunas situaciones provinciales" (es decir, intervenir provincias, poniendo en sus gobiernos a mitristas) y los ugartistas, que le exigieron derechamente a cambio de su apoyo, la designación de Ugarte como candidato por el oficialismo para las presidenciales de 1910.
En ese complicado panorama, Figueroa Alcorta se revelaría como un consumado ajedrecista: jugando con las negras, haría una brillante defensa siciliana. Hábilmente, eludió todas las presiones y no cedió a ninguna, hasta que en enero de 1908 el Congreso, que estaba en sesiones extraordinarias y que se negaba a tratar el presupuesto que había enviado el ejecutivo, intentó hacerle juicio político.
El presidente aprovechó entonces magistralmente a sus alfiles en fianchetto, es decir, sus ministros: el del Interior, Marco Avellaneda, y el de Relaciones Exteriores, Estanislao Zeballos, y enérgicamente, sin titubeos, avanzó sobre el Congreso. Llamó a acuerdo de ministros de su gabinete y con la firma de todos ellos, retiró del Congreso las cuestiones que le había sometido a su consideración, y por decreto prorrogó para 1908 el presupuesto votado para 1907. Paralelamente, mandó al cuerpo de bomberos a clausurar el Congreso, y a la policía a impedir reuniones fuera de él.
Roquistas, mitristas y ugartistas, estupefactos, inútilmente clamaron "¡tiranía!". Y en vano también, el diario La Nación intentó movilizar a la ciudadanía en contra de la medida presidencial, produciendo el efecto contrario al buscado; porque la gente se movilizó, sí... pero en apoyo a Figueroa Alcorta: un crecido público fue a burlarse de los congresistas, y especialmente, silbó a Emilio Mitre. 
Y no paró allí el presidente: con firmeza, astucia y sentido de la oportunidad, anuló la influencia de Ugarte, y desarmó el entramado que le tejía el Zorro, el más ducho en componendas. Las elecciones de legisladores del 8 de marzo de 1908 resultaron en un apabullante triunfo del oficialismo: el ministro Avellaneda circuló a los gobernadores de provincia la lista que debía votarse y sanseacabó. Figueroa Alcorta contaría así con un congreso adicto, y gobernaría -con algún que otro sobresalto- hasta la conclusión de su mandato.
En cuanto a Roca, ese fue su ocaso: estaba herido en el ala y ya no podría reponerse.
El logro más destacable de la presidencia de Figueroa Alcorta sería el de echar las bases para la mudanza del sistema político, para introducir, por evolución y no por revolución, las modificaciones tendientes a terminar con las prácticas electoreras aberrantes. Durante su período, se produjo el descubrimiento del yacimiento petrolífero de Comodoro Rivadavia, al cual protegió mediante la ley que reservaba su explotación al Estado y prohibía su concesión a terceros. Hizo una transición ordenada del mando a su sucesor en el cargo, Roque Sáenz Peña, con el cual consensuó las reformas que desembocarían en la ley 8871 que consagró el sufragio universal, secreto y obligatorio.
Fue el único argentino en presidir los tres poderes: el legislativo, porque como vicepresidente de Quintana fue titular del Senado; el ejecutivo, sucediendo a Quintana al fallecer éste; y más adelante el judicial, presidiendo, desde 1929 hasta su muerte el 27 de diciembre de 1931, la Suprema Corte.

-Juan Carlos Serqueiros-