sábado, 23 de septiembre de 2017

ESO


Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Niños, la ficción es la verdad que se encuentra dentro de la mentira y la verdad de esta ficción es muy sencilla: la magia existe. (Stephen King)

Eso (It, en el original en inglés) es la vigésima cuarta novela de Stephen King (n. 21.09.1947, Portland, Maine, Estados Unidos), la cual fue publicada en 1986.

Ese libraco (mil y pico de páginas, para que tenga usted una idea) me voló la cabeza, me atrapó al punto de literalmente devorarlo en un fin de semana, después de lo cual; debo de haberlo releído no menos de cinco veces.
La verdad sea dicha, hasta Eso, yo había decretado, en cuanto se refiriese a mis preferencias de lector con respecto a la producción -ya por entonces muy nutrida- del prolífico amigo King, una suerte de empate. No me habían parecido gran cosa su opera prima, Carrie (sí, OK, ya me lo dijeron millares de veces; no es necesario que usted me lo reitere: “¿En serio no te gustó Carrie? Tendrías que hacer terapia psicoanalítica”) ni La danza de la muerte. Tampoco me sedujeron mucho La zona muerta, Ojos de fuego y Danza macabra. Y me resultó directamente soporífero El talismán -escrito en sociedad con Peter Straub-, que leí en la edición en portugués (y que todavía conservo, no sé por qué ni para qué) durante unas vacaciones que pasé en el Brasil. Pero en cambio; me habían encantado El misterio de Salem’s Lot (que se me antoja sublime), El resplandor, Cujo, Christine, Cementerio -que estimo debería haberse editado como Sementerio, si se hubiera respetado en la traducción lo que quiso significar el autor en el original en inglés- de animales y Maleficio.


Y cuando ya estaba a punto de estipular definitivamente tablas, nomás; oh sorpresa: apareció Eso y me explotó la marota.
La acción se desarrolla en Derry -una ciudad ficticia que la imaginación de King sitúa en el estado de Maine- y la trama gira en torno al horror, la destrucción y la muerte que en ella esparce desde hace casi tres siglos el payaso Centavito (Pennywise, en el original en inglés). Centavito no es simplemente cuestión de coulrofobia; es algo infinitamente más terrible: es El  Mal. Se alimenta de los miedos más recónditos y espantables que cada quien tenga anidados en la psique, y puede adoptar -aparte de la más frecuente: la de payaso con el nombre Bob Gray que se adjudica a sí mismo- cualquier otra forma que se le ocurra, manifestándose en aquello que sea más claramente representativo de dichos miedos y fobias. Y por tal motivo, al desconocerse su real naturaleza; se lo denomina como… Eso.
Hay en la novela reminiscencias de King a lo sostenido por los antiguos gnósticos, pues Eso se trata -como asimismo su contracara, la significante de El Bien (La Tortuga)- de una entidad primordial que estaba ya en los Fuegos Fatuos y precedía a la mismísima formación del universo -del universo engañoso, material, el de mentirita, digamos, que produjo La Tortuga vomitándolo; en tanto el Universo, el verdadero, fue creado por la Divinidad Suprema (El Otro)-. Eso llegó a la Tierra durante la prehistoria en la forma de un asteroide impactando sobre ella en el sitio donde se fundaría, millones de años después, la ciudad de Derry, y allí permaneció hibernando hasta que lo despertó la actividad humana en 1715. Desde entonces, y a intervalos de veintisiete años, Eso, que habita bajo la tierra en un nivel inconsciente para la población, nuevamente despierta, sembrando violencia, calamidad y muerte hasta que vuelve a dormir. El poder de Eso, con el cual domina a la gente de Derry, reside en la facilidad con que ésta olvida las tragedias; porque nadie en la ciudad parece recordar la ola de violencia del ciclo anterior del monstruo.
Pero en 1957, una gran tormenta azota a Derry y Eso resurge de las alcantarillas; sólo que esta vez, tendrá que habérselas con siete pre adolescentes: Ben Hanscom, Beverly Marsh, Bill Denbrough, Eddie Kaspbrak, Mike Hanlon, Richie Tozier y Stan Uris, quienes tienen tan poca popularidad y aceptación entre sus coetáneos, que para preservarse y sobrevivir; anudan entre ellos una férrea amistad, constituyéndose en el Club de los Perdedores. Ellos se enfrentarán a Eso con armas tan “letales” como… un inhalador, una bicicleta o unas balas de plata, a las que sus portentosas imaginaciones les confieren poderes infalibles. ¡Y lograrán derrotarlo!
Sin embargo; no pudieron matar al monstruo. En 1985, el horror retornará, y entonces los otrora Perdedores, ya adultos y exitosos, convocados por Mike Hanlon -el único de ellos que permaneció afincado  en Derry-; deberán volver allí para dar cumplimiento a lo que juraron siendo apenas adolescentes.
Uf, llevado por el entusiasmo, incurrí en el exceso de contarle demasiado del libro; ahora sólo le queda leerlo. Esta novela Eso es la obra cumbre de Stephen King; no se prive de regalarles a su espíritu y a su intelecto el placer y la enseñanza que emanan de sus páginas. Al fin de cuentas, como dijo el propio Maestro del Terror: “Los libros son el entretenimiento perfecto: sin avisos comerciales, sin baterías; te brindan horas de diversión por cada centavo que hayas gastado en ellos. Me pregunto por qué no llevarán todos un libro consigo para esos momentos muertos inevitables en la vida”.
Ah, y si usted, como yo, es un sufrido argentino integrante de esta distópica sociedad flagelada por Mugricio Lacri y sus esbirros, es decir, un monstruo que otra que Eso, y no tiene dinero para comprarse la novela; simplemente pídamela por eMail y se la mandaré en formato electrónico.

-Juan Carlos Serqueiros-

miércoles, 20 de septiembre de 2017

UN DÍA COMO HOY...







































... 20 de setiembre, pero de 1901, nacía Tomás Adolfo Ducó. Fueron sus padres Enrique Augusto Ducó y Elena Blanco.
Fervoroso, apasionado hincha del Club Atlético Huracán, se asoció a la entidad el 23 de abril de 1916, integrando la Quinta División que se consagró campeona derrotando a Independiente 3 a 1.
Abandonó la práctica del fútbol tres años después, para ingresar al Colegio Militar de la Nación. En 1927 se casó en Mendoza con María Esther Cuervo Montenegro. Destinado en La Plata, en 1931 descubrió, en un modesto club de Ensenada, el enorme talento de uno de los más grandes goleadores que ha tenido el balompié argentino: Herminio Masantonio, a quien llevó al Quemero de sus amores.
En 1938 asumió por primera vez como presidente de Huracán y se abocó a sus grandes proyectos, los cuales fructificaron en la construcción de la Sede Social de la avenida Caseros y de uno de los estadios arquitectónicamente más bellos del mundo: el Palacio que desde el 23 de setiembre de 1967 lleva su nombre.
Ascendió a teniente coronel en 1942 y seguidamente fue puesto al frente del Regimiento 3 de Infantería con cuarteles en Parque de los Patricios. 
Fue uno de los fundadores del GOU (Grupo Obra de Unificación, según algunos historiadores, o Grupo de Oficiales Unidos según otros) y tuvo una crucial y decisiva participación en la Revolución del 4 de Junio de 1943 que derrocó al gobierno que presidía Ramón A. Castillo. Su incorruptible honestidad jamás desmentida y sus condiciones extraordinarias de emprendedor infatigable y celoso y eficaz administrador, motivaron que fuera nombrado interventor de la Lotería Nacional. Fue también presidente de la Liga Argentina de Básquetbol, vicepresidente de la Asociación del Fútbol Argentino y cronista deportivo del diario La Nación.
Era puro fuego y pasión, y a menudo impulsivo. Había anudado con Juan Domingo Perón una íntima amistad que los llevó a la decisión conjunta y juramentada de resistir ambos a los tiros y hasta la muerte, en el departamento de Perón donde se habían atrincherado, la orden de detención que Castillo había impartido contra éste. Poco después, en otro arrebato, el 29 de febrero de 1944 Ducó sacó su regimiento a la calle para resistir el reemplazo de Pedro Pablo Ramírez por Edelmiro Farrell, con lo cual la añeja amistad con Perón quedó rota. Nunca se reconciliaron.
Tomás Adolfo Ducó falleció en Buenos aires el 31 de enero de 1964.
Icono principalísimo del Club Atlético Huracán, su figura histórica está perenne e íntimamente ligada al progreso y a la grandeza de la institución.

-Juan Carlos Serqueiros-