jueves, 28 de agosto de 2014

SARAH BROWN, LA CLEOPATRA DEL ESCÁNDALO. CUARTA Y ÚLTIMA PARTE




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

ES CONTINUACIÓN DE SARAH BROWN, LA CLEOPATRA DEL ESCÁNDALO. PRIMERA, SEGUNDA Y TERCERA PARTES (ENLACE I, ENLACE II Y ENLACE III)

¿Será posible que una vez más el cuerpo fatal y maravilloso, la terrible gracia femenina, cause la conmoción del mundo? ¿Y que Helena se llame ahora Mlle. Manon o Sarah Brown? ¿Y que vaya a arder París, nuestro París de todos, por causa de una bacanal?
(Rubén Darío)

Era esta que se hacía el poeta una buena pregunta, ¿no?
Aunque la perspectiva desde la cual Rubén Darío analizara por entonces esos hechos (de los cuales había sido testigo presencial) fuera (aún enrolado en el modernismo literario) la del romanticismo (porque ese "nuestro París de todos" era indudablemente indicativo de vivir -culturalmente, me refiero- en la ciudad luz que supo encandilar a Alberdi, Echeverría y demás jóvenes mayos); barruntó que algo más que una rebeldía estudiantil debía de haber tras los sucesos, y quiso transmitir esa sensación en sus artículos publicados por el diario argentino La Nación (era por ese tiempo corresponsal de dicho periódico). No consiguió develar las causas de lo ocurrido; pero estaba bien rumbeado. Y su sentido común lo llevó a escribir lo siguiente:

Hay que advertir que después del escándalo, la asociación de modelos, protestó. Es cierto que en el baile sobresalió, como siempre, la Goulue, que si es modelo, no lo es ciertamente de los talleres. Los grupos, en el desfile, eran bellos, es indudable. Pero yo, que no soy tartufo, puedo asegurarle que no dicen la verdad quienes afirman que reinaba en todo la "castidad” del arte... La muchacha llamada Manon, desnuda sobre su asno, hubiera sido aclamada en una celebración de Baco, en los tiempos del paganismo. Yo, como artista y como joven, gocé con el brillante y deslumbrador espectáculo.  Pero si fuese francés y tuviese hijas, seria del partido del buen Sr. Bérenger, que ha cometido el delito de defender el pudor parisiense. Y creo que ese asendereado caballero cuenta con simpatías. Sobre todo, en muchas casas del faubourg Saint-Germain, y en la excelente burguesía; porque por más que se hable de la desorganización moral de París, no es toda ella "el burdel del mundo" la espléndida y portentosa ciudad. (Negritas y subrayados míos)

De paso, lo de Rubén Darío sirve para enterarnos (aunque lo suyo era de oídas, porque si bien fue testigo presencial de los disturbios, no pudo haber asistido al Bal des Quat'z'arts toda vez que éste tuvo lugar el 9 de febrero; mientras que él llegó a París a mediados de junio), de que era más notoria en el desfile previo al baile la desnudez de Manon montada sobre un asno; que la de Sarah Brown personificando a Cleopatra. Sin embargo, fue esta última quien quedó para la posteridad como la causante del "escándalo".
Veamos: ¿podían unos cuantos estudiantes, algunas putas y un puritano recalcitrante causar una conmoción social y política como la que acaeció? ¿Y tan luego en una de las principales capitales del mundo, en el por entonces faro cultural de Occidente? Y... de hecho, pudieron, ¿no? ¿Qué tiene de extraño? ¿Acaso no fue un caballo moro apropiado por Estanislao López lo que atrajo contra éste la furia de Facundo Quiroga? ¿No fue un telegrama lo que decidió a los Estados Unidos a entrar en la Primera Guerra Mundial?  ¿No fue por la bella y rubia Delfina que Pancho Ramírez perdió su cabeza en Río Seco? ¿No fue una plaga la desencadenante de la diáspora irlandesa? ¿No fue un adulterio lo que provocó la guerra de Troya? ¿Quiere que siga? Para qué... La historia está llena de hechos en apariencia no tan graves, a partir de los cuales, en un contexto determinado; se originaron luego terribles catástrofes para la humanidad.
Podemos seguirle el jueguito al bueno de Rubén Darío, y ver a Dioniso manejando a Guillaume, a Afrodita instigando a Manon, Sarah Brown y demás hetairas, a Hestia detrás de Bérenger, a Hermes y Hera impulsando a la Goulue, a Ares dirigiendo la mano de aquel policía que arrojó la fosforera, al gobierno y los estudiantes disputándose el cadáver de Nuger como aqueos y troyanos disputábanse el de Héctor; todo en el grand guignol de la comedia humana. Al fin y al cabo, como escribí una vez en cierto poemita: "Siempre ganan los hados / Está cantado el final / (Y desde arriba, los cosos esos... / Se nos cagan de risa!" (ver Rumbo a través de este ENLACE). 
El hombre es materia y espíritu, y es el sujeto de la historia, ergo; la historia es el hombre mismo y como tal, es también materia y espíritu. Pero lo que impulsa al hombre no son sólo las fuerzas que emanan de la materia y el espíritu que lo constituyen: deseos, pasiones, ideas... además lo mueve el azar; con lo cual la historia es en parte azarosa.
Fue el azar lo que dispuso caprichosamente que estuviese, en el lugar y el momento más equivocados, el hombre menos indicado: Lozé. Que por cierto, no era un hijo de puta, sino algo infinitamente peor que eso: era un imbécil. Aquel cretino con su inacción criminal fue el responsable principal de todo lo que pasó. Como diría Landriscina: "Ese fue todo el motivo / que originó la tragedia". Bastaba con que el prefecto tuviera buen criterio y mandara sus agentes a vigilar las calles recorridas por la manifestación de estudiantes, cuidar que las cosas no fueran a desmadrarse y listo. Pero Lozé no tenía buen criterio. Y para colmo, le faltó cintura política para separar a los estudiantes de los anarquistas (si bien es cierto que lo intentó; pero es archisabido que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno) una vez conocido que estos últimos eran quienes atizaban el fuego y causaban los desmanes.
¿Qué fue de los protagonistas principales de los sucesos me pregunta, estimado lector? Paso a contarle:
Marie-Florentine "Sarah Brown" Royer murió en 1896, tres años después de estos sucesos, víctima de la tisis según el periódico inglés Daily News en su edición del 12 de febrero; o suicidándose, según se afirmó en la publicación francesa La vie moderne. Particularmente, estoy inclinado a creerle al primero. Pálpito nomás, eh.
Louise "la Goulue" Weber se independizó del Moulin Rouge en 1895 y se estableció por su cuenta; dilapidó la fortuna que había amasado y terminó vendiendo flores por los cabarets de París. Murió en 1929 en un hospital, obesa y alcohólica, sumida en la más absoluta pobreza.


Alice "Manon" Lavollé continuó posando para los artistas, participando de los sucesivos bailes y... desnudándose. En esta imagen podemos verla diez años después, en 1913.


De Emma "Suzanne" Denne y Antoinette "Mlle. d'Harfeuille" Rouvière nunca más se supo nada.
Acerca de Clarisse "Yvonne" Roger, sabrá disculparme usted que me reserve momentáneamente la respuesta; es que justamente referido a ella estará algún próximo artículo mío, ¿sabe? 
Marie "Marion" de Lorme, llamada la "cortesana de los bellos hombros" (no se extrañe, eso de los bellos hombros era una expresión del argot parisino, un eufemismo para referirse a los senos; en ambientes más procaces -o menos hipócritas- dirían "la puta de las lindas tetas"), consiguió de alguna manera (imagine usted cuál), evadir el proceso judicial que iban a incoarle por haber percibido de un banquero judío, el barón Jacques de Reinach, jugosísimas "comisiones" por conseguir, en el marco de la estafa que pasó a la historia como el "escándalo de Panamá", que sus clientes invirtieran en acciones de una empresa fraudulenta que se armó para la construcción del canal bioceánico, negociado aquel del cual participaron más de cien políticos notables de la época y por el que fue convicto sólo uno de ellos: Charles Baïhaut, ex ministre de Travaux publics, condenado por un tribunal el 9 de febrero de 1893 (vaya con la coincidencia de fechas, ¿no?) a cinco años de prisión (de los cuales sólo cumplió tres). Parece que la hermosa Marion unía a su habilidad para las acrobacias de alcoba, un corazón abrasadoramente helado (perdón por el oxímoron, diría el inefable Georgie Borges) y una muy notable astucia; porque por ella se suicidó más de un joven de la élite parisina, "raptó" a uno de los nativos de Costa del Marfil exhibidos en París como si se tratase de objetos curiosos (lo mismo habían hecho los franceses en 1833 con los charrúas que sobrevivieron al etnocidio perpetrado en Salsipuedes), para comprobar por sí misma cómo hacían el amor "esos indígenas", quedando "encantada de la aventura" (la revista Fin de Siècle en su edición del 30 de julio de 1893 que publicó esta "noticia" -¿o usted creía que los riales, tinellis, venturas y demás escoria del chusmaje conventillero son inventos del aquí y ahora?- no aclara si lo de Marion "encantada de la aventura" obedecía a los atributos del "indígena", o si era porque éste sabía muy bien cómo emplearlos), vivía entre obras de arte (la damisela solía cobrar en especies por sus servicios amatorios) en un lujoso petit hôtel situado en la avenida Víctor Hugo, luego adquiriría una fastuosa mansión en la avenida de Wagram, y después, en 1906, vendería todo, para retirarse de la "vida social" y mudarse a una suntuosa casa en la campiña francesa hasta el fin de sus días; pero no sin antes darse el gusto de hacer en su residencia, en julio de 1896, una avant-première de la pieza teatral escrita y actuada en el papel central por ella misma: una especie de autobiografía a la cual tituló Homme du monde y que afortunadamente para el arte, nunca llegó a representarse en público.

  

René Bérenger, irreductible en su mojigatería pero impulsor de importantes innovaciones en las leyes, murió a los 85 años en 1915, rodeado del respeto de sus compatriotas. No de todos, claro; porque el artista Adolphe Willette le enviaba a su casa todos los 1° de enero de cada nuevo año, una tarjeta que llevaba impreso: "Nuger", recordándole así al hombre al que sindicaba (injustamente, en mi opinión) como culpable, el asesinato de aquel joven.
Marie-François-Sadi Carnot, proveniente de la familia de ese apellido, de antiguo linaje y que diera a su país estadistas y científicos notabilísimos, fue uno de los presidentes más populares de la historia de Francia. Murió asesinado el 25 de junio de 1894, menos de un año después de los hechos que estamos narrando, a manos de un anarcoterrorista italiano, Sante Geronimo Caserio, quien lo apuñaló en el pecho durante un acto público.

 

Henri-Auguste Lozé fue desplazado de la prefectura de policía el 10 de julio de 1893, pero (probablemente en premio a su eficaz desempeño) lo nombraron embajador de Francia en Austria, por lo cual pasó a residir hasta 1897 en Viena. Llamado a su país, le fue ofrecida la gobernación de Argelia (¡?), por entonces, colonia francesa; pero prefirió ocupar un cargo burocrático en el ministère de l'Interieur hasta 1902, en que fue electo diputado. Después, desde 1906 fue senador, hasta su muerte en 1915. Tengo para mí que su vida fue la cabal demostración de aquello escrito por Pierre-Augustin de Beaumarchais en Las bodas de Fígaro: "Con ser mediocre y saber arrastrarse se llega a cualquier parte". Henri Lozé: una verdadera calamidad.
No terminaría aquel fatídico 1893, sin que se produjera otro hecho desgraciado: la tarde del 9 de diciembre en el recinto de la cámara de diputados, un anarcoterrorista llamado Auguste Vaillant, quien se hallaba entre el público que presenciaba los debates, arrojó sobre los parlamentarios una bomba cargada con metralla y clavos, hiriendo a cincuenta personas. Presidía la sesión Charles Dupuy quien, a pesar de haber sido herido en la cabeza, de la cual manaba su sangre en abundancia; haciendo gala de sus temple y coraje personal, dijo con calma: "Messieurs, la séance continue". Decididamente, París era por entonces un horno que no estaba para bollos.

 

¿Y qué pasó en adelante con el Bal des Quat'z'arts quiere saber? Le cuento: volvió a realizarse (se celebraría hasta 1966), el 21 de abril de 1894, y otra vez, en el Moulin Rouge. Estaba aún fresco el recuerdo de los hechos luctuosos; no obstante lo cual los estudiantes diseñaron una carte de entrée, que puede apreciarse en la imagen siguiente y que era en sí misma una alegoría de lo que consideraban su triunfo frente a la represión: aparecen cuatro modelos (en obvia alusión a las que fueron procesadas y multadas por el "escándalo": Sarah Brown, Manon, Suzanne e Yvonne) elevándose en el aire por sobre un muro (simbolizando las barricadas hechas con ómnibus, tranvías y kioscos derribados) y los policías caídos en el suelo, representando la derrota del odiado Lozé. Extrañamente -digo, al menos, en la tarjeta de invitación- se "salvó" el bueno de Bérenger. ¿Soy muy iluso si infiero que en alguien primó el buen criterio y se decidió a escoger el justo medio? Ni tan peludo que no se le vean los ojos, ni tan pelado que se le vean los sesos.


Y en cierto modo, sí se trató de una "victoria" estudiantil, porque los desnudos en el Bal des Quat'z'arts siguieron, y más aún; fueron una constante a lo largo de los años, una marca en el orillo.







 
La París de la Belle Époque con su bohemia, su arte,  su democracia parlamentaria, la ciudad alegre, desprejuiciada, despreocupada, atrevida hasta la procacidad, plena de luces que centelleaban entre vahos enloquecedores de absenta, chispeantes burbujas de champagne y cafés amanecidos tras la orgía nocturnal; era una cara de la moneda.
La otra, era la París trágica y sórdida de la miseria, el hambre, la desigualdad social, la prostitución, los escándalos financieros, el colonialismo, la corrupción política y el anarcoterrorismo. Y esa... no tenía nada de Belle.
Quizá la Belle Époque no fuera otra cosa que un espejismo que se inventó el subconsciente francés, un colagogo para digerir mejor la derrota humillante de 1871 y el banquete de la victoria de 1918, todo lo cual sufrió y celebró frente a un mismo enemigo: Alemania; y en un mismo escenario: el palacio de Versalles, olvidando, una vez más -como lo olvidó, lo olvida y lo seguirá olvidando la humanidad entera- que todo es efímero y que desde siempre en el reloj de la historia "el tic no alcanza a tac" (Solari dixit).
Como escribió León Felipe: "¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra / al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha? / Los mismos hombres, las mismas guerras, / los mismos tiranos, las mismas cadenas, / los mismos farsantes / ¡y los mismos, los mismos poetas! / ¡Qué pena, / que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!".

-Juan Carlos Serqueiros-