domingo, 6 de abril de 2014

AHÍ NO HABÍA UN MANSO PA' ACOLLARAR UN ARISCO. SEGUNDA PARTE








































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

La razón de los números no es la razón del entendimiento. (Matías G. Sánchez Sorondo)

Preparar la reorganización institucional de la República mediante reformas a la Constitución que nos defiendan en el futuro de los peligros del personalismo, del centralismo, de la oligarquía y de la demagogia. (José F. Uriburu)

La revolución como fuerza y como régimen desaparecerá totalmente. (Agustín P. Justo)

Los propósitos de Uriburu eran introducir reformas en la constitución y el sistema electoral, y llevar a Lisandro de la Torre a la presidencia de la Nación en 1932.
Para ello, planeaba desplazar por el tablero del ajedrez político a sus alfiles: Guillermo Rothe, interventor en la provincia de Santa Fe: y Carlos Meyer Pellegrini en la de Buenos Aires, de modo de terminar dando con la dama (su ministro del Interior, Matías Sánchez Sorondo) el jaque mate a lo que reputaba como centralismooligarquía: conservadores, radicales no peludistas y socialistas independientes. Consideraba que al personalismo y a la demagogia, que creía encarnados en Yrigoyen, ya los había derrotado él en la anterior partida; la del 6 de setiembre de 1930.
Por su parte, los sectores militares (los oficiales superiores) que lideraba Agustín P. Justo, y los partidos políticos nucleados en la Federación Democrática, no coincidían con Uriburu en sus postulados de reforma constitucional. La revista Caras y Caretas, en su edición del 27 de setiembre de 1930, ilustraba así a los distintos personajes de la revolución del 6 de ese mes:

 

Rothe, que era habilísimo, perceptivo, ducho y curtido en camándulas y elecciones con "cuarto oscuro pa' algunos, pa' otros iluminao" (José Larralde dixit), se dio cuenta que hacer triunfar a los demócrata progresistas en Santa Fe iba a ser cuesta arriba, y así se lo advirtió a Uriburu; pero éste creía que con su apoyo personal y explícito a De la Torre lo lograría, para lo cual se proponía ir a Rosario en marzo (de 1931). Así lo hizo, en efecto, y el recibimiento que tuvo fue apoteótico; en cada acto al que asistió, congregó multitudes.


Y lo mismo había sucedido el mes anterior cuando visitó Salta (su ciudad natal) y Tucumán. Uriburu se sentía confiado y seguro. Estaba exultante y eso se reflejaba aún más en su talante abierto y expansivo (como "áspero" lo define el pseudo filósofo José Pablo Feinmann, quien debe haber "estudiado" historia y psicología en algún Resumen Lerú). Había sorteado exitosamente un intento revolucionario de los radicales y una conspiración anarquista (menudearon las torturas, lo cual si bien no empañó su popularidad; sí afectó a Sánchez Sorondo, ministro a cargo del gobierno al que se sindicó como responsable y quien al año siguiente, en marzo, sostendría en el Senado un debate al respecto con Alfredo Palacios), se lo aclamaba en todas partes, y su ministro del Interior había logrado desarmar —como vimos en la primera parte— la Federación Democrática (lo cual significaba en la práctica el fin de las aspiraciones de Justo).
Con esos naipes en la mano, creyó oportuno echar la falta envido y truco, y le encargó a Sánchez Sorondo que diagramara la convocatoria a elecciones, comenzando por las tres provincias donde los candidatos que gozaban del favor presidencial ganarían seguro. El 5 de marzo firmó el decreto llamando a comicios en Buenos Aires para el 5 de abril, para dos semanas después en Santa Fe y para el 24 de mayo en Córdoba. La realidad le demostraría que a seguro se lo llevaron preso.
Los radicales, que no querían presentarse y que fueron inducidos a ello por Meyer Pellegrini y Sánchez Sorondo (tan convencidos estaban ambos de ganar al galope y sin rebenque) consiguieron una (dificultosa y más aparente que real) unidad entre yrigoyenistas y alvearistas, y levantaron la fórmula Honorio Pueyrredón - Mario Guido. Por su parte, los conservadores llevaron a Antonio Santamarina y Celedonio Pereda. Contra todas las previsiones (las palabras son del propio Sánchez Sorondo), ganó el radicalismo. Ese fue el principio del fin para Uriburu.
Los oficiales superiores del ejército y la marina pidieron la inmediata salida del gabinete del ministro del Interior, a quien señalaron como el responsable principal de una política equivocada. Caballerescamente, Uriburu quiso sostenerlo, y al no conseguirlo, dijo que renunciaría. No era el caso ni podía hacerlo; había involucrado a las fuerzas armadas y debía quedarse hasta que se produjera la normalización institucional. La consecuencia fue el resurgimiento, y esta vez con fuerza que resultaría indetenible, de la candidatura presidencial de Agustín P. Justo, impulsada por el ejército y los conservadores, socialistas independientes y radicales antipersonalistas.
Las elecciones en la provincia de Buenos Aires que habían dado el triunfo al radicalismo, fueron anuladas (otro error grosero y que sentaría funestos precedentes), y las que debían realizarse en Santa Fe y Córdoba, postergadas.
Uriburu, cada vez más huérfano de apoyos —hasta Lisandro de la Torre (en una actitud no compadecida con la nobleza de alma y los deberes de la amistad) lo abandonó y no se limitó sólo  a eso, sino que además; lo atacó con saña—, con el ánimo por el suelo y enfermo de gravedad, cayó en excesos deplorables como ser la Legión Cívica Argentina, creada para sustentarlo y formada a inspiración de los fasci mussolinianos; aunque con el insalvable contrasentido de su índole elitista y despectiva de lo popular. El absurdo de un fascismo... sin masas. Para colmo, y a raíz de "cositas" como esa, pasó a la historia como fascista; pero sin serlo. Ni el tiro del final te va a salir...
No obstante, se empeñaba en propugnar su tan anhelada reforma constitucional, principalmente vía la pluma de su pariente, amigo y colaborador Carlos Ibarguren. Tampoco cuajó. Después de otros varios desatinos, de otras tantas marchas y contramarchas y de una revolución en Corrientes encabezada por el teniente coronel Gregorio Pomar que se atribuyó al radicalismo y en la que anduvo Justo moviéndose entre bambalinas; debió llamar a votaciones para electores de presidente, las cuales se verificaron el 8 de noviembre de 1931.
Abstenido en ellas el radicalismo (producto de haberse impugnado a sus candidatos Marcelo T. de Alvear y Adolfo Güemes), concurrieron: la Alianza Civil (demócrata progresistas y socialistas) postulando al binomio Lisandro de la Torre - Nicolás Repetto, y el Partido Demócrata Nacional (formado con los conservadores, socialistas independientes y radicales antipersonalistas) con la fórmula Agustín P. Justo - Julio A. Roca (h), que sería la triunfante en unas elecciones con denuncias de vicios por parte de los perdedores.


Los argentinos hemos optado por barrer debajo de la alfombra la revolución del 30 y su jefe, y si acaso nos vemos forzados a recordarlos; nos limitamos a rechazarlos en bloque, esgrimiendo, con incomodidad evidente y como restando importancia, las archisabidas muletillas, ajadas y deslucidas a fuerza de tanto cacareo: "see... el primer golpe de estado (?) que tuvimos", "un militar fascista, torturador y asesino", y etcéteras similares; "olvidándonos" del pueblo acompañando y vivando a la columna de los cadetes del Colegio Militar en su marcha hacia la Rosada, del inmenso gentío congregado en la plaza de Mayo aclamando la revolución, de las multitudinarias manifestaciones de apoyo a Uriburu en todo el país y demás. Y es comprensible: a nadie le gusta que lo pongan frente a un espejo que le devuelve reflejada una imagen en la que se denotan sus miserias y lacras y en la que cree percibir representado lo peor de sí mismo, como si se tratase del retrato de Dorian Gray. Sí, "mejor no hablar de ciertas cosas" (Indio Solari dixit)...
Y sin embargo, todo forma parte de nosotros y sería mejor hacernos cargo de ello, pues solamente conociendo el pasado podremos resolver el presente.
El 20 de febrero de 1932 Uriburu traspasó los atributos presidenciales a Justo, y además de la banda y el bastón; le hizo entrega del proyecto de reformas constitucionales. Este último lo tomó en sus manos con displicencia y sonrisa canchera y sobradora. Su destino habrá sido el que usted, estimado lector, estará imaginando: el cesto de los papeles. "La revolución como fuerza y como régimen desparecerá totalmente", dijo. A buen entendedor...



Comenzaba la década infame (José Luis Torres dixit), y los argentinos, ese maldito año 1932, sufriríamos el flagelo de la desocupación y conoceríamos, por primera vez en nuestra historia, lo que es el hambre. Y no en sentido figurado, no la simple escasez y carestía de algunos productos; sino el azote de la hambruna real, terrible. Nadie como Celedonio Esteban Flores, el Negro Cele, supo pintar la situación como él lo hizo en los versos de Pan, una viñeta desgarradora y crudelísima: 

Pan
(Tango, 1932)
Música: Eduardo Pereyra -
Letra: Celedonio Flores

Él sabe que tiene para largo rato,
la sentencia en fija lo va a hacer sonar,
así -entre cabrero, sumiso y amargo-
la luz de la aurora lo va a saludar.

Quisiera que alguno pudiera escucharlo
en esa elocuencia que las penas dan,
y ver si es humano querer condenarlo
por haber robado... ¡un cacho de pan!...

Sus pibes no lloran por llorar,
ni piden masitas,
ni chiches, ni dulces... ¡Señor!...
Sus pibes se mueren de frío
y lloran, habrientos de pan...
La abuela se queja de dolor,
doliente reproche que ofende a su hombría.
También su mujer,
escuálida y flaca,
con una mirada
toda la tragedia le ha dado a entender.

¿Trabajar?... ¿En dónde?... Extender la mano
pididendo al que pasa limosna, ¿por qué?
Recibir la afrenta de un ¡perdone, hermano!
Él, que es fuerte y tiene valor y altivez.

Se durmieron todos, cachó la barreta,
se puso la gorra resuelto a robar...
¡Un vidrio, unos gritos! ¡Auxilio!... ¡Carreras!...
Un hombre que llora y un cacho de pan...


Pero en el justismo también venía enrolado un por entonces capitán, quien trece años más tarde se convertiría en la figura rectora de la política argentina durante tres décadas. "Cuando la noche es más oscura / se viene el día en tu corazón" (Indio Solari dixit).

-Juan Carlos Serqueiros-