sábado, 20 de marzo de 2021

CARNE MOLIDA Y COLIFLOR GRATINADO

 























Escribe: Juan Carlos Serqueiros


La cocina es alquimia de amor. (Guy de Maupassant)


¡Hola pute! Dado que hoy me levanté onda hippie, flower power, paz y amor, voy a compartir generosamente con vos este manjar que preparé.
En una olla, ponés a hervir un coliflor grande (todo, hojas y tallos incluidos). Mientras éste se cocina; en un bol grande ponés (¡de a poco, animal!, de a puñados; no todo de un saque, a las apuradas y a lo bestia, ¿o acaso creíste que estás corriendo una maratón?) 1 kilo de carne molida, a la cual le vas agregando un aderezo previamente preparado (preferentemente, la noche anterior, para que macere convenientemente), consistente en: perejil, ajo, orégano, pimentón y ají molido, todo mojado con 2 chorritos de vinagre de alcohol y mezclado con la cantidad de aceite de oliva suficiente como para que todo el mejunje no quede ni como un masacote informe ni demasiado líquido (¿sabés qué es el justo medio aristotélico? bueno, eso). Y si te gusta y tenés ganas (no es condición sine que non), podés añadir una cebolla y un pimiento rojo bien picaditos. Trascartón, vas misturando en el bol, con las manos, el mejunje ese con la carne molida, de modo que toda ésta quede impregnada con el aderezo (TODA, dije; que no quede ninguna porción de carne molida sin aderezar).
Hecho eso, metés en una bolsita de polietileno (algún finoli te va a decir "en papel film", pero nosotros somos argentinos, ergo, inteligentes, y nos arreglamos con lo que haya; mirá si vamos a ir a comprar papel film... olvidate) la carne ya condimentada como te expliqué, para darle forma de esfera, y después la aplastás, cosa que quede como una especie de hamburguesa gigante, viste. Luego, con cuidado, sacás la bolsita (¡despaciooooo, que no se rompa la forma que le dimos!, acordate que la comida también entra por los ojos, así que dale mucha pelota al aspecto estético) y colocás la carne en el centro del cacharro en que vayas a cocinar (que puede ser una pyrex grande o, si como en mi caso sos un seco y no tenés una pyrex grande –artículo carísimo, por otra parte; la ponés en una fuente para horno como hice yo y listo).
A todo esto, como seguramente ya terminó de hervir el coliflor con sus hojas y tallos, y ya está blandito (lo cual comprobás previamente hundiéndole un tenedor uff, todo hay que andar explicándote, hasta lo más elemental), lo colás y lo vas disponiendo en la pyrex o en la fuente, alrededor de la carne, lo condimentás con sal, pimienta negra y nuez moscada, y lo vas bañando por encima, amorosamente, con crema de leche (o, si preferís, con una bechamel). ¡Paraaá, a la carne no; sólo al coliflor, te dije! Seguidamente, le espolvoreás queso cheddar rallado (a mí no me dio el grilo para comprar cheddar, así que lo suplí con cremoso y un cacho de fynbo que milagrosamente  sobrevivía en la heladera). Por último, el toque final: le echás queso de rallar (reggianito, parmesano, provolone o el que tengas) y... ¡al horno!, cocinando todo hasta que se derrita el cheddar, el cremoso, el fynbo o el que sea le hayas puesto, y de manera que el de rallar que echaste por encima para gratinar haya quedado bien doradito.
¡Ah, MUY IMPORTANTE!: en todo el proceso, tenés que controlar bien el punto de cocción de la carne; debe quedar cocida, pero no seca, ojo al piojo, que eso es fundamental.
Lo servís acompañado con un tintillo ni muy liviano ni muy corpulento (un pinot noir, un bonarda o un tannat, por ejemplo, vienen de diez con este plato, van como piña). Y después, te sentás a la mesa y con cara de nada, te ponés a esperar impasiblemente la ovación que de seguro te van a tributar cuando prueben esta exquisitez.
Y listo, ya está, no me agradezcas; cumplí mi buena acción del día y ahora podés seguir desperdiciando miserablemente tu vida volviendo a la pelotudez que hayas estado haciendo.

-Juan Carlos Serqueiros-