martes, 21 de enero de 2014

SIN DINERO, A NINGUNA PARTE





































Escribe: Juan Carlos Serqueiros
Estas vacaciones, ya sea que las pases en el mar, las sierras o en tu casa, son una buena oportunidad para abordar este libro de James Hadley Chase que, te lo aseguro, te deparará algunos buenos y gratos momentos de lectura descomprometida (término este deplorable; porque ¿cómo puede ser "descomprometida" una lectura siendo el de leer un acto que desde el vamos significa un compromiso con el alma?) con los que mitigar un poco los sinsabores que te haya podido dejar el laburo: Sin dinero, a ninguna parte.
Cameron es un escritor que ha conseguido reunir con sus últimos trabajos una buena cantidad de dólares que le permiten alejarse de la fría y nevada Nueva York en busca de las acogedoras playas de Paradise City en la costa de Florida, sitio este caro y elitista. Pero bueno, qué joder..., no tanto como otros que más que exclusivos, son excluyentes; porque al fin de cuentas, como canta el Indio Solari, "Positano es muy chico y jamás va a alcanzar para vos, no va a ser nunca tu paraíso"; así que el amigo Chase, aún siendo un susheta de aquellos, dispuso que su personaje Cameron tenga que "conformarse" con Paradise City el pobre... Un terrible guacho resultó ser este Chase, mire vea.
Y como Cameron siempre anda detrás de alguna historia que pueda transformar en novela con la cual hacer más dólares que le posibiliten seguir escapándole al tornillo neoyorquino, va al Neptune, un antro en el que para uno de los personajes de la fauna local: Barney, autodefinido como el hombre del oído pegado al suelo; una enorme y sucia fábrica ambulante de colesterol capaz de deglutir cantidades industriales de hamburguesas grasientas a las que empuja con hectolitros de cerveza. A cambio de que el bueno de Cameron le garpe la cuenta de lo que lastra y escabia esa noche y de una propina, Barney le cuenta una historia que involucra a: un padre, de oficio punga y su bella y curvilínea hija, mechera ella; un actor caído en desgracia que en sus buenos tiempos supo ser el sucesor de Errol Flynn y un ladronzuelo con escaso número de neuronas en funcionamiento, veleidades de matón e impulsos de asesino; empeñados todos en chorearle a un magnate filatelista ocho estampillas rusas que valen la nada despreciable suma de un millón de dólares y detrás de las cuales también anda, oh, sorpresa, el inefable Tío Sam a través de la CIA.
Y con estos ingredientes y sazonada con el condimento especial del ocio que tenés por delante, ¿te la vas a perder? No, ¿no? Ni ahí. Leela, haceme caso.
¡Y que la disfrutes!

-Juan Carlos Serqueiros-