jueves, 29 de febrero de 2024

BESO EN SUEÑOS



















BESO EN SUEÑOS
(Poema de Gabriela Borraccetti) *

De golpe, un estruendo en lo alto
Derrama los cristales, que se estrellan
Incontables contra el suelo.
Una caricia de brisa y agua
Estremece las hojas que susurran a gotas
Su alabanza al cielo.

Frente a la ventana extiendo mis dedos
Para capturar en el vidrio las huellas,
Del vapor que deja el café;
Mientras que como yo, la tarde
Se extiende cálida y nostálgica,
Recordándome que ya no recuerdo
Algún pliegue de tu rostro.

No sé cuánto tiempo ha pasado,
No sé si realmente eso importa,
Pero uno, sólo uno, es el deseo
Que cada noche viaja
Atravesando las agujas del reloj:
Dejar un beso dormido en tu costado.

-Gabriela Borraccetti-

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga.Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.como Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.


miércoles, 28 de febrero de 2024

EL ABRAZO DEL ESTRECHO




















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Al asumir, el 12 de octubre de 1898, la presidencia de la República por segunda vez (la anterior había sido por el período 1880-1886), Julio A. Roca debía atender con premura un asunto que no admitía dilaciones: el conflicto limítrofe con Chile (otro, una vez más y van...). Con una eficaz e inteligente política exterior prudente y a la vez no exenta de firmeza, sorteó el escollo.
El Zorro, un extraordinario militar (de los mejores que hemos tenido los argentinos), era no sólo un político astuto, sino también un estadista con una notable amplitud de miras y una cabal comprensión de la realidad mundial. Perspicazmente había dicho: "Se quiere iniciar para la América el sistema de la paz armada, que consume a las naciones europeas las cuales, como los caballeros de la Edad Media, no pueden moverse casi bajo el peso de sus armas". La metáfora que había empleado era por demás ilustrativa: él era consciente del poder disuasorio de un buen ejército y una importante armada; pero también se daba perfecta cuenta de los desastrosos efectos que tenía la carrera armamentista en la economía de las naciones. La situación financiera de nuestro país era asfixiante y había que asegurar la paz; ya sea en lo inmediato por medio de la diplomacia, o después de concluida y ganada la guerra que parecía avecinarse. No en vano había declarado por junio de 1898 antes de ser proclamado presidente: "Soy partidario de la paz, pero siempre que se haga decorosamente. Si contra nuestra voluntad y propósitos la guerra viniese, no nos tomará desprevenidos". Y después, cuando a mediados de 1900 las cosas se pusieron bravas y el conflicto parecía inminente, le enrostró al ministro chileno Carlos Concha Subercaseaux: "Si Chile construye un acorazado; nosotros construiremos dos".
Alcanzada prácticamente la paridad en cuanto a poderío naval con el vecino país merced al equipamiento realizado durante el gobierno de Uriburu, ni bien recibido del cargo Roca inició con su par chileno Federico Errázuriz Echaurren un intercambio epistolar que culminó en el acuerdo de someter el asunto a una comisión bilateral integrada por cinco delegados por cada país (que después fracasaría en su -escasa, por cierto- voluntad de entenderse; y entonces se recurrió al arbitraje norteamericano), tras lo cual invitó al chileno a sellar la paz con un encuentro a realizarse en Punta Arenas, convite que el mandatario trasandino aceptó.
Roca había dejado trascender en su diario Tribuna que se proponía encarar su proyectado viaje al sur. Inmediatamente La Nación, de Mitre (que como de costumbre, divorciada de los intereses argentinos, no entendía ni quería entender nada), en su edición del 2 de enero de 1899 expresó su disconformidad minimizando la importancia de la Patagonia y argumentando que era bueno propender al progreso y desarrollo de su territorio “mientras no se los haga gravitar excesivamente sobre el erario público”. Por su parte, el diario La Prensa lo acusaba de planear el viaje "como si se tratara de una excursión íntima a sus estancias". Es que se le criticaba que mientras el presidente chileno había formado una "brillante y numerosa" comitiva para la ocasión; la suya estaría integrada por tres diputados: Benito Carrasco, Eleazar Garzón y Mariano de Vedia; dos edecanes: por supuesto, el coronel Artemio Gramajo, amigo inseparable, leal y consecuente de Roca, y el mayor Constantino Raybaud; el ministro de Marina (cartera flamante creada en la última reforma constitucional del año anterior, en la cual el Zorro había sido convencional), comodoro Martín Rivadavia; y el ministro de Relaciones Exteriores, Amancio Alcorta (que viajaría por cuerda separada en otro barco). "Cuatro gatos", consignó Caras y Caretas que se había sumado a las críticas y al coro de reproches y dibujaba al presidente chileno de frac, galera en mano, a bordo de un imponente buque de guerra y acompañado de un nutrido séquito todos vestidos con sus mejores galas; y a Roca, de traje y sombrero comunes, en un barquito junto a cuatro gatos. Y al pie la leyenda: "Mientras el uno estiva / cien personas o más, según los datos, / fleta el otro, por toda comitiva, / tan sólo cuatro gatos":



La crítica era injusta, y además; exagerada hasta rozar la mendacidad: Roca no viajó en un barquito cualunque, sino en el acorazado Belgrano de 6.840 toneladas, adquirido dos años antes durante el gobierno de Uriburu. Y la cortedad de la comitiva que había designado tenía más que justificados motivos:
1) El Zorro no quería darle a la ocasión un carácter excesivamente protocolar, antes bien; quería que en la Argentina la ciudadanía lo considerara como un asunto cuasi secreto de extrema relevancia y le otorgara a su participación la condición de clave (lo cual es lógico en cualquier político que se precie de tal), pero a la vez; que en Chile se lo percibiera como una reunión informal de dos mandatarios que amistosamente ponían todo de sí en pro de la paz entre sus países (y de paso, evidenciar ante los chilenos la importancia relativa que le adjudicaba al hecho, algo así como cuando una persona de alta posición y fortuna visita a otra de inferior condición social y no sobrada de recursos económicos: va con cierta informalidad, mientras que el dueño de casa se pone encima lo mejor que tiene y exhibe un boato que quizá después deba lamentar por lo inútilmente dispendioso).
2) Viajó en el Belgrano pues quería ostentar ante la comitiva trasandina el poderoso acorazado recientemente adquirido, pero además, lo hizo pilotar por el mismísimo ministro de Marina, comodoro Martín Rivadavia, navegando por el llamado camino del sudoeste, a través de los inextricables canales fueguinos, ruta peligrosísima y apenas esbozada en las cartas marinas. Era un tiro por elevación a los chilenos, como diciéndoles: "¿Vieron? En nuestra Argentina el ministro de Marina no es un burócrata de escritorio; es un consumado marino capaz de conducir personalmente con gran pericia y arrojo un buque de guerra a través de aguas cuasi desconocidas. Y yo, presidente de los argentinos, que soy un general de su ejército y no luzco los entorchados por haberlos obtenido en algún pasillo sino que gané cada uno de mis ascensos en los campos de batalla; confío en la profesionalidad y eficacia de mi ministro al punto de viajar yo mismo en el buque pilotado por él". La Nación criticó mucho ese aspecto y puso que "(el viaje presidencial) resulta así una exploración por tierras lejanas, desconocidas y aisladas del mundo", y que "han ocurrido sucesos de toda magnitud que podían haber reclamado la presencia o la comunicación con el primer mandatario, y sin embargo éste andaba extraviado en los desiertos del sur de la república". No era cierto; nada había pasado y además no había habido acefalía alguna pues había quedado a cargo del Ejecutivo el vicepresidente Norberto Quirno Costa (que era mitrista y a quien no debe haberle gustado nada el ninguneo). Por su parte, Félix Luna sostuvo la opinión de que se trató de una "compadrada". Un yerro del autor de Soy Roca, que con eso no hizo más que evidenciar el no haber sido capaz de interpretar ni entender la índole del Zorro, quien estaba lejísimos de incurrir en "compadradas"; ese suyo de llegar a Punta Arenas navegando por los canales, fue un acto de fría intencionalidad y estudiado cálculo, como todos los que producía.
3) Lo escaso de la comitiva era porque no quería exponer a ministros ni legisladores a riesgos que él sí estaba dispuesto a afrontar como presidente de la República (otro mensaje que no fue comprendido por la prensa, pero bueno, era como pedirle a un nene de primer grado que desarrolle el teorema de Pitágoras).
También viajaron con el presidente corresponsales de los diarios, entre ellos Roberto Payró por La Nación, que sería a la postre el que más interesantes crónicas haría.
Roca pidió al Congreso la autorización para el viaje, y delegó el mando en Quirno Costa. Caras y Caretas lo ilustraba así:



El 20 de enero Roca, después de clausurar las sesiones extraordinarias del Congreso, viajó por tren a Bahía Blanca, abordando allí el acorazado Belgrano para dirigirse a Punta Arenas. Por su parte, Errázuriz lo hizo en el O'Higgins. Se encontraron el 15 de febrero de 1899 en lo que se dio en llamar el "Abrazo del Estrecho", que se muestra en la fotografía que oficia de portada de este artículo.
Con su proverbial astucia, Roca no descansó sólo en el pacifismo (evidente, por otra parte) de su colega chileno; también se preocupó por estrechar vínculos con el presidente uruguayo Juan Cuestas, y muy especialmente con el brasilero: Manuel Ferraz de Campos Salles. Los belicistas de Chile (contrarios a Errázuriz y que no eran pocos, dicho sea de paso) se toparon así con la evidencia de que en una eventual guerra con la Argentina, no podrían contar con la ayuda de Brasil ni de Uruguay.

-Juan Carlos Serqueiros-

sábado, 24 de febrero de 2024

ECOS






































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Hoy, vaya uno a saber por qué, me dio por recordar. Vivíamos en Rosario, en el barrio Nuestra Señora de la Guardia, en una casa situada en el pasaje Turín al 46 (más precisamente, en el número 4626, pero los rosarinos no decimos “al cuatro mil seiscientos”; decimos “al cuarenta y seis”), alquilada a través de la inmobiliaria González Theyler. Era de esas llamadas chorizo, con las habitaciones (dos: el dormitorio de mis viejos, y otro que ocupábamos mi hermana y yo), el comedor (que no se usaba como tal; sino que oficiaba de dormitorio de mi abuela paterna, que había venido de Guaminí y vivió siempre con nosotros desde poco después que se casaran mis padres), y la cocina (que además, era donde comíamos, nos reuníamos y discurría la mayor parte de la vida familiar), todo dando a una galería techada de zinc. En el patio había un limonero, un naranjo y un pomelo, del que mi papá nos había colgado una hamaca. Y allá al fondo, el horno de barro y ladrillo, el baño y el “lavadero” (pretencioso lavadero… que se circunscribía a la pileta de lavar la ropa).
Para los 25 de Mayo o 9 de Julio, solía caer mi abuelo materno, don Bartolo, que en su chatita Pontiac modelo 1929 se venía a Rosario desde su chacra ubicada entre Carcarañá y Cañada de Gómez, trayendo un lechón destinado, el pobre bicho, a ser facturado para la fecha patria.
Yo lo odiaba al viejo. Era cabrero, áspero, flaco como una alfajía, muy alto (más de 1,90 m), rubio casi albino, con ojos de un celeste desvaído, y malo como una yarará. Era un déspota, un tirano. Jamás lo vi enternecerse por nada y nunca lo oí reír. Había nacido en San Antonio de Areco y se llamaba Bartolomé por ese funesto personaje que fue Mitre (porque su padre, esto es, mi bisabuelo —a quien no llegué a conocer—, era un gaucho —probablemente matón de comité— ardorosamente mitrista). Había hecho sólo la primaria (y claro, ¿o qué otra educación podía tener alguien en las zonas rurales que no fuera la de la sacrosanta escuela pública de la ley 1420), pero se conocía al dedillo la "historia" argentina, es decir, ese relato fabulado ora por Mitre, ora por Vicente Fidel López, con ángeles celestes y demonios colorados. El muy bruto era fanáticamente antirrosista (ignorando él mismo por qué lo era, ya que no tenía la más pálida idea de cómo había sido el gobierno de Rosas porque nunca leyó más libros que el manual de la escuela), y a mi hermana y a mí nos llamaba “chinita” y "chinito", respectivamente, porque cuando hacíamos algo que a él no le gustaba (o sea, todo, fuera lo que fuese), el viejo decía que éramos, o una “china” —si la “culpable” era mi hermana— o un “chino” —si era yo— “mazorquera/o". En sus años mozos había sido arriero y todos los oficios del campo los ejercía a la perfección: arar, sembrar, cosechar, emparvar, plantar los postes y alambrar, reparar la bomba de agua, esquilar, juntar las vacas, carnear, en fin... todo. En uno de sus tantos viajes como tropero, la conoció en Casilda a mi abuela materna, doña Victoria, y después que se casaron, se fueron a vivir a una chacra que alquilaron y que estaba situada entre Carcarañá y Cañada de Gómez. O sea que el viejo era lo que llaman mediero: alquilaba un campo, lo laboraba de sol a sol e iban a medias con el dueño del mismo en el producido de la cosecha. Tuvieron nueve hijos, entre ellos, mi mamá.
Y sí, don Bartolo era, sin más vueltas y me quedo corto, un viejo hijo de puta, desalmado y helado, incapaz de un sentimiento o una "blandura". Mirá, para que te des una idea de los puntos que calzaba, el día que nació mi mamá, el viejo fue al pueblo en sulky a buscar a la partera, y cuando llegó de vuelta a la chacra, al caballo, seguramente por el esfuerzo desmedido y la sudada, le dio un pasmo y murió. Después del parto, cuando el viejo supo que había nacido nena, dijo: "la puta que lo parió vida perra: pa' que nazca una chancleta hube de perder un caballo". Y una vez, mató una yegua de una trompada en la cabeza del pobre animal, so pretexto de que era “mañera y no obedecía”. Un bárbaro en toda la línea. Y de temer, realmente, porque era capaz de las peores abyecciones.
Se levantaba a las 4:30 hs. de la mañana. Hiciera calor, frío, lloviera, granizara o helara; el muy maldito se levantaba a esa hora porque era una bestia de trabajo que no tuvo un solo día de descanso en toda su larga vida (tan de mierda como él mismo). Desayunaba embuchándose dos o tres tazas (en verdad, jarros enlozados) de café con leche, con jamón, panceta, huevos fritos, salame, queso, pan, manteca y dulce de zapallo. Y a las 5, entreabría la puerta del dormitorio de mis padres y le decía a mi mamá, con voz que él creía bajita pero que se escuchaba a una cuadra: "—Levantate m'hija, y tomemos unos mates. No te me demorés, que no quiero que se me haga tarde; tengo que dir pa' la quinta" (la quinta era efectivamente eso: una quinta de un par de hectáreas que quedaba a unas cuadras de nuestra casa, para el lado del Tiro Suizo, donde mi mamá compraba las verduras para toda la semana, porque éramos pobres y allí costaban menos de la mitad que en la verdulería del barrio). Y seguía el viejo con su exasperante cantinela: “—¡No hagás ruidaje m'hija!, que se van a despertar ese muchacho (ese muchacho era mi papá) y la chinita y el chinito (que como consigné antes, éramos mi hermana y yo). —Dejalos que duerman un rato más, porque no son criollos como nosotros; ellos son puebleros" (en la escala con que él mensuraba los valores, la virtud era exclusiva de la gente de campo; mientras que los citadinos estábamos irremisiblemente sumidos en la molicie y éramos portadores de todos los vicios). "No hagás ruidaje", le decía a mi mamá... ¡cuando el que entraba al dormitorio —y encima, sin golpear— “hablaba” a los gritos y despertaba no sólo a los de la casa sino a toda la cuadra; era él!
No tomaba vino, porque decía que eso era “cosa ‘e gauchos vagos, flojos y borrachos”, y el único “gusto” que se daba era el de, una vez terminada la cosecha y vendido el trigo o el maíz, empinarse una copita (siempre una y sólo una) de caña en el boliche del pueblo y jugarse un truco con los parroquianos (que nunca supe si de verdad lo apreciaban o era que le tenían miedo, pero me inclino a inferir lo segundo).
Nunca lo vi ataviado de otro modo que no fuese con bombacha negra (o, a lo sumo, “bataraza”, es decir, pied de poule), camisa blanca (siempre de una blancura inmaculada —quizá para disimular la oscuridad de su alma— y cuidadosamente planchada, porque era pulquérrimo en el vestir), pañuelo negro al cuello, corralera, y si hacía mucho frío; un poncho. Sombrero, negro también, de ala ancha. Calzaba invariablemente alpargatas. Sostenía entre los labios su sempiterno Fontanares sin filtro, y llevaba, colgando del cinto, el infaltable rebenque. ¿Para qué carajo quería rebenque el viejo tirano, si estaba en la ciudad y no tenía su caballo? Lo entendí mucho después: era el símbolo fálico de su autoridad, una suerte de "guarda conmigo, eh, mirá que de mínima, te cago a rebencazos". Un machirulo de aquellos, bah, para quien sus seis hijas mujeres eran sirvientas a las mandaba hacer cualquier tarea campera, por pesada que fuere; mientras que a sus tres hijos varones también los hacía atender por ellas.
En fin… podría escribir varios tomos sobre las miserias y atrocidades de aquel personaje al que odié intensa y obstinadamente durante mi niñez, mi adolescencia y mi juventud.
Pero un buen día, súbitamente, adquirí consciencia y dejé de odiarlo. Y es que aconteció en mi vida algo (un hecho cuyos pormenores y circunstancias prefiero callar) que me condujo a darme cuenta —¡con horror, espanto, vergüenza… y al fin, claridad!— que después de todo; había en mí mismo mucho de aquel viejo hijo de puta. Y entonces ya no pude odiarlo. Ojo al piojo: tampoco es que se me dio por quererlo, eh, en absoluto; fue simplemente que tras el entendimiento, reemplacé odio por conmiseración. Sólo eso.
Me había liberado de la carga insoportable del odio, pero en cambio; comencé a experimentar la culpa de reconocerme en él, de verme reflejado en su espejo. El recuerdo de aquel terrible viejo mal parido pasó a ser para mí como el retrato de Dorian Gray. Muchos años anduve con ese entripado que me atormentaba.
Hasta que una noche en que me hallaba escribiendo un artículo sobre aquel aberrante suceso histórico llamado Masacre de Napalpí, le dije a Gabriela, mi esposa: “—¿Sabés qué? De los documentos surge inequívocamente que aquella infamia no la perpetraron solamente el gobernador Centeno y sus esbirros, sino que también participó el pueblo (o al menos, parte de él) del Chaco. Nos demostramos incapaces siquiera de imponerles a esos inmigrantes, masa famélica y esforzada que vino huyendo de las guerras y hambrunas, el respeto a nuestra propia constitución. Y hasta les toleramos que se negaran a que sus hijos compartieran con los niños indios la educación que se impartía en la escuela pública… ¡que encima, era costeada por el Estado de nuestra propia nación! Siento la misma indignación que me provocaba escucharlo al viejo don Bartolo denigrando a sus peones llamándolos 'gauchos vagos', 'negros de mierda' y otras lindezas por el estilo. Y la misma que siento cuando pienso en que la mayoría votó en 2015 al psicópata perduellis Macri y en 2023 al psicótico incestuoso con delirio mesiánico Milei”.
Gabriela me respondió: “—Uno se explica muchas cosas conociendo la historia, sobre todo; cuando uno madura y hace revisionismo. La psicología es revisionismo individual, porque de todo lo vivido vienen los defectos y las virtudes que supimos repetir, elaborar o conseguir. Algunas personas repiten ciegas, y otras, gracias a actos, destellos o trabajo de consciencia, cambian y mejoran sus destinos, sus vidas y las de sus hijos. No todo el mundo se aviene a tomar consciencia de que mucho de lo que nos quejamos de nuestros viejos tiene un origen, y que a su vez; eso tiene ramificaciones o consecuencias en nosotros. Una madre fría, por ejemplo, no necesariamente deja frialdad; puede dejar también avidez o extrema dependencia. Algunos calcan, otros reaccionan por la contraria, otros... Lo que hacemos con la herencia sin elaborar, son nudos. Y sin darnos cuenta, repetimos lo que queríamos evitar. Tal como le pasó al país. Casi totalmente inconsciente de lo que Macri y Milei son capaces de hacer. Nadie los votó tomando en cuenta que el síntoma es el retorno de lo reprimido. Pero lo es. Volvimos a donde quisimos dejar de volver. Así pasa con nuestras vidas”.
Touché. Claro, conciso, duro y directo al corazón. Me quedé horas reflexionando sobre esas palabras que me dijo. Fue entonces que al fin comprendí. Comprendí a mi abuelo (a quien ya había dejado de odiar hacía tiempo), a mi pueblo y… a mí mismo. Y pude sacarme de encima la culpa. Y te aseguro que eso… no es poco.

-Juan Carlos Serqueiros-

Imagen: Toshihiko Okuya, “About My Grandfather (Acerca de mi abuelo)”.


viernes, 23 de febrero de 2024

HAMACARME EN UN SUEÑO



































HAMACARME EN UN SUEÑO
(Poema de Gabriela Borraccetti) *

Llegó la noche y titilan los astros.
Afuera, desde la copa de un árbol,
Con sus alas enormes
Levanta vuelo una lechuza.

Nunca había visto ninguna
Más que en fotos,
Pero gracias a este hilo de luna,
He reconocido una silueta perfecta
Dibujando la majestuosidad
De tamañas alas abiertas.

En el cielo busco la fina cuna de plata,
Y entonces, cuelgo de sus puntas
Largos filamentos de luz
Para hamacarme en el sueño
Que me lleva, en otras alas,
Hacia otro lugar…

-Gabriela Borraccetti-

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.

martes, 20 de febrero de 2024

SEA AMABLE: NO ROMPA... MI SILENCIO

















Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Como dijo el gran José Larralde: "pa' qué iba a andar palabreriando", si total; veo, analizo y cavilo mucho mejor absteniéndome de participar en conversaciones triviales y debates estériles.
Por ejemplo: "hace frío, ¿no?" o "¡qué calor!", son comentarios que, vertidos insensatamente en invierno o en verano, marcan nítidamente la grosería y la estupidez supina de quien los emite, además de una prodigalidad inadmisible de palabras y un abuso intolerable del tiempo, de la atención y la paciencia de quien se ve obligado a escucharlos. Podrían justificarse si, por caso, hiciera un calor agobiante en julio o un frío inusual en enero, y si se tiene una explicación de ello para dar o la intención de buscar las razones en otra persona; pero si hacen pocos grados en invierno y muchos en verano, ¿no es eso lo lógico y esperable, acaso? ¿Para qué, entonces, la idiotez de semejantes "aportes" orales?
Y por favor, no intente modificar mis ideas y convicciones tratando de abrumarme con argumentos en favor de las suyas; prefiero mil veces equivocarme solo, antes que errar inducido por terceros (a los cuales, encima; no les requerí su opinión). Si tiene algo que decir, pues hágalo, de manera clara y concisa, y procure no ofender mi inteligencia infiriendo que si no me larga un extenso alegato; soy bruto, necio e incapaz de discernir por mí mismo.



Si me observa recluido en el silencio, es porque hay flotando en él cientos de melodías a cual más sublime; quédese callada/o y déjeme descubrirlas y disfrutarlas. No rompa el silencio si no tiene algo amable, inteligente y/o constructivo que decir. Recuerde que las palabras, cuando no son estricta y comprobadamente necesarias; representan una miserable pérdida de tiempo por su parte, y además; la mala educación de ocupar el de los demás sin ton ni son.
En boca cerrada no entran moscas ni gérmenes. Tenga en cuenta que el ambiente está lleno de ellos, por lo tanto; permítame preservarme de absorberlos y presérvese usted mismo, de paso.
La conversación incesante produce en un amante del silencio el mismo efecto que la enorme extensión del desierto en un caminante exhausto, y si eventualmente algunas palabras pueden ser piedras preciosas; el silencio siempre es oro puro.
No hay amistad más fuerte que la cimentada en el respeto profundo de la comunicación silenciosa. Y si yo no me atribuyo la potestad de condenar su cargante e insufrible verborragia, ¿por qué diablos se arroga usted el derecho a meterse con mi silencio interrumpiéndolo?
Sea amable: no turbe la paz de mi silencio; no me ponga en la triste obligación de tener que mandarla/o al órgano sexual de su progenitora.

-Juan Carlos Serqueiros-


lunes, 19 de febrero de 2024

CONFLICTOS MADRE-HIJA













Escribe: GabrielaBorraccetti *

Los graves conflictos entre madres e hijas existieron en todo el transcurso de la historia de este mundo, siguen existiendo y existirán siempre; y aunque llegado el famoso día de la madre los negocios, las redes sociales y los hogares se llenen de regalitos, visitas, y llamados de teléfono; no son pocas las personas que siendo adultas, se quejan aún de esas mujeres que las han criado sirviéndole la leche con un dolor que no pudieron evitar transmitir.
Como es habitual, sucede que los agujeros en estas relaciones se tapan con grandes dosis de culpa, remordimiento, demandas exageradas, sensibilidad enfermiza, reproches encubiertos y una gran cantidad de represión; tomando a todos estos derivados como "amor"; mientras que en realidad, se trata de "amores equivocados".
Por supuesto, allá, enterrado en el tiempo y bajo capas de frustración, duerme una demanda que sin dudas es de afecto. Sin embargo; lo que se ha vivenciado dista mucho de ser un sentimiento sano, nutritivo y facilitador de "seguridad emocional"; perpetuando en la línea de tiempo y de generación en generación relaciones filiales insatisfactorias, con egos infantiles, incapaces de ver que en el propio fondo, se encuentran llorando las infantiles heridas de la niñez.



La relación madre-hija suele tener muchas más posibilidades de conflicto cuando en la misma infancia materna se vivió al padre como "la presa codiciada", sin poder la madre evitar tomar a su hija como una competidora por el amor de su hombre. Es normal y natural que sea al revés, y que sea la niña quien tome al padre como objeto de amor, no obstante; es necesaria la madurez de la madre para ver en la hija a una hija y no a otra mujer que compite por el amor de su pareja.
Desde el momento en que la madre lleva en sí el dolor de un vínculo materno insatisfactorio, carente de dulzura y poco contenedor; la falta se vuelve a transmitir y tenemos generaciones de mujeres peleadas con su madre interior (y exterior), que se han llenado de celos, demandas, inseguridades y posesividad; gustando de estar siempre al acecho de pruebas que le confirmen su importancia. Estas mujeres deforman su afectividad hasta el punto de no poder ceder su lugar de niña a la niña que ellas mismas traen al mundo, y es por ello que el vínculo madre e hija se transforma en una competencia de pares niña-niña que es muy difícil de superar.
En la base de todo conflicto de estas características, existe, en definitiva, una persona infantil, que no ha podido tramitar su complejo de Edipo, y que sosteniendo aún su posición de niña, se convierte en madre. En ese momento, los conflictos que se encontraban latentes en la mujer, comienzan a hacerse visibles, dado que por lo general, a su vez esta persona inmadura ha elegido como pareja a un padre en lugar de un PAR. Por medio de este acto electivo sumamente inconsciente, pasa a verse una vez más en situación de competencia con otra mujer al momento de engendrar una niña; siendo ese el modo de perpetuar el pecado de los padres, al menos; hasta que alguien sea capaz de hacer consciente aquello que se hereda casi como una maldición.
No es poco frecuente escuchar un "yo hice todo lo contrario que mi madre hizo, e igual las cosas no salieron bien". No obstante; lo que no se ha tenido en cuenta, es que no se trata de lo contrario ni de la copia; sino de dejar completamente atrás una herencia que primero debe hacerse consciente para poder ser modificada. De hecho, nada se modifica yendo al extremo opuesto, dado que los extremos de una cuerda, pertenecen a la misma cuerda.
Algo muy diferente es plantearse un lugar DISTINTO en donde tomar consciencia de nuestros deseos infantiles y de nuestra inmadurez. Si no vemos eso primero; difícilmente podremos batallar con una predisposición a ser infantiles por el resto de nuestras vidas.
El vínculo con la madre es el encargado de dejarnos una base desde la cual aprender, proteger y ser protegidos, y si este vínculo falla, es muy probable que transmitamos nuestras frustraciones y nuestro dolor a través del tiempo sobre nuestra descendencia, condenándola a buscar el amor filial en relaciones que jamás podrán serlo.
Es algo realmente difícil hacernos cargo de que Edipo es un mito de pasaje universal, y no es poco usual escuchar a muchas mujeres negarlo o decir que "tienen todo superado".No obstante; se hace notorio un carácter infantil y una gran incidencia de relaciones triangulares; no necesariamente de infidelidad o llenas de intentos de conquista tan sólo por auto-adulación; sino por vivir en medio de peleas, intrigas, secretos y chismes que son típicos de quienes quieren guardar alguna clase de poder tendiente a distanciar a los otros, dañarlos, o ponerlos de su lado como un modo de conquistar lo que considera perdido: su seguridad.
Amigarse con la madre interna sana los vínculos con el resto de las personas y evita la creación de conflictos que sólo sirven para propulsar juegos de poder.

Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, escribir a licgabrielaborraccetti@gmail.com o Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.

lunes, 12 de febrero de 2024

TEST DE AUTOACEPTACIÓN





























Escribe: Gabriela Borraccetti *

Encerrar las emociones y los pensamientos, e impedir que todo aquello que generamos en nuestra interioridad impacte en el mundo externo, es como pretender hacer música en una jaula, dando por sentado que fuera de los barrotes nadie puede escucharnos.
Todos tenemos más o menos alguna noticia de que aquello que se ve en nosotros, es lo que produce en los otros una respuesta de aceptación o rechazo. Es por ello que intentamos que la belleza (ya sea estética, en el modo de hablar, de dirigirnos, o en los modales en general) sea lo que predomine en nuestra exterioridad, de manera de generar aceptación por parte de los demás. No hay nadie que no busque ser halagado, considerado bello, mimado o tenido en cuenta, y entonces, de cara a los otros, solemos presentar nuestra mejor imagen.
De allí viene el esfuerzo diario por "agradar", y el nunca dejar traslucir "negatividades", ni pensamientos que de emitir en voz alta, esparcirían -según nuestra visión, un gas similar al matamoscas, que no dejaría a nadie revolotear a nuestro alrededor. Pero claro, todo depende de lo que deseamos atraer. En el mundo de las imágenes, se atraen los similares, y quien vive detrás de ellas, atraerá obviamente a quien lleve también puesta una máscara.
Quien se da la libertad de acompañar un buen rouge labial con una neurona afilada, ya tiene asegurado algo de mayor calidad; y quien posea la capacidad de no herir cuando espeta algo comprometido, gana la compañía de gente algo más sincera.
No obstante, hay algo que se llama paz interior, y eso no se maquilla ni se practica frente al espejo. Se pueden tener todas las cualidades del mundo, pero si no llevamos con nosotros la aceptación hacia nosotros mismos, no haremos más que encontrarnos con situaciones en las que o forzarnos más, o tomar consciencia de que trabajar "para agradar", es contraindicado para ser íntegros y auténticos.
Quien acepte su integridad, con todos los matices de la personalidad (incluyendo los oscuros y el matamoscas); no tendrá nada que maquillar ni disimular. No deberá preocuparse por examinar en qué círculo social mostrar sus dones, ni con quién hablar o dejar de hablar. Sabrá quién es. Y eso es lo que lo conducirá en el camino llevándolo a puertos más seguros. Será feliz esté donde esté, en compañía... pero también, y sobre todo; cuando se encuentre en soledad.
Y tú… ¿cómo te sientes cuando estás contigo?

Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.como whatsapp al +54 9 11 7629-9160.


domingo, 11 de febrero de 2024

DE COMO VENCÍ MI ÚLTIMO PREJUICIO






































Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Algunas veces nos aferramos a algo para ser, no felices; sino solamente aprobados por los demás. A vos el cielo te jodió, y todo lo brujo que desperdiciaste, todo lo que tenés de intuitivo, femenino y exquisito poeta, te lo puso de frente: hay un lado derecho en el cerebro que rige al izquierdo del cuerpo. Por eso se castiga a los que escriben con la mano que ‘no hay que usar para escribir’. Desarrollar ese hemisferio derecho, cuestiona las recetas masivas para vivir, y a los psicoanalistas (no a todos, por desgracia) las recetas nos rompen… los genitales, digamos. (Gabriela Borraccetti)

Siempre me he jactado de no albergar prejuicios en mi alma, ni raciales ni sociales ni sexuales. Más, contradictoriamente con eso; cuando yo era un "ejecutivo exitoso", me complacía en evidenciar un marcado desdén por la astrología, arte que, en mi estulticia, creía acotado a esa chantada del horóscopo del diario.
Pero sucedió que, estudioso como soy de la historia; un día me di con que uno de los poetas que más admiro: Cátulo Castillo, era también astrólogo y transitaba a duras penas la época post infame, inicua, revolución fusiladora del 55... ¡confeccionando cartas natales!
Sin embargo; tercamente (pues nada hay más difícil y penoso de desterrar que los propios preconceptos), lo atribuí a su necesidad de supervivencia. "Al fin y al cabo —me dije—, el tipo, perseguido y censurado, de algo tenía que vivir, ¿no?".
Después, me entró a hacer ruido lo de Paracelso: ¿cómo era posible que aquel genio fuese también —o mejor dicho; fundamentalmente— astrólogo?
Y cuando empecé a leer a Jung, más precisamente en La interpretación de la naturaleza y la psique, ya el ruido se me volvió orquesta. Y orquesta sinfónica; además.
No obstante, "muy ocupado" (y muy infeliz) en mi "éxito" profesional (como reza el tango: "pobres triunfos pasajeros"); me seguía aferrando con uñas y dientes a mis preconceptos en relación a la astrología; aunque ya a esas alturas, mi "fe" en la "ciencia" tambaleaba como las copas de cristal en una mesa en medio de un terremoto.
Es que, como dijo Voltaire: “los prejuicios son la razón de los tontos”.

-Juan Carlos Serqueiros-

viernes, 9 de febrero de 2024

AUTOEXPRESIÓN























Escribe: Gabriela Borraccetti *

La autoexpresión es creatividad: alguien que puede decir lo que siente, lo que piensa, lo que quiere; alguien que es capaz de mostrar su obra cualquiera sea su forma, es alguien capaz de poner afuera lo que hay adentro.
Del otro lado está el que consume lo que otros dicen, sienten piensan, pintan, componen, crean. Y es que mayoritariamente y adrede, nos han enseñado a "incorporar", a "consumir" de afuera hacia adentro, como si interiormente no tuviéramos nada que decir ni nada bueno que mostrar.
Eso es la neurosis: haber comprado una imagen incorporada desde el exterior sin que podamos exteriorizar nada más que la bronca de tener que ser quienes no somos.

Lic. Gabriela Borraccetti
Psicóloga Clínica
M. P. 16814

* Gabriela Borraccetti (n. 1965, Vicente López, Buenos Aires), es licenciada en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. De extensa trayectoria profesional, ejerce como psicóloga clínica especializada en el diagnóstico y tratamiento de la angustia, el estrés, los temas de la sexualidad y los conflictos derivados de situaciones familiares, de pareja y laborales. Es, además; poetisa, cuentista, artista plástica y astróloga. Para contactar con ella por consulta o terapia, enviar e-Mail a licgabrielaborraccetti@gmail.como Whatsapp al +54 9 11 7629-9160.

martes, 6 de febrero de 2024

ESE ENGENDRO LLAMADO CABA























Escribe: Juan Carlos Serqueiros

El país no puede ser de Buenos Aires; Buenos Aires tiene que ser del país. (Leopoldo Lugones)

Esa entelequia, esa mil veces maldita creación artificiosa designada caprichosamente como "ciudad autónoma de Buenos Aires", fue la invención más demencial y funesta del inmundo perduellis y ladrón Carlos Saúl Menem (y que no olvidar, fuera asentida, consentida y apoyada por el partido que condensa la crónica misma de la infamia: la Unión Cívica Radical).
Los historiadores en todo el mundo debaten si la historia es lineal o es cíclica. Particularmente, me parece que no es ni lo uno ni lo otro; creo que lo de "lineal" no es más que secuencias antojadizas referenciadas en figuras entre las cuales se quiere establecer forzadamente afinidades y parecidos que solamente existen en las mentes calenturientas de ciertos historiadores que procuran imponer eso como verdad revelada; y que lo que hay para que en ocasiones se nos aparezca como si fuese "cíclica", se trata simplemente de circunstancias puntuales que concurren para situarnos ante un espejismo, haciéndonos percibir erróneamente que se está reeditando el pasado. Pero no es así; lo que ocurre en esos casos no es que la historia se repita en ciclos, sino que lo que se reitera son los errores, las fechorías y las abyecciones que cometieron figuras pretéritas, en todo lo cual incurren también las vigentes en la actualidad. Porque remember: en definitiva, la historia es la política del pasado.
Tan así es, que cuando el patéticamente ridículo y engreído Bernardino Rivadavia (a) sapo del diluvio intentó avasallar a La Rioja otorgándoles a los ingleses la explotación minera del Famatina, estaba evidenciando idéntica vileza a la que hoy demuestra el psicótico incestuoso y delirante mesiánico Javier Milei profiriendo coprolálicas amenazas a los gobernadores y jactándose sin ambages de la intención de entregarle a su ídolo y amigote Elon Musk las minas de litio de Salta, Jujuy, Catamarca y San Juan. Y cuando el ensoberbecido matón Carlos Tejedor (a quien Roca llamara ese catón); el infatuado tísico Bartolomé Mitre y el marrullero botarate Felipe Cabral desataron la guerra civil de 1880 alzando y sublevando a Buenos Aires y su aliada Corrientes contra el gobierno nacional del presidente Nicolás Avellaneda, estaban cometiendo la misma depravación que hoy por hoy perpetran nefastos, siniestros y despreciables personajes como Jorge Macri y Gustavo Valdés o que hasta ayer nomás producían escorias como Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta.
No hay líneas ni la historia se repite en ciclos, no es que esos deleznables personajes del presente que acabo de mencionar sean Rivadavia, Mitre, Tejedor y Cabral redivivos, en absoluto; lo que hay es una incursión por los mismos carriles que transitaron éstos, lo cual de seguir así, indefectiblemente va a tener derivaciones trágicas idénticas a las que hubimos de lamentar antaño o incluso peores. 
Y tampoco hay un Buenos Aires versus Interior, porque la Argentina es una sola e indivisible; lo que sí hay es el pueblo (el de Buenos Aires y el del Interior) versus la oligarquía (tanto la porteña como las provinciales) que encarna el odio, la soberbia, el prejuicio, el sectarismo, la estulticia, la indignidad y la empecinada carencia de un sentido de patria.
Si los argentinos no nos demostramos decididamente dispuestos a y capaces de, concluir con ese statu quo, lo que nos aguarda no es sólo la perdurabilidad indefinida de un orden sistémico injusto, perverso e ignominioso, sino además; la espantosa posibilidad de disgregación nacional.

-Juan Carlos Serqueiros-