sábado, 28 de abril de 2012

GRANDEZA Y MISERIA


Hay personas inapelablemente condenadas por la pequeñez de su alma a tener que circunscribirse a la estrechez miserable de los límites entre los cuales son capaces de concebir algo.
Y hay otras cuya grandeza de alma es tan inconmensurable, que su genio fluye cual inagotable manantial. Son las que nos regalan la magia de su esplendor proyectándose sobre la Humanidad hasta el fin de los tiempos.

Juan Carlos Serqueiros

BOLAS DE FRAILE





















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Son algunas de unas cuantas cuartetas más / que de tanto en tanto me aparecen / recordando a aquellos hombres que hicieron / la época anterior a la que yo vivo... / Y que por suerte, conocí a algunos de ellos. (José Larralde)

Algunos "dueños de la historia" procuraron mancillar la figura del más relevante de los secretarios de Artigas: fray José Benito Monterroso. 
Al resultarles imposible a los falsarios mantener sobre su memoria la tacha de "bárbaro", por tratarse de un hombre cultísimo y sabio; tuvieron que recurrir a "métodos más expeditivos", como la calumnia y la diatriba: lo tildaron de "apóstata" y "libertino". 

De todos modos y a pesar de no ser sostenible la patraña, no se privaron de hacerla. Veamos, por ejemplo, lo que escribió acerca de él José María Ramos Mejía, autor de La neurosis de los hombres célebres de la historia argentina y "a locura en la historia, quien desde el pedestal en que se veía a sí mismo situado: su condición de psiquiatra, se creía con derecho, como historiador, a tildar de neurótico y loco a todo personaje histórico con cuyo ideario él no comulgara ¿Que Ramos Mejía no hubiera tratado como pacientes a esos personajes a los cuales "asesinaba"? ¿Qué importancia tenía? Eso no revestía interés; la cuestión, el objetivo, era simplemente "miente, miente que algo quedará". Escribió Ramos Mejía: "En el padre Monterroso... se resumen los rasgos salientes (semianalfabeto, borracho, demagogo) del 'intelectual orgánico' de la barbarie". O sea, en la misma afirmación de la mentira afrentosa, está implícito y hasta explícito el reconocimiento de lo que es mendacidad: Ramos Mejía sabía que Monterroso era hombre de cultura extraordinaria, porque afirmar que nada menos que un catedrático en teología y filosofía era "seminalfabeto", es lisa y llanamente perverso; pero su odio y su sectarismo pudieron más, y entonces, inmerso en la rabia de su impotencia para descalificarlo; lo apostrofó con saña feroz: "semianalfabeto", "borracho" y "demagogo".
En fin, el cinismo en su expresión más cruda y deplorable.

El que desde su principio no amó la virtud, es imposible que la siga ya, encenagado en los vicios.
(Fray José Benito Monterroso)

José Benito Silverio Monterroso nació en Montevideo el 20 de junio de 1780, cursando allí sus primeros estudios; para marchar después a Buenos Aires, donde muy luego de ingresar a la Orden de los Franciscanos, se ordenó sacerdote. En 1803, debido a la brillantez que evidenciaba y al vuelo de su intelecto, fue designado para la cátedra de Filosofía en la Universidad de Córdoba, y luego ocuparía también la de Teología. 
En esa ciudad quedaría hasta 1814 -el coronel Ramón de Cazeres le asigna "un memorion asombroso, había estado en el Peru (se refiere a la Expedición al Alto Perú) cuando subió Castelli"-, en que fue a reunirse con el Jefe de los Orientales y a incorporarse al artiguismo, ya sea por iniciativa propia o que lo haya requerido Artigas (dicho sea de paso, Monterroso era primo de Artigas, también estaba emparentado con Barreiro y con Otorgués, y su hermana, Ana Micaela, fue la esposa de Lavalleja). A fines de ese año, Artigas envió a Barreiro a una misión diplomática, pasando en consecuencia Monterroso a desempeñar funciones como secretario de aquél. 
Y estimo pertinente hacer aquí una aclaración: con lo de "secretario" no me estoy refiriendo a un escribiente, a un mero caligrafista que volcaba al papel el dictado de Artigas, no, Monterroso no fue eso en modo alguno; sino que fue secretario en toda la implicancia del término, es decir, una especie de ministro. 
Pero además, fue el consejero espiritual de Artigas, su confidente y su amigo leal y consecuente. Fue él quien casó en Purificación a Artigas con Melchora Cuenca (ver mi artículo en este ENLACE), aún sabiendo que el Protector estaba ya casado con Rosalía Rafaela Villagrán, y para atreverse a eso un sacerdote por esa época, necesitaba ser un hombre con los atributos que hay que tener para ello, ¿no? Lo digo sin ambages: las bolas de fraile (y no me refiero a las facturas, precisamente), éste las tenía bien puestas. Imagínese esa situación en 1815... ¿usted cree, estimado lector, que habrían muchos como fray Monterroso, que se animaran a lo que él se animó? Ni pensarlo.
Fue también Monterroso quien tuvo activísima participación en el Reglamento de Tierras de 1815, que conjugaba las virtudes de la justicia social, promover el desarrollo económico de la Banda Oriental, proveer a la seguridad de sus habitantes y propender a la cohesión de su pueblo. En fin, citar pormenorizadamente su obra, sería cuestión de un libro entero.
Hay versiones que sostienen que en Purificación convivió con una mujer, (a la cual mencionan simplemente como la Clarita), versiones esas de las cuales por supuesto, como era de esperarse, hicieron "buen uso" algunos historiadores para denostarlo. 
No hay, más allá de las transmisiones orales, prueba alguna de ello, no obstante; es posible que así haya sido. ¿Y qué habría en eso de pecaminoso, lujurioso, escandaloso y atroz? ¿Puede acaso considerarse lógico y natural el celibato que el ancestral oscurantismo de la iglesia católica impone a sus sacerdotes? ¿Qué tendría de extraño que en el marco de una revolución, un fraile que, como consigné precedentemente, las tenía bien puestas y que se atrevió a casar a Artigas cuando éste ya estaba casado anteriormente con otra mujer; no se detuviera en una prohibición absurda y antinatural a la hora de amar él mismo a una? El coronel Ramón de Cazeres, consultado por Carlos Calvo a pedido de Mitre, contará que "allí (se refiere a la batalla de Rincón de Abalos, en Corrientes) calló (por cayó) la Juliana una hembra que tenía Artigas, y la Clarita q.e era de Monterroso".
Reitero: hay versiones, pero no pruebas efectivas de que Monterroso haya desobedecido la observancia del celibato. Si por mí fuese, desearía con toda mi alma que así lo haya hecho.
Al producirse, luego de la batalla de Cepeda y la firma del Tratado del Pilar, el enfrentamiento de Francisco Pancho Ramírez con Artigas, Monterroso cayó prisionero de aquél en la citada batalla de Abalos, cerca de Curuzú Cuatiá, en la provincia de Corrientes, el 29 de julio de 1820. 
Ya nunca volvería a ver a Artigas, quien se exilió en el Paraguay. Pancho Ramírez -luego de hacer pasar al fraile por varias humillaciones, según relata Cazeres, como la de hacerlo subir a la cofa del bergantín Belén y desde allí predicar contra Artigas- le ofreció la libertad a cambio de que Monterroso accediera a ser su secretario, y éste se avino a ello.
Parece ser que mientras estuvo con Ramírez, la malquerencia hacia él (hacia Monterroso, quiero decir) del chileno Carrera -originada en aprensiones pavotas, celos ridículos y sobre todo (presumo) en una conciencia sucia-, hizo que el fraile pasara no pocos malos ratos. Incluso, algunos han querido ver en ciertas cartas de Ramírez la patentización de una supuesta desconfianza de éste hacia Monterroso, y hasta una nota de desdén al mencionarlo como "el Roso".
No creo que haya sido así. Ramírez no era desconfiado (por lo contrario; sus actos demuestran que era demasiado confiado, tanto, que hasta caía en la ingenuidad). Y la característica de alguien tan pagado de sí mismo y con la fatuidad exasperante que exhibía Ramírez muy a menudo, no es precisamente la desconfianza, ¿no? El entrerriano no era así; era un "nene grande", veleidoso, atolondrado, con escasas luces como para abonar su engreimiento; pero con muchas ínfulas y un ego gigantesco. Además, lo de mencionarlo Ramírez como "el Roso" no debe tomarse en sentido peyorativo hacia el fraile, sino que hasta es indicativo de cierto grado de familiaridad en el trato; porque ocurre que "Roso" era la forma apocopada de referirse a sí mismo que usaba el propio Monterroso. Hasta en las cartas que le escribió a su hermana, el fraile firmaba "Roso", entonces ¿cómo puede suponerse que Ramírez, al nombrar así a Monterroso en carta a terceros estaría menoscabándolo?
En ese carácter de secretario, decía, Monterroso siguió al entrerriano hasta su derrota y muerte en Río Seco, el 10 de julio de 1821. 
Generalmente se cree que luego de esos sucesos, Monterroso permaneció prisionero del gobernador santiagueño Juan Felipe Ibarra, el Saladino (ver mi artículo en este ENLACE). Particularmente, tal creencia me parece infundada y errónea. 
Ibarra no era hombre de granjearse enemigos porque sí nomás y al tun tun; ya demasiados problemas tenía para afianzar su posición y consolidar su gobierno, y encima, acababa de poner fin con la firma del Tratado de Vinará, a la guerra que Bernabé Aráoz le hacía desde Tucumán, hallándose por esa época empeñado en poner, de acuerdo con Güemes y Bustos, todo su concurso y colaboración para la realización del Congreso en Córdoba; ¿por qué y para qué entonces iba a abrir Ibarra otro frente de batalla? Y además, vencido y muerto Ramírez en Río Seco, Ibarra permitió que Anacleto Medina con un grupo de 58 soldados y llevando consigo a la novia de Ramírez, La Delfina (ver mi artículo en este ENLACE) escaparan al Arroyo de la China (la actual Concepción del Uruguay, en Entre Ríos), atravesando la provincia de Santiago del Estero y el Chaco. Digo, si Ibarra dejó que huyeran (e inclusive los ayudó para ello) nada menos que un alto oficial de Ramírez como Anacleto Medina (por entonces coronel, después llegaría a general) y hasta la novia del derrotado, ¿por qué motivos iba a ensañarse con Monterroso? 
Más plausible me parece que Ibarra dejase en entera libertad al fraile. A lo sumo, le podrá haber pedido a Monterroso, de favor, la prestación de algún servicio (que hombres de su estatura intelectual, por cierto no los tenía en Santiago del Estero) y éste decidiera por las suyas quedarse en esa provincia, o bien acompañara a Medina en su huida a Entre Ríos (como sostiene Aníbal S. Vázquez). 
Como fuere, el general José María Paz (que no era precisamente artiguista, sino todo lo contrario) en sus Memorias, cuenta que se encontró con Monterroso en Manogasta. 

Dice Paz: "Partí en el acto, y apenas había andado ocho leguas, hasta la posta de Manogasta, cuando me encontré con el célebre padre Monterroso, que cargaba espada y se había cerrado la corona. Por él supe el último desastre y muerte de Ramírez...". Primero, adviértase que Paz escribe "el célebre padre Monterroso", ergo, la figura y trayectoria del fraile era conocidísima por ese tiempo; aún estando en la derrota, y además; proviniendo de otra derrota anterior, cuando cayó con Artigas.

Y como vemos, Paz afirma que Monterroso estaba armado con una espada y que se había dejado crecer el cabello cerrando la tonsura (personalmente, creo que lo vendría haciendo desde mucho antes eso de no vestir el hábito franciscano, sino andar "de paisano" y sin tonsura; pero es solamente una presunción mía sin ningún fundamento documental que la avale; puro pálpito nomás). 
Paz, residiendo por ese tiempo en Santiago del Estero, había sido comisionado por Ibarra (precisamente a raíz de un pedido que le había hecho llegar Ramírez en el sentido de franquearle el paso por su provincia, de modo de poder llegar a la suya) para ir al encuentro del entrerriano y escoltarlo, servirlo y allanarle lo que éste le solicitara. Y ahí miente Paz en sus Memorias; porque dice que el Saladino lo envió al encuentro de Ramírez, alarmado, espantado y aturdido por la amenaza que éste se le figuraba ("el imbécil y cobarde Ibarra" escribe el Manco -con notoria y aborrecible ingratitud, ya que era el mismo santiagueño a quien él apostrofaba tan dura e injustamente, quien lo había cobijado caballerescamente en Santiago del Estero, prestándole generoso asilo allí-), mientras que vemos que lejos de tener Ramírez intenciones de pelear con Ibarra; le había solicitado a éste su aquiescencia para atravesar su provincia. 
Es elemental entonces, inferir que si Ibarra, como vimos, había accedido a la solicitud de Ramírez (y no por la imbecilidad y cobardía que le adjudicaba Paz, porque no era el Saladino ni imbécil ni cobarde, sino al revés; era astuto y valiente); ¿por qué motivos entonces iba a tomar prisionero a Monterroso que nada le había hecho y de quien nada podía temer? Es ridículo el sólo suponerlo.
Posteriormente, Monterroso se dirigió a Copiapó, Chile, lugar ese en el que se radicó bajo las identidades de José Antonio de Iguerales y Luis Yeral, de modo de pasar desapercibido de todos. 
Recién pudo regresar a la Banda Oriental, por mediación de su hermana, Ana Monterroso de Lavalleja, y de su cuñado, el general Juan Antonio Lavalleja, el 27 de agosto de 1834.
El buen fraile confió demasiado en que dada la "institucionalización del país", nada tendría ya que temer en él; pero ocurría que gobernaba Fructuoso Rivera, lo que equivalía a que el gobierno efectivo estuviese en manos de Lucas Obes y su pandilla; porque Rivera no era hombre de ciudad ni de escritorio. 
Ni bien desembarcó Monterroso (bajo el nombre de Luis Yeral) en Montevideo, fue aprehendido, y Obes, a la par de requerir la intervención de la autoridad eclesiástica por sus "delitos" y su "escandalosa conducta", ordenó deportarlo a Marsella, Francia. 
A todo esto, la autoridad eclesiástica la ejercía como vicario apostólico, Dámaso Larrañaga, quien además, como si fuera poco el poder que tenía en ese carácter de vicario; era senador por Montevideo. 
Dejando que primasen en su espíritu antiguos rencores, Larrañaga se prestó al juego de Obes y persiguió él también a Monterroso (las pulgas del perro flaco). Pero no obraba así sólo porque lo movilizara una vieja inquina; lo que ocurría era que Larrañaga era fundamentalmente un jerarca eclesiástico, un hombre de la iglesia, a la que situaba por encima de todo, aún; de su patria y de su pueblo. Aquel añejo resquemor que tenía hacia el fraile franciscano, y su noción (equivocada, para mí) de lo que su deber le imponía, confluyeron en su ánimo a la hora de argumentar contra Monterroso y de incoarle un proceso. 
Por su parte, Obes y sus esbirros sentían aprensión de que Monterroso secundara a su cuñado, el general Lavalleja, en su oposición al gobierno de Rivera.
Y en fin, allá fue Monterroso a Francia, expulsado de su país. Desde Marsella, haría una encendida defensa de su actitud de vida y de su propia persona, y dos años después, se dirigiría a Río Grande do Sul, en el Brasil, para desde allí pasar nuevamente a Montevideo, donde la mediación e intervención de su hermana, Ana Micaela Monterroso de Lavalleja, tuvo como como resultado la tan ansiada secularización.
En Montevideo, siendo presbítero y en la más absoluta pobreza -pobreza franciscana, y nunca mejor aplicada la expresión-, moriría José Benito Silverio Monterroso el 10 de marzo de 1838. 
Uno de sus más enconados detractores, Vicente Fidel López, no se privaría del "placer" de descalificarlo a través de la mentira desembozada: manifestó que "durante su exilio en Chile, en 1843, había visto a Monterroso, amancebado y cargado de hijos". No se apercibió este historiador, de que para la época en la que él aseveró haberlo visto en Chile; Monterroso había muerto en Montevideo cinco años antes. En fin...
No tuvo al fallecer una tumba particular, sino que fue enterrado en la fosa común, para pobres. En el registro de su defunción se consignó: "célibe". 
Personalmente, brindo por la memoria de aquel fraile patriota, y de todo corazón deseo que  la condición apuntada no haya sido cierta.

-Juan Carlos Serqueiros-

jueves, 26 de abril de 2012

LA MADRE DE LA PATRIA




Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Es muy poco lo que se sabe acerca de María Remedios del Valle o Remedios Rosas (nombre y apellido estos últimos que terminaría por usar, por propia determinación y a lo cual me referiré más adelante). No hay retrato alguno de ella y se ignoran tanto la fecha como el lugar de su nacimiento (muy posiblemente, éste haya sido en Buenos Aires; pero al no haberse –hasta ahora- hallado antecedentes al respecto, no hay tampoco certeza absoluta). 
 Sí se sabe que era de raza negra, ya que ha sido descripta como "parda" en la documentación oficial existente y probablemente haya sido una esclava manumitida o hija de esclavos.
Si yo viviera en Buenos Aires o tuviera los medios necesarios para encarar una investigación histórica allí, rastrearía por el lado de la familia Del Valle, ya que era común por ese entonces que los esclavos –y por ende, los hijos de éstos- tomaran el apellido de las familias en cuyas casas servían. En función de esa circunstancia, tal vez María Remedios tuviera por apellido Del Valle debido al haberse criado en casa de dicha familia. Y de ser así, entonces también quizá sabiendo en qué parroquia se registraban los bautismos de los Del Valle; se lograse hallar su fe de bautismo (lógicamente, suponiendo que haya sido bautizada, lo cual infiero debe de haber ocurrido) y encontrarse los datos relativos a su nacimiento.
Se sabe también que su familia estaba integrada por su esposo y dos hijos, uno propio y otro adoptivo (o "entenado" como se les decía por entonces a los que se criaban en casas que no eran las de sus padres, y por personas que no eran los mismos).
María Remedios del Valle actuó durante las invasiones inglesas, o por lo menos; durante la segunda de ellas. Esto lo sabemos a través de una certificación emitida por el comandante del Tercio de Andaluces, José Merelo; en la cual consta que durante la campaña de Barracas, asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere. Esta documentación se halla en el Archivo General de la Nación: “Acuerdo del Extinguido Cabildo de Buenos Aires”, serie IV, tomo II, libros LIX, LX, LXI y LXII, años 1805 a 1807. El Tercio de Andaluces integró, durante la Defensa, la División Centro, al mando de Javier de Elío y dotada con 9 piezas de artillería; conjuntamente con los tercios de Gallegos, de Castas (integrado por pardos, morenos e indios, en el cual seguramente estaría el esposo de María Remedios), y de Catalanes (dos compañías), más un escuadrón de caballería. La campaña de Barracas mencionada por Merelo, consistió, como lo detalla Carlos Roberts en su libro Las invasiones inglesas publicado en 1938, en la concentración ordenada por Liniers de las fuerzas precedentemente descriptas, con más el agregado de las Divisiones Derecha, Izquierda y Reserva, en un punto situado en Barracas, a eso de unas tres cuadras al sur del Riachuelo. En cuanto a la marcha a los Corrales de Miserere, consistía en dirigir ese ejército al matadero de hacienda de Miserere (situado en el actual barrio Once), vadeando el Riachuelo por el paso de Burgos (actual puente Alsina).
Nada más conoceremos de María Remedios del Valle ni de su esposo e hijos, durante los siguientes tres años, hasta la Revolución de Mayo.
El 6 de julio de 1810, se terminó de reunir en el Monte de Castro (actual barrio de Floresta) la tropa que integraría la Expedición Auxiliar al Alto Perú, que sería denominada luego Ejército del Perú. Tal hecho, se producía en el marco de la disposición de la Junta de fecha 29 de mayo de 1810 por medio de la cual se reorganizaba el ejército y fundamentalmente, de la del 14 de junio, a través de la cual se urgía la conclusión de los trabajos de formación de dicha fuerza militar (ya se tenían noticias de los preparativos contrarrevolucionarios de Liniers en Córdoba). Como consecuencia, la tropa, originalmente formada sobre la base de las milicias regladas, pagada por medio de suscripción pública (“contribuciones patrióticas”, para lo cual la Junta comisionó a Miguel de Azcuénaga a fin de que recibiese donativos, ya sea en metálico o en esclavos); se engrosaría por medio de una rigurosa leva de todos los vagos y hombres sin ocupación conocida desde la edad de 18 años a 40, y también apelando a la compra de esclavos a sus amos. Se formó así un ejército de 1.150 efectivos, que fueron puestos al mando del comandante de Arribeños, coronel Francisco Ortiz de Ocampo, con el teniente coronel Antonio González Balcarce como segundo jefe, y enviados a Córdoba a reprimir la contrarrevolución de Liniers, y luego a proseguir la campaña al Alto Perú.
A ese ejército, que iniciaría su marcha el 7 de julio de 1810, era al cual se incorporarían María Remedios del Valle, su esposo y sus dos hijos. Posteriormente, ya sofocado el intento de Liniers, el mismo ejército con Antonio González Balcarce al mando de su vanguardia, se dirigiría al Alto Perú con el nombre de Ejército del Perú, quedando Ortiz de Ocampo en Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán, para ir reclutando los contingentes con que sucesivamente se aumentarían sus efectivos, y sería puesto luego al mando de Castelli por resolución de la Junta de fecha 6 de setiembre de 1810. Después del desastre de Huaqui, quedaría al mando Pueyrredón, quien posteriormente lo entregaría a Belgrano en Yatasto el 26 de marzo de 1812.
Consta la participación de María Remedios del Valle en las batallas de Huaqui (Bernardo Anzoátegui atestiguó que por orden de Viamonte, condujo a María Remedios del Valle hasta Potosí, haciéndole entrega de veinte pesos); de Tucumán (en la víspera de la cual María Remedios del Valle le solicitó al general Belgrano autorización para asistir a los heridos en las primeras filas, denegándole éste dicho permiso; no obstante lo cual ella conseguiría confundirse entre las tropas de reserva y luego acceder al campo de batalla, donde su comportamiento fue tan heroico y abnegado socorriendo a los heridos, que el general Belgrano la designó capitana y los soldados y oficiales comenzaron a llamarla “Madre de la Patria”); de Salta; de Vilcapugio y de Ayohuma.
Fue herida gravemente varias veces, recibiendo sablazos y balazos, estos últimos, en seis oportunidades. Estuvo en capilla a punto de ser ejecutada por el enemigo. En la derrota de Ayohuma, herida de bala, no pudo escapar y cayó nuevamente en poder de los realistas. María Remedios del Valle fue una más entre los quinientos prisioneros que el enemigo logró capturar, siendo condenada por el general español Joaquín de la Pezuela, a ser azotada en público durante nueve días consecutivos por conducir correspondencia e influir a tomar las armas. Pero María Remedios del Valle, pese a los atroces castigos que recibió; consiguió fugar.
A esas alturas su frenesí patriótico, su dedicación, su coraje y su abnegación eran ya legendarios. No había sacrificio o penuria pasados o por pasar, capaces de hacerla cejar en su lucha, curando heridos, remendando uniformes de soldados y oficiales y derramando amor a raudales en una tierra que pugnaba por su libertad. Era, para todos, la Madre de la Patria.
Pero ya estaba sola en el mundo: su esposo y sus dos hijos habían perecido en la Guerra de la Independencia, y María Remedios del Valle emprendió el regreso a Buenos Aires, a vivir pobre y olvidada en un mísero ranchito de los arrabales de la ciudad, tan humilde y relegada como el general que la había hecho capitana: Manuel Belgrano.
Así, transcurrieron siete largos años que pasó vendiendo pastelitos y tortas fritas en la Recova y pidiendo limosna en los atrios de las iglesias para subsistir. 
Hasta que un día, el general Juan José Viamonte, al salir de su casa, tropezó con una anciana negra, encorvada, desdentada y llena de horribles cicatrices, reconociéndola instantáneamente. “-¡Pero… si es la Madre de la Patria!”- exclamó. A partir de allí, el general Viamonte, tomó a María Remedios del Valle bajo su protección, e hizo que ésta reclamara al gobierno por el otorgamiento de la pensión a la que era más que justicieramente acreedora.
Luego de una primera presentación, que fue rechazada, subsiguió otra en la que, tras larguísimos debates, se resolvería favorablemente la pensión a Remedios del Valle y la erección de un monumento en su homenaje. En el Diario de Sesiones de la Honorable Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires: tomo VI, sesión del 18 de julio de 1828, puede leerse la intervención de Tomás de Anchorena, que cerraría la discusión y tras la cual se votarían la pensión y monumento a la Madre de la Patria: “Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército y no había acción en que pudiera tomar parte, que no la tomase y en unos términos que podían ponerse en competencia con el soldado más valiente. El general Belgrano no permitía a las mujeres que siguieran al ejército en campaña. Al pasar el río Pasaje sólo admitió en sus filas a la Madre de la Patria. Una mujer tan singular como ésta debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano de todas estas provincias y adonde quiera que vaya de ellas, debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a un general”.
Pero todo quedaría en expresiones de buenos deseos e intenciones y nada más; porque María Remedios del Valle jamás llegaría a cobrar su pensión, postergada invariablemente por otras “urgencias” y sepultada en una laberíntica burocracia. 
En 1829 vino un criollo en esta tierra a mandar: don Juan Manuel de Rosas, quien reintegraría a María Remedios del Valle a la nómina del ejército con rango y sueldo de sargento mayor. Agradecida al general Rosas, María Remedios del Valle decidió llamarse Remedios Rosas.
Y sería gracias a la escrupulosa y férrea contabilidad de la administración rosista, que hoy podemos saber cuándo murió la Madre de la Patria, ya que de otro modo; seguramente ese dato permanecería tan ignorado como el de su nacimiento. En efecto, en la Lista del Ejército de Rosas, correspondiente al 8 de noviembre de 1847, se consigna la baja por fallecimiento del Mayor de caballería Dña. Remedios Rosas (sic).
Estimado lector, ya le conté quién era Remedios Rosas, y ahora que lo sabe; espero que en cada fecha patria, la enorme dimensión de su figura histórica le despierte un emocionado recuerdo.
Particularmente, soy de la idea de que así como en muchas de nuestras ciudades se elevan monumentos en honor a la memoria de los Padres de la Patria, los generales don Manuel Belgrano y don José de San Martín; debieran asimismo levantárselos en homenaje a doña Remedios Rosas, la Madre de la Patria.

-Juan Carlos Serqueiros-

Imagen: Ramiro Ghigliazza, "María Remedios del Valle, La Madre de la Patria", técnica digital, contemporáneo.

domingo, 22 de abril de 2012

PERDIENDO EL TIEMPO







































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

PERDIENDO EL TIEMPO
(Beilinson - Solari)

Va a amanecer y desde el muelle
veo el ferry en que te vas.
El amor empezó a quedarte chico
y el silencio lo enredó.
¡Angeles! yo ya no me puedo ir...
me ata un fuego  y mi sueño duerme aquí.
Ella sí que era el fuego,
ella sí que bailaba en las llamas.
Por primera vez tengo miedo
de no hacer bien mi papel.
Sé que voy a perder un poco el tiempo
y tirar con lo que hay.
¡Angeles! yo ya no puedo partir,
me ata un fuego y mi sueño duerme aquí.
Ella sí que era el fuego,
ella sí que bailaba en las llamas.
Apagó sus ojos tristes y luego embarcó...
Recuerdos que mienten un poco
(siempre fue así)
Nuestro miedo helará éste infierno, creo.
Sopla un viento frío en la ciudad.

Una bellamente triste letra, que narra una relación de pareja que queda trunca. Aún a pesar del amor que siguen sintiendo el uno por el otro (en la apariencia, pero... ¿será verdadero amor lo que sienten?, mmm... veremos...), quienes la integran han resuelto romper el vínculo que hasta allí los unió. 
La separación y despedida (desgarradoras) que se describen en la letra, pueden haberse producido por distintas causas, pero lo que para mí está evidenciado, patentizado en la poética del tema; es que llega para esa pareja un punto de inflexión en el que quienes la componen habrán de tomar una decisión: la de sacrificar el amor (o eso que ellos tomaron por "amor" y que después veremos que no lo es tanto) que se tienen el uno al el otro; en aras de un sentimiento que entienden como superador de ese amor, como algo que lo trasciende.
La separación no se dio en un marco de bronca mutua, no se dejan en malos términos; lo cual queda ilustrado en el hecho de que él la acompaña al puerto en su partida. Luego, queda parado en el muelle, mirando cómo ella se aleja ("va a amanecer y desde el muelle veo el ferry en que te vas").
Seguidamente, se pone a pensar en las causas de la ruptura por parte de ella: "El amor empezó a quedarte chico y el silencio lo enredó", reflexiona, atribuyéndole a ella el sentir algo que trascendía al amor que tenía por él, y que a la hora de los bifes, pesó más en su balanza. Y ¿qué puede ser eso frente a lo cual a la mina "el amor empezara a quedarle chico"? Bueno, la letra no lo dice y sólo podemos inferir: por ejemplo, suponer que en ella pudo más la influencia de intereses de otro tipo, quizá algún ideal socio-político, o tal vez algo más prosaico, como alguna ambición material o profesional, vaya uno a saber... Lo seguro es que ella privilegió algo, sea lo que fuere ese algo; por sobre el sentimiento que experimentaba hacia el chabón. Por eso "el amor empezó a quedarle chico", es decir, a no satisfacerla en plenitud. Sin embargo, él no es auto indulgente; ya que también se echa sobre sí mismo una porción de la "culpa", cuando reconoce que "el silencio lo enredó", 
o sea que hubo por parte de la mina un planteo previo que él desoyó en su momento. Alude así a una complicación adicional: la falta de diálogo, diálogo ese que quizá -y sólo quizá- hubiese recompuesto las cosas.
Y es en ese orden de pensamientos que él profundiza y medita en sus propias razones para que ese desenlace se produjera: "yo ya no me puedo ir... me ata un fuego y mi sueño duerme aquí", se dice tanto a sí mismo, como también dirigiéndose imaginariamente a la mina (que a esa altura, ya se fue), aludiendo a obligaciones y/o responsabilidades que no puede gambetear, ignorar, eludir, y que lo llevan a tener que resignar lo que siente. Y al igual que ocurría con los motivos de ella, los de él tampoco se especifican claramente en la letra; con lo cual otra vez sólo podemos hacer especulaciones en torno a eso: por ejemplo, el tipito también puede haber tenido algún interés material o intelectual que reputó como más poderoso que el amor, o quizá tuviera una relación que no se animó a romper, hijos tal vez, chi lo sa...
En cuanto a lo de "¡Angeles!", alguien me dijo una vez que en una de las empresas de servicio de ferry que hace Buenos Aires-Colonia, uno de los transbordadores tenía ese nombre y que por eso el Indio ponía lo de "¡Angeles!". Qué sé yo... todo puede ser; pero no me cierra la "explicación". Es posible que haya habido un transbordador con el nombre de "Angeles", pero si un perfeccionista como Solari hubiese querido citar en una canción el nombre de un ferry, no iba a omitir el entrecomillado, dejando así de señalar inequívocamente que está citando el nombre que se le puso a algo. ¡Justo él!, tan luego... no, ni en pedo. Más plausible se me hace que esté mencionando el nombre de la mina; aunque tampoco esa posibilidad me satisface del todo. Y además, hay que considerar lo de los signos de admiración, que por algo están, ¿no? Lo que más probable me parece, es que eso de "¡Angeles!" sea una expresión empleada en lugar de poner el más usual o frecuente "¡Dios mío!" o "¡Ay, Dios!", algo así... Y me afirma en esa opinión la circunstancia de que el Indio escribió las letras de Lobo Suelto / Cordero Atado -salvo las que él mismo catalogó de "temas de hace mucho tiempo", como "Negrita" (así llama Solari a "Caña seca y un membrillo") y "Ya no late más" (que en el disco pasó a llamarse "Lobo, estás?")- en República Dominicana; donde efectivamente la exclamación "¡Angeles!", popularmente se utiliza en lugar de "¡Dios mío!" y "¡Ay, Dios!".
A continuación, viene una remembranza de lo que la tipa significaba para el ñato: "Ella sí que era el fuego, ella sí que bailaba en las llamas", evoca él; con lo cual, de paso, se nos clarifica la cosa acerca de qué era lo que los unía, porque eso nos remite a entender que lo de ellos no se trataba de un amor verdadero; sino de una pasión ardiente, volcánica diríamos; que ellos confundieron con amor. Esa pasión, a él se le está yendo embarcada en un ferry, y por eso siente esa aprensión que expresa con lo de "por primera vez tengo miedo de no hacer bien mi papel", es decir, siente temor de que a partir de que le falte la mina que lo tenía borracho de pasión, no pueda soportar estar sin ella, y entonces se raje en pos de recuperarla, huyendo así de esas responsabilidades y obligaciones que constituyen el "papel" que le tocó en el reparto, ese rol que debe desempeñar.
Trascartón, se pone a cavilar en lo que va a ser su vida de allí en más, sin la mina: va a "perder un poco el tiempo y tirar con lo que hay". O sea, imposibilitado de disfrutar el goce de la pasión, porque ella ya no estará; él se va a dedicar a "perder el tiempo" en relaciones sin ninguna significación especial, "tirando" con "lo que hay".
Y rememora (masoqueándose un poco, si se quiere) el momento de la despedida, cuando ella abordó el ferry en que se fue: "Apagó sus ojos tristes", dice refiriéndose a que la mina cerró sus párpados para contener el llanto, y "luego embarcó".
Y vemos que la tristeza de tal despedida, seguramente no matará a ninguno de los dos, porque enseguida se dice a sí mismo: "Recuerdos que mienten un poco (siempre fue así)"; como diciéndose que en el fondo, está haciendo un cacho de melodrama, que de ese "amor" que creyeron haber sentido, no se van a morir; y que en definitiva, cada vez que recordamos algo que nos ha sido trascendental en alguna medida, que nos ha marcado o influido notoriamente; tendemos a exagerar. Así, después de todo, esa tristeza que él atribuyó a la mirada de la mina al despedirse, quizá no haya sido tan honda como él se empeñaba en creer... Y de paso, la de él tampoco, porque cierra con un esperanzado "nuestro miedo helará este infierno, creo"; como diciéndose a sí mismo algo así como "la voy a extrañar y seguramente ella me extrañará, pero después, los motivos que tuvimos para romper la relación, terminarán imponiéndose por sobre el deseo de estar juntos".
Y tanto es así, que ahora mismo nomás, el "infierno" de esa pena, ya comienza a helarse con ese "viento frío que sopla en la ciudad".
A rey muerto, rey puesto, dicen, y la vida continúa...

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-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 21 de abril de 2012

JOSÉ LUIS TORRES ANTE LA CONDICIÓN HUMANA


 
Por María Luisa Rubinelli

José Luis Torres nació en el Noroeste de Argentina, en Tucumán, el 21 de enero de 1901. Según él mismo declara en sus escritos, abandonó los estudios en el quinto grado de la escuela primaria en medio de conflictos con su padre. A partir de entonces, su educación tuvo carácter asistemático. Ejerció variados oficios para subsistir: dependiente de ferretería, empleado de biblioteca, de oficina, obrero de ingenio azucarero, conductor de automóviles de alquiler. Sin embargo, la actividad en que se destacó fue el periodismo, que desarrolló en periódicos de Tucumán, Salta, Jujuy y, luego de 1930, de Buenos Aires, asumiéndose "Siempre, por temperamento, por vocación y por deber, agitador de rebeldías". Su formación autodidacta incluyó el estudio de la historia, la economía, la situación social y política, a nivel nacional y latinoamericano. A lo largo de su vida se empeñó en denunciar los proyectos y acciones de expansión de sus intereses por parte de los EEUU, así como el sometimiento que las oligarquías nacionales ejercían sobre los sectores populares, condenados a indignas condiciones de vida. Se ocupó especialmente de la situación de los trabajadores de los ingenios azucareros en las provincias del Noroeste, luchó contra los atropellos y negociados de los políticos conservadores, y posteriormente de los radicales. Alentó el advenimiento del peronismo, a cuyo espíritu nacional adhirió. Escribió numerosas obras de denuncia en formato de folletos, libros -editados con esfuerzo propio y ayuda de amigos- y artículos periodísticos. Falleció el 4 de noviembre de 1965. Aunque nunca se reivindicó como filósofo y desconfió de los pensadores “académicos”, la preocupación que constantemente manifestara en sus escritos y en su vida por el compromiso patriótico, la dignidad del hombre y el ejercicio de la justicia, hace que en su producción se encuentren sustanciosos análisis acerca de las diversas dimensiones de la condición humana y de la sociedad. Para comprender la importancia del pensamiento de José Luis Torres es preciso ubicarlo en el contexto histórico, el de la segunda década del siglo XX:

El Tucumán [de la época] era una sociedad desgarrada por agudas contradicciones y violentos conflictos que enfrentaban a industriales azucareros, obreros y cañeros independientes. La provincia había conocido a fines del siglo XIX una verdadera revolución industrial y económica que había aumentado vertiginosamente la producción y había impuesto al país una legislación proteccionista para el azúcar y un sistema de subsidios que alentaba la exportación de los excedentes […] La modernización de la industria y el proceso de expansión vinieron acompañados […] de una drástica concentración de la producción fabril […] Tanto obreros como cañeros dependían […] del capricho del industrial. (Bravo de Salim y Campi: 1986: 1-2)

La concentración de los establecimientos productivos en manos de capitales cada vez más monopólicos produjo la quiebra de numerosos pequeños productores y su dependencia directa de aquéllos, así como la constitución de contingentes numerosos de obreros del azúcar. Las características mencionadas corresponden especialmente a la provincia de Tucumán, aunque en Salta y Jujuy también se haya desarrollado la producción azucarera.

El pensamiento y la acción

En octubre de 1925, José Luis Torres pronuncia su Conferencia Socialista en el marco de la realización de la Asamblea del Partido Socialista, celebrada en el Teatro Mitre, tradicional institución cultural jujeña[1]. Jujuy es por entonces una sociedad conservadora, de la que los capitales azucareros sustentan gran parte de la economía. De hecho, para justificar la publicación del texto de la conferencia, el periódico local se hace eco de la preocupación del conferencista por las condiciones de vida y trabajo de la clase trabajadora, a la que -paradójicamente- hace responsable final de su situación.
De estos años de la actuación pública de José Luis Torres recogimos varios textos que aparecen en El Heraldo entre 1925 y 1926 y, que por razones de ordenamiento, organizamos en dos momentos, según su temática. En el primero de ellos, Torres se propone divulgar los atropellos contra los trabajadores cometidos por los capitalistas (a veces extranjeros), dueños de los ingenios azucareros. En el segundo, asigna públicamente al gobierno de la Provincia la responsabilidad que, por ineficiencia o por complicidad, le cabe al no garantizar el cumplimiento de las leyes. La Conferencia se ubica en el primero de los momentos, y se organiza en torno a varios ejes. Torres denuncia la “dictadura de las chimeneas” (aludiendo a las de los ingenios) cuyos beneficiarios lucran a costa del hambre de los trabajadores y las subvenciones que el “Estado oligárquico” les otorga. El argumento que contribuye a legalizar ante los ojos de la sociedad este sistema contrario a los intereses económicos y políticos de la mayoría de la población de la provincia y de la nación, es el mismo que aparece reiteradamente a lo largo de nuestra historia: el aporte de estos empresarios al bienestar general está constituido por los puestos de trabajo generados. Pero las míseras condiciones en que viven esos trabajadores, con quienes comparte jornadas en el ingenio, aparecen manifiestas en varios de sus escritos en los que realiza denuncias muy concretas y precisas sobre las diversas formas de degradación a las que son sometidos por parte de capitalistas, extranjeros y nacionales. Por ello, plantea como prioridad la dignificación del proletariado jujeño. El primer paso en ese sentido lo constituye la denuncia de los abusos y el señalamiento de la debilidad del gobierno. Comparando a los dueños de los ingenios con los conquistadores españoles, explicita los delitos referidos: violación del derecho de jubilación, de libre comercio, de la libertad de la persona en sus variados aspectos. A los “contratistas” (intermediarios a quienes los industriales asignan pagos muy ventajosos para que se ocupen de reclutar población indígena para el inhumano trabajo en los ingenios) los califica de “traficantes de seres humanos”. Destaca el nivel de explotación al que resulta sometido el indio, que -sin embargo- es despreciado por sus patrones, siendo la fuente productora de sus riquezas. Menciona que se trata de población indígena proveniente del Chaco (en escritos posteriores incluirá a pobladores de la Puna y hasta de Bolivia ), transportada en las mismas condiciones que el ganado, en vagones destinados a animales en pie, que provee Ferrocarriles Argentinos.
La presencia de la población indígena se da de manera muy contundente en este texto, señalándose no sólo el maltrato de que es objeto, sino también el empleo en su contra de otros medios de exterminio: la falta de atención del paludismo, que hace estragos en esa población, y el fomento conciente del alcoholismo. Pone en boca de un ciudadano jujeño contemporáneo afirmaciones que ya Aristóteles empleara: los esclavos (en este caso como sinónimo de los indios) necesitan tener amos. De este modo se actualiza -en relación con la idea de la inferioridad del indio- uno de los argumentos que sostuviera la legitimidad de la conquista de la población de América, y contra el cual luchó Fray Bartolomé de Las Casas. Los atropellos, de que hace cómplice al gobierno, son calificados como contrarios a los intereses de los asalariados como personas, la civilización, la humanidad en su generalidad, y la Patria.
Sostiene la imperiosa necesidad de que la justicia cobre vigencia para que esa población logre, mediante el ejercicio de la razón - a la que relaciona con la luz, a la clásica manera del Iluminismo- gozar de las garantías de las leyes y la Constitución, es decir, para que sea incluida efectivamente entre la ciudadanía de una democracia real. En la segunda parte de las publicaciones periodísticas de esos años, divulga el pedido de juicio político que -como ciudadano- inicia contra el gobernador de la Provincia: Benjamín Villafañe, y su propia defensa, ante las acciones legales con que aquél le responde.
De un tibio reconocimiento al gobierno, por algunas tímidas actitudes a favor de los asalariados de los ingenios, pasa a un abierto enfrentamiento, y nuevamente recurre a la opinión pública como testigo de la veracidad de los delitos que le imputa, como co-responsable directo de la violación de las leyes, a favor de los industriales. Estos delitos son: usurpación de autoridad por ocultamiento de información a la justicia; retención de dineros públicos por cobro indebido de impuestos por parte de la administración de los ingenios; cohecho; atentar contra la libertad de comercio, en relación con denuncias contra la administración de los ingenios que realizara el Centro de Comercio e Industria de San Pedro ese mismo año (1925). Dada la silenciosa complicidad del poder ejecutivo provincial, recurre a una doble invocación: a la responsabilidad moral individual del funcionario a que se refiere, es decir a su propia conciencia, pero también a la sociedad, la cual debe reconocer o reprobar a quienes ejercen el gobierno y sancionarlos ante la constatación de la veracidad de las denuncias, que son “gritadas”[2] públicamente. De esta manera nadie queda eximido de la responsabilidad que como ciudadano le cabe. Con la prescindencia cómplice de gobiernos de funcionarios corrompidos por la obtención de beneficios personales de parte de los dueños de los ingenios azucareros. No había cumplido aún los diecisiete años cuando se produjo mi primera entrada en la policía, por el delito de escandalizar la tranquilidad de los privilegiados en procura de un mísero aumento de jornal para los trabajadores de una fábrica de azúcar.[…] lejos de amansarme en la comisaría que visité por vez primera se me encendió el alma como una pavesa, y se adentró en ella el convencimiento, cada vez más dominante, de que es un miserable el hombre que, pudiendo realizar algún esfuerzo por mejorar la vida de sus iguales, oprimidos por la injusticia y la mezquindad, se queda sin hacerlo por comodidad, por cobardía o por culpable indiferencia. (Torres: 1945: 25) Ese párrafo se constituye en significativa síntesis de lo que será la actitud de toda su vida. Para él no resulta justificable que el sentido de la vida de una persona sea la búsqueda del beneficio económico, si ello implica el sometimiento y explotación de otros hombres. En su concepción, no sólo es condenable el explotador, sino su cómplice: quien finge no ver la injusticia o no se compromete a combatirla. La preocupación por la propia dignidad siempre incluye la del otro, que así se reconoce y es reconocido como igual en derechos. Mientras dicha igualdad no sea reconocida, no existe, por lo que entonces los derechos humanos no dejan de constituir una proclamación vana y vacía.
Yo he visto en esa tierra [Tucumán] morirse de hambre al pueblo, y expandirse a un tiempo los bienes de los grandes oligarcas […] Los devoradores de tierras, llegaron a destruir bajo el imperio de la oligarquía regional, en mi provincia, principios y reglas para la distribución de la riqueza común, que tienen hondas raíces en la historia. (Torres: 1953: 41)
El proceso de acumulación de tierras por parte de los dueños de los ingenios significó la apropiación -en base a la acumulación de deudas imposibles de cancelar- de las propiedades de una multitud de pequeños productores, y la extensión del monocultivo del azúcar, que reemplazó a la diversidad antes existente. La concentración del poder económico implica también la del político. El discurso que legitima este proceso invoca la importancia y necesidad del progreso, presentado como opuesto antagónicamente a la tradición. Según este discurso, la tradición debería limitar su vigencia a la música vernácula, a la reminiscencia de antiguas creaciones populares que merecen ser recordadas como expresión de un espíritu poco acorde al progreso de la sociedad. A la manera de Sarmiento, relaciona la agresiva avidez por el desarrollo de nuevas formas de producción, con el espíritu de las naciones industrializadas -en especial las de habla inglesa-, y la fuerza de la tradición con el legado español en estas tierras. Pero -respecto a la concepción sarmientina- realiza una inversión en la asignación de valores a estas diferentes “formas de vida”. Mientras la primera se expande a costa de la explotación de la naturaleza y el hombre, generando formas de vida degradadas para el pueblo, la segunda se sustentaría en una concepción de justicia distributiva que estaría asentada en pequeñas unidades de producción. Al igual que otros pensadores de su época, opone la América de “origen” español a la fuerza expansionista de los capitales ingleses primero y de EEUU después.
Aludiendo a la historia de uno de los ingenios azucareros de la provincia de Jujuy, el entonces Leach´s Argentine Estates Ltd., originariamente La Esperanza, sostiene que, en general:
Mientras la riqueza nacional yacía en estado potencial o recién afloraba débilmente, la riqueza nacional permaneció en manos de los nativos. Pero apenas surgía en todo su vigor gracias al esfuerzo de los mismos, caía en poder de capitalistas llegados de lejos, porque nada, fuera de lo que era inglés o por lo menos de los que hablaban ese idioma era compatible con la civilización y el progreso en los tiempos gloriosos del Imperio. (Torres: 1953: 49-50)
De la misma manera denuncia los atropellos en contra de los obreros azucareros en otros ingenios de Jujuy:
La Mendieta, entonces de propiedad de capitales suizos,
Ledesma Sugar Estates and Refining Co. Limited, propiedad de Enrique Wollmann, que visitó en compañía de Juan B. Justo hacia 1928, al igual que El Tabacal (Salta), adquirido por Robustiano Patrón Costa con un crédito millonario del Banco de la Nación.
En todos contrastan las condiciones de vida de los obreros con las de los propietarios, quienes funcionan como gobierno absoluto dentro de sus propiedades, haciendo cumplir las leyes sancionadas a su favor, e incumpliendo las que contrarían alguno de sus intereses, ejerciendo el poder de policía, de justicia y el dominio absoluto sobre las vidas de sus operarios. Sin embargo, es conciente de que no sólo en los ingenios se vive de esta manera: la Standard Oil Company también ejerce poder de gobierno, justicia y policía en la provincia de Salta, al extremo de dictar bandos ofreciendo recompensa por la captura “vivos o muertos” de dos asaltantes de unos pagadores de la empresa (Torres:1953). En el mismo año, 1928, luego de una visita realizada en compañía de la comitiva del General Enrique Mosconi al campamento Vespucio de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, escribe: El petróleo es riqueza suficiente para asegurar la libertad económica de un pueblo […] pero puede ser también un instrumento de dominación al revés. Los países que no se apresuraron a asegurar sus yacimientos […] deberán enfrentar un combate largo y sin tregua, en el que no debe descartarse la amarga posibilidad de que la soberanía nacional quede para siempre comprometida.(Torres: 1928:555-556)
Como ocurre con otros muchos pensadores latinoamericanos, el autor que nos ocupa no ha sido un crítico que separara su actuación profesional de la práctica y la lucha por sus ideas. Durante su vida soportó encarcelamientos y por momentos dificultades para obtener un puesto de trabajo, pero ni estas adversidades -asumidas responsablemente- ni los ofrecimientos de beneficios económicos, lograron que se impusiese un cómodo y prudente silencio. Se preocupó por denunciar negociados de tierras, del servicio de electricidad, del transporte, de los ferrocarriles, de frigoríficos, y otros, basados en lo que califica de traición a la patria por parte de quienes, ejerciendo funciones públicas o buscando el incremento de su propio beneficio económico (capitales agroexportadores), actuaron a favor de los intereses británicos primero, y estadounidenses luego, pero siempre en contra del país y de sus ciudadanos, sobre todo de los más humildes. En sus análisis deslinda con claridad las responsabilidades atinentes a los grupos de poder, evitando las generalizaciones confusas que darían lugar a afirmaciones falaces. Lamentablemente -a la luz de la historia posterior- debemos coincidir en que la denominación de “década infame” que Torres acuñó para referirse a los negociados que denunciara entre 1930-1940, resultó un calificativo exagerado (Lanata:2003:57-58). Su prevención en contra de quienes ejercen influencia ideológica a favor de esos intereses antipatrióticos a través del desarrollo de sus tareas académicas -aunque aclara que no es deseable generalizar sus juicios hacia todos los miembros de tales instituciones-, es fundamentada en ejemplos como el que transcribe, reproduciendo declaraciones del entonces Presidente de la Asociación Física Argentina, Dr. Enrique Gaviola, quien a la pregunta ¿Cómo hacer para acabar con las guerras?, responde: Sería necesario que todas las potencias se desarmaran, menos una, y que ésta asumiera el control de las demás […] Sería necesario que, por lo menos, la policía, las escuelas, los colegios, las universidades, y las agencias de propaganda (diarios, revistas y estaciones de radio) fuesen gobernados por la organización internacional armada, de modo a condicionar la opinión pública con fuertes sentimientos de solidaridad mundial. (Torres: 1952: 21)
Ante afirmaciones como esas, también desafortunadamente presentes en nuestros días, Torres responde reivindicando como patriotas de Sud América a César Sandino en Nicaragua, Emiliano Zapata en México, los trabajadores de las minas y los dirigentes del Movimiento Nacional Revolucionario en Bolivia, Arnulfo Arias en Panamá, Arbizu Campos en Puerto Rico, Manuel Dorrego, Juan Facundo Quiroga y el Chacho Peñaloza en Argentina (Torres: 1952: 73-74). La búsqueda de la verdad y de la justicia son metas que guían las obras y la actividad de José Luis Torres, entendiéndolas como fuerzas necesarias del progreso de la historia y de la sociedad tanto a nivel de los individuos como de los Estados, implicando siempre, por tanto, no sólo una dimensión moral y ética sino también y sobre todo la revisión de la concepción de ciudadanía y la práctica de la justicia social. En algunos de sus escritos posteriores a la época que incluimos en este trabajo, en los que por momentos emplea un estilo más intimista, brinda detalles sobre algunas acciones difamatorias acometidas en su contra y argumentos en defensa de sus actitudes, que explicitan los sustentos de toda su labor. En ellos entiende su lucha como camino hacia la depuración de las prácticas corruptas de una democracia de forma, en que los ciudadanos eran poseedores de derechos sólo en relación con su poder económico, y en que el poder político no era ejercido para asegurar el bien común de los ciudadanos de la Nación. Opone así los intereses del capitalismo internacional (inglés o norteamericano) con sus proyectos de sometimiento a los demás países latinoamericanos, a los de las naciones de Sud América; y los intereses de las oligarquías nacionales que, además de estar sólidamente vinculadas a los capitales extranjeros, ejercen su poder en contra de los proyectos nacionales y de las reivindicaciones de los trabajadores. Entre éstos, Torres se ocupa de los obreros fabriles y, muy especialmente, de los sectores campesinos asalariados del interior, a los que califica como el pueblo más humilde y más explotado. A pesar de su espíritu democrático, las decepciones y ataques sufridos -y soportados con entusiasmo- a lo largo de su ininterrumpida tarea de escritor y periodista, el convencimiento de que la corrupción en sus múltiples modalidades se había adentrado profundamente en la vida social y política argentina, recibirá con esperanza la toma del gobierno por parte del grupo militar que reconoce en Juan Domingo Perón a su líder. Confiando en un proyecto de Nación que ponga fin a la injusticia, apoya este movimiento a través de varios de sus escritos. Sin embargo, a pesar de sus coincidencias con el ideario nacionalista de ese partido, continuó coherente con su decisión de no afiliarse a una organización política, como garantía del ejercicio de su concepción de la libertad personal de opinión, de pensamiento y de acción con completa autonomía, sólo subordinada a lo que entendiera como beneficioso para la patria. Pone en tela de juicio la neutralidad de los organismos internacionales, como la ONU, que –manifiesta– sólo son una máscara para la protección de los intereses de los poderosos.
Concibe su vida como compromiso en ese sentido, se diferencia de los anhelos de los políticos -incluso de los bien intencionados y honrados- declarándose desinteresado de su aplauso y del reconocimiento de las masas populares. Acude a la responsabilidad personal ante el juicio de Dios y la autoridad de la propia conciencia como garantía de la legitimidad del actuar del hombre de bien en defensa de su patria. Bravo de Salim y Campi consideran que se evidencia en ello la influencia del ideal romántico del héroe y del trágico cumplimiento de metas sublimes.(Bravo de Salim y Campi:1986:3) También hay cierta reminiscencia de ideas estoicas, al conjugar en alguno de sus escritos el sentimiento patriótico con la exigencia del deber ser a nivel personal.
Me costó mucho hacerme sentir, a pesar de la verdad de mi prédica […] Ese fue mi esfuerzo[ …] El resultado lo conocemos, por lo menos, Dios y yo. Y basta. Ya lo puede negar todo el mundo y nada importa" ( Torres: 1947: 41, 42)
La libertad no es cosa que los gobernantes puedan conceder o restringir a su arbitrio por decreto, y que las policías quitan o dan […] La libertad es una condición superior del espíritu del hombre, es una virtud excelsa de su alma. Anhelo no perder nunca esa forma de libertad, la única que merece ser disfrutada, aunque para mantenerla tenga que subir a un calvario […] o languidecer en una cárcel. (1947:55)
Sostiene que la fuerza revolucionaria de la verdad es capaz de destruir regímenes injustos y producir el surgimiento de nuevos ideales, expresándolo de manera muy similar a como lo hace José Ingenieros en Los Tiempos Nuevos (1990:19), con quien comparte su confianza en la fuerza renovadora de la juventud, a la cual insta a informarse sobre los errores del pasado y a hacer conocer siempre -si es preciso a gritos- la verdad:
Cuando la verdad es contenida por el miedo, o por el interés creado, o por la fuerza, la verdad no se disuelve como suponen algunos tontos; se acumula, y entonces adquiere mayor consistencia; y al último no hay miedo ni interés creado, ni fuerza capaz de contenerla, hasta que finalmente hace explosión, como una bomba. Estalla con fuerza inaudita y destroza lo mismo, ciegamente, a quienes sellaron los labios, sabiéndola y a quienes obligaron a los labios cobardes a callar. La verdad no puede ser destruida para siempre, ni burlada jamás del todo (Torres: 1947: 29)
Confiere enorme importancia a las ideas y a su influencia en la configuración de los procesos históricos, concibiéndolas como motor de los mismos y como constructoras de su sentido. Aspira a que sus aportes sean orientadores de ello. Esta responsabilidad y sus propias convicciones cristianas hacen que rechace el odio como fuerza impulsora de la confrontación. Sostiene que el odio, al disminuir la capacidad de discernimiento, que requiere limpieza de espíritu, hace peligrar los esfuerzos empeñados en la lucha. Es preciso que ésta sea concebida como inclaudicable y decidida, sustentada en la dignidad de la persona -entendida en su dimensión social y política- como capaz de extender su sentido de solidaridad hacia la humanidad, a partir de su amor al pueblo más sometido por la injusticia, de su compromiso con las prácticas republicanas y la defensa de la Patria (Torres: 1947:51-52). No es posible para ningún ser humano proyectarse hacia lo universal sin un fuerte reconocimiento de sus circunstancias históricas, que siempre implican la participación en un proyecto de país. Algunas de estas ideas nos han hecho recordar la concepción de la intrínseca solidaridad con la humanidad que forma parte de la constitución de cada persona singular, tal como se expresa en el pensamiento de José Martí, así como su rechazo a responder con odio a las injusticias, entendiendo que odiar a los otros es odiarse a uno mismo[3].
Si bien no es posible coincidir con todas las ideas de Torres, se impone destacar su valentía puesta en juego en la defensa de los ideales nacionales y de los sectores campesinos más postergados, su continuidad en esa lucha, su independencia de criterio, el enorme esfuerzo personal comprometido y la vehemencia con que lo hizo. Aunque muchos de los problemas y conflictos por él señalados y denunciados se han visto lamentablemente reiterados en distintos períodos de nuestra historia nacional y latinoamericana, o tal vez precisamente por eso, su obra tiene el mérito de hacernos reflexionar una y otra vez sobre nosotros mismos y sobre nuestra constitución como nación. Para Torres, aportar a la conformación y defensa permanente de una fuerte concepción nacional que incluya a los sectores populares y postergados es deber colectivo prioritario e ineludible para asegurar la conformación de la identidad del país, mientras la práctica y defensa de sus derechos por parte de los ciudadanos, fortalece su propia conciencia de tales.

Bibliografía de Obras Citadas

Bravo de Salim, María Delia y Campi, Daniel E.A. "El pensamiento político de José Luis Torres". Actas del Congreso Cultural del NOA. Catamarca: 1986.

Ingenieros, José. Los Tiempos Nuevos. Buenos Aires: Losada, 1990.

Lanata, Jorge. Argentinos. Buenos Aires: Ediciones B, 2003.

Martí, José. Nuestra América. Buenos Aires: Losada, 1980.

Rubinelli, María Luisa. "La interculturalidad, reflexiones actuales acerca de un tema presente en cuatro pensadores latinoamericanos: José Martí, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Kusch y Arturo Roig". Cuaderno de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Nº 15, Universidad Nacional de Jujuy (2002): 266 - 267.

Torres, José Luis. "Conferencia Socialista". El Heraldo, Jujuy, 16 y 17 de octubre de 1925.

______. La patria y su destino. Buenos Aires: 1947.

______. Nos acechan desde Bolivia. Buenos Aires: Federación, 1952.

______. La Oligarquía maléfica (1953). Buenos Aires: Freeland, 1973.

______. La Década Infame ( 1945). Buenos Aires: Freeland, 1973.

______. “La zona petrolífera del Norte Argentino. Ligeras impresiones de viaje”. Boletín de Informaciones petroleras ( 1928).



Bibliografía de José Luis Torres

"Conferencia Socialista". El Heraldo. (16 - 17 / 10/ 1925): 1.

"Pedido de juicio político al Gobernador". El Heraldo ( 19/12/1925): 1-2.

"Carta Abierta por el juicio contra Benjamín Villafañe". El Heraldo ( 18/1/1926): 1.

"Continuación de la Carta Abierta". El Heraldo ( 3 /2/1926): 1.

"Almas enfermas". La Novela del Norte Nº 6 (1921).

La Década Infame (1945). Buenos Aires: Freeland, 1973.

La Oligarquía maléfica ( 1953). Buenos Aires: Freeland, 1973.

Algunas maneras de vender la Patria. Buenos Aires: 1940.

Los Perduellis (1943). Buenos Aires: Freeland, 1973.

Nos acechan desde Bolivia. Buenos Aires: Federación, 1952.

La patria y su destino. Buenos Aires: 1947.

Una batalla por la soberanía. Buenos Aires: 1946.

Seis años después. Buenos Aires: 1949.

Teoría y práctica de la buena vecindad. Buenos Aires: 1947.

Últimas etapas de Bemberg. Buenos Aires: 1947.

El Ministerio de Agricultura ante la Revolución, 1944.

Al Pueblo argentino y sus Fuerzas armadas, 1944.

Carta Abierta al Excmo. Señor Presidente de la Nación. Gral. Pedro P. Ramírez, 1943.

Carta Abierta al Jefe de la Oficina de prensa de la Presidencia de la Nación, 1943.

Carta Abierta al Sr. Ministro del Interior, Dr. M.J.Culaciati, 1943.

A las Fuerzas armadas de la República, 1941.

Pedido de formación de juicio político al Sr. Ministro de Hacienda de la Nación, Dr. Federico Pinedo, 1940.

Comedores de pueblos, 1925.

La Nación debe ser salvada. Mensaje de un argentino asustado y con angustias al ciudadano que preside la República. Buenos Aires: 1941.

La economía y la justicia. Buenos Aires: 1943.

Consejeros de la Antipatria. Buenos Aires: 1944.

“La zona petrolífera del Norte Argentino. Ligeras impresiones de viaje”. Boletín de Informaciones petroleras (1928).

Bibliografía sobre José Luis Torres

Bravo de Salim, María Delia y Campi, Daniel E.A. "El pensamiento político de José Luis Torres". Actas del Congreso Cultural del NOA, Catamarca, 1986.

Notas

[1] Parte de la Conferencia Socialista es reproducida por El Heraldo, periódico de San Salvador de Jujuy en dos ediciones de 16/10 y 17/10/1925. Luego algunos de los planteos son incorporados al texto de Torres, José Luis. La oligarquía maléfica. Buenos Aires: Freeland, 1973, 2ª edición, p. 44.

[2] Torres emplea en otras oportunidades esta imagen, si se quiere literaria, apelando a la necesidad de

“ gritar la verdad”, y la practica en la realidad cotidiana como reaseguro de las obligaciones y garantías de la sociedad.

[3] "Resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y color" ( Martí, José. Nuestra América. Buenos Aires: Losada, 1980, p.15) "La búsqueda de lo fundamental humano se encuentra sostenida por la convicción de la unidad de la vida [ …] idea presente desde sus primeros escritos, en el presidio político, en que dirigiéndose a las autoridades españolas dice: dejadme que os desprecie, ya que no puedo odiar a nadie; dejadme que os compadezca, en nombre de mi Dios. Ni os odiaré ni os maldeciré. Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo." Citado en Rubinelli, María Luisa. "La interculturalidad, reflexiones actuales acerca de un tema presente en cuatro pensadores latinoamericanos: José Martí, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Kusch y Arturo Roig", Cuaderno de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Nº 15, Universidad Nacional de Jujuy (2002): 266- 267.

Fuente:

http://www.ensayistas.org/critica/generales/C-H/argentina/torres.htm

domingo, 15 de abril de 2012

LA PARABELLUM DEL BUEN PSICÓPATA



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

LA PARABELLUM DEL BUEN PSICÓPATA
(Beilinson - Solari)

La noche tira un salto mortal,
pura tontera del "punto G"
y el joven lobo,
¡quemándose de amor!
Está en la cima del volcán
(nunca pudo ser muy fiel...)
tímidamente moja el suavestar.
Y traga migajas de rock
maravilla para este mundo,
y traga esas migas indescriptibles
(trucos de placer).
Un tecno-duque trabajó
nuevos gemidos para el show,
su industria de la diversión quebró.
Un gran remedio para un gran mal,
amores como flechas
van cruzando el sueño
y te acribillarán.



Un tema que se las trae y cuyo título es, de movida nomás, sugestivo y pasible de hacer caer en confusiones. Veamos: el Indio pone "La Parabellum", con lo cual, la primera reacción de mis neuronas (suponiendo que mis neuronas tengan eso que llamamos reacción) fue remitirme -por lo del artículo "la"- a un arma en particular: la pistola Luger calibre 9 mm, pero por apurado; paradojalmente casi pierdo el tren, porque ocurre que el título es también una metáfora en sí mismo: hete aquí que para bellum significa "para guerra", lo cual es la forma apocopada de una frase en latín que reza: "Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum", o sea: "Si realmente deseas la paz, prepárate para la guerra", del escritor romano Publio Flavio Vegecio Renato, en su obra Epitoma rei militaris. Luego, en materia de armas, se popularizó el uso del término Parabellum para el calibre 9 mm, uno apropiado para la guerra. Con lo cual el Indio no se está refiriendo en el título a una pistola en especial; sino al "arma" que va a usar en "la guerra" alguien determinado: un "buen psicópata". 
Y... ¿qué cuernos vendría a ser un "buen psicópata"? Bueno, esa cuestión es un cachito más compleja: sería importante, para comprender hacia dónde apunta Solari, haber leído una nota que le hizo Quiquito Symns, que fue publicada en la edición de diciembre de 1986 de la revista Cerdos y Peces y que se titulaba justamente Los psicópatas del siglo 21. En ella, Solari expresaba su opinión en el sentido de que ante el avance  de la tecnología en todos los órdenes, sobre todo en el de la biogenética, en el siglo XXI y en un mundo manejado por lo que él llama maffia (que no es la consabida mafia siciliana de las películas, sino que son las grandes corporaciones transnacionales), los que mejor preparados estarían para sobrevivir en ese orden sistémico, serían los psicópatas. Y precisamente, uno de esos psicópatas es el protagonista de esta letra. 
Es un psicópata, sí, pero como veremos más adelante; un buen psicópata, es decir, alguien que no representa un peligro para la integridad física de nadie, como podría serlo (por ejemplo) un psicópata asesino o un psicópata violador. Pero este no, este "mata" con su propia “arma”: su pene, que es "la Parabellum" con la cual se "prepara para la guerra".



Ese chabón, ese "buen psicópata", bien "armado" con "la Parabellum", esa respetable pija con la que está dotado (pido perdón a las chicas por la inevitable guarrada; necesito ser muy gráfico), se está curtiendo una mina que consiguió circunstancialmente, alguien que no es su pareja habitual y/o "formal"; sino una mina que se levantó por ahí, vaya uno a saber dónde. 
Así, "la noche tira un salto mortal". Y "mortal" no en el sentido de que él vaya a hacerle un daño físico a la mina; sino "mortal" para la sanidad psíquica de ella. Debo aquí agradecer la ayuda de Gabriela, mi esposa, quien con sus extraordinarias capacidad, trayectoria y eficacia profesionales como psicóloga clínica, tuvo la paciencia de desasnarme acerca de qué es y qué representa un psicópata: alguien que no puede tener empatía hacia su prójimo, que no siente nada, que no puede experimentar amor, que es incapaz de sentimientos. Entonces, es en ese contexto en que el "salto mortal" que "la noche tira", vendría a ser como un espectáculo de trapecio sin red: la mina, al relacionarse con ese psicópata, corre el riesgo del daño psicológico que eventualmente ese vínculo implique para ella. 
Ella le pide al tipo que explore y estimule su Punto G (un punto situado en un lugar dentro de la vagina, donde -según los sexólogos- está concentrada la mayor cantidad de terminales nerviosos para producir placer). Pero para el tipo, eso que le pide la mina es una huevada ("tontera"); porque él está re caliente y sólo quiere ponerla; no andar "perdiendo tiempo" brindándole placer a la mina. Él busca su propio goce, es un "joven lobo quemándose de amor", y quiere satisfacerse él; no satisfacerla a la mina. Ella le importa un carajo, porque para él, no es alguien, una persona, un prójimo; sino algo, una cosa, un objeto cualquiera, hacia el cual no siente absolutamente nada. 
Lo que pretende ilustrar el Indio, es que el chabón se encontró con una mina que se escapa del esquema habitual que él esperaba: está acostumbrado a controlar la situación, y resulta que ella le sale con la demanda de lo del Punto G; entonces el tipo queda momentáneamente descolocado, sorprendido. Y eso lo excita más, al punto que, como se dice más adelante en la letra, se le escapa el polvo.
Al llegar a lo de "está en la cima del volcán", en un principio pensé que estaba referido a que el tipo le practicaba sexo oral a la mina, un cunnilingus, produciéndole un orgasmo, pero después, ya desburrado por Gabriela respecto a las características de un psicópata; me dí cuenta de que no se trataba de eso, porque como escribí antes, el placer de ella a él le importa tres belines. No, nada de darle satisfacción con sexo oral; el tipito es un golfo, alguien que "nunca pudo ser muy fiel", o sea que es alguien infiel no porque busque serlo, sino porque no lo puede evitar. Es un psicópata, inofensivo (en cierta forma) para los demás, porque no va a matar ni a hacerle daño físico a nadie: un "buen psicópata", digamos; pero psicópata al fin, en el sentido de que no siente nada por nadie, de que no ama a nadie, ni siquiera a su esposa, novia, pareja o lo que fuere. 

La mina "está en la cima del volcán", en la antesala del orgasmo, porque está experimentando el goce de ser penetrada por la "Parabellum" del tipo, por la descomunal pija que él carga, pero antes de que ella llegue a gozar; imprevistamente él tiene una eyaculación, acaba sobre el colchón ("moja el suavestar"). Y lo moja "tímidamente", porque está sorprendido, descolocado, ante lo imprevisto de la situación: él esperaba satisfacer su deseo sexual rápida, expeditivamente, controlando y manejando la cosa como acostumbra hacerlo; y resulta que se encuentra con una mina que le demanda el mismo goce que él buscaba para sí mismo. Se ve superado por lo inesperado de lo que está viviendo, y ante la excitación extrema que esa "novedad" le acarrea; eyacula precozmente. 
"Y traga migajas de rock / maravilla para este mundo, / y traga esas migas indescriptibles / (trucos de placer).": El "rock maravilla para este mundo", en este caso el Indio lo usa como una metáfora para aludir a que así como la cultura rock pretendió en un momento cambiar la óptica del mundo a través de una revolución musical; en "este mundo" (el mundo del siglo XXI al que se refiere en el reportaje que mencioné antes), el sexo también está "revolucionado", por ejemplo, con la practica más difundida, más habitual o más aceptada, digamos, de la "industria del sexo": sesudos tratados que pretenden "enseñarle" a la gente sobre el sexo, "novedosas" (minga novedosas) técnicas sexuales, chichecitos, películas porno, etc.; todos "trucos de placer".
"Un tecno-duque trabajó / nuevos gemidos para el show, / su industria de la diversión quebró.": Un tecno-duque es en el lenguaje del Indio, un científico del siglo XXI, alguien que manipula la tecnología que llevará a que el más apto para sobrevivir en ese contexto sea el psicópata. Ese tecno-duque (duque=dux, rango militar de general) es el que a través de la tecnología desarrollará nuevas formas de placer erótico, sexual ("nuevos gemidos para el show"); porque la vieja manera de entender el sexo por parte de la humanidad, cambiará a partir de los nuevos parámetros y nuevas pautas que impondrá la tecnología creada por la maffia que, según el Indio, controlará al mundo. Es decir que habrá una nueva forma de entender el placer; la vieja forma no correrá más ("su industria de la diversión quebró"). Son todas alusiones y metáforas muy altas que sólo pueden ser entendidas a partir de la lectura de ese reportaje de Symns a Solari; de otra manera uno no puede situarse en el contexto de algunas estrofas de la canción.
"Un gran remedio para un gran mal,  / amores como flechas  / van cruzando el sueño / y te acribillarán.": Y bueno, "vamos buscando el cierre", dijo Mónica Lewinsky: una estrofa del Indio para concluir la canción (que pinta un statu quo que no tiene nada de halagüeño) con una especie de deseo esperanzador: el de que haya "un gran remedio para un gran mal". Es decir, para curar una enfermedad seria, grave; es preciso encontrar el remedio justo y apropiado. Y ese remedio es el AMOR. El palazo solariano es para el gran mal, representado por la "ciencia oficial" toda: la tecnología, la medicina, incluyendo a la psicología y la psiquiatría que se encargan de “domesticar”, de "dormir" al ser humano para re-insertarlo en ese mismo sistema que es precisamente el que lo enfermó, y hasta al psicoanálisis mal entendido y peor practicado por algunos malos, pésimos pseudo profesionales chantas, que utilizan erróneamente algo que (otra vez: ¡gracias, Gabriela!) sirve justamente para que se trate de la subversión del sujeto  y no de dejarlo "manso y en el molde"; al contrario. Entonces, el psicópata como modelo de "hombre del futuro", es el fruto de un sistema que le quita el corazón, que le fija como nueva meta la competitividad, la guerra (esa guerra para la cual necesita "la Parabellum"; si no hubiese guerra, no la precisaría) introducida por todo el discurso sistémico. Y así, el amor lo cruza como una flecha, lo atraviesa, lo pasa de largo, acribillándolo. Lo que te acribilla es aquello que no podés ver, porque de hecho, si pudieras detener una bala; la pararías antes de que llegue a tocarte y causarte daño. El gran remedio para ese mal, sería el AMOR, pero eso... el psicópata no lo ve; y entonces, esos "amores como flechas" le van "cruzando el sueño".

Y me quedé pensando (a veces, algunas pocas veces, lo hago): ¿se dieron cuenta de que es cada vez más frecuente el encontrarnos con el re manido "nadie resiste el archivo"? Bueno, es una patraña, una gran macana, una falsedad; porque sí hay quienes resisten cualquier archivo, como por ejemplo, el Indio. Reflexionemos: hace ¡veintiséis años!, nada menos, decía -como vimos en esta interpretación- que el amor era el gran remedio para el gran mal; y hace poco, muy poquito, dijo: "Si no hay amor, que no haya nada entonces, alma mía ¡no vas a regatear!". 
Si eso no es COHERENCIA; la coherencia ¿dónde está?

ENLACE A LA PARABELLUM DEL BUEN PSICÓPATA EN YOU TUBE: http://www.youtube.com/watch?v=LJkly-Xtqf8

-Juan Carlos Serqueiros-