jueves, 6 de octubre de 2022

EN CIERTAS CIRCUNSTANCIAS, HASTA LAS ANTÍPODAS PUEDEN CONFLUIR



Escribe: Juan Carlos Serqueiros

Decía el general Perón que todo aquel que luchara por la misma causa que el peronismo era un compañero, pensara como pensase. 
Si buceamos en nuestra propia historia, encontraremos varios ejemplos de cómo hombres que se encontraban en las antípodas del pensamiento los unos de los otros, supieron oportunamente dejar de lado sus diferencias cuando entraron a tallar cuestiones humanitarias o percibieron el llamado de un interés que atinaron a comprender como trascendental a todos los demás: el del país.
Así, el ultraliberal y antirrosista Nicolás Avellaneda no trepidó en designar en el ministerio de Relaciones Exteriores primero, y después en la cartera de Interior, al doctor Bernardo de Irigoyen, quien no sólo jamás renegó de su rosismo; sino que además hasta tenía el salón de su casa pintado de rojo punzó. Y cuando Avellaneda tuvo que responder a las feroces críticas de los diarios por "tener el tupé" de nombrar canciller a "un mazorquero", al "albacea de Cuitiño"; quien salió a defender a Irigoyen fue nada menos que Héctor Varela, hijo de Florencio, rabioso unitario.
Y ya que mencioné a don Bernardo de Irigoyen, cabe agregar que su adhesión a Rosas y a su política, no le impidió estimar y valorar a Sarmiento, nada menos; quien por otra parte, cuando fue presidente no dejó que su antirrosismo visceral lo privase de nombrar a Irigoyen procurador del Tesoro, para defender el interés de la nación frente a las pretensiones de la corona española que pretendía que la indemnizáramos por los perjuicios económicos que sus súbditos habían debido sufrir en tiempos de la revolución de Mayo y la guerra por nuestra independencia.
Más cerca en el tiempo, cada vez que así lo demandó el provecho del país, dos ilustres estadistas argentinos tuvieron la grandeza de hacer a un lado sus profundas, abismales, diferencias, y de subordinar cualquier oportunismo político a los supremos intereses de la patria: a mediados de 1912, Roque Sáenz Peña, por entonces presidente de la República, designó a Julio A. Roca ministro plenipotenciario ante el Brasil, en el marco del convenio al que se había arribado con dicho país para limitar ambas naciones la adquisición de nuevos acorazados, luego de superar una etapa especialmente difícil y de gran tensión en las relaciones bilaterales. Así, no vacilaron el uno en llamar a su mayor enemigo político para encomendarle una alta misión; y el otro, en aceptarla y cumplirla porque así lo requería el deber para con la nación. Y cuando en 1913 Sáenz Peña, ya muy aquejado de la enfermedad que lo llevaría finalmente a la tumba, pidió al congreso licencia por tiempo indeterminado; Roca, en un gesto que enaltecerá por siempre su memoria, pidió a los senadores y diputados que respondían a su orientación política que la concedieran, destacándose incluso el discurso en tal sentido de su propio hijo, a la sazón diputado por Córdoba. El 9 de agosto de 1914 falleció el presidente Roque Sáenz Peña y en sus funerales, que se realizaron el 11, uno de los que llevaban los cordones de la cureña que transportaba el féretro, era el general Roca.
Y diré más: el propio Perón no vio inconveniente alguno, por lo contrario; en elegir a un otrora enconado crítico suyo y tenaz opositor a su gobierno: el doctor Vicente Solano Lima, para acompañar en la fórmula a Cámpora. Y después, durante su última presidencia, lo designó como su secretario general. Idéntico criterio siguió Perón cuando hizo ministro de Economía de Cámpora y luego suyo, a José Ber Gelbard, que era comunista.
Contrastando con lo antedicho, hay que recordar que en 2012 los partidos de la oposición rechazaron la invitación que se les hizo para acompañar a la por entonces presidenta de la República, Cristina Fernández de Kirchner, a la reunión del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas en que se trató la cuestión Malvinas. Y por estos días, al perpetrarse un atentado contra la vida de la actual vicepresidenta, esos mismos no sólo se negaron a repudiar y condenar semejante aberración, sino que además; todo parece indicar que han sido los instigadores y financistas del intento de magnicidio.
Imagino, estimado lector, que coincidiremos en que la causa Malvinas hace al supremo interés nacional, y en que la pretensión de suprimir mediante el asesinato a la principal figura política del país es lisa y llanamente miserable, ¿no? Bueno, algunos no lo entienden así, y prefieren mostrar la peor de sus aristas, la más ruin, privilegiando conveniencias partidarias en procura de oscuros intereses sectoriales.
Que lo parió, dijo Mendieta.

-Juan Carlos Serqueiros-